En muchos lugares del mundo la
Solemnidad del Corpus Christi se traslada del jueves al domingo.
Antiguamente, existía la octava del Corpus, con Exposición Solemne del
Santísimo hasta la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, que
celebraremos el próximo viernes.
Por lo tanto, estos próximos
días, son una magnífica ocasión para pedirle al Señor que nos conceda una fe
mayor y más fuerte, para saber adorarle en la Eucaristía cómo Él se merece.
Siempre nos quedaremos cortos
en el intento. La Eucaristía es un gran Misterio de Amor. ¡Qué pena que
en tantos Sagrarios de la tierra el Señor se encuentre sólo! ¡Qué pena que
seamos tan insensibles los hombres de nuestra época! Pero estos sentimientos,
que es lógico que los tengamos al ver tanta indiferencia, a nuestro
alrededor, por la Eucaristía, no se deben quedar en un lamento estéril.
Cada uno de nosotros podemos tratar de suplir con más amor la carencia de fe
que hay actualmente.
San Josemaría Escrivá de
Balaguer, en febrero de 1932, cuando muchos se dedicaban a quemar iglesias
y conventos en Madrid, él escribía el siguiente propósito: “Jesús, que cada
incendio sacrílego aumente mi incendio de Amor y Reparación”.
En vez de quejarnos porque las
cosas van mal, vamos a reparar con oración, adoración, amor cada vez
mayor a la Eucaristía.
En estos días podemos repetir
con frecuencia al Señor la cuarta petición del Padre Nuestro: “danos hoy
nuestro pan de cada día”.
Benedicto XVI hace una interesante
reflexión, al respecto. Nos dice que esa expresión —“pan de cada día”,
en griego (epiousios)—, en realidad se
debería traducir por “el pan del mundo venidero”, es decir, el pan
eucarístico, pues a través de la Eucaristía, en la que recibimos a Cristo
Glorioso, el Cielo llega a nosotros, por adelantado. El mañana de Dios
viene hoy e introduce el mundo del mañana en el mundo de hoy.
Una antífona atribuida a santo
Tomás de Aquino (O sacrum convivium) define la Eucaristía como el
sagrado convite, en el que «se recibe a Cristo, se celebra la memoria de su
pasión, el alma se llena de gracia y se nos da a nosotros la prenda de la
gloria futura». Pasado, presente y futuro están igualmente
representados en la Eucaristía.
La Eucaristía es el “Pan de
los Ángeles” (panis angelorum), es “Pan de los que caminan” (cibus
viatorum) (cfr. Secuencia del Corpus Christi). Desde el principio, los
primeros cristianos la recibían con sumo respeto, con limpieza interior y
exterior.
Por ejemplo, San Justino, mártir,
en una de sus Apologías, escrita a mediados del siglo II, decía: “A nadie es
lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que
enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados
y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos
alimentos como si fueran pan común o una bebida ordinaria; sino que, así como
Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra Dios y tuvo carne y
sangre a causa de nuestra salvación de la misma manera, hemos aprendido que el
alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las
palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y
nuestra carne, es precisamente la carne, la sangre de aquel mismo Jesús que
se encarnó”.
En estos días en que tratamos
de descubrir, una vez más, la riqueza y el gran Don que hemos recibido en la
Eucaristía, nos puede ayudar una consideración que hace Benedicto XVI a
propósito de la cercanía de Dios con los hombres (cfr. Homilía durante la
Misa con sus exalumnos, Castelgandolfo, 2 de septiembre de 2012).
“La Iglesia ha puesto las
palabras del Deuteronomio —«¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos
dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?»
(4, 7)— en el centro del Oficio divino del Corpus Christi, y así
le ha dado un nuevo significado: ¿dónde hay un pueblo que tenga a su dios tan
cercano como nuestro Dios lo está a nosotros? En la Eucaristía esto se ha
convertido en plena realidad. Ciertamente, no es sólo un aspecto exterior: alguien
puede estar cerca del Sagrario y, al mismo tiempo, estar lejos del Dios vivo.
Lo que cuenta es la cercanía interior. Dios se ha hecho tan cercano a nosotros
que él mismo es un hombre: esto nos debe desconcertar y sorprender siempre de
nuevo. Él está tan cerca que es uno de nosotros. Conoce al ser humano,
conoce el «sabor» del ser humano, lo conoce desde dentro, lo ha experimentado
con sus alegrías y sus sufrimientos. Como hombre, está cerca de mí, está «al
alcance de mi voz»; está tan cerca de mí que me escucha; y yo puedo saber
que me oye y me escucha, aunque tal vez no como yo me lo imagino”.
El 6 de enero de 2010, el
ceremoniero de Benedicto XVI, Guido Marini, escribía las siguientes
palabras, en relación con la actitud de adoración que es necesario tener
delante de la Eucaristía:
“Todo en el acto litúrgico,
pasando por la nobleza, la belleza, y la armonía del signo exterior, debe
ser conducida a la adoración, a la unión con Dios: esto incluye la música,
el canto, los periodos de silencio, la manera de proclamar la Palabra del
Señor, y la manera de orar, los gestos empleados, las vestiduras litúrgicas y
los vasos sagrados y otros accesorios, tanto como el sagrado edificio en su
totalidad. Es bajo esta perspectiva que la decisión de Su Santidad, Benedicto
XVI, debe ser tomada en consideración, quien, comenzando en la fiesta del
Corpus Christi el año pasado, ha comenzado a distribuir la sagrada Comunión
directamente en la lengua a los fieles arrodillados. Por el ejemplo de esta
acción, el Santo Padre nos invita a hacer visible la propia actitud de
adoración ante la grandeza del misterio de la presencia eucarística de nuestro
Señor. Una actitud de adoración que debe ser nutrida tanto más al acercarse
a la santísima Eucaristía en las otras formas permitidas hoy”.
La santa carmelita Edith
Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz), martirizada en el campo de
concentración de Auschwitz, cuenta en El
misterio de la Navidad la impresión que le produjo
—cuando todavía era judía de religión— ver a una mujer sola, rezando en una
iglesia católica. Después de recorrer con su amiga Pauline la parte vieja de
Frankfurt, entraron en la catedral… “… y mientras estábamos allí en respetuoso
silencio, llegó una señora con su cesta del mercado y se arrodilló
profundamente en un banco, para hacer después una breve oración. Esto fue
para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes
a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí,
llegaba cualquiera, en medio de los trabajos diarios, a la iglesia vacía, como
para un diálogo confidencial. Eso no lo he podido olvidar”.
En cierta ocasión, un periodista
belga presentó a la Madre Teresa de Calcuta un cuestionario, para que lo
contestara. Una de las preguntas era ésta: ‘¿Qué es lo más importante, a su
juicio, en la formación de las monjas?’. “Lo más importante —respondió la Madre—
es que tengan un amor hondo, personal, al Santísimo Sacramento, de tal
forma que encuentren a Jesús en la Eucaristía. Así podrán encontrarlo también en el
prójimo y servirlo en los pobres”.
En la cuarta visita de Juan
Pablo II a México (1999), se colocó en la capilla de la Nunciatura un
cuadro de Boticelli pintado en 1492 conseguido en préstamo por el nuncio mons.
Justo Mullor. Al ver salir al Papa de la capilla, le preguntó si el cuadro que
representaba a san Giovannino le había gustado. Juan Pablo II, casi extrañado,
con una de sus sonrisas insinuantes, le dijo: “«No he entrado a la capilla
por el Boticelli, sino por el tabernáculo, que es más valioso que cualquier
museo!». Monseñor Mullor recuerda que fue una gran lección la que le dio en
ese momento el Papa.
Y, para terminar, copiamos un mensaje
de Jesús a Marga (ver página
sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul):
Mensaje del 22 de junio de
2003
(Corpus)
Jesús: (Desde la Custodia en un Altar)
¡Magdalena!, ¡María!: Derrama tu aceite oloroso, derrama tu
aceite y tu perfume a mis pies, porque mira al Dueño de la Casa expulsado de su
Tabernáculo y que en su lugar levantan un templo al Impío. Derrama tú tus
perfumes y tus aceites a mis pies, y consuélame de las ingratitudes de tantos y
tantos pecadores. Especialmente de los que se acercarán hoy a comulgar y lo
harán en estado de pecado, comiendo su propia condenación. De los que hoy me
seguirán en procesión, pero su corazón está lejos de Mí, siguen su propia
condenación.
Corpus Christi, Corpus Christi: el Cuerpo de Cristo.
¿Cuántos se acordarán de Mí? De honrarme y venerarme, de adorarme, ¿cuántos?
Caridad fraterna, «Día de la Caridad fraterna». Diles, niña,
que esto es imposible si no se acuerdan de Mí, de la Caridad filial hacia Mí.
Hoy tampoco se acordarán de ellos, puesto que no se acuerdan de Mí.
Empezad por lo primero (Yo), para poder llegar a lo segundo
(ellos). ¿Cómo acordarse del hermano si no se acuerda uno de Dios?
Honradme, amadme, veneradme.
Adoradme.
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