Después de
haber pasado 30 años de vida oculta en Nazaret, Jesús, impulsado por el
Espíritu y deseando cumplir enteramente el designio salvífico de su Padre, decide
partir hacia el Jordán, para iniciar así su vida pública.
Pintura del Bautismo del Señor, de Bartolomé Esteban Murillo (Catedral de Sevilla) |
Podemos
imaginarnos la escena de despedida en Nazaret. En bastantes ocasiones el
Señor habría hecho un viaje semejante (por ejemplo, a Jerusalén), por uno de
los dos caminos que había: el del interior (por el valle de Iezrael y el monte
Tabor) y el del Jordán (hasta llegar a Jericó, y después subir a Jerusalén). Pero
aunque muchos nazarenos pensasen que era un viaje más, había una persona que
sabía muy bien que no lo era: la Virgen.
Nuestra Señora
se quedaba sola. San José había muerto hacia unos años. María vivía
totalmente para Jesús. Sin embargo, la riqueza interior de la Virgen, su
gran fe y su confianza inquebrantable en la Providencia divina, no le llevaban
a ponerse triste. Aunque no tuviese físicamente cerca al Señor, podía
seguirlo en sus correrías y permanecer estrechamente unida a Él,
espiritualmente. Y así lo hizo en los tres años que separaban a su Hijo del
Gólgota.
Jesús probablemente
llegó al Jordán en alguna caravana. Aquel año era sabático. Muchos galileos
habían bajado a buscar el bautismo de penitencia de Juan. Cada vez iba tomando
más fuerza su predicación. Todos lo consideraban un gran profeta, por su
aspecto imponente (era un como nuevo Elías) y, sobre todo, por su palabra que
penetraba como una espada en los corazones de quienes le escuchaban.
El Señor se
quedó en alguna tienda cerca del Jordán y, también se dispuso a recibir el
bautismo de Juan, poniéndose en la cola, como todos, para esperar su turno. Era
la cola de los pecadores, siendo Él el Cordero sin mancha. Está
dispuesto a abajarse hasta lo más bajo, a tomar sobre sí todos los pecados del
mundo.
“Con un
bautismo he de ser bautizado y cómo está mi alma en vilo hasta que se cumpla”
(Lc 12, 50). Estas palabras las dijo Jesús un poco antes de su Pasión. El
bautismo que deseaba recibir era el de su muerte en la Cruz. Pero ya
desde su bautismo en el Jordán, el Señor comenzó a sumergirse en el Bautismo
que tenía que recibir más adelante.
La iconografía
oriental representa con frecuencia este misterio de la vida del Señor como un sumergirse
de Cristo en el río Jordán, que se convierte en una sepultura de la cual
surgirá vivo en día de su Resurrección.
“El icono del
bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la
forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica
del Hades, el inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro
líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del
descenso al infierno: «Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso» (cf. Lc
11, 22), dice Cirilo de Jerusalén” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret).
Cuando llega
Jesús ante el Bautista, este se resiste a bautizarlo: ¿cómo voy a bautizar
al que es la luz inaccesible? Jesús, previendo todas las cosas, le dice a
Juan: Muy bien, Juan, está bien que estés temeroso ante mí. Pero conviene completar
lo que está determinado de antemano.
Juan Bautista
sabía que no era digno de desatar la correa del calzado del Señor y que él
tenía que disminuir y Jesús que crecer. Pero debía bautizar al Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo.
Durante el
bautismo del Señor, los cielos se abren, se posa una paloma sobre Jesús y se
oye la voz del Padre: “Este es mi Hijo predilecto en quien tengo todas mis
complacencias” (Mt 3, 17).
“Así pues,
en el Jordán se halla presente toda la Trinidad para revelar su misterio,
autenticar y sostener la misión de Cristo, y para indicar que con él la
historia de la salvación entra en su fase central y definitiva. Esa
historia involucra el tiempo y el espacio, las vicisitudes humanas y el
orden cósmico, pero en primer lugar implica a las tres Personas divinas. El
Padre encomienda al Hijo la misión de llevar a cumplimiento, en el Espíritu, la
"justicia", es decir, la salvación divina” (Juan Pablo II, Audiencia
general, 12-IV-2000).
Después de
haber sido bautizado, nos dicen los evangelios sinópticos, “Jesús fue
llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y
después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, entonces tuvo hambre”
(Mt 4, 1-2).
Así se prepara
el Señor para su vida pública: con oración y ayuno. La fuerza de ese
retiro en el desierto no se dejará esperar. Al volver al Jordán, el Señor comienza
a reunir a sus apóstoles.
Juan, además de
cumplir fielmente su misión de precursor, aprovecha la ocasión para guiar a sus
discípulos hacia Jesús. Andrés y Juan siguen al Señor hasta el lugar en que
habitaba y se quedan con él aquella tarde. Más tarde, cuando Juan, el apóstol,
recuerde aquel primer encuentro con Jesús, sus palabras traslucirán la
gran emoción que supuso para él, y para los demás apóstoles, haber conocido y
convivido tan estrechamente con el Salvador del mundo: “era como la hora de
décima (las cuatro de la tarde)” (Jn 1, 39).
¿Qué hablarían
Juan y Andrés con el Señor aquél día, junto al Jordán? ¿Qué descubrimientos
harían los apóstoles al ver a Jesús? “Venid y lo veréis” les había dicho
Jesús, cuando le preguntaron que dónde habitaba. ¿Qué les habrá dicho el Señor
aquél día memorable?
El resultado de
aquella conversación fue que los dos apóstoles creyeron en el Señor, pues cada
uno fue con su hermano (Pedro y Santiago), respectivamente, y les dijeron eso: “Hemos
encontrado al Mesías” (Jn 1, 41). Es decir: al Ungido, al Cristo…, al que
habían anunciado todos los profetas; en quien se cumplirían todas las promesas
de Israel.
La noticia
corre de boca en boca entre los discípulos de Juan, y a los cuatro primeros
discípulos se unen inmediatamente otros dos: Felipe y Natanael (Bartolomé).
Y Jesús vuelve a Galilea con esos seis primeros, pues al tercer día de todo
aquello había una boda en Caná, una pequeña población situada a escasos 8
kilómetros de Nazaret.
La Fiesta que
celebra ahora la Iglesia nos puede ayudar, al iniciar este año 2015, a
prepararnos mejor para lo que Dios quiera de cada uno en estos próximos meses,
que sin duda, serán intensos.
En este
sentido, nos puede servir repasar un mensaje de Jesús a Marga, del 18 de junio
de 2002 (aniversario del segundo mensaje que la Virgen dio a las videntes de
Garabandal en 1965), en el que explica qué significa prepararse mejor para
los acontecimientos que la Providencia tiene dispuestos en un futuro no muy
lejano.
Aprovechamos
para recomendar el libro del Padre Eusebio García de Pesquera, O.F.M., “Se
fue con prisas a la montaña”, sobre las apariciones de Garabandal, que
ahora se puede bajar o leer on-line en el sitio Virgen de Garabandal”.
Mensaje de Jesús a Marga (18 de junio de 2002)
Jesús:
Pensad: «Que
sea lo que Dios quiera y cuando Dios quiera. Y si el Señor varía el tiempo o
para los acontecimientos, Bendito sea, porque no vamos a poder resistir si no
es con su Poder. Y que su Poder venga sobre nosotros cuando determine su
Voluntad. Y ojalá que la Ira no descienda sobre nosotros con toda su crudeza,
porque no vamos a poder resistir. En sus Manos está. Nosotros sólo estemos
preparados».
Pero no quiero
que deseéis que vengan los acontecimientos sólo porque estéis preparados, que
no era ésa sólo la preparación que quería que cogierais. El hacer mi Voluntad y
un corazón contrito y humillado: eso es lo que mi Voluntad no lo desprecia
(cfr. Sal 51, 17), eso es lo que ama mi Corazón.
El preparar a
los demás y avisar al Resto: eso es lo que deseo de vosotros. Desviviros por
los demás. Y aún no cuento en vuestras filas a todos los que habrían de venir.
¿Dónde están los que habrían de venir por vuestro medio?
Preocupaciones
mundanas. Puestos acomodados. Eso es lo que observo en vosotros.
¿Captáis la
magnitud de los acontecimientos? No es así, porque entonces no estaríais tan
preocupados de lo material. Olvidad eso por un momento, y ved si así la
preocupación por el resto os llega. Y queréis salvar almas junto con la vuestra
del Desastre. Porque vuestra alma es de la que tendréis que dar cuenta: no de
cómo adornasteis vuestra casa, no de cómo vestisteis a vuestros hijos...
Vuestra alma, y la de los que os rodean. Y las almas de los justos que esperan
su salvación por vuestro medio.
¡Venid a
trabajar! ¡Venid, trabajadores, a mi Viña!
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