La Cuaresma
es un tiempo de gracia, porque es tiempo de penitencia, es decir, de conversión
interior y exterior (del cuerpo y del espíritu). Al estar toda la Iglesia
decidida a una profunda conversión, Dios, Uno y Trino, nos concede sus dones de
gracia en abundancia.
En 1985, el
Cardenal Joseph Ratzinger dirigía unos ejercicios espirituales al Papa (Juan
Pablo II) y a sus colaboradores. El segundo día, tomó pie de este texto para su
plática.
A
continuación, hacemos un resumen de esa reflexión (cfr. J. Ratzinger, El
Camino Pascual, ed. BAC Popular, Madrid 1990).
(Lunes, 1ª
semana de Cuaresma; Lev 19, 1-2.11-18; Mt 25, 31-46)
Las primeras
palabras de la oración de este día
expresan el programa de la Cuaresma en su forma más breve y más clara: “Converte
nos, Deus salutaris noster”. Son las primeras palabras del Evangelio de
Jesús: “¡Arrepentíos¡” (Mc 1, 15). La Iglesia cambia el imperativo por una
oración de súplica: le pedimos al Señor que sea él quien nos convierta, pues el
hombre sabe que no puede convertirse por sí mismo, valiéndose de sus solas
fuerzas. La conversión es una gracia. Siempre es Dios el que se nos adelanta.
Son palabras
tomadas del Salmo 84, 5. Es Jesús quien
hace realidad la petición del salmista. Jesús es quien nos convierte. Nosotros
no somos arquitectos de nuestra propia vida. En la dependencia de Dios consiste
la verdadera libertad.
Hay dos
caminos: la opción de la autorrealización por la cual el hombre se adueña por
completo de su ser y de su vida que es para sí y desde sí mismo. Por otra parte
está la opción de la fe y del amor, por la cual acepta depender de su Creador.
Esta opción es, al mismo tiempo, un decidirse por la verdad.
Las dos
opciones corresponden a las palabras “tener” y “ser”. La primera opción quiere
tener todo: dinero, belleza, alegrías... La segunda opción no busca la
posesión, sino la reciprocidad del amor, por la grandeza majestuosa de la
verdad. Es la cultura de la muerte (de cosas muertas) o la de la vida (que es
la cultura del amor).
Es la cultura
del poder o la de la cruz. En el primer caso el hombre moderno se siente capaz
de edificar un mundo libre, verdaderamente humano. Quiere tomar las riendas de
la historia y del mundo. Pero hoy vislumbramos ya adónde conduce esta creatividad
emancipada de Dios y así comenzamos a redescubrir la sabiduría de la cruz.
La cruz
señala el final de la autonomía, que tuvo su principio en el paraíso con las
palabras de la serpiente: “seréis como dioses”. La cruz expresa el primado de
la verdad y del amor. “In hoc signo vinces”.
«“Converte nos, Deus salutaris noster”. El rechazo de la autorrealización y el primado de la gracia que se
expresan en esta plegaria no pretenden asentarnos en una especie de quietismo,
sino abrir las puertas a una fuerza nueva y más profunda de la actividad
humana. La autorrealización traiciona la vida al interpretarla como mera
posesión, y de esta manera sirve a la muerte; la conversión es el acto por el
que elegimos la reciprocidad del amor, la disponibilidad a dejarnos formar por
la verdad, para llegar a ser “cooperadores de la verdad (3 Jn 8). Por consiguiente la conversión es el
verdadero realismo; ella nos capacita para un trabajo realmente común y humano.
Me parece ─decía el Cardenal Ratzinger─ que hay aquí materia suficiente para un
examen de conciencia. “Convertirse” quiere decir: no buscar el éxito, no correr
tras el prestigio y la propia posición. “Conversión” significa: renunciar a
construir la propia imagen, no esforzarse por hacer de sí mismo un monumento,
que acaba siendo con frecuencia un falso Dios. “Convertirse” quiere decir:
aceptar los sufrimientos de la verdad. La conversión exige que la verdad, la fe
y el amor lleguen a ser más importantes que nuestra vida biológica, que el
bienestar, el éxito, el prestigio y la tranquilidad de nuestra existencia; y
esto no solamente de una manera abstracta, sino en la realidad cotidiana y en
las cosas más insignificantes. De hecho, el éxito, el prestigio, la
tranquilidad y la comodidad son los falsos dioses que más impiden la verdad y
el verdadero progreso en la vida personal y social. Cuando aceptamos esta
primacía de la ver-dad, seguimos al Señor, cargamos con nuestra cruz y
participamos en la cultura del amor, que es la cultura de la cruz» (El
Camino Pascual, pp. 27-28).
Veamos otras
palabras de la Colecta de la Misa:
a) Está la
palabra “progreso” (“opus quadragesimale proficiat”): «el verdadero progreso se
realiza únicamente rehaciendo el camino de Jesús, siguiendo su orientación. El
corazón del progreso es el progreso del amor. Y el corazón del amor es la cruz,
el perderse con Jesús».
b) También la
expresión “opus quadragesimale”, y no sólo “ayuno cuaresmal”: es de todo el
hombre, cuerpo y espíritu. “Sentiamus... subsidium mentis et corporis ut in
utroque salvati de remedii plenitudine gloriemur” (Oración después de la
Comunión).
Ahora digamos
algunas palabras sobre el “Lugar”, en Roma, donde se tiene la Estación de
la Misa del lunes de Cuaresma.
La antigua
liturgia romana creó una geografía de la fe. Entre los muros de Roma se
construyó la Jerusalén de Jesús, ya destruida, que es signo de la Jerusalén
celestial y también es un Camino de la Cruz, un camino interior en la historia
de salvación. Son las iglesias “estacionales” de la Cuaresma. La conexión
profunda entre los textos de la liturgia y estos lugares forma un conjunto en
el que aparece la lógica existencial de la fe, que sigue a Jesús desde el
desierto, a través de su vida pública, hasta la cruz y la resurrección.
La Statio
de este día es San Pedro in Vinculis. Esta estación tiene tres elementos
para reflexionar:
1. Junto a
un Tribunal Romano. «El hombre no se halla puesto en una libertad vacía,
como piensa Sastre y como piensan tantos otros de nuestro tiempo. El hombre ha
sido concebido por Dios; tiene su origen en una idea divina y su libertad
responde a esta idea. La idea central de Dios sobre el hombre es el amor, y,
por esta razón, el hombre será juzgado según la medida del amor» (p. 30). La
lectura y el Evangelio hablan sobre el Juicio final. Dios nos juzgará según la
medida del amor. La idea central de Dios sobre el hombre es el amor.
2. Esta
iglesia fue construida por la emperatriz Eudoxia para custodiar las
cadenas de San Pedro descubiertas en Jerusalén. Estas cadenas nos hacen ver que
el poder humano de los príncipes de esta tierra tiene un límite, y nos hablan
de la necesidad de orar y tener caridad con los presos. Es una ocasión para
pedir por la Iglesia perseguida y por todos los que sufren persecución por
causa de la justicia.
3. La grandiosa
figura de Moisés (de Miguel Ángel) señala la unidad de los dos Testamentos:
la unidad entre Moisés y Jesús.
Por último,
reflexionemos un poco sobre los dos textos de la Liturgia de la Palabra de este
día.
En Lev 19 y
Mt 25 se indica el contenido central de la conversión, el punto del que depende
toda la Ley y los Profetas: el mandamiento del amor de Dios y del prójimo.
Dios nos enseña
en concreto cómo hemos de amar a nuestros hermanos: viviendo las obras de
misericordia, corporales y espirituales:
─ Obras de
misericordia corporales: 1) dar de comer al hambriento,
2) dar de beber al sediento, 3) vestir
al desnudo, 4) hospedar al peregrino, 5) visitar al encarcelado, 6) visitar al enfermo,
7) enterrar a los muertos.
─ Obras de
misericordia espirituales: 1) enseñar al que no
sabe, 2) aconsejar al que lo ha menester,
3) corregir al que yerra, 4) consolar al triste, 5) perdonar las ofensas, 6) soportar
con paciencia los defectos del prójimo, 7) orar por los vivos y difuntos.
Así volvemos
a la oración. Convertirse es seguir a Jesús, convertirse es amar, convertirse
es despojarse de todo afán de autonomía y abrirse a la gracia; la ley y la
gracia no se oponen; al contrario, expresan fundamentalmente lo mismo.
En este
sentido suplicamos: “Converte nos, Deus salutaris noster, et mentes nostras
instrue ce-lestibus disciplinis”. Concédenos aprender no sólo las ciencias
y las artes de esta vida terrena; enséñanos la verdadera ciencia, las
disciplinas de la vida por excelencia, las disciplinas de la santidad, las
disciplinas del cielo, de la vida eterna. En la intención de la Iglesia, la
Cuaresma ha de ser un anuncio apremiante de las disciplinas celestes: “Mentes nostras instrue caelestibus
disciplinis”. Así sea.
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