sábado, 30 de enero de 2016

¿Cómo descubrir el valor de la Perla Preciosa?

Nos acercamos a la Cuaresma, que este año comenzará el 10 de febrero.

El Señor espera, de toda la Iglesia, una gran conversión. Vivimos un tiempo de falta de fe e indiferencia hacia las cosas de Dios. Es por tanto urgente pedir al Espíritu Santo que nos conceda el don de volvernos hacia Dios.


La oración es la solución principal: acudir a la Misericordia Divina para que el Infinito Amor de Dios cambie los corazones de los hombres.

Sabemos que el Aviso anunciado en Garabandal, que parece ya tan próximo, será precisamente una efusión del Amor de Dios que hará que todos los hombres tengamos la posibilidad de reconocer nuestros pecados y hacer un acto de fe explícita en Jesucristo, Hijo del Dios Vivo.

El Papa Benedicto XVI dice, en “Jesús de Nazareth” que las parábolas del Señor son como una preparación para el anuncio de la Cruz. Poco a poco, Jesús va desvelando a sus discípulos su Misterio.

Hace unos días meditábamos nuevamente, en una de las Lecturas del Evangelio, durante la Misa, la parábola del sembrador, según San Marcos.

“Llama la atención la importancia que adquiere la imagen de la semilla en el conjunto del mensaje de Jesús. El tiempo de Jesús, el tiempo de los discípulos, es el de la siembra y de la semilla. El «Reino de Dios» está presente como una semilla. Vista desde fuera, la semilla es algo muy pequeño. A veces, ni se la ve. El grano de mostaza —imagen del Reino de Dios— es el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí un árbol entero. La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir. Es promesa ya presente en el hoy. El Domingo de Ramos, el Señor ha resumido las diversas parábolas sobre las semillas y desvelado su pleno significado: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Él mismo es el grano. Su «fracaso» en la cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a todos: «Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32)” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth I).

En las Lecturas del Domingo IV del Tiempo Ordinario (que celebraremos mañana), aparece clara la importancia de la Cruz (en la vida de Jeremías: 1ª Lectura; y desde el principio de la vida pública del Señor: Evangelio de San Lucas en donde se relata cómo en Nazareth intentan quitar la vida al Señor).
Sólo muriendo a uno mismo podemos dar fruto. Sólo siendo grano de trigo que se entierra podemos resucitar con Cristo y vivir su Vida Nueva.

“El fracaso de los profetas, su fracaso, aparece ahora bajo otra luz. Es precisamente el camino para lograr «que se conviertan y Dios los perdone». Es el modo de conseguir, por fin, que todos los ojos y oídos se abran. En la cruz se descifran las parábolas. En los sermones de despedida dice el Señor: «Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente» (Jn 16,25). Así, las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la cruz; no sólo hablan de él: ellas mismas forman parte de él. Pues precisamente porque dejan traslucir el misterio divino de Jesús, suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, como en la parábola de los trabajadores homicidas de la viña (cf. Mc 12, 1-12), se transforman en estaciones de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth I).

Especialmente significativa, en nuestro camino hacia la conversión, es la parábola de la perla preciosa. Es el relato de aquel mercader que vende todo lo que tiene para adquirir esa perla de gran valor.

Romano Guardini, en su libro “El Señor” (Tercera parte, capítulo 6) explica elocuentemente cómo, mientras no descubramos el valor de las cosas de Dios, no podremos desprendernos de todas las cosas de este mundo que, aunque sean buenas, nos distraen de lo principal.

Jesús ha venido a traer la Paz al mundo. Pero esa verdadera paz es consecuencia de una lucha incesante para desprenderse de todo lo que nos aparta de Dios y para, cada vez más, purificar nuestro corazón de modo que el Señor pueda llenarlo de su Amor.

Y, esa lucha, sólo podremos mantenerla si descubrimos el infinito valor de la Perla Preciosa, que es el Amor de Dios (del cual nos habla San Pablo en la 2ª Lectura de la Misa de mañana).
  
“También se parece el reino de Dios a un comerciante que buscaba perlas finas; al encontrar una perla de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró» (Mt 13, 45–46)”.

“El comerciante tiene su negocio de compraventa, un negocio que se rige por criterios de utilidad y legalidad y por el deseo de adquirir nuevas ganancias, conservando las que ya se poseen. Entonces ve la joya y su extraordinario valor desbarata todas sus reservas. Lo que tiene le parece ridículo, y lo vende «todo» para comprar esa perla”. (Romano Guardini, El Señor).

“Así pues, el fruto de la lucha no es una simple disposición, sino el descubrimiento de una realidad más grande y la aparición de un valor más elevado que lo de antes, o sea, el mundo. Y no más grande y elevado en sentido simplemente «cuantitativo», de manera que lo nuevo suponga un peldaño más en la escala de valores que ya dentro del mundo resulta incalculable, sino lo más elevado de «todo». La conmoción que producen la «perla» y el «tesoro» impregna todas las escalas de valores que existen dentro del mundo. Afecta a la choza y al palacio, a la unión pasajera y al gran amor, al trabajo penoso y a la labor creativa. El hecho de que brille el incalculable valor de lo «totalmente otro» y que se pueda percibir la llamada gloriosa del Reino de Dios, eso es justamente el fruto de la lucha” (Romano Guardini, El Señor).

Concluimos transcribiendo algunos párrafos de R. Guardini, que redondean la explicación de la importancia que tiene valorar la Perla Preciosa para la lucha cristiana y para la conversión.

“No se puede pensar en Dios, como debe hacerlo el cristiano, y a la vez dejarse absorber la mente y el corazón por la actividad profesional, por la sociedad, por las preocupaciones y por los placeres. Primero se distinguirá entre buenos y malos pensamientos, entre obras buenas y malas; pero después se verá enseguida que esto no es suficiente y que hay que limitar también las cosas buenas y bellas para hacer sitio a Dios. No se puede practicar el amor en el sentido de Cristo y, al mismo tiempo, tomar sin más como criterio lo que la sensibilidad natural percibe como honra y deshonra, orgullo y reputación burguesa. Más bien, hay que reconocer qué irredenta, egoísta y profundamente falsa es esa clase de sensibilidad.

¿Qué es lo que hace todo esto tan difícil? El hecho de que nuestro corazón esté apegado a cosas y a personas, y que nos afirmemos en nosotros mismos. Eso, desde luego; pero no es todo. Mucho más grave es que, en el fondo, no sabemos bien para qué hemos de renunciar a nada. La razón quizá lo «sabe», lo ha oído, o lo ha leído; pero el corazón lo ignora. El sentido íntimo no lo comprende, porque es extraño a la raíz de la vida. Dar no es tan difícil; sólo que tendré que saber para qué sirve. No para obtener una ventaja, sino porque sólo puedo prescindir de un auténtico valor si se me presenta otro más elevado. Pero tengo que apreciar esa superioridad. Y si el valor consistiera simplemente en la generosidad de la renuncia, yo tendría que sentir que la renuncia misma es gloriosa. ¡Por eso, precisamente, aparecen aquí las palabras sobre el «tesoro» y la «perla»! Si tengo ante mí un montón de oro, no me será difícil desprenderme de casa y aperos; pero tengo que verlo. Una vez que me presentan la perla, puedo vender todo para comprarla; pero tiene que brillar realmente ante mí. Debo renunciar a las cosas de la existencia por lo «otro»; pero las cosas y las personas me afectan, me dominan; ¡Lo otro, por el contrario, lo siento como algo irreal! ¿Cómo puedo renunciar a la grandiosidad del mundo por una sombra? Se me dice que el Reino de Dios es algo precioso, pero yo no lo siento. ¿De qué le sirve al comerciante que uno le diga: Es una perla maravillosa. Da por ella todo lo que tienes? Es preciso que él la vea. La desgracia es que no vemos el brillo de la perla, es decir, que no estamos interiormente convencidos del valor de lo que viene de Cristo. ¿Cómo vamos a iniciar la lucha, si a un lado están «los reinos del mundo con todo su esplendor» (Mt 4, 8) y al otro una vaga fantasía?

Pues bien, ¿cómo podemos salir de ahí? Ante todo con las palabras: «¡Creo, Señor, ayuda tú mi falta de fe!» (Mc 9, 24). Algo ciertamente barruntamos sobre el valor de la perla y del tesoro; por eso tenemos que dirigirnos al Señor de la gloria y pedirle que nos lo muestre. Él puede hacer que el valor infinito del Reino de Dios toque nuestro corazón y nos despierte el deseo. Puede conseguir que el tesoro brille ante nosotros de modo que quede claro qué es lo que tiene auténtico valor, él o las realidades del mundo. Así, pues, tenemos que rezar. Tendremos que estar continuamente reprimiendo la oscuridad, para que se disipe y deje pasar la luz. Tendremos que suplicar a Dios que nos toque el corazón. En todo lo que hacemos tiene que haber por dentro algo vivo y trascendente. Ésa es la oración que «nunca cesa» y que siempre es escuchada” (Romano Guardini, El Señor).
  

sábado, 23 de enero de 2016

El ecumenismo es cuestión de oración y caridad

Reproducimos una entrevista a la teóloga Jutta Burggraf, en Pamplona, España, que apareció en ZENIT (ZENIT.org) el 15 de enero de 2007. En este Año Santo de la Misericordia, nos parece una lectura oportuna y provechosa en esta “Semana de oración por la unidad de los cristianos”.


La teóloga Jutta Burggraf afirma que el ecumenismo no es una cuestión de doctrina teológica ni de colaboración pastoral, sino de oración y de caridad.

Jutta Burggraf es profesora de Teología Sistemática y de Ecumenismo en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Zenit ha querido interpelarla acerca de la Semana de Oración para la Unidad entre los Cristianos (18-25 enero).

Burggraf recuerda a que «la esperada unidad no será un producto de nuestras fuerzas, sino «un don que viene de lo alto». Su verdadero protagonista es el Espíritu Santo».

Jutta Burggraf, alemana de origen y profesora en la Universidad de Navarra desde hace años, es autora de «Conocerse y comprenderse. Una introducción al ecumenismo», Madrid 2003, 2ª ed. 2003 y del folleto: «Ecumenismo: ¿Qué es? ¿Cómo se vive?», Madrid 2006.

--¿Por qué es necesaria, la semana de oración para la unidad? 

--Burggraf: Durante el octavario, los cristianos católicos, ortodoxos y protestantes de todas las denominaciones --esparcidos por el mundo entero-- están invitados «expresamente» a rezar juntos por su unidad. La Semana se celebra cada año del 18 al 25 de enero, día en que la Iglesia conmemora la conversión de San Pablo.

La fecha es significativa: nos recuerda que no podemos acercarnos unos a otros sin una profunda conversión interior, sin buscar cada uno vivir en intimidad con Cristo. Es en él donde nos uniremos algún día.

La esperada unidad no será un producto de nuestras fuerzas, sino «un don que viene de lo alto». Su verdadero protagonista es el Espíritu Santo, quien nos conduce, por los caminos que quiere, hacia la madurez cristiana.

En la oración encontramos sobre todo a Dios, pero de manera especial también a los demás. Cuando rezo por alguien, le veo a través de otros ojos, ya no con aquellos llenos de sospecha o de ánimo de control, sino con los ojos de Dios. De esta manera, puedo descubrir lo bueno en cada persona, en cada planteamiento. Dejo aparte mis prejuicios y comienzo a sentir simpatía por el otro.

Rezar significa, purificar el propio corazón, para que el otro verdaderamente pueda tener sitio dentro de él. Si tengo prejuicios o recelos, cualquiera que entre en ese recinto recibirá un golpe rudo. Tenemos que crear un lugar para los demás en nuestro interior. Tenemos que ofrecerles nuestro corazón como lugar hospitalario, donde puedan encontrar mucho respeto y comprensión.

Si conseguimos esto, será más auténtico el diálogo. A veces, creemos poder disimular fácilmente nuestros sentimientos y pensamientos negativos. Tratamos de guardar las apariencias, y luego nos asombramos que los demás desconfíen de nosotros. La razón es muy sencilla: los demás suelen percibir con gran nitidez lo que pasa en nuestro interior. Notan si los aceptamos o los rechazamos, y actúan en consecuencia. Así vemos la importancia de empezar por nosotros mismos en la búsqueda de la unidad.

--Se insiste mucho en el llamado «ecumenismo espiritual»...

--Burggraf: Con razón, porque el ecumenismo no es, en primer lugar, una cuestión de doctrina teológica ni de colaboración pastoral, sino de oración y de caridad. Así como la falta de amor engendra desuniones, la «santidad de vida»puede considerarse como el «alma»o motor de todo el movimiento ecuménico.

Es significativo que Juan Pablo II haya invitado repetidas veces a una purificación de la memoria a todas las personas y asociaciones.

Sabemos bien que la memoria no es sólo una facultad relativa al pasado; por el contrario, influye profundamente en el presente. Lo que recordamos afecta, con frecuencia, a nuestras relaciones con los demás. Si una herida del pasado queda en la memoria, ésta herida puede llevar a una persona a encerrarse en sí misma; puede traducirse en una cierta resistencia a encontrarse de una manera serena entre los demás, y puede dificultar o incluso impedir una amistad.

Teniendo esto en cuenta, Benedicto XVI ha dado recientemente un ejemplo elocuente: cuando, a causa de su famosa conferencia de Ratisbona había llegado a ser la víctima de una campaña organizada por algunos adversarios de la Iglesia, no culpó a nadie; es más, sobrepasó las reglas de la mera justicia y pidió perdón a los musulmanes por las palabras que podrían haberles herido.

Podemos estar seguros de que una persona contribuye más a la unidad de la Iglesia cuando procura transmitir el amor de Dios a los demás, que cuando se dedica a los diálogos teológicos más eruditos con un corazón frío.

--El Papa está demostrando continuamente su compromiso ecuménico. ¿Advierte un celo análogo, entre los católicos en general?

--Burggraf: Benedicto XVI señaló, desde el comienzo de su pontificado, que está dispuesto a «trabajar sin ahorrar energías en la reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo».

Está realizando una gran labor ecuménica, hecha no sólo de palabras, sino, sobre todo, de gestos fraternos.

Así, por ejemplo, ha donado una considerable cantidad de dinero al patriarcado de Moscú para la reconstrucción de la catedral de la Trinidad en San Petersburgo.

Y, a pesar de las dificultades, que se experimentan actualmente entre anglicanos y católicos por cuestiones de carácter teológico y ético, ha firmado, hace apenas dos meses, una animante declaración conjunta con el primado de la Comunión anglicana.

Los católicos están cada vez más familiarizados con el reto que supone la unidad de todos los cristianos.

A la vez, se dan cuenta --y el Papa insiste también en esto-- de que el diálogo tiene distintos niveles o «círculos».

Tiene que comenzar antes, en la «propia casa», entre los mismos católicos, que tienen que conocerse para entenderse bien. No debemos excluir de nuestro interés y cariño a las personas de otras comunidades católicas. Hay mucha variedad en nuestra Iglesia.

No puede ser que las múltiples familias religiosas se cierren unas a otras, que cada una vaya a lo suyo, que quizá haya incluso competencias y rivalidades entre ellas. De este modo, nunca podremos dar a nadie un testimonio convincente de la cercanía de Dios.

Asimismo, los católicos tienen una viva conciencia de que el diálogo va más allá del ecumenismo. Se dirige también a los seguidores de otras religiones y al mundo secularizado. Allí nos espera una inmensa tarea, que sólo podemos afrontar si estamos unidos: con Dios, entre nosotros los católicos y con todos los cristianos.

--Cuando usted explica el ecumenismo y sus pasos desde el Concilio Vaticano II a sus estudiantes: ¿nota interés, recelo, sorpresa?

--Burggraf: En la Facultad de Teología, tengo alumnos de cuatro continentes, que se llevan muy bien entre sí. La pluralidad es riqueza.

En este clima, no es de sorprender que haya interés por el ecumenismo, mucho antes de empezar las clases. Los alumnos están abiertos para conocer la historia, los razonamientos, las costumbres y mentalidades de los otros cristianos, no sólo de modo teórico, sino también práctico: algunos acuden a los encuentros en Taizé, otros hacen --en las vacaciones-- una peregrinación a Santiago con algún amigo de otra confesión. Tienen muchas iniciativas personales.

Hay también alumnos que pertenecen a Iglesias orientales católicas y nos explican, en clases especialmente dedicadas a ello, el sentido profundo de su modo tan diferente de celebrar la liturgia.

También en las otras Facultades se ha despertado un cierto interés por el ecumenismo. Los estudiantes de hoy ya no tienen los recelos que, quizás, hayan sufrido otras generaciones. Sin embargo, no conocen muy bien la propia fe; muchos no tienen una clara identidad católica.

Por esto, antes de «dialogar» con otros cristianos, es preciso para ellos descubrir la belleza de su fe. Porque, en un auténtico diálogo, el otro quiere saber quién soy yo, y yo quiero saber quién es él.

Si hacemos amistad con una persona de otra confesión religiosa, nos interesa realmente lo que piensa y cree. Si ignoramos lo que nos separa, creamos un ambiente de confusión que no ayuda a nadie.

Cuando, en cambio, los miembros de las diversas comunidades cristianas siguen cada uno fielmente sus propias creencias, puede parecer, en ciertas circunstancias, que tienen poco en común, que están bastante alejados unos de otros.

Pero interiormente se parecen mucho más que cuando se juntan en acuerdos superficiales y dejan de lado la pregunta por la verdad.

Si cada uno sigue su propia fe, se encuentran unidos en lo más hondo de su ser. Tienen la misma actitud fundamental que es la fidelidad a sus propias convicciones. Existe entre ellos una unidad no plenamente visible, pero sumamente real. Es tan real como el Espíritu de Cristo que actúa en ellos.
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sábado, 16 de enero de 2016

Misericordia y sentido del pecado

La principal “obra de misericordia” es la conversión del pecador. En el Evangelio que leíamos ayer, sobre la curación del paralítico, Jesucristo primero perdona los pecados de aquel hombre y luego lo cura de su parálisis.


El mayor bien que podemos hacer a una persona es ayudarla a convertirse, a salvar su alma. Es verdad que, en nuestra fe cristiana, está unido el aspecto espiritual y el corporal de la persona. Cristo se ha encarnado para dar valor divino a todo lo humano. Pero no podemos olvidar que el bien espiritual (la salvación de las almas) tiene prioridad sobre el material.

Y el bien espiritual está unido a la lucha incesante contra el pecado, para que el Espíritu Santo no encuentre obstáculos en nuestra alma que le impidan llenarnos de su Amor y Misericordia.

Por eso, en este Año de la Misericordia, lo primero es la conversión personal, reconocernos pecadores, arrepentirnos, acogernos a la Misericordia de Dios, precisamente porque mantenemos vivo el sentido del pecado.

¿Cómo mantener vivo el sentido del pecado en una sociedad secularizada, paganizada, que sólo busca el bienestar material y que considera el “sentido de las culpas” como una enfermedad psicológica y un trauma que hay que superar?

Lo primero es la formación moral: el conocimiento de las Leyes de Dios (La Ley Natural, los Diez Mandamientos, la Ley Nueva de la Caridad, de Cristo) y la formación de la conciencia (para aplicar en el caso concreto los mandamientos de Dios). La falta de formación moral es lo que ha diluido el sentido del pecado en nuestro mundo.

Después, la práctica constante del examen de conciencia y de la Confesión Sacramental. Si nos examinamos diariamente y buscamos conocernos mejor, y conocer que somos pecadores; y acudimos con frecuencia al Sacramento de la Penitencia para que el sacerdote, en nombre de Cristo, borre nuestros pecados, mantendremos vivo el sentido del pecado y el Espíritu Santo irá obrando en nuestra alma la conversión a la que llamaba Jesús desde el principio de su vida pública.

Para ilustrar todo esto, transcribimos algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica y, también, unos párrafos que escribió el Romano Guardini en su libro más conocido: El Señor.

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Del Catecismo de la Iglesia Católica

386 La realidad del pecado
El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia.

1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.

1850 El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así "amor de sí hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín, civ. 1, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6 - 9).

1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.

1868 El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
- participando directa y voluntariamente;
- ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
- no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;
- protegiendo a los que hacen el mal.

2094 Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia olvida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o una negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedia o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. El odio de Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas.

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De Romano Guardini, El Señor, Tercera Parte, El Hijo del Hombre.

Guardini comenta las siguientes palabras del Señor, en la parábola del Buen Pastor:

«Pues sí, os lo aseguro, yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí eran ladrones y bandidos, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entre por mí, estará al seguro, podrá entrar y salir y encontrará pastos.
El ladrón no viene más que para robar, matar y perder. Yo he venido para que vivan y estén llenos de vida. Yo soy el buen pastor. El buen pastor se desprende de su vida por sus ovejas. El asalariado, como no es pastor ni las ovejas son suyas, cuando ve venir al lobo, deja las ovejas y echa a correr. Y el lobo las arrebata y las dispersa. Porque a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, igual que mi Padre me conoce y yo conozco a mi Padre; además, me desprendo de la vida por las ovejas» (Jn 10,7-15).

Explica que Jesús conoce a sus ovejas (nosotros, los hombres) como Él conoce al Padre. Jesús conoce a los hombres “desde las raíces mismas de la humanidad. Nadie está dentro de la existencia humana como él. Nadie puede acercarse al hombre como él”. Sólo Él es la Verdadera Puerta.

“Sólo Él es el acceso a lo auténtico de la existencia humana. Por tanto, el que quiera acceder a ello, tendrá que pasar por Él. Y esto no es una metáfora, sino que es exactamente así. La forma íntima de todo lo cristiano es el propio Jesús. Por eso, el que quiere hablar a una persona para llegar allí donde se toman las auténticas decisiones, tiene que pasar por Cristo. Tendrá que purificar su pensamiento, insertándolo en el pensamiento de Cristo. Tendrá que procurar que su discurso sea verdadero, ajustándolo al de Cristo. Entonces pensará y hablará correctamente, y el pensamiento llegará a donde debe. Tendrá que ajustar su intención a los sentimientos de Cristo y dejar que en su voluntad actúe el amor de Cristo. Es Cristo el que tiene que hablar, no su propio yo. A él es al que ha de presentar, no a sí mismo. Entonces responderá el fondo esencial del alma, que «conoce» a Cristo y «escucha» su voz”.

“Y para que la imagen de la puerta conserve todo su vigor, dice Jesús: «Todos los que han venido antes de mí eran ladrones y bandidos, pero las ovejas no les hicieron caso» (Jn 10,8). Estas palabras son tremendas. ¡Todos, menos él, han sido ladrones y bandidos! Jesús no reconoce nada. Sabiduría, bondad, inteligencia, pedagogía y misericordia humanas: todo queda desechado. Aquí se trata evidentemente de algo definitivo, que no tolera confusión alguna con lo humano, ni siquiera con lo más noble. Comparado con lo que hace Cristo cuando viene al hombre, el modo en que el hombre se acerca al otro es rapiña, violencia, asesinato. ¡Qué revelación del hombre se da en ese momento en que Cristo dice cómo él es redentor! Bueno será no perder el tiempo preguntándonos si también se refiere a Abrahán, a Moisés, a los profetas... ¡«Todos»!, dice el texto... Por tanto, tú prescinde de los otros, mírate a ti mismo. ¡Acoge el mensaje de Dios sobre lo que tú eres cuando te acercas a tu prójimo!”.

“Pero, ¿si me acerco al otro con buena disposición y le llevo la verdad? En lo más profundo, dice el Señor, no quieres la verdad, ¡sino el dominio sobre él!... Y, ¿si quiero educar al prójimo? ¡Tú mismo quieres afirmarte cuando dices al otro cómo debe ser y comportarse! Pero, ¡si yo amo al prójimo y quiero hacerle el bien! ¡Lo que quieres, en realidad, es complacerte a ti mismo!... ¿Nos molestan las palabras «ladrón, bandido, asesino»? ¿Cuánto habrá que profundizar entonces en lo humano, hasta que aparezca la ambición, la violencia, el instinto criminal? Todo eso anida también en el sabio que enseña la sabiduría, en el predicador que exhorta a la piedad, en el educador que forma, en el superior que manda, en el legislador que hace la ley, y en el juez que la aplica: ¡en todos! Sólo uno está radicalmente libre de eso. Sólo uno habla desde la pura verdad, desde el auténtico amor, desde la plena donación: Cristo. ¡Sólo él!”.

* Este texto esclarecedor nos ayudará a comprender, un poco más, la profundidad del misterio del pecado en todos los hombres, en cada uno de nosotros, que no podemos subestimar. Sólo así, el Año de la Misericordia, será un Año de Gracia y de Verdad, delante de Dios. En la medida en que nos acerquemos a Cristo (en la Eucaristía, en el Sacramento de la Penitencia, en la Oración, en la devoción y el amor a Nuestra Señora, en el amor verdadero a cada uno de nuestros hermanos...), tendremos más Luz para reconocernos pecadores y necesitados de conversión



sábado, 9 de enero de 2016

La “Misericordia” en los escritos de San Josemaría Escrivá de Balaguer (2)

Hoy, si viviera, San Josemaría Escrivá de Balaguer cumpliría 114 años de edad. Nació un 9 de enero de 1902, en Barbastro, provincia de Huesca, España.


En este post estudiaremos las ocasiones en que aparece la palabra “Misericordia” en otro de sus libros: Forja.

— En Forja hay diez puntos que contienen la palabra “Misericordia”:

71 Cuenta el Evangelista San Lucas que Jesús estaba orando...: ¡cómo sería la oración de Jesús!
Contempla despacio esta realidad: los discípulos tratan a Jesucristo y, en esas conversaciones, el Señor les enseña -también con las obras- cómo han de orar, y el gran portento de la misericordia divina: que somos hijos de Dios, y que podemos dirigirnos a Él, como un hijo habla a su Padre.

* El Autor ve la filiación divina como un “gran portento de la misericordia divina”.

145 Tú no puedes tratar con falta de misericordia a nadie: y, si te parece que una persona no es digna de esa misericordia, has de pensar que tú tampoco mereces nada.
-No mereces haber sido creado, ni ser cristiano, ni ser hijo de Dios, ni pertenecer a tu familia...

* Todos los hombres somos merecedores de la misericordia de Dios, porque Él nos ha creado y somos imagen suya.

293 Busca la unión con Dios, y llénate de esperanza -¡virtud segura!-, porque Jesús, con las luces de su misericordia, te alumbrará, aun en la noche más oscura.

* Pueden venir noches oscuras pero, para un hombre de fe, siempre está presente la Luz de la misericordia divina, que ilumina todos sus caminos.

416 Tú, cristiano, y por cristiano hijo de Dios, has de sentir la grave responsabilidad de corresponder a las misericordias que has recibido del Señor, con una actitud de vigilante y amorosa firmeza, para que nada ni nadie pueda desdibujar los rasgos peculiares del Amor, que Él ha impreso en tu alma.

* ¡Cantaré por siempre tus misericordias! Podríamos pasarnos toda la vida agradeciendo las misericordias del Señor.

476 Realmente, a cada uno de nosotros, como a Lázaro, fue un «veni foras» -sal fuera, lo que nos puso en movimiento.
-¡Qué pena dan quienes aún están muertos, y no conocen el poder de la misericordia de Dios!
-Renueva tu alegría santa porque, frente al hombre que se desintegra sin Cristo, se alza el hombre que ha resucitado con El.

* Jesús nos da la vida, especialmente, en el Sacramento de la Penitencia, para que luego podamos recibir la Vida (a Él mismo) en la Eucaristía.

617 Deseo de todo corazón que, por la misericordia de Dios, El -a pesar de tus pecados (¡nunca más ofender a Jesús!)- te haga "vivir habitualmente esa vida dichosa de amar su Voluntad".

* Todo lo bueno que hacemos y hay en nosotros lo debemos a la infinita misericordia de Dios. Todo es Gracia.

822 Me confiaste que, en tu oración, abrías el corazón al Señor con las siguientes palabras: "considero mis miserias, que parecen aumentar, a pesar de tus gracias, sin duda por mi falta de correspondencia. Conozco la ausencia en mí de toda preparación, para la empresa que pides. Y, cuando leo en los periódicos que tantos y tantos hombres de prestigio, de talento y de dinero hablan y escriben y organizan para defender tu reinado..., me miro a mí mismo y me encuentro tan nadie, tan ignorante y tan pobre, en una palabra, tan pequeño..., que me llenaría de confusión y de vergüenza, si no supiera que Tú me quieres así. ¡Oh, Jesús! Por otra parte, sabes bien cómo he puesto, de buenísima gana, a tus pies, mi ambición... Fe y Amor: Amar, Creer, Sufrir. En esto sí que quiero ser rico y sabio, pero no más sabio ni más rico que lo que Tú, en tu Misericordia sin límites, hayas dispuesto: porque todo mi prestigio y honor he de ponerlo en cumplir fielmente tu justísima y amabilísima Voluntad".
-No te quedes sólo en esos buenos deseos, te aconsejé.

* Cuanto más reconozco mi poquedad e insuficiencia, también soy más consciente de la infinita misericordia de Dios.

862 Ha de quedar claramente grabado en tu alma que Dios no te necesita. -Su llamada es una misericordia amorosísima de su Corazón.

* La vocación personal de cada hombre (su llamada a amar) es una caricia de Dios: fruto de su misericordia.

897 Sí, tienes razón: ¡qué hondura, la de tu miseria! Por ti, ¿dónde estarías ahora, hasta dónde habrías llegado?...
"Solamente un Amor lleno de misericordia puede seguir amándome", reconocías.
-Consuélate: Él no te negará ni su Amor ni su Misericordia, si le buscas.

* Dios nos concede su misericordia siempre, pero también nos pide que pongamos algo (aunque sea muy poco) de nuestra parte: buscarle.

1034 ¡Cómo amaba la Voluntad de Dios aquella enferma a la que atendí espiritualmente!: veía en la enfermedad, larga, penosa y múltiple (no tenía nada sano), la bendición y las predilecciones de Jesús: y, aunque afirmaba en su humildad que merecía castigo, el terrible dolor que en todo su organismo sentía no era un castigo, era una misericordia.
-Hablamos de la muerte. Y del Cielo. Y de lo que había de decir a Jesús y a Nuestra Señora... Y de cómo desde allí "trabajaría" más que aquí... Quería morir cuando Dios quisiera..., pero -exclamaba, llena de gozo- ¡ay, si fuera hoy mismo! Contemplaba la muerte con la alegría de quien sabe que, al morir, se va con su Padre.

* El dolor, el sufrimiento y la muerte, son bendiciones de Dios. Realmente, no son castigos, son muestras de la misericordia divina, aunque a veces no alcancemos a comprender los designios divinos.



sábado, 2 de enero de 2016

La “Misericordia” en los escritos de San Josemaría Escrivá de Balaguer (1)

El día 9 de enero se cumple un aniversario más del nacimiento de San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975).


En este Año Santo de la Misericordia, puede ser provechoso recordar algunos textos de sus escritos en los que aparece la palabra “Misericordia”.

En este post estudiaremos dos de sus libros más conocidos: Camino y Surco.

— En Camino hay cuatro puntos en los que se menciona esta palabra:

93 Te ves tan miserable que te reconoces indigno de que Dios te oiga... Pero, ¿y los méritos de María? ¿Y las llagas de tu Señor? Y... ¿acaso no eres hijo de Dios?
Además, Él te escucha "quoniam bonus..., quoniam in saeculum misericordia ejus": porque es bueno, porque su misericordia permanece siempre.

* Este texto tiene su origen en la oración personal del Autor, que luego resumió en su cuaderno de notas el 27 de enero de 1934.
* Dios es mi Padre. Jesús ha muerto por mí y María es mi madre… ¡Qué bueno es Dios! Su misericordia es eterna.

309 ¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! –Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona.
¡Bendito sea el santo Sacramento de la Penitencia!

* Procede de una ficha del 6 de diciembre de 1938. En este punto aparece la sensibilidad del Autor como jurista.
* El Sacramento de la Penitencia es el Sacramento de la Misericordia.

431 No temas a la Justicia de Dios. –Tan admirable y tan amable es en Dios la Justicia como la Misericordia: las dos son pruebas del Amor.

* Procede el texto de una anotación del 9 de diciembre de 1932, que literalmente es la siguiente: "No temo a la Justicia de Dios. Tan admirable y tan amable me parece, en Dios, la Justicia como la Misericordia: las dos son pruebas del Amor". En este punto el Autor toca la cuestión del "temor de Dios" y lo resuelve en la clave del "Amor". Su vivencia es afín a la de Santa Teresa de Lisieux: "A mí Dios me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas...! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizá ésta más aún que todas las demás) me parece revestida de amor..." (cfr. Edición Crítica de Camino, de Pedro Rodríguez).
* El ejercitar su Justicia, Dios es Misericordioso.

747 Hay mucha propensión en las almas mundanas a recordar la Misericordia del Señor. –Y así se animan a seguir adelante en sus desvaríos.
Es verdad que Dios Nuestro Señor es infinitamente misericordioso, pero también es infinitamente justo: y hay un juicio, y Él es el Juez. 

* Texto escrito después del 7 de diciembre de 1938. Este p / 747  es como el contrapunto del p / 309: "qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios". Aquí el Autor nos viene a decir que hay justicia en la misericordia de Dios. Por eso hay que meditarlo en estrecha relación con la doctrina del p / 431: "Tan admirable y tan amable es en Dios la Justicia como la Misericordia" (cfr. Edición Crítica de Camino, de Pedro Rodríguez).

— En Surco hay tres puntos en los que se menciona la palabra “Misericordia”:

601 Dios, por su justicia y por su misericordia —infinitas y perfectas—, trata con el mismo amor, y de modo desigual, a los hijos desiguales.
Por eso, igualdad no significa medir a todos con el mismo rasero.

* Dios no nos trata en serie. Nos mira a cada uno con su infinito Amor. Y nos trata de manera desigual: a cada uno según lo necesitamos, en cada momento.

813 ¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos...
–¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!

* En este Año de la Misericordia, le pedimos al Señor que nos conceda un corazón a la medida del Corazón de Cristo.

889 El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse con El.

* El Señor –solía decir san Josemaría- nos trata como una madre a su hijo pequeño, que está sucio: lo lava bien (aunque el niño llore y proteste), lo perfuma y luego lo llena de besos.