Este próximo domingo, Segundo de
Pascua, celebraremos, en toda la Iglesia, el Domingo de la Misericordia Divina. Así lo dispuso San Juan Pablo II
con ocasión de la canonización de
sor María Faustina Kowalska (1905-1938),
el 30 de abril de 2000, para
que todo seamos conscientes de las inmensas gracias que el Señor quiso derramar
sobre la humanidad con motivo de las revelaciones recibidas por esta santa polaca.
Durante nueve días, desde el Viernes Santo pasado, nos hemos preparado para
esta gran fiesta del Amor de Dios por los hombres. Se puede decir que es una fiesta del Sagrado Corazón de Jesús,
porque de él surgen esos rayos rojos y blancos, representados en la imagen del
Señor de la Divina Misericordia, que significan la sangre y el agua que brotaron del Costado abierto de Jesús en la
Cruz.
Jesús reveló a Santa Faustina, sobre el día de la Fiesta de la Divina
Misericordia que “quien se acerque ese día a la Fuente de Vida recibirá el
perdón total de las culpas y de las penas” (Diario, n. 300). “Ese día —dijo el
Señor— están abiertas las entrañas de Mi
Misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se
acercan al manantial de Mi Misericordia: (…) que ningún alma tenga miedo de
acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata” (Diario, n. 699).
San
Juan Pablo II, como sabemos, tenía mucho aprecio por esta devoción, y
repetía continuamente la jaculatoria: “Jesús,
confío en ti”.
En 2010, el Papa Benedicto XVI decía que Juan Pablo II nos ofreció uno de sus consejos más personales para afrontar
las dificultades: la invocación "Jesús, en ti confío".
San Juan Pablo II comentaba que esta invocación "es un sencillo pero profundo acto de confianza y
de abandono al amor de Dios. Constituye un punto de fuerza fundamental para
el hombre, pues es capaz de transformar la vida". "En las inevitables
pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y
entusiasmo, confiar al Señor infunde paz
en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre
el espíritu a la humildad y a la verdad".
“En el corazón de Cristo encuentra paz quien está angustiado por las penas
de la existencia —siguió aclarando Benedicto XVI—; encuentra alivio quien se ve
afligido por el sufrimiento y la enfermedad; siente alegría quien se ve
oprimido por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es
abismo de consuelo y de amor para quien recurre a Él con confianza”.
Con motivo de la fiesta que celebramos mañana, nos pueden ayudar unas
palabras escritas por Santa Faustina
Kowalska: sobre la importancia de ser fieles a las inspiraciones que cada
uno recibimos del Espíritu Santo: “¡Oh, Jesús mío, qué fácil es santificarse!
¡Solamente hace falta un poquito de
buena voluntad! Y si Jesús descubre ese mínimo de buena voluntad en el
alma, se apresura a darse a ella. Y nada le detiene, ni las faltas, ni las
caídas, absolutamente nada. Jesús tiene prisa por ayudar a esta alma, y si el
alma es fiel a esta gracia de Dios, en poco tiempo logrará llegar a la más alta
santidad que una criatura pueda alcanzar aquí abajo. Dios es muy generoso y no niega a nadie su gracia. Incluso nos da
más, de lo que pedimos. La vía más corta es la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo”.
También podemos recordar el texto
enigmático revelado por Jesús a Santa Faustina sobre los últimos tiempos,
en Vilna, el 2 de agosto de 1934: “Escribe esto: Antes de venir como Juez
Justo, vengo como Rey de Misericordia. Antes de que llegue el día de la
justicia, les será dado a los hombres este signo en el cielo. Se apagará toda
luz en el cielo y habrá una gran oscuridad en toda la tierra. Entonces, en el
cielo aparecerá el signo de la cruz y de los orificios donde fueron clavadas
las manos y los pies del salvador, saldrán grandes luces que durante algún
tiempo iluminarán la tierra. Es sucederá poco tiempo antes del último día” (Diario, n. 83).
Y, a continuación, Santa Faustina
comenta (Diario, n. 84): “Oh
Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, como una Fuente de
Misericordia para nosotros, en ti confío”.
Terminamos con unas consideraciones
que hacía Benedicto XVI en el año
2010: “Según una antigua tradición,
este domingo se llama domingo "in
Albis". En este día, los neófitos de la Vigilia pascual se ponían
una vez más su vestido blanco,
símbolo de la luz que el Señor les había dado en el bautismo. Después se
quitaban el vestido blanco, pero debían introducir en su vida diaria la nueva luminosidad que se les había
comunicado; debían proteger diligentemente la llama delicada de la verdad y
del bien que el Señor había encendido en ellos, para llevar así a nuestro mundo
algo de la luminosidad y de la bondad de Dios.
Hace cinco años [ahora ya son doce], después de las primeras Vísperas de
esta festividad, Juan Pablo II terminó
su existencia terrena. Al morir, entró en la luz de la Misericordia divina,
desde la cual, más allá de la muerte y desde Dios, ahora nos habla de un modo
nuevo. Tened confianza —nos dice— en la Misericordia divina. Convertíos día a día en
hombres y mujeres de la misericordia de Dios. La misericordia es el vestido de
luz que el Señor nos ha dado en el bautismo. No debemos dejar que esta luz se
apague; al contrario, debe aumentar en nosotros cada día para llevar al mundo
la buena nueva de Dios”.
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