sábado, 15 de julio de 2017

"La fuerza del silencio" (5)

El silencio no es aislamiento de los demás. Al contrario: nos une a nuestros hermanos, porque antes nos ha unido más estrechamente a Dios.


«Recogerse no es alejarse, aislarse. Es abrazar. Es re-coger en Dios a los otros y a las cosas que tenemos a nuestro alrededor» (Cita de San Josemaría Escrivá, recogida por el cardenal Julián Herranz, Atajos del silencio).

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Sin Dios somos demasiado pobres

En 1969, Angelo Comastri, hoy cardenal arcipreste de la Basílica de San Pedro en Roma, era un joven sacerdote que quería ver a toda cosa a la Madre Teresa. Tanto insistió que logró su propósito. Le pidió a la santa que rezara por él. La Madre Teresa le preguntó cuánto tiempo dedicaba al día a la oración. La Misa, el breviario, el rosario. Santa Teresa de Calcuta le dijo: “Mo basta con eso, hijo mío. No basta con eso, porque el amor no puede reducirse al mínimo indispensable: ¡el amor exige el máximo! Luego el sacerdote reveló el propósito principal de su entrevista con ella: preguntarle qué actos de caridad hacía. El rostro de la santa se puso serio: “¿Cree usted que yo podría vivir la caridad si no le pidiera a Jesús que llene mi corazón de su amor? (…) Lea atentamente el evangelio y verá como también Jesús, por la oración, sacrificaba la caridad. ¿Y sabe por qué? Para enseñarnos que sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobre” (FS, pp. 52-53).

¡Cuántas veces, en nuestra época, se habla mucho de la importancia de la caridad hacia nuestros hermanos, sino hacer el suficiente énfasis en que, esa caridad, debe necesariamente proceder de una vida interior profunda! Esto es algo fundamental para todos los que deseamos poner en práctica el Mandamiento Nuevo del Amor, que nos dejó el Señor en la Última Cena. Lo primero es la oración, precisamente para que nuestra caridad sea auténtica. La primera obligación es amar a Dios con todo nuestro corazón, y aprendemos a amarlo en la oración (particularmente en la meditación de la Palabra de Dios y en la vida sacramental). De ahí sacaremos la fuerza silenciosa para entregarnos a los demás.

Silencio y caridad

“El silencio de la vida diaria es condición indispensable para vivir con los demás. Sin capacidad de silencio es imposible que el hombre entienda su propio entorno, que lo ame y lo asuma. La caridad nace del silencio. Nace de un corazón silencioso capaz de escuchar, de comprender y acoger. El silencio es una condición de la alteridad y una necesidad para entenderse a uno mismo. Sin silencio no hay descanso, ni serenidad, ni vida interior. El silencio es amistad y amor, es armonía interior y paz. El silencio y la paz laten con un solo corazón” (FS, p. 36).

El silencio nos conduce hacia Dios y hacia los demás

“El silencio cuesta, pero hace al hombre capaz de dejarse guiar por Dios. Del silencio nace el silencio. A través del Dios silencioso podemos acceder al silencio Y el hombre no deja de sorprenderse de la luz que brilla entonces. El silencio es más importante que cualquier otra obra humana. Porque manifiesta a Dios. La verdadera revolución procede del silencio: nos conduce hacia Dios y hacia los demás para ponernos humilde y generosamente a su servicio” (FS, p. 20).

Muchas veces, en nuestro mundo, pensamos que hacemos más agradable la vida a los demás con la fiesta y el ruido. El silencio se desprecia como algo que produce aburrimiento. La razón de esto es que los hombres nos hemos acostumbrado a considerar que los verdaderos valores tienen que ver con la exterioridad. No sabemos ir más allá de lo que ven nuestros ojos o perciben nuestros oídos.

La Madre Teresa de Calcuta aconsejaba amar el silencio: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz».

Ella (la Madre Teresa de Calcuta) sabía que en la raíz de la unión con Dios estaba el silencio, ya que Dios era el «amigo del silencio». Decía: “Necesitamos silencio para estar a solas con Dios, para hablar con él, para escucharle, para sopesar sus palabras en lo más hondo de nuestro corazón. Necesitamos estar a solas y en silencio con Dios para sentirnos renovadas y transformadas. El silencio nos da una nueva visión de la vida. En él nos sentimos llenas de la energía del propio Dios, que hace que lo hagamos todo con alegría”.



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