En este último post del año, quisiéramos
aprovechar para transcribir dos mensajes de Jesús y de la Virgen, a Marga
(cfr. La Verdadera Devoción al Corazón de Jesús. Dictados de Jesús a Marga,
1ª ed. en México, julio de 2012), que nos pueden ayudar a recomenzar nuestra
lucha cristiana con más vigor y confianza en Dios.
Todos los mensajes a Marga, contenidos
en los dos volúmenes que se han publicado hasta ahora (cfr. también El
triunfo de la Inmaculada. Dictados de Jesús a Marga, Madrid 2012), son profundos
y ricos. Pero hay algunos, como los que transcribimos ahora, que tienen una
fuerza y una claridad que merece la pena destacar.
Nos parece que nos ayudarán
mucho a terminar bien este año 2014 que concluye y comenzar el 2015, con dos
características fundamentales de nuestra vida cristiana: a) la necesidad de
una nueva conversión (reconocimiento de nuestros pecados y lucha
decidida contra el mal) y, b) la paz y la alegría que tenemos porque
somos hijos de Dios y confiamos plenamente en que el Señor y su Madre no nos
abandonan. Esa paz y alegría que sólo dan sus Palabras de Vida eterna.
Se trata de dos mensajes
seguidos: del 11 y 13 de octubre de 2002. Uno de Jesús y otro de María.
Mensaje del 11 de octubre
de 2002
Jesús:
Llamada a ser
la luz (cfr. Mt 5, 14), la luz que alumbre a sus hermanos: escucha, escúchame.
Como golpea un
fuerte viento sobre vuestras ventanas. Así estoy Yo, así el Espíritu Santo,
queriendo pasar en medio de vosotros, queriendo soplar sobre esta generación (nota
de Marga: Humanidad), para revivirla, para soplar sobre sus huesos de
muerte y volverlos a la vida, para darle alas a este cuerpo mortal que se
arrastra bajo el barro sin poder volar ni buscar metas más altas: el Amor para
el que ha nacido, para el que ha sido creado.
¡Vive! ¡Vive!
¡Por mi Espíritu! Mi Espíritu os hará revivir, oh generación, que os revolcáis
bajo el barro y os ahogáis, ahogáis vuestra alma inmortal bajo el peso de
vuestro cuerpo mortal y corruptible, lleno de corrupción. Esposa de corrupción
llena (nota de marga: La Humanidad): ¡Vive!, ¡vive por Mí!, ¡oh, amada
humanidad!
Vuestro nombre
completo es: «Generación actual perversa, que nada entre el pecado, sin querer
volver los ojos a Dios, el Creador de todo, y que ha renegado de su Nombre y de
la fe el Él, en el Espíritu de la Promesa»
Largo nombre
lleno de Dolor (nota de marga: Que al pronunciarlo le hace sufrir a Dios.
Vida humana que le causa dolor), que Yo reduzco en «generación», o
«humanidad actual».
¡Oh generación, amada grandemente por Mí!, ¡vuélvete!, ¡vuelve
tus ojos a Mí! El Creador de todo pide hoy, ante ti, tu consuelo, tu consuelo y
amor.
Porque mira,
niño, que hieres profundamente mi Herida con tu apostasía y herejía constante,
con tu renegar y tu odio a Dios continuo, con tu no-quererte-convertir. Pese a
mis Llamadas, ¡que mira cómo las multiplico por ti!
Odio, odio
constante a Dios, blasfemias, pecados, negrura, sufrimiento constante... por no
querer volver tus ojos a Dios, hijo, que nadas en el pecado. ¡Ven!, ¡ven a tu
Padre! ¡Ven a Mí!
Mira hoy al
Espíritu Santo llamando a tu puerta, pegando en tu ventana. ¡Ábrele! ¡Ábrele de
par en par! Y deja que entre a inundar tu vida, tu vida muerta, de paz y de
amor, de vida y de perdón, de caridad, de mansedumbre, de armonía, de belleza.
¡Ábrele! Y cierra a todo ocio y corrupción, pecado, omisión, desgracia, cierra
a eso, oh hijo, hoy tu puerta con tu voluntad cierta, fuerte, recia. ¡Cierra!,
y ábrete sólo a Mí.
Verás, verás
qué cambio de vida, hijo, niño pequeño, vas a experimentar, porque Yo, tu
Padre, vendré, y con mis propias Manos, Manos de Dios, voy a venir y bajar a
limpiarte maternal y cuidadosamente de toda la costra del pecado, y voy a dejar
tu alma y tu cuerpo limpio y blanco como la nieve (cfr. Sal 51, 9; Is 1, 18).
Donde toda inmundicia desaparecerá, donde toda criatura recobrará su esplendor
inicial, el que tenían antes de que el Dueño del mundo se abalanzara sobre
ellas quitándoles todo lo santo y puro y poniéndolas a sus servicios.
Pero mira,
hijo, que si tú quieres, esto tendrá lugar, lo podré hacer en ti. Tan sólo ponte
en mis Manos, animalito pobre que ya no conservas ni tu apariencia de hombre.
¡Ven!, ¡ven a revivir Conmigo!
¿Sabes la
belleza de los hijos de Dios?, ¿la has visto? Mira que Yo te voy a hacer más
bello que ningún hijo de hombre que pudieras ver. Tu belleza será sin igual. Si
vienes hoy a Mí, y, con tu voluntad, te arrepientes de todos tus pecados y
lavas tu alma en mi Sangre redentora, para que mi Santo Espíritu te dé la vida.
Tú que escuchas
esto: ¡Ven!, ¡ven hoy a Mí! Hoy, que oyes mi Mandato. Hoy, que escuchas mi
Llamada: ¡VEN!, no lo dejes más.
«El Espíritu y
la novia dicen: ¡Ven!» (cfr. Ap 22, 17).
¡Ven, oh
generación, a reunirte Conmigo!
¡Ven, oh
Espíritu Santo, a renovar a tu Pueblo!
¡Ven, Esposa
Santa a vestirte como la Virgen encinta, que dará lugar a la Nueva Humanidad!
¡Ven! ¡Oh, ven! (nota de Marga: Ahora que acaba de hablar
el Señor, me ha parecido como que le acompañaba una orquesta celestial, o que
sus Palabras eran como una hermosa pieza musical, con su apoteosis final:
Termina ese “Oh, ven!”, como se termina una composición musical. Y se acaba de
súbito todo).
Mensaje del 13 de octubre
de 2002
Virgen:
A veces, cuando
leéis los Mensajes, pensáis que se trata de un tiempo lejano. No lo es. Si
fuera para un tiempo lejano, no os lo estaría manifestando Yo. La urgencia es
de conversión. ¡Conviértete, hijo!, ¡conviértete!
Me preguntas
(nota de Marga: “Y te preguntan”, fue una pregunta que me hicieron):
«¿Qué quiere decir: «¡Venid a Mí!, ¡venid a Mí!... ¡pero a dónde!, ¿a dónde hay
que dar los pasos?».
Los pasos son
de conversión. Tanto tiempo en mis filas y todavía te preguntas: «¿A dónde debo
ir?, ¿qué debo hacer?»
¡Conviértete, hijo!,
¡conviértete!
Mira, hijo, que
por mucho que leas, por mucho que sepas de lo que ha de venir, no te vendrá por
ahí la conversión. Refórmate y cambia de vida. Es tu conversión la que te estoy
pidiendo, no tu sabiduría del mundo: querer saber, que, al final, no conduce a
nada, porque embota la inteligencia y borra el camino abierto por mi Amor.
Hijo, deja de
escudriñar y querer conocer cómo han de venir las cosas, que, al final, te lo
aseguro, no será nada como tú imaginas
Te parece
gracioso que tu Madre se digne a bajarse ante ti y a hablarte. No te rías.
Quizá sea la última. Yo no te voy a advertir más.
Hija, ¡hijo!,
escúchame a Mí. No escuches otras voces, ellas no te conducen por el
Camino Verdadero. Escucha. ¡Escúchame a Mí!
A los que
esperáis tanto para dar el paso, esperando el momento en que empiece todo para
verlo más claro, os digo: Es ese momento: ¿quién os asegura la vuelta a Mí? Yo
os digo que el miedo os embotará tanto que no os dará capacidad de reacción.
Por eso ahora
os digo: ¡Convertíos!, ¡cambiad de vida! ¡Dad los frutos de conversión (cfr. Mt
3, 8; Lc 3, 8; Hch 26, 20) que Yo espero de vosotros y os estoy pidiendo!
¡Rezad!,
¡ayunad!, ¡salvaos y salvad! Y hacedlo ahora. De verdad os digo que después no
habrá tiempo, no os será dado el tiempo.
Aprovecha, hijo
mío, aprovechad. No sabes si mañana, a esta hora, te será pedida la vida (cfr.
Lc 12, 20). Aprovecha cada día como si fuera el último de tu existencia.
Hija, si Yo
creyera que esto no sirve para nada, no os lo estaría diciendo. Yo tengo
confianza en vosotros, sé que al final, os vais a convertir. ¡Convertíos! ¡Y
venid a Mí, hijos! (nota de Marga: Abrió los brazos, está como en un lugar
alto para que la veamos, majestuosa).
¡Yo Soy vuestra
Madre! ¡Yo os amo! ¡Yo os digo todo esto para vuestra salvación!
¡Venid, oh hijos, hoy a Mí! Quizá mañana no habrá
tiempo. Luego, no os será dado más tiempo de conversión. Este es el tiempo,
este es el tiempo, este es el tiempo de vuestra conversión. Amén.
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