sábado, 7 de marzo de 2015

Los preceptos de la Ley y la sabiduría de la Cruz

El Decálogo está contenido en dos lugares de la Sagrada Escritura: Ex 20, 1-17 (cfr. Primera Lectura del Tercer Domingo de Cuaresma) y Dt 5, 6-21.


Ningún otro cuerpo legal del Pentateuco se repite dos veces. Esto nos da idea de la importancia que tiene el Decálogo en la Torá.

Efectivamente, como afirma Santo Tomás de Aquino, en los preceptos del Decálogo (los 10 Mandamientos) está recogidos los preceptos de la Ley Natural, tanto los universales como los particulares.

La Ley Natural es la participación de la Ley Eterna en la creatura racional. Dios ha diseñado las leyes morales de su Creación y las ha grabado en la conciencia del hombre. Todo hombre nace con esta especie de “instructivo” impreso en el alma, de modo que tiene en sí, inscrita, la Ley de Dios.

Lo que pasa es que el pecado original ha oscurecido esa Ley en nuestra conciencia y, a veces, no es fácil acertar entre el bien y el mal. Por eso es necesaria la Gracia, que sana nuestra naturaleza caída.

El Decálogo es Ley de liberación. Normalmente, en los pueblos antiguos, los que perdían una guerra quedaban sometidos al enemigo que le imponía su ley y sus preceptos. En el caso de Israel, el origen de su ley es la liberación de la esclavitud que habían tenido en Egipto.

Por eso, los israelitas cumplían la Ley con un espíritu de libertad, aunque todavía no plena. Tendría que llegar Cristo e instaurar la plenitud de la Ley, la Ley Nueva de Amor y Libertad; la ley, no de mínimos, sino de máximos: de abundancia de misericordia y de generosidad, por parte de Dios; y de respuesta llena de amor y de entrega por parte del hombre.

Cristo cumplió toda la Ley de Moisés (preceptos morales ─Decálogo─, judiciales y ceremoniales) porque no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento.

Jesús perfeccionó la Ley. A partir de Él, quedaron abolidos los preceptos judiciales y ceremoniales, pero no los morales (Decálogo).

Aunque han de mantenerse los diez mandamientos, tal como están en la Sagrada Escritura, podemos intentar hacer un resumen de ellos, para recordar lo principal de su enseñanza, con más facilidad. En este sentido, podemos señalar cinco grandes mandamientos que son síntesis del Decálogo:

1° El Amor, adoración y alabanza a Dios: este mandamiento es el primero y está por encima de los demás. Operi Dei nihil praeponatur, reza la regla benedictina: Que nada se anteponga a la obra de Dios, es decir, al culto que debemos a Dios (especialmente en la Liturgia, y en el Culto Eucarístico).

2° El Amor al prójimo (el Mandamiento nuevo de la Caridad): un amor ordenado (la familia, los amigos, los conocidos, etc.), que se extiende a toda la humanidad, al respeto por la vida y el bien de todos los hombres.

3° El recto uso de la sexualidad dentro del matrimonio: mandamiento especialmente importante en nuestro mundo, lleno de hedonismo, de banalización del sexo y de transgresiones continuas debidas a la falta de aprecio a la virtud de la pureza cristiana.

4° El amor a la verdad: que se opone a la mentira reinante en el mundo, a la corrupción y el engaño generalizado en el que vive el hombre moderno.

5° El desprendimiento de los bienes terrenos: también grandemente necesario en nuestro mundo consumista, tecnificado, que sólo busca el bienestar material y en el que el dinero dirige a la mayoría de los hombres.

Jesucristo vino a fundar la Nueva Ley mediante la Cruz, que es Sigo Más. Sólo con la Sabiduría de la Cruz se pueden superar los peligros de la mundanización.

"Nosotros predicamos a Cristo crucificado –escribe el Apóstol a los cristianos de Corinto–, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados, lo mismo judíos que griegos, Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1, 23-24).

La Cruz es escándalo (obstáculo) para los judíos, porque no pueden aceptar que todo un Dios se haga hombre y muera crucificado (cfr. Segunda Lectura: 1 Co 1, 22-25).

La Cruz es necedad o locura para los gentiles (los griegos) porque ningún hombre que utilice su razón (dicen ellos) puede concebir que otro hombre muera innecesariamente si es posible salvarse.

Sólo la Lógica del Amor (de la Cruz) puede adherirse a la Fe de Jesucristo, como dice San Pablo: “Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20).

Stat Crux dum volvitur orbis” (lema de los cartujos). Mientras todo da vueltas, sólo la Cruz permanece.

“La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 2, 14 - 25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1, 19 - 22)” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 272).

Jesús, al expulsar a los mercaderes del Templo (cfr. Evangelio: Jn 2, 13-25), no utiliza la violencia, tal como la entendemos nosotros ahora. Lo que está haciendo es mostrar con fortaleza, por medio de este signo profético, que los mercaderes no santifican el Templo, sino lo profanan, convirtiéndolo en una cueva de ladrones, y yendo en contra de la Ley.

Pero ese Templo, que es el recinto de la Ley, donde estaban las Tablas de la Ley, quedará destruido, pues el Verdadero Templo es el Cuerpo de Cristo, que morirá, pero al tercer día resucitará. Cristo es el Nuevo Templo, de tal modo que, a partir de su Resurrección, los hombres adorarán a Dios en espíritu y verdad

La Cruz es el Signo Triunfador, del Final de los Tiempos: “La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26 - 39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla Regis")” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 550).

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