Continuamos
reproduciendo algunos textos el libro “La fuerza del silencio”, del Cardenal Robert Sarah.
En esta
ocasión recogemos algunas frases suyas que nos ayudan a comprender cómo el dolor, la enfermedad y la muerte son
acontecimientos valiosísimos en la vida de cualquier hombre, porque nos facilitan descubrir el silencio de Dios.
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Silencio frente
al dolor y la muerte
“La llave
del tesoro no es el tesoro. Pero, si entregamos la llave, entregamos el tesoro.
La Cruz es una llave especialmente
valiosa, aun cuando parezca una locura, un motivo de burla, un escándalo:
repugna a nuestra mentalidad y a nuestra búsqueda
de soluciones fáciles. Nos gustaría ser felices y vivir en un mundo de paz
sin pagar ningún precio a cambio. La Cruz es un misterio asombroso. Es un signo de amor infinito de Cristo por
nosotros” (FS, p. 182). Y, a continuación, cita un texto de san León Magno: “Al
ser levantado, amadísimos, Cristo en la
Cruz, no os limitéis a ver en Él lo único que veían los impíos (…). Nuestra
alma, iluminada por el Espíritu de
verdad, recibe con libertad y pureza
de corazón la gloria que la Cruz irradia en el Cielo y en la tierra” (FS,
p. 182).
“La enfermedad es una manifestación del misterioso silencio de Dios, un
silencio amable y cercano al sufrimiento humano. La enfermedad hace escalar al
hombre los distintos grados del ser. Le
desvela su propio misterio ayudándole a entrar en sí mismo para encontrar
allí mismo a Dios, que está en lo más íntimo de su alma” (FS, pp. 201-202).
“La enfermedad está intrínsecamente ligada a la eternidad. Los verdaderos hombres de
Dios no tienen miedo a la muerte porque esperan el Cielo” (FS, p. 204).
“El lenguaje del sufrimiento y el silencio
es distinto del lenguaje del mundo. Ante el dolor vemos dibujarse dos caminos diametralmente opuestos: la
noble vía del silencio y el surco peligroso de la rebelión, es decir, el camino
del amor de Dios y el del amor a uno mismo” (FS, p. 206).
“La civilización postmoderna niega la
muerte, la suscita y, paradójicamente, no cesa de exaltarla. El asesinato de
Dios permite a la muerte seguir rondando siempre, porque la esperanza ha desaparecido del horizonte de los hombres” (FS, p.
208).
“No quiero dejar de recordar que la muerte
es un momento difícil que provoca un
desasosiego natural en los vivos. Las lágrimas, por su parte, son la
manifestación de un silencio auténtico (FS, p. 208).
“El interrogante de la muerte sólo se puede
entender de verdad en el silencio de la
oración” (FS, p. 208).
“La continuidad de la relación entre los
muertos y los vivos existe únicamente en
el silencio. La inseparabilidad del mundo de la vida del de la muerte se
hace realidad en el silencio y en una relación que trasciende los cuerpos. Pese
a la ausencia física del cuerpo, la relación con nuestros difuntos es
indestructible, real y tangible, porque su
cariño está profundamente grabado en nuestros corazones” (FS, pp. 208-209).
“La muerte es el silencio del misterio, el silencio de Dios y el silencio de la
vida. ¿Cómo pueden los cristianos alimentar su silencio? La respuesta
definitiva la ofrece Cristo en la Cruz, donde encuentran a un Dios que sufre y
muere. Pero la victoria de Cristo es la fuente
de la esperanza y del silencio, tan inmenso es el don de Dios” (FS, p. 209).
“El hombre
materialista quiere hacer de la vida una gran fiesta, un tiempo para gozar
de todos los placeres, un disfrute compulsivo. Después, lo más tarde posible,
aparece la muerte para detener esa carrera y abocar al vacío. Ya no hay nada.
Esos hombres se mueven como animales, sin
alma y sin esperanza” (FS, p. 210).
“La agonía y la muerte son siempre un dolor intenso y profundo. Pero la
actitud silenciosa es la mejor manera cristiana de recibir la muerte. La Virgen
María permanece de pie, en silencio, al pie de la Cruz de su Hijo” (FS, p.
213).
“El instante que abre la puerta a un
encuentro que nos dejará ver a Dios, como afirmaba con tanta fuerza el Testamento
de Job, es el silencio más hermoso
de la vida en la tierra. Pero no es nada al lado del silencio del Cielo”
(FS, p. 213).
“Nada de lo que hace Dios hace ruido. Nada
es violento: todo es delicadeza, pureza
y silencio” (FS, p. 213).
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