La Iglesia celebra mañana el misterio central de nuestra
fe, la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias, el misterio
inefable de la vida íntima de Dios.
La liturgia de la Misa nos invita a tratar con intimidad a
cada una de las Tres Divinas Personas: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
La fiesta fue establecida para todo Occidente en 1334 por el Papa Juan XXII, y
quedó fijada para este domingo después de la venida del Espíritu Santo, el
último de los misterios de nuestra salvación. Mañana podremos repetir muchas
veces, despacio, con particular atención: Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
El domingo pasado meditábamos en la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, que representa, por decir así, lo más profundo de la
vida intratrinitaria: «El Espíritu Santo es la persona misteriosa de la
Santísima Trinidad que representa la vida íntima divina y al mismo tiempo el
alma de la divinidad que expresa en profundidad la invisiblidad de Dios, su
profundo secreto y su incomprehensibilidad. Precisamente en el Espíritu
Santo nos encontramos con el misterio más profundo de la vida divina
trinitaria, de la misma forma que nos topamos con el secreto del hombre cuando
conocemos su espíritu y su alma» (L. SCHEFFCZYK, La encíclica sobre el Espíritu Santo. Balance realista y mensaje de esperanza para el siglo que comienza, en «Scripta
Theologica» 20 (1988/2-3) 569-586).
Mañana celebramos a la misma Vida Divina Trinitaria,
al invocar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, para tratar de acrecentar
nuestra devoción a Dios Uno y Trino, y pedir a las Tres Personas que nos
introduzcan en su Amor.
La Trinidad no es un misterio lejano. Es muy cercano a
nosotros. Son las tres personas más íntimas a cada uno de nosotros. Dios es
“intimior intimo meo” como decía San Agustín. Viven en nosotros
como en un templo.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu fuimos
bautizados, y en su nombre se nos perdonan los pecados; al comenzar y al
terminar muchas oraciones, nos dirigimos al Padre, por mediación de Jesucristo,
en unidad del Espíritu Santo. Muchas veces a lo largo del día repetimos los
cristianos: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Reflexionemos sobre algunas consideraciones que han hecho
los santos sobre este Gran Misterio de nuestra fe. Estos grandes maestros nos
enseñarán a descubrir, ya desde aquí, en la tierra, cómo podemos vivir la Vida
de Dios, en las circunstancias ordinarias y sencillas de nuestra vida.
San Ambrosio de Milán: "Tú has sido bautizado en
nombre de la Trinidad. Has profesado —no lo olvides— tu fe en el Padre, en el
Hijo y en el Espíritu Santo. Vive conforme a lo que has hecho. Por esta fe has
muerto para el mundo y has resucitado para Dios... Descendiste a la piscina
bautismal. Recuerda tu profesión de fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu
Santo" (Sobre los Misterios, 21 y 38).
Santa Catalina de Siena: «Tú, Trinidad eterna, eres
mar profundo, en el que cuanto más penetro, más descubro, y cuanto más
descubro, más te busco» (Diálogo, 167).
Santa Teresa de Jesús: “No ha menester para hablar
con su Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con Él. Por poco que hable,
está tan cerca que nos oirá, ni ha menester alas para ir a buscarle, sino
ponerse en soledad, y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen
huésped, sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre,
contarle sus trabajos” (Camino de perfección, c. 28).
Cuenta Santa Teresa que al considerar la presencia de las
Tres divinas Personas en su alma «estaba espantada de ver tanta majestad en
cosa tan baja como es mi alma» ; entonces, le dijo el Señor: « No es baja,
hija, pues está hecha a mi imagen » (Cuentas de conciencia, 41ª,2) . Y
la Santa quedó llena de consuelo.
Sor Cristina de Arteaga: “Océano sin fondo de la vida
divina! // Me he llegado a tus márgenes con un ansia de fe. // Di, ¿qué tiene
tu abismo que a tal punto fascina? // - Océano sin fondo de la vida divina! //
Me atrajeron tus ondas... - y ya he perdido pie!” (Sembrad, Ed.
Monasterio de Santa Paula, Sevilla 1982. LXXXV).
San Josemaría Escrivá de Balaguer: « — Dios es mi
Padre! — Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración. » — Jesús
es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la divina
locura de su Corazón. » — El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en
el andar de todo mi camino. » Piénsalo bien. — Tú eres de Dios..., y Dios es
tuyo » (Forja n. 2).
«El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada
una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que
realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va
abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y
con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del
Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: — los dones y las
virtudes sobrenaturales!» (Amigos de Dios, 306 y 307).
Y, para concluir, la Beata Isabel de la Trinidad:
Poco antes de ingresar al Carmelo de Dijon, luego de
esperar, por deseo de su madre, su cumpleaños 21, Isabel Catez-Rolland (después
beata Isabel de la Trinidad) escribe a su director espiritual lo siguiente:
“Llevo diez días sin poderme mover: tengo un pequeño derrame
sinovial en una rodilla... No puedo ir a la iglesia ni a comulgar, pero ¿sabe?
Dios no necesita del Sacramento para venir a mí. Pienso que lo poseo lo mismo.
¡Es algo tan bueno esta presencia de Dios! Allí, en lo hondo, en el
cielo de mi alma, es donde me gusta encontrarlo, pues Él nunca me abandona. ‘Dios
en mí y yo en Él’. ¡Sí, esto es mi vida...! Hace tanto bien, ¿no?, pensar
que, salvo por la visión, nosotros lo poseeremos ya lo mismo que lo poseen
los bienaventurados en el cielo..., que no podemos separarnos ni alejarnos
de Él... Pídale mucho que me deje poseer por entero, arrastrar por entero...
¿Le he dicho ya cómo me llamaré en el Carmelo? “María
Isabel de la Trinidad”. Me parece que ese nombre denota una vocación
especial, ¿no le parece un nombre bonito? ¡Amo tanto ese misterio de la
Santísima Trinidad! Es un abismo en el que yo me sumerjo...
Adiós, querido señor. Le envío una fotografía; mientras me
la sacaban, pensaba en Él, así que es Él quien va en la foto” (Carta al
canónigo Angles, 14 de junio de 1901).
Debemos tratar a quienes cada día encontramos y hablamos como
poseedores de un alma inmortal, imagen de Dios, que son o pueden llegar a
ser templos de Dios. Sor Isabel de la Trinidad, recientemente beatificada,
escribía a su hermana, al tener noticia del nacimiento y bautizo de su primera
sobrina: «Me siento penetrada de respeto ante este pequeño santuario de la
Santísima Trinidad... Si estuviese a su lado, me arrodillaría para adorar a
Aquel que mora en ella» (Carta a su hermana Margarita, en Obras
completas, p. 466).
Oración de la beata Isabel de la Trinidad: “Dios
mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para
establecerme en Ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la
eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, mi inmutable,
sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu misterio.
Pacifica mi alma. Haz de ella tu Cielo, tu morada amada y el lugar de tu
reposo. Que yo no te deje jamás sólo en ella, sino que yo esté allí
enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin
reservas a tu acción creadora”.
Y ahora, meditemos en algunos textos recogidos de los
mensajes que ha recibido Marga de Jesús y de la Virgen.
Mensaje del 25 de abril de 2001:
Virgen:
(A propósito del apostolado)
¡Ay hija! ¡Muchísima caridad, por favor! Hija, tratáis con
almas, ¡muchísima caridad para ellas! Mucho cuidado con los caídos, mucho
respeto por los pecadores. Condenad al pecado, no al pecador. Eso sólo le
corresponde a Dios. Hija, sí, «entra en las almas como de puntillas»,
ahora que te concedo acercarte a su cancel, entra, pero haciendo reverencia. Es
terreno sagrado, es el sitio de Dios, es la morada de Dios, de la
Santísima Trinidad.
Del Mensaje del 30 de septiembre de 2002:
Virgen:
“¿Ves?, no quieren reconocer al Verdadero Dios. Quieren un
Dios acomodado a ellos, no al Verdadero Dios, que se manifiesta a ellos en ti y
en toda la historia de la Iglesia y del Pueblo de Israel tal cual es.
Yo no dejaré de ser quien soy por ellos, la gente que no me
cree. Ni Dios dejará de ser Quien es. Ni Jesucristo, su Hijo, dejará de serlo.
Y si Yo y la Trinidad
decidimos manifestarnos más en esta hora de la historia. ¿Quién son ellos para
decir: «Así no es Dios, así no es la Virgen. No son Mensajes Verdaderos. Dios
nunca nos hablaría así?»
Que no corrijan a Dios. Dios sabe lo que hay que hacer. Y lo
hará, mal que les pese”.
Del Mensaje del 19 de junio del 2003:
Jesús:
Jesús:
“Si corrijo es para bien.
Dile a la que enseña su cuerpo que el cuerpo no os es dado
para lucimiento propio. El cuerpo es de Dios. El cuerpo, así como el alma, son
de Dios, son Templos del Espíritu Santo, son habitación de la Santísima
Trinidad, son parte del Hijo y del Espíritu Santo”.
Nota de Marga a la oración que hizo cuando recibía el
Mensaje del 17 de septiembre de 2004, sobre la vida mística que
Jesús quiere que tengamos, mientras realizamos los deberes de la vida
ordinaria:
“En esta oración me estoy dando cuenta de una cosa: Jesús no
sólo ama mi alma, sino que ama mi físico. Me ama completamente. Nosotros
también debemos amarnos completamente y amar a los demás en toda su persona,
pues somos hombres, compuestos de alma y cuerpo. Y el cuerpo será glorificado.
Oh, el cuerpo humano: es bello, es hermoso, ¿por qué lo prostituimos? Con él se
puede alabar a Dios. Seamos Templos de la Santísima Trinidad”.
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