Las lecturas de la Misa de este domingo XXX durante el año (Ciclo B) nos dan pie para profundizar en en el significado de una palabra que actualmente se utiliza poco, pero que siempre ha
tenido una gran importancia en la vida cristiana: la palabra “salvación”.
En la Primera Lectura, el profeta Jeremías (cfr. Jer 31,
7-9) se hace eco de la invitación del Señor a su Pueblo: “proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado
al resto de Israel!” (Jer 31, 7). Y en el Evangelio de la Misa, leeremos
mañana el relato que hace Marcos de la curación
del ciego de nacimiento, Bartimeo. Jesús nos salva de la ceguera y la
oscuridad y nos concede la visión nueva y la luz de la fe.
Antes, había la conciencia, entre los cristianos (también,
fuertemente, entre los católicos) que lo
único importante en la vida es conseguir “la salvación”: salvarse uno mismo
y procurar colaborar en la salvación de muchos hermanos nuestros: cuantos más,
mejor.
Es verdad que esta expresión podría tener una connotación reductiva: salvarse del
infierno, salvarse de la condenación eterna. Pero, los que comprendían mejor su
significado, buscaban algo más: salvarse
del pecado para poder vivir en Cristo y así estar preparados para salvarse
definitivamente e ir al Cielo, a la Vida eterna, después de la muerte.
Las palabras de Cristo estaban profundamente grabadas en la
conciencia cristiana: “De qué sirve al
hombre ganar el mundo si pierde su alma” (Mt 16, 26).
Todos sabían, al mismo tiempo, que para salvarse había que
estar en gracia y no morir en pecado mortal. Y, como no sabemos cuándo llegará
el momento de la muerte, hay que procurar estar
siempre en gracia.
Siempre se ha entendido que Cristo ha venido al mundo a salvarnos del pecado, de la muerte eterna y del demonio. Cristo es Nuestro Salvador, y tenemos absoluta necesidad de acudir a Él en estos momentos de la historia en que abunda el pecado, muchos hombres están en peligro de perder la vida eterna y el maligno está más activo que nunca, como león rugiente buscando qué presa devorar. Sobre este último punto, vale la pena leer una de las intervenciones del Cardenal Robert Sarah en el Sínodo de Obispos en la que señala el indudable origen demoniaco de las masacres islámicas de ISIS y las exigencias libertarias de la ideología de genero.
Siempre se ha entendido que Cristo ha venido al mundo a salvarnos del pecado, de la muerte eterna y del demonio. Cristo es Nuestro Salvador, y tenemos absoluta necesidad de acudir a Él en estos momentos de la historia en que abunda el pecado, muchos hombres están en peligro de perder la vida eterna y el maligno está más activo que nunca, como león rugiente buscando qué presa devorar. Sobre este último punto, vale la pena leer una de las intervenciones del Cardenal Robert Sarah en el Sínodo de Obispos en la que señala el indudable origen demoniaco de las masacres islámicas de ISIS y las exigencias libertarias de la ideología de genero.
La palabra “salvación” es
sinónima de “santificación”. Pero esta última tiene un significado más positivo: no sólo hay que salvarse de las llamas
del infierno. Se añade algo más: no
se trata sólo de salvarse (si se entiende esta palabra con un significado
minimalista), sino de ser santos (perfectos en el Amor). Dios nos ha creado para que seamos santos, a todos los hombres
(cfr. Ef 4, 1): desea nuestra santificación. Es decir, desea que participemos
en su Amor por toda la eternidad.
La salvación no es obra de nuestras fuerzas. Aunque es
importante y necesario que cada uno colaboremos para alcanzar esa meta, la
salvación de nuestras almas es obra de
la gracia: es obra de Dios.
Dios es quien nos salva de la muerte, del pecado y del
demonio. Dios es quien nos santifica. Esta tarea se atribuye especialmente al Espíritu Santo, el Santificador.
Salvan la verdad y la fe (cfr. Encíclica Veritatis splendor de san Juan Pablo II). Salva la esperanza (cfr. Encíclica Spe salvi de Benedicto XVI). Salva el dolor (cfr. la Encíclica Salvifici doloris, de san Juan Pablo II). Y, sobre todo, salva el Amor (cfr. 1 Cor 13).
Pues, así como antes, en la conciencia cristiana, estaba muy
metida la necesidad de la propia salvación como lo “único importante”, también ahora conviene fomentarla en la
Iglesia.
Veamos algunos ejemplos de la utilización de esta palabra en
la literatura espiritual cristiana. Nos fijaremos especialmente en dos autores:
san Josemaría Escrivá de Balaguer y
los Mensajes de Jesús y María a Marga.
— Camino 192:
“Siempre sales vencido. –Proponte, cada vez, la salvación de un alma determinada, o
su santificación, o su vocación al apostolado... –Así estoy seguro de tu
victoria”.
— Camino 550:
“Ideo omnia sustineo propter electos" –todo lo sufro,
por los escogidos, "ut et ipsi salutem consequantur" –para que ellos obtengan la salvación,
"quae est in Christo Jesu" –que está en Cristo Jesús.
–¡Buen modo de vivir la Comunión de los Santos! –Pide al
Señor que te dé ese espíritu de San Pablo”.
— Camino 796:
“Pequeño amor es el tuyo si no sientes el celo por la salvación de todas las almas.
–Pobre amor es el tuyo si no tienes ansias de pegar tu locura a otros apóstoles”.
— Amigos de Dios, 9:
“Por esto precisamente, he predicado siempre que nos
interesan todas las almas –de cien, las cien–, sin discriminaciones de ningún
género, con la certeza de que Jesucristo nos ha redimido a todos, y quiere
emplearnos a unos pocos, a pesar de nuestra nulidad personal, para que demos a conocer esta salvación”.
— Mensaje de Jesús a
Marga (11 jul 1998):
“Vive en Mí. Habita en mi Corazón. Mansión eterna. Mansión
dichosa para ti y para los hombres. Para todos los que quieran venir a Mí.
¡Venid a Mí! Y aprended de Mí, que me entrego a vosotros para vuestra salvación.
Aquí está el Árbol de la Vida.
Aquí está la Fuente de tu vida.
Aquí está el Amor no amado.
Aquí está vuestra
Salvación”.
— Mensaje de María a
Marga (15 ago 1998):
“¡Niños, niños! ¿Qué hacéis? ¿Qué hacéis con vuestra alma?
¿Qué hacéis con vuestra salvación?”.
— Mensaje de Jesús a
Marga (4 dic 1998):
“Todo, todo está pensado para vuestra salvación. Y cuando quiero, mi Corazón tiene efusiones más
ardientes. Sabed reconocerlas, porque ahí están. Abrid vuestras manos, abrid
vuestros ojos, abrid vuestro corazón”.
— Mensaje de Jesús a
Marga (30 ene 1999):
“Yo encuentro mis delicias con los hijos de los hombres.
Venid a formar parte de mis manjares. Yo Soy vuestro Manjar,
Yo estoy a vuestro alcance. Comed de Mí, bebed de Mí. Me doy a vosotros para vuestra salvación.
— Mensaje de la
Virgen a Marga (9 abr 1999):
“Esta es la Hora, éste es el tiempo destinado por su
Infinita Misericordia, éste es el tiempo de vuestra salvación”.
— Mensaje de la
Virgen a Marga (17 may 1999):
“Bendito Apostolado de la Oración, bendita salvación para los pecadores que otro se ofrezca por el
condenado. Bendito amor verdadero, el que da la vida por sus hermanos. Benditos
seáis todos los que os sacrificáis y oráis por los pecadores”.
— Mensaje de Jesús a
Marga (22 jun 1999):
“Yo Soy el Amor, el Amor dado al mundo para su salvación, para sanarlos de su enfermedad, para curar su
pecado, limpiar su delito”.
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