sábado, 24 de mayo de 2014

La Promesa del Espírtu Santo

Nos acercamos rápidamente a la Solemnidad de Pentecostés. Mañana celebraremos el Sexto Domingo de Pascua. Dentro de pocos días, el jueves, comenzaremos el Decenario del Espíritu Santo. La Iglesia, nos prepara para que, en estos días finales del Tiempo Pascual, aumentemos nuestra devoción al Gran Desconocido, como se ha llamado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.


Los apóstoles viajan fuera de Jerusalén, para imponer las manos a los discípulos bautizados, que aún no han recibido al Espíritu Santo (ver Primera Lectura). Son conscientes de que, a partir del día de Pentecostés, Cristo está presente entre ellos de una nueva manera. Ya no lo podían ver con los ojos de la carne, ni oír sus palabras como lo habían hecho mientras el Señor caminaba con ellos por Palestina. Pero Cristo no los ha dejado huérfanos. Continúa muy cerca de cada uno de ellos. Lo hace por medio de su Espíritu, que les recuerda lo que Él les había dicho y les enseña toda la verdad: lo que necesitan conocer para seguir por el Camino que conduce al Padre.

San Pedro, en su Primera Carta, se dirige a los primeros cristianos para hacerles ver que el Espíritu Santo es fruto de la Cruz. Cuando tengan dificultades o los persigan, han de estar alegres (ver Segunda Lectura) porque es señal de que el Espíritu Santo es quien los conduce y les da fuerzas para que puedan soportar tordas las contradicciones con paz y alegría.

Ya Jesús, en la Última Cena, les había anunciado que Él tendría que irse con el Padre, pero que enviaría al Consolador (ver el Evangelio de la Misa) para que siempre estuviese con los discípulos. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. El Espíritu no les dirá nada nuevo, sino que sólo les recordará a Cristo, para que todos puedan seguir sus pisadas.

En primer lugar seguir a Cristo como Camino, es decir, seguir su modo de vivir que se resumen en su enseñanza moral: las Bienaventuranzas y los Diez Mandamientos, que se resumen en el Precepto del Amor. Después, por ese Camino seguro, los discípulos podrán conocer la Verdad, que les hará libres, como verdaderos hijos de Dios. Y, por último, el seguimiento e imitación de Cristo, les dará la Vida Verdadera: podrán comer su Cuerpo y beber su Sangre, que son prenda de Vida Eterna. Cristo es Camino, Verdad y Vida.

En 1932 se publicó en Salamanca la primera edición del Decenario al Espíritu Santo, escrito por Francisca Javiera del Valle (cfr. F.J. del Valle, Decenario al Espíritu Santo, Editora de Revistas, México 1990). Esta mujer sencilla, nació en Carrión de los Condes, Palencia, el 3 de diciembre de 1856, y murió el 29 de enero de 1930. Sus escritos más numerosos tenían como fin dar cuenta a su director espiritual de las vivencias sobrenaturales de su alma. Otros escritos, como el Decenario al Espíritu Santo, estaban dirigidos a difundir devociones y prácticas piadosas. San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, lo meditó y utilizó para su predicación muchas veces. En junio de 1932 ya tenía un ejemplar de la primera edición, que comenzó a leer y anotar. Esta obra se puede encontrar fácilmente en internet. Por ejemplo, descargar aquí una versión en pdf.

En abril de 1934, San Josemaría compuso una oración al Espíritu Santo, que transcribimos: 
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. ¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras....   
A continuación, transcribimos también un mensaje que recibió Marga, el 1 de septiembre de 1999. Jesús le habla de muchas cosas, entre otras, de la Segunda Venida del Espíritu Santo, que ya ha comenzado, y de cómo hemos de repartir sus Dones entre nuestros hermanos. 
Jesús:
Yo vengo con fuerza sobre vosotros.
Benditos aquellos que me saben descubrir, que permanecen en Gracia, puros y sencillos de corazón, y pueden reconocer así la Segunda Venida del Espíritu Santo, que viene ya sobre vosotros, para prepararme el camino, para allanar las sendas, para limpiar los terrenos, abrir las fuentes, bregar en las aguas, recolectar en los campos. Viene ahora. Benditos aquellos que lo sabéis reconocer, recibir, aceptar, asimilar y dar. Recibiréis la recompensa eterna.
Yo os envío. Trabajad, recolectad, sembrad, bregad en mi Nombre y con mi Espíritu. Preparad el mundo para mi Segunda Venida.
Yo os preparo personalmente. Mi Madre se ocupa de vosotros, sois objeto de sus preocupaciones.
Decid que Yo vengo. Llamad a conversión. Tocad la campana del peligro inminente. Hacedme caso en lo que ya se os ha dicho. Sed ejemplo de acatar mis órdenes.
¡Despertad! Que cada uno medite en su corazón y vea todo lo que ha recibido. Descubriréis que sois ricos, no pobres como pensáis, y que como ricos desalmados, os habéis vuelto egoístas, intentando contener en vosotros solos todos esos tesoros, bebiendo y embriagándoos de la superabundancia de Dones. ¡Dadlos a los demás! A vuestra puerta se agolpan los hambrientos, los sedientos. Dad gratis lo que recibisteis gratis. Los Dones de Dios son para compartir. Que cada uno reciba por otros su ración, y nadie quede en la indigencia. Abrid las puertas de vuestras casas a los pobres que desde fuera llaman, y dad también a los que no saben, y piensan que Dios les ha abandonado.
¡Cuánta tristeza, cuánta indigencia en el mundo! Mientras, los ricos banquetean escondidos en su sombría mansión. ¿No os apena ver el estado de vuestros hermanos? Mirad que Yo os pediré cuenta de cómo administrasteis mis Dones. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
¿No me amáis? Reconoced mi Rostro desfigurado en las almas moribundas que os encontráis a la salida de vuestros hogares. Muero continuamente, porque nadie se apiada de Mí. Muero en mis hermanos. ¡Venid a socorrerme! ¿No escucharéis mi llamada de auxilio?
Vanos ricos que acumuláis riquezas ordenándolas en vuestras estanterías. Las riquezas son para compartirlas. Su lugar no está de adorno en una pared. No diréis que Yo no os he advertido.
¡Os Amo tanto! No deseo vuestra condenación. No deseo que el Día del Juicio el Padre os pida cuentas de lo que no hicisteis
¡Actuad hijos míos!, actuad sin dilación, hacedlo con amor, con mi Amor. Mirad que el Tiempo se acaba.
Recibid el milagro de convertir vuestros huesos muertos en carne resucitada para la Vida Eterna, la Vida Verdadera. ¡Amén!


sábado, 17 de mayo de 2014

"Yo soy el Camino"

El V Domingo de Pascua, en el Ciclo A, nos presenta tres lecturas llenas de contenido para meditar. Todas están centradas en Jesucristo Resucitado. Los apóstoles desean dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra (cfr. Primera Lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles), para poner en el centro del mundo la Piedra Angular que desecharon los constructores, es decir, Jesucristo (cfr. Segunda Lectura, tomada de la Primera Carta de San Pedro), convencidos de que Cristo es el Camino para llegar al Padre (Evangelio, tomado del Evangelio de San Juan). 

Los discípulos de Emaús (Caravaggio, 1606)

En el capítulo 14 de su Evangelio, San Juan nos relata una conversación del Señor con sus apóstoles, en el clima de la Última Cena. Jesús les anuncia su próxima partida al Padre. Tomás, con gran franqueza y confianza, le dice que no saben dónde va y, por lo tanto, tampoco pueden conocer el camino hacia el Padre. Por su parte, Felipe le pregunta al Señor cuál es su relación con el Padre. 

Jesús revela su íntima unión con el Padre: “el Padre y yo somos uno”. Y les deja claro que Él es el Camino para llegar al Padre. 

A partir de esta revelación, profundizada cada vez más por la Iglesia naciente, los primeros cristianos ponen en el centro de su vida a Jesucristo, como Único Camino para llegar al Padre, a Dios. El Señor es el Camino, la Verdad y la Vida. Lo es Todo. En Jesús están todos los ideales. Como dice San Juan de la Cruz: «Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en El, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad» (Súbida al Monte Carmelo, 2, 22). 

Los apóstoles quieren dedicarse al “ministerio de la Palabra”, a predicar a Jesucristo, y a éste Crucificado, como dice San Pablo

En uno de sus sermones, San Agustín alentaba a los que le escuchaban a seguir por el buen Camino: Jesucristo. «Hízose hombre para sernos camino. Siguiendo el camino de su humanidad, llegarás a la divinidad. Él te conduce a El mismo. No andes buscando por dónde ir a él fuera de él... Hízose, pues, camino por dónde ir. No te diré por ende: busca el camino. El camino mismo es quien viene a ti. ¡Levántate y anda! Anda con la conducta, no con los pies. Muchos andan bien con los pies y mal con la conducta. Y aún hay los hay que andan bien, pero fuera del camino... Corren bien, más no por el Camino, y cuanto más andan, más se extravían, pues se alejan más del Camino... Preferible, sin duda, es ir por el camino, aun cojeando, a ir bravamente fuera del camino» (San Agustín, Sermón 141). 

Blas Pascal, el gran matemático, escribió que «en Jesucristo se resuelven todas las contradicciones» (Pensamientos, n. 684). Y también: «La Escritura dice que Dios es un Dios escondido y que, después de la corrupción de la naturaleza, dejó a los hombres en una oscuridad de la que no pueden salir más que por obra de Jesucristo, fuera del cual se ha suprimido toda comunicación con Dios» (Pensamientos, n. 242). «No solamente conocemos a Dios más que por Jesucristo, sino que ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos más que mediante Jesucristo. Sin Jesucristo no sabemos ni qué es nuestra muerte, ni qué es nuestra vida, ni Dios ni nosotros mismos» (Pensamientos, n. 548). 

San Juan Pablo II resumía así la herencia que nos dejó el Jubileo del Año 2000: “Si quisiéramos individuar el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja, no dudaría en concretarlo en la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino” (Novo Millenio Ineunte, n. 15). 

"Yo ya no vivo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2,20). «Desde hace más de mil novecientos años conocen los bautizados estas diez palabras, que constituyen un programa y una garantía para la felicidad en el Cielo (...). "Cristo vive en mi" significa: Cristo vive en mi lugar y yo no vivo sólo como El sino en Su lugar. La gracia divina y mi respuesta libre son necesarias para que vivamos: Él y yo, consummati in unum» (Peter Berglar). 

Pero ¿cómo podemos vivir en Cristo, ahora, dos mil años después de su Encarnación? La respuesta es: por la gracia del Espíritu Santo, que se da en abundancia, a través de los Sacramentos…, y mi respuesta libre

Antes de Pentecostés Cristo se hallaba con los suyos “ante” los hombres. Entre unos y otros si abría un abismo. Los hombres no habían comprendido a Cristo, no le habían hecho “suyo” aún. El hecho de Pentecostés modifica totalmente esta relación. Cristo, su persona, su vida y su acción redentora se le hacen al hombre “cosa suya” y le son “abiertas”. Los hombres son ahora por primera vez “cristianos”. Pentecostés es la hora del nacimiento de la fe cristiana, entendida como “ser en Cristo”; no por simple “vivencia religiosa”, sino como obra del Espíritu Santo. El concepto del “en” cristiano es la categoría pneumática fundamental. Sólo al Espíritu de Dios le compete escudriñar “hasta las profundidades de Dios” (1 Cor 2,10). El Padre y el Hijo son uno en el Espíritu, como en un amor personal, y por el Espíritu recibe también Cristo el carácter gracias al cual Él puede ser de los hombres y los hombres de Él (...) (cfr. Romano Guardini, La esencia del cristianismo, Madrid 1964, pp. 72-77). 

Terminamos con unas palabras de nuestro querido Benedicto XVI, en una de sus catequesis sobre San Pablo (del 3 de septiembre de 2008): “Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo. Ciertamente no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con san Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad. Por tanto oremos al Señor para que nos ilumine, para que nos conceda en nuestro mundo el encuentro con su presencia y para que así nos dé una fe viva, un corazón abierto, una gran caridad con todos, capaz de renovar el mundo”. 

sábado, 10 de mayo de 2014

El Buen Pastor da la vida por sus ovejas

Mañana la Iglesia celebrar el Cuarto Domingo de Pascua, el Domingo del “Buen Pastor”. Es, por tanto, una buena ocasión para reflexionar sobre la figura del buen pastor en la Iglesia, y pedir al Señor que nos conceda sacerdotes santos y fieles, que sepan identificarse plenamente con Cristo.


Veamos algunos rasgos del buen pastor, siguiendo la Liturgia de la Palabra de este Domingo.

El día de Pentecostés, Pedro pronuncia un discurso memorable. Gracias a sus palabras, ungidas por la fuerza del Espíritu, se convirtieron aquel día tres mil personas.

Pedro ejerce su ministerio de pastor y de pescador de hombres.

¿Cuáles eran los argumentos de Pedro en esa ocasión? (cfr. Primera Lectura, tomada de Hch 2, 14.36-41).

Cuando los que escuchaban preguntan a los apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?, Pedro toma la palabra y dice: «Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos».

Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: «Escapad de esta generación perversa».

El buen pastor, que sigue el ejemplo de Cristo (Buen Pastor), lleva a sus ovejas a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas. Las conduce ahí para que reparen sus fuerzas. Las guía por sendero recto. Nada temen, aunque caminen por cañadas oscuras. Su vara y su cayado les dan seguridad (cfr. Salmo 22).

El buen pastor enseña a las ovejas a soportar con paciencia todas las inclemencias del tiempo y las contrariedades de la jornada. Les hace ver que vale la pena afrontar todos los sacrificios, por amor y fidelidad al Supremo Pastor de nuestras almas, que ha cargado con nuestros pecados, curándonos con sus heridas (cfr. Segunda Lectura, tomada de 1P 2, 20b-25).

En estos tiempos, para librarnos de la generación perversa, es imprescindible distinguir al buen pastor del mercenario. El buen pastor conoce a sus ovejas, las llama por su nombre y camina delante de ellas (cfr. el Evangelio, tomado de Jn 10, 1-10).

Jesucristo es el Buen Pastor. Lo primero que hacía el Señor, durante su vida pública, es ir a lugares apartados para orar a su Padre. Muchas veces pasaba la noche en oración. Lo mismo ha de hacer quien quiera ser buen pastor en la Iglesia, cada día.

En una reunión con sacerdotes, Benedicto XVI les daba el siguiente consejo: “El tiempo que dedicamos a la oración no es un tiempo sustraído a nuestra responsabilidad pastoral, sino que es precisamente "trabajo" pastoral, es orar también por los demás. En el "Común de pastores" se lee que una de las características del buen pastor es que "multum oravit pro fratribus". Es propio del pastor ser hombre de oración, estar ante el Señor orando por los demás, sustituyendo también a los demás, que tal vez no saben orar, no quieren orar o no encuentran tiempo para orar. Así se pone de relieve que este diálogo con Dios es una actividad pastoral” (Benedicto XVI con los sacerdotes de la diócesis de Albano, 31 de agosto de 2006).

Y el 26 de mayo de 2010, en una de sus catequesis del Año Sacerdotal, decía lo siguiente sobre el oficio pastoral de los sacerdotes: “Todo Pastor, por tanto, es el medio a través del cual Cristo mismo ama a los hombres: mediante su ministerio -queridos sacerdotes- a través de nosotros el Señor reúne las almas, las instruye, las custodia, las guía. San Agustín, en su Comentario al Evangelio de san Juan, dice: “Sea por tanto compromiso de amor apacentar la grey del Señor” (123,5); ésta es la norma suprema de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como el del Buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y a los alejados (cf S. Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46, 15), delicado con los más débiles, los pequeños, los sencillos, los pecadores, para manifestar la infinita misericordia de Dios con las palabras tranquilizadoras de la esperanza (cf Id., Carta 95,1)” (Benedicto XVI, Catequesis, 26 de mayo de 2010).

Pero la característica principal del buen pastor es dar la vida por sus ovejas. Son muy elocuentes, en este sentido unas palabras de Benedicto XVI: “El misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como pastor: es el gran servicio que él nos presta a todos nosotros. Se entrega a sí mismo, y no sólo en un pasado lejano. En la sagrada Eucaristía realiza esto cada día, se da a sí mismo mediante nuestras manos, se da a nosotros. Por eso, con razón, en el centro de la vida sacerdotal está la sagrada Eucaristía, en la que el sacrificio de Jesús en la cruz está siempre realmente presente entre nosotros” (Benedicto XVI, Homilía, 15 de mayo de 2006).

En el “Domingo del Buen Pastor”, la Iglesia nos invita a rezar por las vocaciones, es decir, a rezar especialmente por todos aquellos hombres y mujeres jóvenes que han recibido la llamada de Cristo “a una entrega total a la causa del Reino”, como escribía San Juan Pablo II en una carta dirigida a los sacerdotes, el 13 de marzo de 2004, con motivo del Jueves Santo: «El sacerdote [y todo apóstol, es decir, todo bautizado] es alguien que, no obstante el paso de los años, continúa irradiando juventud y como “contagiándola” en las personas que encuentra en su camino. Su secreto reside en la “pasión” que tiene por Cristo. Como decía San Pablo: “Para mí, la vida es Cristo” (Fil 1, 21)». Es también la esperanza de ver en los demás a Cristo. Sobre todo en «los jóvenes, a los cuales Cristo sigue llamando para que sean sus amigos y para proponer a algunos la entrega total a la causa del Reino». Vendrán las vocaciones si somos más santos, más alegres, más apasionados en el apostolado. Un hombre “conquistado” por Cristo, “conquista” más fácilmente a los otros para que se decidan a compartir la misma aventura.

¿Qué significa esto que decía el Papa? Sólo tienen vocación los que reciben esa llamada a una entrega total a la causa del Reino? ¿No tiene vocación, por ejemplo, una madre de familia que quiere amar apasionadamente a Cristo, igual que la carmelita más piadosa?

Por supuesto que sí. Cada persona tiene una vocación personal y única. Cada uno hemos de preguntarnos: “qué quiere Dios para mí”. Descubrir la propia vocación es fundamental en la vida cristiana. La meta es la misma: la santidad. El camino concreto para llegar a esa meta es diferente para cada uno.

Lo que sí es importante es ser generosos para seguir el camino que el Espíritu Santo nos propone en el interior de nuestra alma, aunque comporte renuncias, que no lo serán porque Dios nunca se deja ganar en generosidad y nos da el ciento por uno si le decimos que sí, como María en la Anunciación: fiat!   



sábado, 3 de mayo de 2014

Caminar con Jesús hacia la Verdad

En el III Domingo de Pascua, la Iglesia medita sobre el encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús. Nosotros también nos uniremos a esta reflexión. Esta página del Evangelio de San Lucas (cfr. Lc 24, 13-35), nos puede sugerir muchas consideraciones que harán un gran bien a nuestra alma, si sabemos escuchar lo que el Espíritu Santo desea enseñarnos.


El mismo día de la Resurrección del Señor, dos de sus discípulos recorren el camino que había entre Jerusalén y Emaús (unos 15 kilómetros). Van cabizbajos y hablando de todo lo que habían presenciado sobre la muerte de Jesús.

Y Jesús “se acercó y caminaba con ellos, pero sus ojos estaban incapacitados para reconocerlo”. Sucede lo mismo que a las mujeres y a los apóstoles: al principio no lo reconocen.

También Jesús camina a nuestro lado. Está muy cerca da cada uno de nosotros. Nunca nos deja y se hace el encontradizo. Lo que pasa es que nosotros, a veces, no lo podemos reconocer. ¿Por qué? Porque tenemos, como los discípulos de Emaús, los ojos nublados: por la falta de fe, la visión humana, el apego a las cosas materiales, el egoísmo y la autosuficiencia.

Jesús, con gran delicadeza, interviene en su conversación y les pregunta. No avasalla, no se impone, sino que respeta y se interesa por sus pensamientos y vacilaciones. Les va tirando de la lengua para que digan todo lo que les preocupa. Es una especie de labor de catarsis, de mayéutica (como Sócrates). Lo primero que hay que hacer, para ayudar a alguien, es que sea sincero y trasparente: buscar que diga lo que siente y piensa; que manifieste con confianza sus perplejidades e inquietudes. Eso es lo que hace Jesús.

En el fondo, los discípulos de Emaús descubren que la causa de su tristeza es que esperaban que el Señor fuese quien redimiera a Israel: que fuese el Mesías. Han quedado decepcionados porque ya habían pasado tres días de su muerte y no creen en las noticias de que las mujeres lo habían visto y decían que estaba vivo.

Jesús, en este momento, les hace ver su necedad y ceguera para reconocer lo que habían anunciado los profetas. Era preciso que el Mesías padeciera antes, para poder entrar en su gloria.

Los discípulos de Emaús escuchan al Señor admirados de su sabiduría y de la verdad de todas sus palabras. Su corazón se va encendiendo. La fe crece, movida por la gracia de Dios. Y, cuando llegan al mesón de Emaús y comparten los alimentos con Jesús, al partir el pan (en la Eucaristía), se abren sus ojos y lo reconocen.

Es tal su alegría que vuelven inmediatamente a Jerusalén para contar a los apóstoles su experiencia.

Una de las lecciones que nos da esta página del Evangelio es la siguiente: para aumentar nuestra fe, y llegar a la Verdad, hemos de caminar muy cerca de Jesús, escucharle con atención y con un espíritu abierto y agradecido. Así, también se abrirán nuestros ojos y podremos conocer la verdad.

Ex umbris e imaginibus in veritate”. “Desde las sombras y las apariencias, hacia la verdad”. Estas palabras que están escritas como epitafio, en el sepulcro del Cardenal John Henry Newman, son el lema de este blog. ¿Por qué? Porque desde la oscuridad y el misterio que encierran las palabras de la Virgen, en las apariciones de nuestro tiempo, Ella nos va llevando, poco a poco, hacia la Verdad.

María, y su Hijo Jesús, desean darnos mensajes para los tiempos que vivimos y así, prepararnos también para lo que se avecina. Es impresionante la coincidencia que hay en los mensajes que recibimos de videntes de todas partes del mundo.

Especialmente en Garabandal, la Virgen dijo a las niñas muchas cosas importantes sobre el mundo y la Iglesia. Sus mensajes se centran en la necesidad de convertirnos (“ser buenos”), hacer penitencia (“muchos sacrificios”), adorar a Cristo en el Sacramento de la Eucaristía (al que “cada vez se da menos importancia”) y acogernos a su protección maternal para todo lo que ocurre en nuestra vida.

Además, Nuestra Señora anunció claramente un Aviso, un Milagro y un Castigo (si no nos arrepentimos). Estos eventos están dirigidos a buscar la conversión de los pecadores en estos Tiempos, que son los Últimos (Benedicto XVI fue el último Papa antes de comenzar los Últimos Tiempos).

Sabemos que no todos los mensajes que recibimos proceden de videntes auténticos. De ahí la importancia de pedir al Señor el don de discernimiento, y de ser prudentes y estar vigilantes.

Cada uno debe ver con qué se queda y qué deja a un lado. Y hacerlos con rectitud de conciencia y sentido de responsabilidad.

Nos parece que no es positivo tomar posturas condenatorias hacia otros hermanos nuestros porque opinan de modo diferente. Tampoco es bueno precipitarse para juzgar sobre la verdad o falsedad de determinados mensajes, sin tener todos los datos para emitir una opinión serena.

Pensamos que sí es positivo que cada uno tome lo que le sirve para edificación de su alma y de los demás, y que, con rectitud de conciencia, siga los mensajes que más le ayudan.

En este sentido, sin descalificar a ninguno de los videntes que hemos seguido hasta ahora, nos ha parecido centrarnos, en estos momentos, en los mensajes que recibe Marga, mujer casada y con hijos que vive en España y que, desde 1998, ha ido poniendo por escrito lo que Jesús y la Virgen le van diciendo.

El lector se habrá fijado que, en las entradas que hemos ido publicando en este año, es frecuente que, al final, trascribamos partes de los mensajes recibidos por Marga.

Nos parece que los dos libros que recogen sus mensajes (LibroRojo y Libro Azul) desde 1998 a 2012, son verdaderas joyas del Amor de Dios, que mueven a una vida cristiana rica y profunda.

Por esta razón hemos suprimido de la pestaña de la derecha del blog todas las referencias a otros videntes (se puede ver una lista de ellos en nuestro sitio web de Bisabuelos). No por descalificarlos, sino porque pensamos que tenemos el derecho de centrarnos en los que, podría decirse, son los “Ecos de Garabandalmás genuinos, a nuestro modo de ver: los Dictados de Jesús a Marga.

¡Que el Señor nos bendiga a todos en nuestro discernimiento hacia la Verdad, y que su Madre —que también es nuestra— nos guíe en este mes de mayo que comienza y en estos tiempos difíciles que vivimos; y nos proteja de los peligros que afrontamos, dentro de su Corazón Inmaculado!