Dedicaremos las próximas siete entradas del blog, a partir de hoy, Solemnidad de Pentecostés, a recordar la doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre
los dones del Espíritu Santo.
Nos parece
que sus consideraciones sobre los siete dones son muy provechosas siempre, y particularmente
en los momentos actuales. El Espíritu Santo se derrama, en efusión de Amor, en todas aquellas almas que desean vivamente recibirlo.
El Doctor
Angélico trata de los dones al estudiar las virtudes teologales y morales,
y los relaciona con ellas y con cada una de las bienaventuranzas.
Seguimos, por
lo tanto el orden de Santo Tomás, que comienza con el don de entendimiento, en
la cuestión 8 de la Secunda Secundae Pars de la Suma Teológica.
- Don de entendimiento (q. 8)
- Don de ciencia (q. 9)
- Don de temor (q. 19)
- Don de sabiduría (q. 45)
- Don de consejo (q. 52)
- Don de piedad (q. 121)
- Don de fortaleza (q. 123)
Transcribimos
el Sed contra y el Respondeo de cada uno de los artículos de las
cuestiones. No incluimos las objeciones ni la respuesta a las mismas.
EL DON DE ENTENDIMIENTO
(S. Th. II-IIae,
q. 8)
Viene a
continuación el tema del don de entendimiento y de ciencia, que corresponde a
la virtud de la fe.
Sobre el don
de entendimiento se formulan ocho preguntas:
1.
¿Es el
entendimiento un don del Espíritu Santo?
2.
¿Puede
coexistir con la fe en el mismo sujeto?
3.
El don de
entendimiento, ¿es solamente especulativo o también práctico?
4.
Todos los
que están en gracia, ¿tienen el don de entendimiento?
5.
¿Puede
hallarse este don en algunos sin la gracia?
6.
¿Cómo se
relaciona el de entendimiento con los demás dones?
7.
¿A qué
bienaventuranza corresponde este don?
8.
¿Qué fruto
le corresponde?
ARTÍCULO 1
¿Es el
entendimiento un don del Espíritu Santo?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]:
está el testimonio de la Escritura: Sobre él reposará el espíritu de Yahveh,
espíritu de sabiduría y de inteligencia (Is 11, 2).
Respondo: El
nombre de entendimiento implica un conocimiento íntimo. Entender significa, en
efecto, algo como leer dentro. Esto resulta evidente para quien considere la
diferencia entre el entendimiento y los sentidos. El conocimiento sensitivo se
ocupa, en realidad, de las cosas sensibles externas, mientras que el
intelectual penetra hasta la esencia de la realidad, su objeto: lo que es el
ser, como enseña el Filósofo en III De An. Ahora bien, las cosas ocultas en el
interior de la realidad, y hasta las cuales debe penetrar el conocimiento del
hombre, son muy vanadas. Efectivamente, bajo los accidentes está oculta la
naturaleza sustancial de las cosas; en las palabras está oculto su significado;
en las semejanzas y figuras, la verdad representada. En otro plano distinto,
las realidades inteligibles son, en cierto modo, íntimas respecto a las
realidades sensibles que percibimos exteriormente, como en las causas están
latentes los efectos, y viceversa. De ahí que, en relación a todo eso, puede
hablarse de acción del entendimiento. Y como el conocimiento del hombre
comienza por los sentidos, o sea, desde el exterior, es evidente que cuanto más
viva sea la luz del entendimiento, tanto más profundamente podrá penetrar en el
interior de las cosas. Pero sucede que la luz natural de nuestro entendimiento
es limitada, y sólo puede penetrar hasta unos niveles determinados. Por eso
necesita el hombre una luz sobrenatural que le haga llegar al conocimiento de
cosas que no es capaz de conocer por su luz natural. Y a esa luz sobrenatural
otorgada al hombre la llamamos don de entendimiento.
ARTÍCULO 2
¿Puede darse
el don de entendimiento conjuntamente con la fe?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]:
está la autoridad de San Gregorio, que en el libro Moral, escribe: El
entendimiento ilustra a la mente sobre cosas oídas, Mas quien tiene fe puede
ser ilustrado sobre cosas oídas, como leemos en la Escritura: El Señor abrió a
sus discípulos la inteligencia para que entendiesen las Escrituras (Lc 24, 45).
Luego el entendimiento puede darse conjuntamente con la fe.
Respondo: En
el caso presente se debe establecer doble distinción: una por parte de la fe, y
otra por parte del entendimiento. Por parte de la fe, a su vez, hay que
distinguir dos cosas: las que por sí mismas y de manera directa le incumben y
que exceden a la razón natural; por ejemplo, que Dios es uno y trino, o que el
Hijo se encarnó; y las que están ordenadas de alguna manera a la fe, como es
todo cuanto está en la Escritura. Por parte del entendimiento cabe decir
también que hay dos formas de entender las cosas. Una de ellas, perfecta, como
cuando conocemos la esencia de la cosa entendida o la verdad de un enunciado
intelectual como es en sí. Las cosas que corresponden a la fe no las podemos
entender de esta forma, mientras dure el estado de fe; podemos, en cambio,
entender lo que está ordenado a la fe. Pero hay otro modo, imperfecto, de
entender una cosa; es decir, cuando desconocemos su esencia misma o la verdad
de una proposición; no se conoce qué es ni cómo, y, sin embargo, se conoce que
lo que aparece exteriormente no es contrario a la verdad. En el caso de la fe,
comprende el hombre que no debe apartarse de ella por las dificultades que ve
exteriormente. En ese sentido no hay inconveniente alguno en que, mientras dure
el estado de fe, haya también inteligencia sobre las verdades que, por sí
mismas, pertenecen a la fe.
ARTÍCULO 3
El don de
entendimiento, ¿es solamente especulativo o también práctico?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]:
está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: Principio del saber, el
temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican (Sal 111, 10).
Respondo:
Como ya hemos dicho (a.2), el don de entendimiento no versa solamente sobre las
cosas que de forma directa y principal incumben a la fe, sino también sobre
todo cuanto está ordenado a ella. Ahora bien, las acciones humanas tienen
alguna relación con la fe, puesto que, como afirma el Apóstol, la fe actúa por
la caridad (Ga 5, 6). Por lo tanto, el don de entendimiento abarca también lo
particular operable. Sobre esto no actúa de manera principal, sino en cuanto
que en nuestro obrar actuamos, según San Agustín en XII De Trin., por las
razones eternas a las que se adhiere la razón superior contemplándolas y
consultándolas. La perfección de esta razón superior es obra del don de
entendimiento.
ARTÍCULO 4
¿Se da el don
de entendimiento en todos los que están en gracia?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se ponen a la tesis del artículo]:
está lo que leemos en la Escritura: No saben ni comprenden; caminan en
tinieblas (Sal 82, 5), y nadie que tenga la gracia camina en tinieblas, a tenor
de estas palabras: El que me siga no caminará en la oscuridad (Jn 8, 12).
Nadie, pues, que esté en gracia carece del don de entendimiento.
Respondo: Es
necesario que cuantos poseen la gracia tengan también rectitud de voluntad,
porque la gracia prepara la voluntad del hombre para el bien, como afirma San
Agustín. La voluntad no puede ir, sin embargo, encaminada hacia el bien si no
preexiste algún conocimiento de la verdad, pues su objeto es el bien captado
por el entendimiento, como expone el Filósofo en III De An. . Y así como el don
de caridad del Espíritu Santo dispone la voluntad para orientarse directamente
hacia un bien sobrenatural, así también, por el don de entendimiento, ilustra
la mente humana para que conozca la verdad sobrenatural, hacia la cual debe ir
orientada la voluntad recta. Por eso, como el don de caridad se da en cuantos
tienen la gracia santificante, se da también el don de entendimiento.
ARTÍCULO 5
¿Tienen el
don de entendimiento incluso quienes no tienen la gracia santificante?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]:
están las palabras del Señor: Todo el que aprende del Padre y escucha su
enseñanza viene a mí (Jn 6, 45). Ahora bien, por el entendimiento aprendemos o
penetramos lo que oímos, como enseña San Gregorio en I Moral. . Luego todo el
que tiene el don de entendimiento se llega a Cristo, hecho que no ocurre sin la
gracia santificante. En consecuencia, el don de entendimiento no se da sin la
gracia santificante.
Respondo:
Como ya hemos expuesto en 1-2 q.68 a.1, 2 et 3, los dones del Espíritu Santo
perfeccionan el alma haciéndola dócil a la moción del mismo Espíritu. Por eso
se puede decir que la luz intelectual es don del entendimiento, en cuanto que
el entendimiento del hombre queda bien dispuesto por la moción del Espíritu
Santo. Ahora bien, esa docilidad se aprecia en que el hombre capta bien la
verdad respecto del fin. Por eso, si el entendimiento humano no es movido por
el Espíritu Santo para conseguir una recta aprehensión del fin, es señal de que
no ha recibido aún el don de entendimiento, aunque bajo la luz del Espíritu
tenga conocimiento de otras cosas que son preámbulos para la fe. Tiene, en
cambio, recta estimación del último fin solamente quien no yerra sobre el
mismo, sino que se adhiere a él como a sumo bien, y eso es exclusivo de quien
tiene la gracia santificante, del mismo modo que en las cosas morales tiene una
recta apreciación del fin quien tiene el hábito virtuoso. Por eso solamente
tiene el don de entendimiento quien tiene la gracia santificante .
ARTÍCULO 6
¿Se distingue
el don de entendimiento de los otros dones?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se ponen a la tesis del artículo]:
está el hecho de que las cosas enumeradas conjuntamente deben ser de alguna
manera distintas entre sí, ya que la distinción es el principio del número.
Pues bien, en Isaías vemos (Is 11, 2-3) que el don de entendimiento aparece
enumerado juntamente con los demás dones. Luego se distingue de ellos.
Respondo: Es
evidente la distinción entre el don de entendimiento y los dones de piedad,
fortaleza y temor; el de entendimiento pertenece a la potencia cognoscitiva;
los otros tres, a la apetitiva. No es, en cambio, tan evidente la diferencia
entre el don de entendimiento y los otros que pertenecen también a la potencia
cognoscitiva, es decir, los de sabiduría, ciencia y consejo. Hay quienes
piensan que el de entendimiento se distingue de los dones de sabiduría y de
consejo porque estos dos corresponden al conocimiento práctico; aquél, en
cambio, al especulativo. Se distingue, no obstante, del don de sabiduría, que
se refiere también al conocimiento especulativo, porque a la sabiduría
corresponde el juicio, y al entendimiento la capacidad de percepción de las
cosas que se le proponen o de la penetración íntima de las mismas. A tenor de
esto hemos reseñado más arriba (1-2 q.68 a.4) el número de los dones. Pero si
nos fijamos bien, el don de entendimiento no se refiere solamente a la
especulación, sino también a lo operable, como queda dicho (a.3); la sabiduría,
por su parte, comprende también ambas cosas, como se dirá luego (q.9 a.3). Por
lo tanto hay que establecer otra base de distinción de los dones.
Efectivamente,
estos cuatro dones de que hablamos se ordenan al conocimiento sobrenatural, que
tiene su base en la fe. Ahora bien, en palabras del Apóstol, la fe viene de la
predicación (Rm 10, 17), y, por lo tanto, al hombre se le deben proponer
algunas cosas para creerlas; no como cosas vistas, sino como oídas, para que
les preste su asentimiento. Por otra parte, la fe, primera y principalmente, es
acerca de la Verdad primera; secundariamente, sobre cosas que conciernen a las
criaturas; y por último se extiende también a la dirección de las acciones
humanas en cuanto que actúa por la caridad, como hemos dicho (a.3; q.4 a.2 ad
3). En consecuencia, son dos las cosas que se requieren de nuestra parte
respecto de lo que se nos propone para creer. Primero: que sean penetradas y
captadas por el entendimiento, y ésta es función del don de entendimiento.
Segunda: que el hombre se forme de ellas un juicio recto, hasta el punto de
considerar buena la adhesión a las mismas, y que se deben rechazar los errores
opuestos. Este juicio, cuando se refiere a las cosas divinas, corresponde en
realidad al don de sabiduría; al don de ciencia, si se trata cosas creadas; al
don de consejo, cuando se propone su aplicación a las acciones singulares.
ARTÍCULO 7
¿Corresponde
al don de entendimiento la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]:
está la afirmación de San Agustín en el libro De Serm. Dom. in monte: La sexta
operación del Espíritu Santo, que es el don de entendimiento, es propia de los
limpios de corazón, los cuales, purificados los ojos, pueden ver lo que el ojo
no vio.
Respondo: La
sexta bienaventuranza, lo mismo que las demás, expresa dos cosas: una, como
mérito, que es la pureza de corazón; otra, como premio, y es la visión de Dios,
como hemos expuesto (1-2 q.69 a.2). Las dos cosas pertenecen, en cierto modo,
al don de entendimiento. Hay, en efecto, una doble pureza. Una, en verdad,
preliminar y disposición para la visión de Dios, y que consiste en la
depuración de la voluntad de todo tipo de afecto desordenado. Esa pureza de
corazón se logra por las virtudes y los dones propios de la voluntad. La otra,
en cambio, es como un complemento para la visión divina. Se trata de una pureza
de la mente depurada de los fantasmas y de los errores, de tal manera que no
reciba las cosas de Dios en forma de imágenes corporales ni de perversiones heréticas.
Esta pureza es obra del don de entendimiento. Hay, igualmente, una doble visión
de Dios. Una, perfecta, en la cual se ve la esencia divina. La otra,
imperfecta, en la cual, aunque no veamos qué sea Dios, vemos, sin embargo, qué
no es. En esta vida conocemos tanto más perfectamente a Dios cuanto mejor
comprendemos que sobrepasa todo lo que comprende el entendimiento. Y una y otra
visión corresponden al don de entendimiento: la primera, al don de
entendimiento consumado, como se dará en la patria; la segunda, al don de
entendimiento incoado, como se da en el estado de vía.
ARTÍCULO 8
Entre los
frutos, ¿corresponde la fe al don de entendimiento?
Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]:
está el hecho de que el fin de cada cosa es el fruto de la misma. Ahora bien,
parece que el don de entendimiento va ordenado a la certeza de la fe, como
fruto, ya que dice la Glosa, sobre el texto de Gál5, 22, que la fe como fruto
es la certeza sobre las cosas invisibles. Luego entre los frutos, la fe
corresponde al don de entendimiento.
Respondo:
Como hemos expuesto al hablar de los dones (1-2 q.70 a.l), los frutos del
Espíritu Santo son ciertas realidades últimas y deleitables que se dan en
nosotros provenientes del Espíritu Santo. Ahora bien, lo último y deleitable
tiene razón de fin, y el fin es el objeto propio de la voluntad. Por eso, lo
último y deleitable en el plano de la voluntad debe ser, de alguna manera,
fruto de cuanto corresponde a las actividades de las demás potencias. De ahí
que el don o la virtud que perfecciona una potencia puede ofrecer doble fruto:
uno, propio de esa potencia; otro, como último, propio de la voluntad. En
consecuencia, debemos concluir que al don de entendimiento corresponde, como
fruto propio, la fe, es decir, la certeza de la fe; pero como fruto último le corresponde
el gozo, el cual atañe a la voluntad.
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