El miércoles 28
de marzo de 1515, a las 5 de la mañana, nació Teresa de Cepeda y Ahumada
(Santa Teresa) en Gotarrendura, Ávila. Era hija de Don
Alonso Sánchez de Cepeda, hijo de Juan Sánchez, un judío toledano, converso
y buen comerciante, que se traslada a vivir a Ávila donde se casa su hijo (don
Alonso), primero con Doña Catalina del Peso y luego fallecida ella, en segundas
nupcias con Doña Beatriz Dávila de Ahumada y de las Cuevas.
Su padre,
escribió en su diario las siguientes palabras, el día en que nació su hija
Teresa:
“Hoy 28 de marzo de 1515, nació Teresa mi hija, a las cinco de la
mañana. Su mamacita Beatriz está cumpliendo en este día sus veinte años.
Gobierna el país el rey Fernando el Católico. Regente es el Cardenal Cisneros.
Es el según año del Pontificado del Papa León X”.
Es bonito
leer lo que dice Santa Teresa de sus padres, y cómo manifiesta su gran
admiración y cariño hacia ellos:
“Era mi
padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y
aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos,
porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano,
la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía
sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy
honesto en gran manera”.
“Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con
grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás
se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir
de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy
apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el
tiempo que vivió. Murió muy cristianamente”.
También habla
muy bien de sus hermanos. Su padre enviudo con dos hijos, Juan y María. Luego
se casó y tuvo nueve hijos de su segunda esposa: Hernando, Rodrigo, Teresa, Juan
(de Ahumada), Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín y Juana.
“Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus
padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la
más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía
alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones
que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas”.
Santa Teresa
es una de las grandes santas españolas. ¿Qué tiene esta mujer que,
cuando nos vemos ante su obra, quedamos avasallados y rendidos? ¿Qué fuerza
motriz, qué imán oculto se esconde en sus palabras, que roban los corazones?
¿Qué luz, qué sortilegio es éste, el de la historia de su vida, el del vuelo
ascensional de su espíritu hacia las cumbres del amor divino?
Habría que
decir tanto de ella. Ahora nos limitamos a reproducir una de sus poesías.
Vuestra soy,
para Vos nací,
¿qué mandáis
hacer de mí?
Soberana
Majestad,
eterna
sabiduría,
bondad buena
al alma mía;
Dios alteza,
un ser, bondad,
la gran
vileza mirad
que hoy os
canta amor así:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Vuestra soy,
pues me criastes,
vuestra, pues
me redimistes,
vuestra, pues
que me sufristes,
vuestra pues
que me llamastes,
vuestra
porque me esperastes,
vuestra, pues
no me perdí:
¿qué mandáis
hacer de mí?
¿Qué mandáis,
pues, buen Señor,
que haga tan
vil criado?
¿Cuál oficio
le habéis dado
a este
esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce,
veisme aquí:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Veis aquí mi
corazón,
yo le pongo
en vuestra palma,
mi cuerpo, mi
vida y alma,
mis entrañas
y afición;
dulce Esposo
y redención,
pues por
vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Dadme muerte,
dadme vida:
dad salud o
enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o
fuerza cumplida,
que a todo
digo que sí:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Dadme riqueza
o pobreza,
dad consuelo
o desconsuelo,
dadme alegría
o tristeza,
dadme
infierno o dadme cielo,
vida dulce,
sol sin velo,
pues del todo
me rendí:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Si queréis,
dadme oración,
si no, dadme
sequedad,
si abundancia
y devoción,
y si no
esterilidad.
Soberana
Majestad,
sólo hallo
paz aquí:
¿qué mandáis
hacer de mi?
Dadme, pues,
sabiduría,
o por amor,
ignorancia;
dadme años de
abundancia,
o de hambre y
carestía;
dad tiniebla
o claro día,
revolvedme
aquí o allí:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Si queréis
que esté holgando,
quiero por
amor holgar.
Si me mandáis
trabajar,
morir quiero
trabajando.
Decid,
¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce
Amor, decid:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Dadme
Calvario o Tabor,
desierto o
tierra abundosa;
sea Job en el
dolor,
o Juan que al
pecho reposa;
sea viña
fructuosa
o estéril, si
cumple así:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Sea José
puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David
encumbrado;
sea Jonás
anegado,
o libertado
de allí:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Esté callando
o hablando,
haga fruto o
no le haga,
muéstreme la
ley mi llaga,
goce de
Evangelio blando;
esté penando
o gozando,
sólo vos en
mí vivid:
¿qué mandáis
hacer de mí?
Vuestra soy,
para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
> Se
puede ver también ver el texto de la catequesis de Benedicto XVI sobre SantaTeresa (cfr. Audiencia del 2 de febrero de 2011).
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