Reproducimos una entrevista a la teóloga Jutta Burggraf, en
Pamplona, España, que apareció en ZENIT (ZENIT.org) el 15 de enero de 2007. En
este Año Santo de la Misericordia, nos
parece una lectura oportuna y provechosa en esta “Semana de oración por la
unidad de los cristianos”.
La teóloga Jutta
Burggraf afirma que el ecumenismo no es una cuestión de doctrina teológica ni
de colaboración pastoral, sino de oración y de caridad.
Jutta Burggraf es profesora de Teología Sistemática y de Ecumenismo en la
Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Zenit ha querido
interpelarla acerca de la Semana de Oración para la Unidad entre los Cristianos
(18-25 enero).
Burggraf recuerda a que «la esperada unidad no será un producto de nuestras
fuerzas, sino «un don que viene de lo alto». Su verdadero protagonista es el
Espíritu Santo».
Jutta Burggraf, alemana de origen y profesora en la Universidad de Navarra
desde hace años, es autora de «Conocerse y comprenderse. Una introducción al
ecumenismo», Madrid 2003, 2ª ed. 2003 y del folleto: «Ecumenismo: ¿Qué es?
¿Cómo se vive?», Madrid 2006.
--¿Por qué es necesaria, la semana de oración para la unidad?
--Burggraf: Durante el octavario, los cristianos católicos, ortodoxos y
protestantes de todas las denominaciones --esparcidos por el mundo entero--
están invitados «expresamente» a rezar juntos por su unidad. La Semana se
celebra cada año del 18 al 25 de enero, día en que la Iglesia conmemora la
conversión de San Pablo.
La fecha es significativa: nos recuerda que no podemos acercarnos unos a otros
sin una profunda conversión interior, sin buscar cada uno vivir en intimidad
con Cristo. Es en él donde nos uniremos algún día.
La esperada unidad no será un producto de nuestras fuerzas, sino «un don que
viene de lo alto». Su verdadero protagonista es el Espíritu Santo, quien nos
conduce, por los caminos que quiere, hacia la madurez cristiana.
En la oración encontramos sobre todo a Dios, pero de manera especial también a
los demás. Cuando rezo por alguien, le veo a través de otros ojos, ya no con
aquellos llenos de sospecha o de ánimo de control, sino con los ojos de Dios.
De esta manera, puedo descubrir lo bueno en cada persona, en cada
planteamiento. Dejo aparte mis prejuicios y comienzo a sentir simpatía por el
otro.
Rezar significa, purificar el propio corazón, para que el otro verdaderamente
pueda tener sitio dentro de él. Si tengo prejuicios o recelos, cualquiera que
entre en ese recinto recibirá un golpe rudo. Tenemos que crear un lugar para
los demás en nuestro interior. Tenemos que ofrecerles nuestro corazón como
lugar hospitalario, donde puedan encontrar mucho respeto y comprensión.
Si conseguimos
esto, será más auténtico el diálogo. A veces, creemos poder disimular
fácilmente nuestros sentimientos y pensamientos negativos. Tratamos de guardar
las apariencias, y luego nos asombramos que los demás desconfíen de nosotros.
La razón es muy sencilla: los demás suelen percibir con gran nitidez lo que
pasa en nuestro interior. Notan si los aceptamos o los rechazamos, y actúan en
consecuencia. Así vemos la importancia de empezar por nosotros mismos en la
búsqueda de la unidad.
--Se insiste mucho en el llamado «ecumenismo espiritual»...
--Burggraf: Con razón, porque el ecumenismo no es, en primer lugar, una
cuestión de doctrina teológica ni de colaboración pastoral, sino de oración y
de caridad. Así como la falta de amor engendra desuniones, la «santidad de
vida»puede considerarse como el «alma»o motor de todo el movimiento ecuménico.
Es significativo que Juan Pablo II haya invitado repetidas veces a una
purificación de la memoria a todas las personas y asociaciones.
Sabemos bien que la memoria no es sólo una facultad relativa al pasado; por el
contrario, influye profundamente en el presente. Lo que recordamos afecta, con
frecuencia, a nuestras relaciones con los demás. Si una herida del pasado queda
en la memoria, ésta herida puede llevar a una persona a encerrarse en sí misma;
puede traducirse en una cierta resistencia a encontrarse de una manera serena
entre los demás, y puede dificultar o incluso impedir una amistad.
Teniendo esto en cuenta, Benedicto XVI ha dado recientemente un ejemplo
elocuente: cuando, a causa de su famosa conferencia de Ratisbona había llegado
a ser la víctima de una campaña organizada por algunos adversarios de la
Iglesia, no culpó a nadie; es más, sobrepasó las reglas de la mera justicia y
pidió perdón a los musulmanes por las palabras que podrían haberles herido.
Podemos estar seguros de que una persona contribuye más a la unidad de la
Iglesia cuando procura transmitir el amor de Dios a los demás, que cuando se
dedica a los diálogos teológicos más eruditos con un corazón frío.
--El Papa está demostrando continuamente su compromiso ecuménico. ¿Advierte
un celo análogo, entre los católicos en general?
--Burggraf: Benedicto XVI señaló, desde el comienzo de su pontificado, que está
dispuesto a «trabajar sin ahorrar energías en la reconstitución de la unidad
plena y visible de todos los seguidores de Cristo».
Está realizando una gran labor ecuménica, hecha no sólo de palabras, sino, sobre
todo, de gestos fraternos.
Así, por ejemplo, ha donado una considerable cantidad de dinero al patriarcado
de Moscú para la reconstrucción de la catedral de la Trinidad en San
Petersburgo.
Y, a pesar de las
dificultades, que se experimentan actualmente entre anglicanos y católicos por
cuestiones de carácter teológico y ético, ha firmado, hace apenas dos meses,
una animante declaración conjunta con el primado de la Comunión anglicana.
Los católicos están cada vez más familiarizados con el reto que supone la
unidad de todos los cristianos.
A la vez, se dan cuenta --y el Papa insiste también en esto-- de que el diálogo
tiene distintos niveles o «círculos».
Tiene que comenzar antes, en la «propia casa», entre los mismos católicos, que
tienen que conocerse para entenderse bien. No debemos excluir de nuestro
interés y cariño a las personas de otras comunidades católicas. Hay mucha
variedad en nuestra Iglesia.
No puede ser que las múltiples familias religiosas se cierren unas a otras, que
cada una vaya a lo suyo, que quizá haya incluso competencias y rivalidades
entre ellas. De este modo, nunca podremos dar a nadie un testimonio convincente
de la cercanía de Dios.
Asimismo, los católicos tienen una viva conciencia de que el diálogo va más
allá del ecumenismo. Se dirige también a los seguidores de otras religiones y
al mundo secularizado. Allí nos espera una inmensa tarea, que sólo podemos
afrontar si estamos unidos: con Dios, entre nosotros los católicos y con todos
los cristianos.
--Cuando usted explica el ecumenismo y sus pasos desde el Concilio Vaticano
II a sus estudiantes: ¿nota interés, recelo, sorpresa?
--Burggraf: En la Facultad de Teología, tengo alumnos de cuatro continentes,
que se llevan muy bien entre sí. La pluralidad es riqueza.
En este clima, no es de sorprender que haya interés por el ecumenismo, mucho
antes de empezar las clases. Los alumnos están abiertos para conocer la
historia, los razonamientos, las costumbres y mentalidades de los otros
cristianos, no sólo de modo teórico, sino también práctico: algunos acuden a
los encuentros en Taizé, otros hacen --en las vacaciones-- una peregrinación a
Santiago con algún amigo de otra confesión. Tienen muchas iniciativas
personales.
Hay también alumnos que pertenecen a Iglesias orientales católicas y nos
explican, en clases especialmente dedicadas a ello, el sentido profundo de su
modo tan diferente de celebrar la liturgia.
También en las otras Facultades se ha despertado un cierto interés por el
ecumenismo. Los estudiantes de hoy ya no tienen los recelos que, quizás, hayan
sufrido otras generaciones. Sin embargo, no conocen muy bien la propia fe;
muchos no tienen una clara identidad católica.
Por esto, antes de «dialogar» con otros cristianos, es preciso para ellos
descubrir la belleza de su fe. Porque, en un auténtico diálogo, el otro quiere
saber quién soy yo, y yo quiero saber quién es él.
Si hacemos amistad con una persona de otra confesión religiosa, nos interesa
realmente lo que piensa y cree. Si ignoramos lo que nos separa, creamos un
ambiente de confusión que no ayuda a nadie.
Cuando, en cambio, los miembros de las diversas comunidades cristianas siguen
cada uno fielmente sus propias creencias, puede parecer, en ciertas
circunstancias, que tienen poco en común, que están bastante alejados unos de
otros.
Pero interiormente se parecen mucho más que cuando se juntan en acuerdos
superficiales y dejan de lado la pregunta por la verdad.
Si cada uno sigue su propia fe, se encuentran unidos en lo más hondo de su ser.
Tienen la misma actitud fundamental que es la fidelidad a sus propias
convicciones. Existe entre ellos una unidad no plenamente visible, pero
sumamente real. Es tan real como el Espíritu de Cristo que actúa en ellos.
ZS07011510
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