La Sagrada
Liturgia, en el 5° Domingo del Tiempo Ordinario, nos hace presente, de
modo particular, la triple misión de Jesucristo: profética, sacerdotal y
real o pastoral.
El Señor,
desde el inicio de su Vida pública realiza las obras que su Padre le ha
encargado: predicar la Palabra de Dios, expulsar el pecado del mundo curar
misericordiosamente las enfermedades de los hombres, aliviando su sufrimiento.
En la 1ª
Lectura, del Libro de Job (Job 7, 1-4. 6-7), este Santo Patriarca
del Antiguo Testamento, aquejado por todo tipo de sufrimientos, en el alma y en
el cuerpo, responde a la pregunta que le hace su amigo Elifaz: ¿cuál es tu
misión en esta vida? Job la resume con palabras llenas de dramatismo: se
siente como un esclavo que suspira en vano por la sombra, todas sus noches son
de dolor y se cansa de dar vueltas hasta el amanecer, su vida es un soplo y se
consume sin esperanza...
Job describe,
en pocas palabras, la realidad de la vida del hombre sobre la tierra:
dolor, sufrimiento, tribulaciones sin número… ¡Cuántos ejemplos vemos cada día
de hombres y mujeres que experimentan en sus vidas la soledad, la pobreza
extrema, el dolor de las enfermedades incurables, el desengaño y el sufrimiento
moral!
Todos estos
males son consecuencia del pecado. No es Dios quien los desea para
nosotros. Somos los hombres quienes hemos labrado nuestra propia desgracia con
el pecado original de nuestros primeros padres, y con nuestros pecados
personales.
Dios se
compadece de nuestro sufrimiento y, por eso, para
salvarnos del mal, ha venido al mundo y se ha hecho uno de nosotros. Se ha
anonadado y ha tomado sobre sí nuestras enfermedades, nuestros dolores,
nuestras penas.
En el Evangelio
de la Misa (Mc 1, 29-39), san Marcos nos relata tres acciones de
Cristo, que resumen muy bien toda su actividad mesiánica.
En primer
lugar, nos cuenta que, después de haber salido de la sinagoga de Cafarnaúm, en
dónde estuvo la mañana de un sábado (ver textos de la Liturgia de la Palabra
del Domingo anterior) se dirigió con sus discípulos a la casa de Pedro y
Andrés. Ahí encontró a la suegra de Pedro, que estaba en cama y con
fiebre. Jesús se compadece de ella ─a quien seguramente ya conocía bien─ y en
tres momentos, bien señalados por el evangelista (que fue discípulo de san
Pedro y trasmisor de su catequesis), nos da cuenta del milagro que realiza el
Señor:
Lo primero
que hace Jesús es acercarse a la mujer. Nosotros también podemos pensar
que el Señor se acerca a nuestra vida de modo que, desde su Ascensión a los
Cielos, podemos decir que “siempre” está a nuestro lado. No hace falta hacer
nada especial para poder escucharle y dirigirnos a Él. Basta querer
hacerlo y creer que es así. Cristo, Buen Pastor, sale a nuestro encuentro.
Además, podemos también acercarnos a los demás, con nuestros detalles de
servicio y de amor hacia todos.
Después, el
Señor toma de la mano a la suegra de Pedro, es decir, “la toca”. A
nosotros nos sucede lo mismo. Si queremos, Jesús nos toca con su Palabra y
con su estar ahí, siempre junto a nosotros. Si la meditamos con frecuencia,
nos sentiremos tocados por Ella y, a través de Ella, el Señor también nos
tomará de la mano. También podemos tocar a nuestros hermanos con la
Palabra del Señor, dicha oportunamente y con cariño.
Por último,
Jesús “la levanta”. Es el momento de la curación. La mujer se restablece
por completo, se incorpora, desaparece la fiebre en ella y se pone a servirles,
como manifestación de que ha sido curada totalmente. Es la acción de la gracia
de Cristo en las almas y cuerpos. Eso son los Sacramentos, que nos dan vida,
nos curan, nos llenan de Vida sobrenatural. Jesús nos levanta porque sentimos
en nosotros su fuerza curativa, pues el Señor se mete en nuestra alma,
nos llena de su Amor, se hace uno con nosotros, especialmente en la
Eucaristía.
En estos tres
momentos de la curación de la suegra de Pedro podemos ver las tres misiones de
Cristo: real (o pastoral), profética y sacerdotal.
Cuando se
puso el sol (y, por tanto, terminó el descanso sabático, que respetaba el
Señor, salvo si había alguna necesidad mayor, como la expulsión del demonio que
había efectuado en la mañana de ese día), Jesús curó muchos enfermos con
variadas enfermedades, y expulsó demonios. Todo el pueblo se agolpaba en la
entrada de la casa de Pedro.
El Señor no
permite hablar a los demonios, porque sabían quién era Él. Como vimos en el
post anterior, Jesús no quiere el sensacionalismo ni el brillo humano, sino que
desea pasar oculto y llevar a los hombres a la conversión,
mediante el amor a la Cruz.
En estas
curaciones de enfermos y expulsiones de demonios, manifiestan la misericordia
de Cristo, que se compadece de nuestro dolor. Y también su gran humildad.
El Señor, en su Humanidad Santísima, no quiere ser protagonista de nada, sino
instrumento de la Gracia de Dios.
En una entrevista
a Jacinta, vidente de Garabandal, dice que lo que más le impresionó de toda
esa experiencia sobrenatural que tuvo cuando era una niña de 12 años, fue la
ocasión en que vio al Sagrado Corazón de Jesús. Su mirada, afirma, es
sobrecogedora. Ningún ser humano pude ocultarse a ella. Es todo Verdad.
> Ver
vídeo: Garabandal. Jacinta habla del Corazón de Jesús.
Podemos
imaginar la gran impresión que causaría Jesús al curar enfermos y
expulsar demonios, con su Caridad infinita y su Amor a cada uno de los hombres
y mujeres que se acercaban a Él.
También
recomendamos ver un vídeo de otra entrevista, esta vez con el P.
Jorge Loring, S.J., en el que el conocido sacerdote jesuita da su
testimonio sobre as apariciones en San Sebastián de Garabandal.
Pero volvamos
al día que pasó Jesús con una actividad intensa en Cafarnaúm. Después de curar
a muchos enfermos y expulsar demonios, se recoge a descansar del fatigoso
trabajo de aquel día. Y, en la madrugada, sale a hacer oración. Sus
discípulos lo encuentran en un lugar apartado, probablemente ya sabían dónde
buscarlo, y le dicen que todos desean verlo. Jesús les dice que es preciso ir a
otras aldeas para predicar el Evangelio y para curar enfermos. Y de esta
manera, parte a recorrer toda Galilea en su misión mesiánica, y enseña a los
discípulos, de manera práctica, a poner siempre la oración en primer lugar,
para que el fruto apostólico sea abundante.
En la 2ª Lectura
de la Misa (cfr. 1 Cor 9, 16-19. 22-23), San Pablo explica por qué debe predicar el Evangelio. Dice que no
lo hace para buscar una ganancia terrena, sino
gratuitamente. Lo que busca en poder participar de los bienes del Evangelio
(sobre todo del mandamiento del Amor, que es el núcleo de toda la predicación
de Jesús). Por eso lo hace lleno de gozo y se siente impulsado a no
dejar de anunciar la Buena Nueva. Estas palabras del Apóstol nos impulsan a buscar
todas las ocasiones que podamos para hablar de Cristo. Lo podemos
hacer, principalmente, a través de nuestra propia vida y ejemplo hacia los
demás. Y también con las palabras, que sabremos decir, de manera
sencilla y natural, para que muchas personas, cerca de nosotros, descubran a
Cristo y se enamoren de Él: se hagan discípulos suyos y le sigan muy de cerca.
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