La Primera Lectura (Jer 31, 31-34)
del Quinto Domingo de Cuaresma, que meditaremos mañana, nos da pie para
reflexionar sobre la esperanza que tenemos los cristianos en el Tiempo
Cuaresmal.
«Mirad que
llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de
Judá una alianza nueva (…).Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus
corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar
uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al
Señor." Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del
Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados» (cfr. Jer
31, 31-34).
El año pasado, en la Fiesta de Cristo Rey,
don José María Iraburu, sacerdote, doctor en teología y escritor,
publicó un artículo en su blog “Reforma
o apostasía” titulado “La victoria final de Cristo: Parusía -y II”,
en el que, al final, se pregunta lo siguiente:
“¿Hubieran
podido los judíos salir de Egipto, y atravesar el desierto caminando cuarenta
años, si casi nunca les hablara nadie de la Tierra Prometida? ¿Podrá el
pueblo cristiano realizar su éxodo del mundo secular, como Dios manda, si no le
hablan con frecuencia de la Parusía del Señor, de los cielos nuevos y la
nueva tierra?…”.
Efectivamente, la Cuaresma nos recuerda los
40 años que pasaron los israelitas en el desierto, de camino a la Tierra
Prometida. Lo que les mantenía constantes en su larga travesía era la
esperanza de llegar a la meta, la tierra de sus Padres, de Abraham,
Isaac y Jacob. Yahvé les había prometido ser su Dios. Ellos eran su Pueblo.
Sabían que en Israel estaba el futuro de su Nación, recién fundada en el Monte
Horeb.
También así, nosotros vamos caminando hacia
nuestra Verdadera Patria: “non enim habemus hinc manentem civitatem, sed
futuram inquirimus” (Rm 14, 8): “No tenemos aquí una ciudad permanente,
sino que buscamos una futura”. Por eso, es importante hablar con frecuencia de
la Parusía del Señor, de su Segunda Venida a la Tierra.
Reproducimos el artículo de don José
María Iraburu (con las modificaciones que él mismo hace en otro artículo más reciente), en el que hace un análisis de la Parusía. Recomendamos
revisar el índice de sus artículos,
publicados en “Reforma y apostasía”.
----------------------------------
–La Parusía ha
sido falsificada en una visión secularista, como puede apreciarse, por ejemplo, en
Teilhard de Chardin. El
padre Castellani asegura: «No hay una sola idea original en Telar Chardín, hay
sólo una terminología nueva, bastante pedante: “la biósfera”, “la
antropósfera”, “la noósfera”, “el Punto Omega” –que es el fin de la Evolución y
es Dios– […] San Pablo en 1 Timoteo 4,1-2.7 [afirma que] “el Espíritu dice
claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe entregándose
a espíritus engañadores y a doctrinas diabólicas… Rechaza las fábulas profanas
y los cuentos de viejas» (Domingueras prédicas, 1966, dom. 17 post
Pentec.). «Evidentemente hay una apostasía parcial o un comienzo de
apostasía en todo el mundo» (ib. 1961, dom. 19 post Pentec.). Y
sigue:
«Teilhard de Chardin sostiene que la Parusía o Retorno de
Cristo no es sino el término de la evolución darwinística de la
Humanidad que llegará a su perfección completa necesariamente en virtud de las
leyes naturales; porque la Humanidad no es sino “el Cristo colectivo”… Pone una
solución intrahistórica de la Historia; lo mismo que los impíos “progresistas”,
como Condorcet, Augusto Compte y Kant; lo cual equivale a negar la intervención
de Dios en la Historia» (El Apokalipsis de San Juan, ed. Paulinas 1963,
cuad. III, exc. N). Pero nosotros, dejando a un lado acerca de la Parusía todas
estas «fábulas y cuentos de viejas», recordemos el Credo de la Iglesia:
–Cristo
resucitado «subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo
vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin». Es palabra angélica y evangélica: «este
Jesús que os ha sido arrebatado al cielo vendrá de la misma manera que le
habéis visto subir al cielo» (Hch 1,11).
El Catecismo de la Iglesia confiesa de la parusía
(668-679) que Jesucristo, ya desde la Ascensión, «es el Señor del cosmos y de
la historia… “Estamos ya en la última hora” (1Jn 2,18). El final de la historia
ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera
irrevocable». Sin embargo, el Reino de Dios, presente ya en la Iglesia, no se
ha consumado todavía con el advenimiento del Rey sobre la tierra, y sufre al
presente los ataques del Misterio de iniquidad, que está en acción (2Tes
2,7). Pero ciertamente «el advenimiento de Cristo en la gloria es
inminente. Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier
momento» (673).
La segunda venida
de Cristo no se producirá por haber llegado la Iglesia en el mundo a un
florecimiento universal. Todo lo contrario.
La segunda venida de Cristo, en gloria y poder, vendrá precedida
por la conversión de Israel, según anuncia Cristo, y también
San Pedro y San Pablo (Mt 23,39; Hch 3,19-21; Rm 11,11-36). Y vendrá también precedida
de grandes tentaciones, tribulaciones y persecuciones (Mt
24,17-19; Mc 14,12-16; Lc 21,28-33). Muchos cristianos caerán en la apostasía. Enseña
el Catecismo: «La Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18,8; Mt
24,9-14). La persecución que acompaña a la peregrinación de la Iglesia sobre la
tierra (cf. Lc 21,12; Jn 15,19-20) desvelará “el Misterio de iniquidad”
bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una
solución aparente a sus problemas, mediante el precio de la apostasía
de la verdad. La impostura religiosa suprema es el
Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre
se glorifica a sí mismo, colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías
venido en la carne (cf. 2Tes 2,4-12; 1Tes 5,2-3; 2Jn 7; 1Jn 2,18.22)»
(n.675). Ese enorme engaño tendrá «la forma política de un mesianismo
secularizado, “intrínsecamente perverso”» (676).
«El Reino no se
realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (Ap 13,8), en forma de un proceso
creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento
del mal (Ap 20,7-10). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal
tomará la forma de Juicio final (Ap 20,12), después de la
última sacudida cósmica de este mundo que pasa (2Pe 3,12-13)» (677).
–Cristo,
«mientras esperamos su venida gloriosa», reina actualmente en la historia. Vive y reina por los siglos de los
siglos, y muestra su dominio, sujetando cuando quiere y del modo que quiere
a la Bestia mundana, que recibe toda su fuerza y atractivo del Dragón infernal.
Ateniéndonos
sobre todo al Apocalipsis, recordemos que estas victorias de Cristo en la
historia
–no son crueles y
destructoras, sino plenas de gracia y misericordia. Él no ha sido enviado
a condenar, sino a salvar a los pecadores. Él ha sido enviado como luz del
mundo, y la luz ilumina las tinieblas, no las destruye.
–son victorias
siempre realizadas por la afirmación de la verdad en el mundo,
es decir, con «la espada que sale de su boca» (Ap 1,16; 2,16; 19,15.21; cf.
2Tes 2,8). Es así como vencen Cristo y su Iglesia.
–no son victorias
obtenidas por un ejército de superhombres, que luchando como campeones poderosos, con grandes fuerzas y medios,
se imponen y prevalecen, aplastando las fuerzas mundanas del mal. Es todo lo
contrario: Cristo vence al mundo a través de fieles suyos débiles y
pobres, que permanecen en la humildad (cf. 1Cor
1,27-29; 2Cor 12,10). Si Cristo vence al mundo muriendo en la cruz, ésa es también
la victoria de sus apóstoles, la victoria de los dos Testigos, y la de todos
los fieles cristianos (Ap 11,1-13). Así es como la Iglesia primera venció al mundo
romano, igual que San Pablo: «muriendo cada día» (1Cor 15,31).
–«las oraciones
de los santos» son las que principalmente provocan las intervenciones más
poderosas del cielo sobre la tierra. Es la oración de todo el pueblo
cristiano la que, elevándose a Dios por manos de sus ángeles, atrae sobre
todos la justicia salvadora de nuestro Señor Jesucristo (Ap 5,8; 8,3-4).
–en la historia
del mundo, únicamente son fieles aquellos cristianos que son mártires,
porque no aceptan que el sello de la Bestia mundana «imprima su marca en su
mano derecha y en su frente» –en su acción y su pensamiento–. Precisamente
porque «guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de
Jesús» (12,17), por eso son perseguidos y marginados del mundo, donde «no
pueden comprar ni vender» (13,16).
–La Parusía, la
segunda venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, según nos ha sido revelado,
–vendrá precedida
de señales y avisos, que justamente cuando se cumplan revelarán
el sentido de lo anunciado. Por eso únicamente los más atentos a la Palabra
divina y a la oración podrán sospechar la inminencia de la Parusía: «no hará
nada el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profetas» (Am 3,7):
«habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la
tierra perturbación de las naciones, aterradas por el bramido del mar y la
agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia
de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad
grandes» (Lc 21,25-27).
–vendrá precedida
del Anticristo, que producirá una inmensa difusión de errores, como nunca
la Iglesia la había experimentado en su historia. Dice Castellani:
«El Anticristo reducirá a la Iglesia a su extrema tribulación, al
mismo tiempo quefomentará una falsa Iglesia. Matará a los
Profetas y tendrá de su lado una manga de profetoides, de
vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre
por el hombre, hierofantes que proclamarán la plenitud de los tiempos y una
felicidad nefanda. Perseguirá sobre todo la predicación y la interpretación delApokalypsis;
y odiará con furor aun la mención de la Parusía. En su tiempo habráverdaderos
monstruos que ocuparán cátedras y sedes, y pasarán por varones píos,
religiosos y aun santos, porque el Hombre del Pecado tolerará y aprovechará un
Cristianismo adulterado» (El Apokalipsis de San Juan, cuad.
III, visión 11).
–será súbita y
patente para toda la humanidad: «como el relámpago que sale del oriente y
brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre… Entonces
aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas
las tribus de la tierra [que vivían ajenas al Reino o contra él], y verán al
Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande»
(Mt 24,27-31).
–será inesperada
para la mayoría de los hombres, que «comían, bebían, compraban, vendían,
plantaban, edificaban» (Lc 17,28), y no esperaban para nada la venida de
Cristo, sino que «disfrutando del mundo» tranquilamente, no advertían que «pasa
la apariencia de este mundo» (1Cor 7,31). Pero vosotros «vigilad, porque no
sabéis cuándo llegará vuestro Señor… Habéis de estar preparados, porque a la
hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,42-44). «Vendrá el
día del Señor como ladrón» (2Pe 3,10).
El siervo malvado, habiendo partido su señor de viaje, se dice: «mi
amo tardará», y se entrega al ocio y al vicio. Pero «vendrá el amo de ese
siervo el día que menos lo espera y a la hora que no sabe, y le hará azotar y
le echará con los hipócritas; allí habrá llanto y crujir de dientes» (Mt
24,42-50). «Estad atentos, pues, no sea que se emboten vuestros corazones por
el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente, venga
sobre vosotros aquel día, como un lazo; porque vendrá sobre todos los moradores
de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis
evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre» (Lc
21,34-35). Todos los cristianos hemos de vivir siempre como si la Parusía fuera
a ocurrir mañana mismo o pasado mañana.
***
–«Vi un cielo
nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido». Y dijo el
Señor entonces: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap
21,1.5)… Entonces «las naciones [antes paganas] caminarán a su luz,
y los reyes de la tierra [antes hostiles] irán a llevarle su esplendor»
(21,24). Así como el hombre muere, se corrompe, y gracias a Cristo resucita
glorioso en alma y cuerpo, de modo semejante, todas las criaturas que,
oprimidas por el pecado de la humanidad, gimen con dolores de parto, «serán liberadas
de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloria de los hijos de
Dios» (Rm 8,19-23). «Nosotros, pues, esperamos otros cielos nuevos y otra
tierra nueva, donde habitará la justicia, según la promesa del Señor» (2Pe
3,13).
Vigilad, orad,
mirad al cielo, esperando la Parusía del Señor. «Buscad las cosas de arriba, donde
está Cristo sentado a la derecha de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en
las de la tierra» (Col 3,1-2). El Santo Cura de Ars exhortaba:
«consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra,
sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado
hacia allí donde está nuestro tesoro» (De una catequesis sobre la oración). Respice
finem, decía el adagio romano.
Mirad siempre al fin de
todo, y podréis poner en vuestra vida presente losmedios más
verdaderos y útiles, más buenos y bellos, para llegar a ese fin. Cuanto más miréis al cielo, más lucidez y
fuerza tendréis para transformar el mundo presente. Así lo ha demostrado la
Iglesia en tantos pasos de su larga historia. Como también ha demostrado que cuanto
menos piensan los cristianos en la Parusía y en el cielo, más torpes e
imbéciles se hacen para influir en el mundo y mejorarlo. En cuanto
cristianos, no valen en el mundo para nada. Son luz apagada, son sal
desvirtuada, que solo sirve para que la pisen los hombres. Por el contrario,
que a vosotros «el Dios de la esperanza os llene de plena alegría y paz en la
fe, para que abundéis en la esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm
15,13).
No hay comentarios:
Publicar un comentario