Mañana la Iglesia celebrar el Cuarto Domingo de Pascua,
el Domingo del “Buen Pastor”. Es, por tanto, una buena ocasión para reflexionar
sobre la figura del buen pastor en la Iglesia, y pedir al Señor que nos conceda
sacerdotes santos y fieles, que sepan identificarse plenamente con
Cristo.
Veamos algunos rasgos del buen pastor, siguiendo la Liturgia
de la Palabra de este Domingo.
El día de Pentecostés, Pedro pronuncia un discurso
memorable. Gracias a sus palabras, ungidas por la fuerza del Espíritu, se
convirtieron aquel día tres mil personas.
Pedro ejerce su ministerio de pastor y de pescador de
hombres.
¿Cuáles eran los argumentos de Pedro en esa ocasión?
(cfr. Primera Lectura, tomada de Hch 2, 14.36-41).
Cuando los que escuchaban preguntan a los apóstoles: ¿Qué
tenemos que hacer, hermanos?, Pedro toma la palabra y dice: «Convertíos y
bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale
para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el
Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos».
Con estas y otras muchas razones les urgía, y los
exhortaba diciendo: «Escapad de esta generación perversa».
El buen pastor, que sigue el ejemplo de Cristo (Buen
Pastor), lleva a sus ovejas a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas.
Las conduce ahí para que reparen sus fuerzas. Las guía por sendero recto. Nada
temen, aunque caminen por cañadas oscuras. Su vara y su cayado les dan
seguridad (cfr. Salmo 22).
El buen pastor enseña a las ovejas a soportar con
paciencia todas las inclemencias del tiempo y las contrariedades de la jornada.
Les hace ver que vale la pena afrontar todos los sacrificios, por amor y
fidelidad al Supremo Pastor de nuestras almas, que ha cargado con nuestros
pecados, curándonos con sus heridas (cfr. Segunda Lectura, tomada
de 1P 2, 20b-25).
En estos tiempos, para librarnos de la generación
perversa, es imprescindible distinguir al buen pastor del mercenario.
El buen pastor conoce a sus ovejas, las llama por su nombre y camina delante de
ellas (cfr. el Evangelio, tomado de Jn 10, 1-10).
Jesucristo es el Buen Pastor. Lo primero que hacía
el Señor, durante su vida pública, es ir a lugares apartados para orar a su
Padre. Muchas veces pasaba la noche en oración. Lo mismo ha de hacer
quien quiera ser buen pastor en la Iglesia, cada día.
En una reunión con sacerdotes, Benedicto XVI les daba el
siguiente consejo: “El tiempo que dedicamos a la oración no es un tiempo
sustraído a nuestra responsabilidad pastoral, sino que es precisamente
"trabajo" pastoral, es orar también por los demás. En el "Común
de pastores" se lee que una de las características del buen pastor es que
"multum oravit pro fratribus". Es propio del pastor ser
hombre de oración, estar ante el Señor orando por los demás, sustituyendo
también a los demás, que tal vez no saben orar, no quieren orar o no encuentran
tiempo para orar. Así se pone de relieve que este diálogo con Dios es una
actividad pastoral” (Benedicto XVI con los sacerdotes de la diócesis de
Albano, 31 de agosto de 2006).
Y el 26 de mayo de 2010, en una de sus catequesis del Año
Sacerdotal, decía lo siguiente sobre el oficio pastoral de los sacerdotes:
“Todo Pastor, por tanto, es el medio a través del cual Cristo mismo ama a
los hombres: mediante su ministerio -queridos sacerdotes- a través de
nosotros el Señor reúne las almas, las instruye, las custodia, las guía. San
Agustín, en su Comentario al Evangelio de san Juan, dice: “Sea por
tanto compromiso de amor apacentar la grey del Señor” (123,5); ésta es la
norma suprema de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional,
como el del Buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los
cercanos y a los alejados (cf S. Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46,
15), delicado con los más débiles, los pequeños, los sencillos, los pecadores, para
manifestar la infinita misericordia de Dios con las palabras
tranquilizadoras de la esperanza (cf Id., Carta 95,1)” (Benedicto XVI, Catequesis,
26 de mayo de 2010).
Pero la característica principal del buen pastor es dar
la vida por sus ovejas. Son muy elocuentes, en este sentido unas palabras
de Benedicto XVI: “El misterio de la cruz está en el centro del servicio de
Jesús como pastor: es el gran servicio que él nos presta a todos nosotros.
Se entrega a sí mismo, y no sólo en un pasado lejano. En la sagrada
Eucaristía realiza esto cada día, se da a sí mismo mediante nuestras manos,
se da a nosotros. Por eso, con razón, en el centro de la vida sacerdotal
está la sagrada Eucaristía, en la que el sacrificio de Jesús en la cruz
está siempre realmente presente entre nosotros” (Benedicto XVI, Homilía, 15 de
mayo de 2006).
En
el “Domingo del Buen Pastor”, la Iglesia nos invita a rezar por las
vocaciones, es decir, a rezar especialmente por todos aquellos hombres y
mujeres jóvenes que han recibido la llamada de Cristo “a una entrega total a
la causa del Reino”, como escribía San Juan Pablo II en una carta dirigida
a los sacerdotes, el 13 de marzo de 2004, con motivo del Jueves Santo: «El
sacerdote [y todo apóstol, es decir, todo bautizado] es alguien que, no
obstante el paso de los años, continúa irradiando juventud y como
“contagiándola” en las personas que encuentra en su camino. Su secreto reside
en la “pasión” que tiene por Cristo. Como decía San Pablo: “Para mí, la
vida es Cristo” (Fil 1, 21)». Es también la esperanza de ver en los demás a
Cristo. Sobre todo en «los jóvenes, a los cuales Cristo sigue llamando para que
sean sus amigos y para proponer a algunos la entrega total a la causa del
Reino». Vendrán las vocaciones si somos más santos, más alegres, más
apasionados en el apostolado. Un hombre “conquistado” por Cristo,
“conquista” más fácilmente a los otros para que se decidan a compartir la
misma aventura.
¿Qué
significa esto que decía el Papa? Sólo tienen vocación los que reciben esa
llamada a una entrega total a la causa del Reino? ¿No tiene vocación, por
ejemplo, una madre de familia que quiere amar apasionadamente a Cristo,
igual que la carmelita más piadosa?
Por
supuesto que sí. Cada persona tiene una vocación personal y única. Cada
uno hemos de preguntarnos: “qué quiere Dios para mí”. Descubrir la propia
vocación es fundamental en la vida cristiana. La meta es la misma: la santidad.
El camino concreto para llegar a esa meta es diferente para cada uno.
Lo
que sí es importante es ser generosos para seguir el camino que el Espíritu
Santo nos propone en el interior de nuestra alma, aunque comporte
renuncias, que no lo serán porque Dios nunca se deja ganar en generosidad y nos
da el ciento por uno si le decimos que sí, como María en la Anunciación:
fiat!
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