La Cuaresma
es un tiempo de gracia: “ecce nunc tempus acceptabile! Ecce nunc dies
salutis”; “este es el tiempo propicio, este el día de la salvación”
(cfr. 2 Cor 6, 1-2). Es tiempo de conversión, de penitencia. Por lo tanto, también es tiempo de decisiones serias y tiempo de lucha, sobre todo ahora que las tinieblas de la increencia parecen nublar la faz de la tierra.
Cada
cristiano ha de mirar el fondo de su corazón para descubrir lo que hay
que cambiar. Pueden ser aspectos concretos de nuestra manera de vivir, de
nuestra manera de ver las cosas, de nuestros esquemas mentales. O puede ser un
cambio más profundo, que lleve consigo una decisión más radical.
En cualquier caso,
el inicio de la Cuaresma es una ocasión para reafirmar nuestra decisión de
caminar por el camino correcto. En última instancia hay sólo dos caminos:
el que nos lleva a Dios o el que nos aleja de Él.
Es verdad que
en gran parte de los asuntos humanos, las cosas no son o blanco o negro.
Hay muchos matices y muchas posibles elecciones (caminos) que nos pueden llevar
al cumplimiento de la voluntad de Dios. Son los asuntos “opinables”, es decir,
que pueden verse desde distintos enfoques igualmente buenos. El don de
la libertad nos da un amplio margen de capacidad de decisión en la mayoría de
las cosas que hacemos todos los días. Cada uno debe, libre y responsablemente,
decidir lo que le parezca mejor en un determinado momento: si sale de su casa o
se queda, si acompaña a un amigo o no, si estudia un asunto ahora o lo deja
para otro momento, etc.
Pero en las cosas
importantes de la vida, en aquellas que afectan a las verdades de fe o a
los principios morales de nuestra existencia, se presentan dos caminos:
creer o no creer; amar o no amar. La disyuntiva es clara: o se es cristiano o
no se es.
Los primeros
cristianos, especialmente los que provenían del paganismo, tenían muy clara
la conciencia de que “no se puede servir a dos señores”. Abrazar el
cristianismo suponía dejar “el hombre viejo” para renacer en Cristo a una “vida
nueva”.
“Si quieres,
guardarás los mandatos del Señor, ante
ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida:
le darán lo que él escoja” (Eclesiástico 5, 16-21).
En los seis
primeros capítulos de la Didakhé (Doctrina Apostolorum o Instrucción del
Señor a los gentiles por
medio de los Doce Apóstoles; escrito de principios del siglo II), los primeros
cristianos podían leer la doctrina de las “Dos Vías”, que también se
contenía en los capítulos 18 a 21 de la Epístola a Bernabé (escrita
hacia el año 130).
Desde siempre,
los hombres se han preguntado: ¿cómo debo vivir? ¿Qué estilo de vida debo
escoger? Y, al darse cuenta de que es libre y puede escoger, se pregunta: ¿cuál
es el camino del bien, de la verdad, de la felicidad? ¿Hay muchos?
En definitiva, sólo hay dos caminos:
o seguimos las obras de la carne (cfr. Gal 5, 19-21: “Y manifiestas son
las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría,
hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones,
herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas)
o las obras del espíritu (Gal 5, 22-23: “amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”).
San Agustín,
por ejemplo, relata su conversión en Milán. “Cuenta que, en el tormento de sus
reflexiones, retirado en un jardín, escuchó de repente una voz infantil que
repetía una cantinela, nunca antes escuchada: «tolle, lege, tolle, lege»,
«toma, lee, toma, lee» (Confesiones VIII, 12,29). Entonces se acordó de la
conversión de Antonio, padre del monaquismo, y con atención volvió a tomar un
códice de san Pablo que poco antes tenía entre manos: lo abrió y la mirada se
fijó en el pasaje de la carta a los Romanos en el que el apóstol exhorta a
abandonar las obras de la carne y a revestirse de Cristo (13, 13-14)” (Benedicto
XVI, Catequesis del 27-II-2008).
Contra el relativismo decimos que, en el fondo,
hay un solo camino y muchos modos de recorrerlo. Es un camino ancho y
carretero: Jesucristo (“Yo soy el Camino…”).
“El que no está conmigo, está contra mí”.
“No se puede servir a dos señores”.
Jesús es el Camino, y en la Iglesia tenemos la plenitud de medios (señales) para
recorrerlo. Él nos ha recordado el Camino que Yahvé ya había señalado en el
Antiguo Testamento, pero renovándolo: es un nuevo Camino, de gracia y libertad.
La Iglesia, desde el principio de la
Cuaresma, nos invita a tomar el Camino de la Verdad. Por ejemplo, la
Liturgia de la Palabra del Jueves después de Ceniza, recoge como primera lectura
un texto del Deuteronomio (30, 15-20): “Moisés habló al pueblo,
diciendo: – «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el
mal. Si obedeces lo que yo te mando hoy, amando al Señor, tu Dios,
siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás
y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar
para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas
arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy
que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en
la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella. Hoy cito
como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida
y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu
descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él,
pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus
padres Abrahán, Isaac y Jacob»”.
Los israelitas habían peregrinado durante
40 años por el desierto. Se habían purificado. Era una generación joven y
creyente. Pero, al llegar a la Tierra Prometida, tenían que elegir entre
las dos opciones: la obediencia al designio amoroso de Yahvé, o la idolatría y
la desobediencia a la voluntad de Dios.
En el Salmo Responsorial del Jueves
después de ceniza, la Iglesia nos proponía la lectura del Salmo 1: “Dichoso el
hombre que ha puesto su confianza en el Señor (…).Es como un árbol plantado
junto al río: da fruto a su tiempo y sus hojas no se marchitan; todo lo que
hace le sale bien. No sucede lo mismo con los malvados ni los pecadores”.
Por fin, en el Evangelio, Jesús señala
claramente el camino: tomar con alegría la Cruz. Ser grano de trigo, que se
entierra, para dar mucho fruto. «El que quiera seguirme, que se niegue a sí
mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que
quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la
salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se
perjudica a sí mismo?» (Lc 9, 22-25).
Al comienzo de la Cuaresma, pidamos al
Señor por todos nuestros hermanos creyentes: que sepamos elegir el Camino de
la Verdad y del Amor, para seguirlo con decisión y firmeza; que sepamos
defender nuestra fe en Jesucristo en los momentos actuales de confusión y
apostasía; que, con nuestra oración y nuestro testimonio, acerquemos a muchos
hombres y mujeres a la vida de fe. Nuestra Señora, Maestra de fe, protegerá la
fe de nuestras familias, si aprendemos de Ella: “Beata, quæ credidisti,
quoniam perficientur ea, quæ dicta sunt tibi a Domino”. “Dichosa tú que has
creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!” (Lc 1, 45).
Se puede leer el artículo de don José María
Iraburu, en InfoCatólica, sobre la importancia de defender a fe con energía, en
nuestros tiempos:
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