Aunque Santo Tomás
de Aquino trata sobre el don de sabiduría en cuarto lugar, este don del
Espíritu Santo es el más excelso de todos. Se relaciona con la virtud de la
caridad.
EL DON DE
SABIDURÍA
(S. Th. II-II. q.
45)
Viene a continuación el tema del don de
sabiduría, que corresponde a la caridad. Primero, la sabiduría misma; en
segundo lugar, el vicio opuesto.
Sobre lo primero se formulan seis
preguntas:
- -La sabiduría, ¿debe contarse entre los dones del Espíritu Santo?
- -¿En dónde radica como sujeto?
- -La sabiduría, ¿es solamente especulativa o también práctica?
- -Si la sabiduría, que es don, es compatible con el pecado mortal.
- -¿Se da en todos los que tienen gracia santificante?
- -¿Qué bienaventuranza le corresponde?
ARTÍCULO 1
¿Debe contarse la sabiduría entre los
dones del Espíritu Santo?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de
Isaías, que dice: Reposará sobre Él el Espíritu del Señor, Espíritu de
sabiduría y de entendimiento (Is 11, 2).
Respondo: Según el Filósofo, en el comienzo
de los Metafísicas, incumbe al sabio considerar la causa suprema por la cual
juzga ciertísimamente de todo, y todo debe ordenarse según ella. Ahora bien, la
causa suprema se puede tomar en doble sentido: absolutamente y en un
determinado género. Por tanto, quien conoce la causa suprema en un determinado
género, y puede, gracias a ella, juzgar y ordenar cuanto pertenece a ese
género, se dice de él que es sabio en ese género; es el caso, por ejemplo, de
la medicina o de la arquitectura, conforme a lo que escribe el Apóstol: Como
sabio arquitecto, puse los cimientos (1Co 3, 10). Mas quien conoce de manera
absoluta la causa, que es Dios, se considera sabio en absoluto, por cuanto
puede juzgar y ordenar todo por las reglas divinas. Pues bien, el hombre
alcanza ese tipo de juicio por el Espíritu Santo, a tenor de lo que escribe el
Apóstol: El espiritual lo juzga todo (1Co 2, 15), porque, como afirma allí
mismo (v.10), El Espíritu lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.
Resulta, pues, evidente que la sabiduría es don del Espíritu Santo.
ARTÍCULO 2
¿Radica la sabiduría en el
entendimiento?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de San
Gregorio en II Moral., diciendo que la sabiduría es lo contrario de la necedad.
Pero la necedad radica en el entendimiento. Por lo tanto, también la sabiduría.
Respondo: Como ya hemos expuesto (a.1; q.8
a.6), la sabiduría implica rectitud de juicio según razones divinas. Pero esta
rectitud de juicio puede darse de dos maneras: la primera, por el uso perfecto
de la razón; la segunda, por cierta connaturalidad con las cosas que hay que
juzgar. Así, por ejemplo, en el plano de la castidad, juzga rectamente
inquiriendo la verdad, la razón de quien aprende la ciencia moral; juzga, en
cambio, por cierta connaturalidad con ella el que tiene el hábito de la
castidad. Así, pues, tener juicio recto sobre las cosas divinas por inquisición
de la razón incumbe a la sabiduría en cuanto virtud natural; tener, en cambio,
juicio recto sobre ellas por cierta connaturalidad con las mismas proviene de
la sabiduría en cuanto don del Espíritu Santo. Así, Dionisio, hablando de
Hieroteo en el c.2 De div. nom., dice que es perfecto en las cosas divinas no
sólo conociéndolas, sino también experimentándolas. Y esa compenetración o
connaturalidad con las cosas divinas proviene de la caridad que nos une con
Dios, conforme al testimonio del Apóstol: Quien se une a Dios, se hace un solo
espíritu con El (1Co 6, 7). Así, pues, la sabiduría, como don, tiene su causa
en la voluntad, es decir, la caridad; su esencia, empero, radica en el
entendimiento, cuyo acto es juzgar rectamente, como ya hemos explicado (1 q.79
a.3).
ARTÍCULO 3
La sabiduría, ¿es solamente especulativa
o también práctica?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio del Apóstol:
Conversad con sabiduría con los de fuera (Col 4, 5). Eso es acción. Luego la
sabiduría es no sólo especulativa, sino también práctica.
Respondo: Según afirma San Agustín en XII
De Trin., la parte superior de la razón está destinada a la sabiduría, y la
inferior, a la ciencia. Pero la razón superior, como escribe también en el
mismo libro, dirige su atención a las razones supremas, es decir, las divinas,
y busca examinarlas y consultarlas. Examinarlas, en cuanto contempla en ellas
lo divino; consultarlas, en cambio, en cuanto que juzga lo humano por lo
divino, dirigiendo las acciones humanas con reglas divinas. Así, pues, la
sabiduría, en cuanto don, es no sólo especulativa, sino también práctica.
ARTÍCULO 4
¿Puede la sabiduría, sin la gracia, coexistir
con el pecado?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de lo que
leemos en la Escritura: No entrará la sabiduría en el alma malévola ni morará
en cuerpo sujeto a pecados (Sab1, 4).
Respondo: Según hemos expuesto (a.2 et 3),
la sabiduría, que es don del Espíritu Santo, permite juzgar rectamente las
cosas divinas, y las demás cosas en conformidad con las razones divinas, en
virtud de cierta connaturalidad o unión con lo divino. Esto, como hemos visto,
es efecto de la caridad. Por eso la sabiduría de que hablamos presupone la
caridad, y la caridad no coexiste con el pecado mortal, como hemos expuesto
(q.24 a.12). En consecuencia, tampoco la sabiduría de que hablamos puede
coexistir con el pecado mortal.
ARTÍCULO 5
¿Se da la sabiduría en todos los que
tienen la gracia?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el hecho de que quien
está sin pecado mortal es amado por Dios porque tiene la gracia con que ama a
Dios; y Dios ama a quienes le aman, según el testimonio de la Escritura (Pr 8,
17). Ahora bien, vemos igualmente en la Escritura que Dios no ama a nadie que
no cohabite con la sabiduría (Sab7, 28). En consecuencia, la sabiduría se da en
cuantos están en estado de gracia y no tienen pecado mortal.
Respondo: Como hemos expuesto (a.1 et 3),
la sabiduría de que hablamos implica rectitud de juicio en lo que concierne a
las cosas divinas que hay que contemplar y consultar. Desde esa doble perspectiva
hay grados diferentes de sabiduría, según los modos de unión con Dios. En
efecto, hay quienes tienen tanta rectitud de juicio cuanta es necesaria para la
salvación, lo mismo en la contemplación de lo divino que en la ordenación de lo
humano según las reglas divinas. Esta sabiduría no le falta a nadie que esté,
por la gracia, sin pecado mortal, porque, si la naturaleza no falta en lo
necesario, mucho menos la gracia. Por eso se ha escrito: La unción os enseñará
en todo (1Jn 2, 27).
Pero algunos reciben la sabiduría en grado
más eminente, no sólo en la contemplación de lo divino, en la medida en que
penetran los misterios más profundos y los pueden manifestar a los demás, sino
también en cuanto a la dirección de lo humano según las reglas divinas, en la
medida en que son capaces de ordenarse a sí mismos y ordenar a los demás. Este
grado de sabiduría no es común a cuantos tienen la gracia santificante, pues
pertenece más bien a la gracia gratis data que el Espíritu Santo distribuye
como quiere, a tenor de lo escrito por el Apóstol: A otro se da por el Espíritu
palabra de sabiduría (1Co 12, 8 ss).
ARTÍCULO 6
¿Corresponde al don de sabiduría la
séptima bienaventuranza?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de San
Agustín en el libro De Serm. Dom. in Monte: La sabiduría es propia de los
pacíficos, en quienes no se dan movimientos de rebelión, sino de obediencia a
la razón.
Respondo: La séptima bienaventuranza se
adapta de manera conveniente a la sabiduría lo mismo en cuanto al mérito que en
cuanto al premio. En efecto, en cuanto al mérito está expresado en las palabras
bienaventurados los pacíficos, y así son llamados los forjadores de la paz
tanto en sí mismos como en los demás. Ahora bien, hacer la paz es volver las
cosas al orden debido, ya que la paz, en expresión de San Agustín en XIX De
civ. Dei, es la tranquilidad del orden, y dado que crear el orden compete a la
sabiduría, como dice el Filósofo en el principio de los Metafísicas, síguese de
ello que el ser pacífico se atribuye de manera adecuada a la sabiduría.
Al premio, en cambio, corresponde lo que
dicen las palabras serán llamados hijos de Dios. Algunos, en efecto, son
llamados hijos de Dios en cuanto participan de la semejanza del Hijo unigénito
y natural, según el testimonio del Apóstol: A quienes de antemano conoció, a
ésos predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo (Rm 8, 29), que es la
Sabiduría engendrada. Por eso, recibiendo el don de sabiduría, alcanza el hombre
la filiación con Dios.
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