La Oración Colecta este próximo domingo (8° de tiempo ordinario) es un
canto de esperanza en la Providencia de
Dios: “Concédenos, Señor,
que tu poder pacificador dirija el curso de los acontecimientos del mundo y que
tu Iglesia se regocije al poder servirte con tranquilidad”.
A un primer observador, sin fe, o con poca fe, le podría parecer esta
oración demasiado optimista y poco real.
Los acontecimientos del mundo no son precisamente muy halagüeños. Hay guerras, injusticias e incertidumbres
en todo el mundo. Las perspectivas para los hombres de nuestra época son
más bien oscuras.
Por otra parte, en la Iglesia
tampoco hay paz. Más bien hay división y luchas en las más altas esferas de
la Iglesia. La situación de la Iglesia es muy difícil: ¡se ve la falta de
unidad!
Por eso, es natural que nuestra
oración por la Iglesia y por el Papa ocupe el primer lugar de nuestras
intenciones en estos momentos.
Sin embargo, la liturgia nos invita a la esperanza: a pedir a Dios que su poder pacificador
dirija el curso de los acontecimientos del mundo y que en la Iglesia
podamos servirle con tranquilidad.
La paz, según santo Tomás de Aquino (que toma la idea de san Agustín y
de los antiguos autores romanos) es “la
tranquilidad en el orden”. Todos deseamos la paz, la tranquilidad y el
orden.
Pero, ¿es realista tener esperanza, en estos momentos, de que la paz
es posible? ¿No es un poco, o bastante utópica esta petición?; ¿no son nuestras
expectativas demasiado infundadas?
A veces parece que Dios no
escucha nuestras plegarias. A veces parece que, o que quiere Dios el caos,
la falta de claridad, la zozobra de los hombres.
“El Señor me ha abandonado, el Señor me tiene en el olvido” (cfr. Is 49,
14-15; Primera Lectura de la Misa).
Pero no es así. Dios es Padre y Madre.
“¿Puede acaso una madre olvidarse de su creatura
hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera
una madre que se olvidara, yo nunca
me olvidaré de ti”, dice el Señor todopoderoso” (Ibidem).
Él sabe cómo conseguir que, al
final, sea todo para su gloria y para nuestro bien. Ese “al final” no
significa que haya que esperar, de modo absoluto, al fin de los tiempos. Es
verdad que en ese momento histórico se
dará el triunfo definitivo del bien sobre el mal, el triunfo definitivo de
Jesucristo, para quien todo el honor, el poder y la gloria. Pero también es
verdad que ya ahora podemos ver la
acción de Dios en nuestra vida, en la Iglesia y en el mundo, si tenemos una
mirada de fe.
La fe de los pequeños ve más allá de lo que se puede ver con la simple
razón humana. Dios se ocupa hasta de los
más mínimos detalles de sus hijos.
Dios quiere que deseemos la paz y la tranquilidad para el mundo y para
la Iglesia. Pedir estos bienes, insistentemente, es una manera de desear que se cumpla la voluntad de Dios, que se
lleve a cabo plenamente su designio redentor.
Por eso la Iglesia nos invita, justo antes de comenzar el itinerario cuaresmal —el próximo miércoles—, a
clarificar nuestra mirada con la oración, el ayuno y la limosna, de modo que
podamos, ya ahora, participar con alegría y confianza del Misterio Pascual de
Cristo.
“Sólo en Dios he puesto mi confianza, porque de él vendrá el bien que espero.
Él es mi refugio y mi defensa, ya nada me inquietará. Sólo Dios es mi
esperanza, mi confianza es el Señor: es mi baluarte y firmeza, es mi Dios y
salvador. De Dios viene mi salvación y
mi gloria; él es mi roca firme y mi refugio” (Salmo responsorial. Del salmo
61, 2-3. 6-7. 8-9ab).
Esto no es “providencialismo”. Es fe sólida. Podemos estar
seguros de que todo lo que sucede en el mundo, incluido el mal, es parte del
plan de Dios, porque Él saca de los
males bienes y de los grandes males grandes bienes.
Lo cual no significa que nos
desentendamos del curso del mundo. Cada uno, donde Dios nos ha colocado,
somos responsables de buscar la construcción de la paz y del orden. Alrededor
nuestro tenemos el campo de acción para
construir y sembrar la verdad y el bien. En este mundo tan dividido,
podemos crear corrientes de unidad y de amor.
La Cuaresma es un tiempo
especialmente propicio para convertirnos y, de esta manera, ayudar a la conversión y transformación del mundo y
de la Iglesia. Todo empieza por uno mismo, como dice san Josemaría Escrivá de
Balaguer: “De que tú y yo nos portemos
como Dios quiere —no lo olvides—dependen muchas cosas grandes” (Camino
755).
“Hermanos: Procuren que todos nos consideren como
servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo
que se busca en un administrador es que
sea fiel” (cfr. 1 Co 4, 1-5; Segunda Lectura de la Misa)”.
Lo que Dios nos pide es que
seamos fieles, de cara a Él, sin respetos humanos, sin mirar a la derecha o
a la izquierda: “puesta la mirada en el autor y consumador de nuestra fe” (Heb
12, 2). Sin juzgar antes de tiempo, sino esperando
la Segunda Venida de Cristo.
“Entonces él sacará a la luz lo que está oculto en
las tinieblas, pondrá al descubierto las
intenciones del corazón y dará a cada uno la alabanza que merezca” (ibídem).
El Señor no quiere que nos “preocupemos”
por “lo mal que está el mundo y la Iglesia”, sino que nos “ocupemos” en la tarea de nuestra santificación y de la salvación de
las almas. Los que se “preocupan” por el alimento y el vestido (es decir, las
cosas materiales) y se inquietan y desviven por lo pasajero y caduco tienen
poca fe y no conocen a Dios (cfr. Mt 6, 24-24; Evangelio de la Misa).
Dios sabe muy bien de todo lo
que tenemos necesidad, pero nos pide que busquemos primero el Reino de Dios
y su justicia. Él se encargará de cuidarnos en todo lo demás (Ibidem).
Y el último consejo que nos
da la Liturgia de la Palabra de mañana es esencial:
“No se preocupen por el día de mañana, porque el
día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas (Ibidem)”.
¡Qué sabio es “vivir al día”!
“Pórtate bien "ahora", sin acordarte de "ayer", que ya pasó, y sin
preocuparte de "mañana", que no sabes si llegará para ti” (Camino
253).
“¡Ahora!
Vuelve a tu vida noble ahora. —No te dejes engañar: "ahora" no es
demasiado pronto... ni demasiado tarde” (Camino 254).
Nuestra Señora, que conservaba todo dentro de su corazón (cfr. Lc 2,
51), nos enseñará a confiar en la
Providencia de Dios y a valorar rectamente los sucesos de esta vida, en el
mundo y en la Iglesia.
Más pruebas de la ilegitimidad de Francisco: http://www.ultimostiempos.org/7-noticias/201-carta
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