Santo Tomás de Aquino trata sobre el
don de consejo en quinto lugar, después de los dones de entendimiento,
ciencia, temor y sabiduría.
EL DON DE CONSEJO
(S. Th. II-II. q. 52)
Viene a continuación el tema del don de
consejo, correspondiente a la prudencia. Sobre ello se formulan cuatro
preguntas:
- El consejo, ¿debe incluirse entre los siete dones del Espíritu Santo?
- El don de consejo, ¿corresponde a la virtud de la prudencia?
- El don de consejo, ¿permanece en el cielo?
- Al don de consejo, ¿corresponde la bienaventuranza bienaventurados los misericordiosos?
ARTÍCULO 1
¿Debe incluirse entre los siete dones
del Espíritu Santo el don de consejo?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de la
Escritura: Reposará sobre él el espíritu de consejo y de fortaleza (Is 11, 2).
Respondo: Los dones del Espíritu Santo, como
queda expuesto (1-2 q.68 a.1), son disposiciones que hacen al alma apta para
ser movida por el Espíritu Santo. Ahora bien, Dios mueve a cada criatura según
su modo propio de moverse. En expresión de San Agustín en VIII De Gen. ad
Litt., mueve a la criatura corpórea a través del tiempo y del lugar: a la
criatura espiritual, en cambio, a través del tiempo, no del lugar. Pero lo
propio de la criatura racional es moverse a la acción a través de la indagación
de la razón, y a esa indagación la llamamos consejo. En consecuencia, el
Espíritu Santo mueve a la criatura racional por medio del consejo, y por eso
está incluido entre los dones del Espíritu Santo.
ARTÍCULO 2
¿Responde el don de consejo a la virtud
de la prudencia?
Contra esto [es decir, contra las objeciones
que se oponen a la tesis del artículo]: está el hecho de que el don de consejo
versa sobre los medios para el fin. Ahora bien, la prudencia versa también
sobre los medios. Luego se corresponden mutuamente.
Respondo: El principio inferior del movimiento
es ayudado y perfeccionado por el principio superior, como el cuerpo es movido
por el alma. Ahora bien, resulta evidente que la rectitud de la razón humana se
relaciona con la razón divina en la línea de relación de movimiento entre el
inferior y el superior, ya que la razón divina es la regla suprema de toda
rectitud humana. De ahí que la prudencia, que implica rectitud de la razón, es
perfeccionada y ayudada al máximo en cuanto es regulada y movida por el
Espíritu Santo, y esto es propio del don de consejo, como ya hemos dicho (a.1
ad 1). En consecuencia, el don de consejo corresponde a la prudencia ayudándola
y perfeccionándola.
ARTÍCULO 3
¿Permanece en el cielo el don de
consejo?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de San
Gregorio en XVII Moral. : Cuando llegan al Consejo del tribunal del cielo las
culpas o la justicia de cada pueblo, aparece si el que ha sido puesto al frente
de él ha obtenido el triunfo en la lucha o no lo ha obtenido.
Respondo: Como queda dicho (a1; 1-2 q.68
a1), los dones del Espíritu Santo se ordenan a que la criatura racional sea
movida por Dios. Ahora bien, en la moción del alma por Dios hay que distinguir
dos cosas. Primera, que la disposición del móvil es distinta mientras está en
movimiento que cuando ha llegado a su término. En efecto, cuando el motor es
sólo principio de movimiento, al cesar éste cesa también la acción sobre el
móvil, una vez que llegó al término: cuando la casa está terminada ya no se
continúa edificando. Mas cuando el motor, además del movimiento, causa también
la forma a la que llega el móvil, su acción no termina cuando éste alcanza su
forma: el sol continúa iluminando la atmósfera aun después de ser ésta
iluminada. Pues bien, Dios causa en nosotros tanto la virtud como el
conocimiento, no sólo para adquirirlos, sino también para perseverar en ellos.
Así, en los bienaventurados Dios sigue dando el conocimiento de las acciones,
no en el sentido de que antes lo ignoraran, sino en el de que les conserva en
el cielo el conocimiento de lo que debe hacerse. Hay, sin embargo, cosas que
los bienaventurados, sean ángeles, sean hombres, no conocen. Se trata de cosas
que no pertenecen a la esencia de la bienaventuranza, sino al gobierno de las
cosas según los planes de la providencia divina. También en este caso es
menester considerar que la inteligencia de los bienaventurados y la de los
viadores es movida por Dios de manera distinta. En efecto, la de los viadores
es movida en el plano de las cosas prácticas, calmándoles la ansiedad de la
duda que había antes en ellos; en los bienaventurados, en cambio, se da simple
ignorancia de lo que no conocen, de la cual son purificados incluso los
ángeles, según Dionisio en el c.6 De eccl. hier.; pero no precede en ellos la
indagación, que implica duda, sino simple conversión hacia Dios. Tal es el
sentido de la expresión consultar a Dios, de que habla San Agustín en V De Gen.
ad litt., al escribir que los ángeles consultan a Dios sobre las cosas inferiores.
Según eso, existe el don de consejo en los bienaventurados en cuanto que, por
la acción de Dios, continúa en ellos el conocimiento de lo que saben y en
cuanto que son iluminados para conocer lo que ignoran sobre el orden práctico.
ARTÍCULO 4
¿Le corresponde al don de consejo la
quinta bienaventuranza, la de la misericordia?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de San
Agustín en el libro De Serm. Dom. in Monte : El consejo es propio de los
misericordiosos, porque el único remedio para librarse de tantos males es
perdonar y dar a los demás.
Respondo: El consejo se ocupa propiamente
de las cosas útiles para el fin. Por eso al consejo deben corresponder de modo
especial las cosas más útiles para el fin. Entre ellas está la misericordia, a
tenor de las palabras del Apóstol: La piedad es útil para todo (1Tm 4, 8). Por
eso la bienaventuranza de la misericordia debe corresponder de manera especial
al don de consejo, no como eficiente del mismo, sino como dirigente.
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