El silencio no es aislamiento de los
demás. Al contrario: nos une a nuestros
hermanos, porque antes nos ha unido más estrechamente a Dios.
«Recogerse no es alejarse,
aislarse. Es abrazar. Es re-coger en Dios a los otros y a las cosas que tenemos
a nuestro alrededor» (Cita de San Josemaría Escrivá, recogida por el cardenal Julián
Herranz, Atajos del silencio).
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Sin Dios somos
demasiado pobres
En 1969, Angelo Comastri, hoy cardenal
arcipreste de la Basílica de San Pedro en Roma, era un joven sacerdote que
quería ver a toda cosa a la Madre Teresa.
Tanto insistió que logró su propósito. Le pidió a la santa que rezara por él.
La Madre Teresa le preguntó cuánto tiempo dedicaba al día a la oración. La
Misa, el breviario, el rosario. Santa Teresa de Calcuta le dijo: “Mo basta con
eso, hijo mío. No basta con eso, porque el
amor no puede reducirse al mínimo indispensable: ¡el amor exige el máximo!
Luego el sacerdote reveló el propósito principal de su entrevista con ella:
preguntarle qué actos de caridad hacía. El rostro de la santa se puso serio:
“¿Cree usted que yo podría vivir la caridad si no le pidiera a Jesús que llene
mi corazón de su amor? (…) Lea atentamente el evangelio y verá como también
Jesús, por la oración, sacrificaba la caridad. ¿Y sabe por qué? Para enseñarnos
que sin Dios somos demasiado pobres
para ayudar a los pobre” (FS, pp. 52-53).
¡Cuántas
veces, en nuestra época, se habla mucho de la importancia de la caridad hacia nuestros hermanos, sino
hacer el suficiente énfasis en que, esa caridad, debe necesariamente proceder de una vida interior profunda! Esto es
algo fundamental para todos los que deseamos poner en práctica el Mandamiento Nuevo del Amor, que nos
dejó el Señor en la Última Cena. Lo primero es la oración, precisamente para
que nuestra caridad sea auténtica. La primera obligación es amar a Dios con todo nuestro corazón, y
aprendemos a amarlo en la oración (particularmente en la meditación de la
Palabra de Dios y en la vida sacramental). De ahí sacaremos la fuerza silenciosa
para entregarnos a los demás.
Silencio y caridad
“El silencio de la vida diaria es condición indispensable para vivir con los
demás. Sin capacidad de silencio es imposible que el hombre entienda su
propio entorno, que lo ame y lo asuma. La
caridad nace del silencio. Nace de un corazón silencioso capaz de escuchar,
de comprender y acoger. El silencio es una condición de la alteridad y una
necesidad para entenderse a uno mismo. Sin silencio no hay descanso, ni
serenidad, ni vida interior. El silencio es amistad y amor, es armonía interior
y paz. El silencio y la paz laten con un
solo corazón” (FS, p. 36).
El silencio nos
conduce hacia Dios y hacia los demás
“El
silencio cuesta, pero hace al hombre capaz
de dejarse guiar por Dios. Del silencio nace el silencio. A través del Dios
silencioso podemos acceder al silencio Y el hombre no deja de sorprenderse de
la luz que brilla entonces. El silencio es más importante que cualquier otra
obra humana. Porque manifiesta a Dios. La verdadera revolución procede del
silencio: nos conduce hacia Dios y hacia
los demás para ponernos humilde y generosamente a su servicio” (FS, p. 20).
Muchas veces, en nuestro mundo, pensamos que
hacemos más agradable la vida a los demás con la fiesta y el ruido. El silencio se desprecia como algo que
produce aburrimiento. La razón de esto es que los hombres nos hemos
acostumbrado a considerar que los verdaderos valores tienen que ver con la exterioridad. No sabemos ir más allá de lo
que ven nuestros ojos o perciben nuestros oídos.
La Madre
Teresa de Calcuta aconsejaba amar el
silencio: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es
la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto
del servicio es la paz».
Ella (la Madre Teresa de Calcuta) sabía que
en la raíz de la unión con Dios estaba el silencio, ya que Dios era el
«amigo del silencio». Decía: “Necesitamos silencio para estar a solas con
Dios, para hablar con él, para escucharle, para sopesar sus palabras en lo más
hondo de nuestro corazón. Necesitamos estar a solas y en silencio con Dios
para sentirnos renovadas y transformadas. El silencio nos da una nueva visión de la vida. En él nos sentimos llenas de la
energía del propio Dios, que hace que lo hagamos todo con alegría”.
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