En el 4° domingo del tiempo ordinario,
podemos meditar sobre lo que el Papa Benedicto XVI llama “el secreto
mesiánico”, que es característico del Evangelio de San Marcos. ¿En qué
consiste?
Bartolomé Esteban Murillo, Curación del paralítico, 1668 |
Este concepto es muy rico. Se refiere al “secreto”
que manda guardar Jesús a quienes presencian sus milagros. El Señor no quiere
que se publiquen las curaciones que hace o las expulsiones de los demonios que
lleva a cabo. ¿Por qué actúa así?, podríamos preguntarnos.
Por una parte, Jesús mismo dice a sus
discípulos que llegará un momento en que nada quede oculto. Su modo de
actuar está lleno de sencillez y sinceridad. Le gustan las cosas claras y
trasparentes. Sin embargo, en relación a sus “poderes sobrenaturales” pide
guardar discreción.
La 1ª Lectura de la Misa, tomada del
Libro del Deuteronomio, nos puede servir para enmarcar mejor el tema que
estamos tratando. Moisés se dirige al pueblo para hablarle de los futuros
profetas. Yahvé suscitará profetas, como él, que hablarán en nombre de Dios.
Prefiere no manifestarse directamente, porque la presencia de lo
sobrenatural sobrecoge a los hombres, que no estamos acostumbrados a ella.
Es lo que sucedió con los israelitas en el monte Horeb: los rayos y truenos en
los que Dios habló a Moisés los llenaron de temor.
Los profetas, en cambio, son hombres
normales. Hablan de parte de Dios con palabras de verdad. Por eso, el Señor
pide que los escuchemos: “Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que
yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le
pediré cuentas” (cfr. Dt 18, 15-20).
Pero, además, el Señor pide que los
profetas sean honestos y veraces: “Y el profeta que tenga la arrogancia de
decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses
extranjeros, ese profeta morirá” (ibídem).
En el fondo, lo que Dios pretende es enseñar
a los hombres a no buscar el “sensacionalismo de lo sobrenatural”. Las manifestaciones
extraordinarias de Dios no son lo habitual y tampoco hay que buscarlas
ávidamente, como si fueran algo necesario para nuestra salvación.
Dios ha designado su plan salvífico
contando con medios ordinarios: todos sus dones “normales” (que incluyen
los dones naturales y también los dones de la gracia) y la respuesta de fe que
hemos de dar al Señor.
“Lo que se recibe, se recibe al modo del
recipiente”. Si tenemos fe, si somos creyentes, en todo veremos la
manifestación de Dios y agradeceremos sus infinitas gracias. En realidad, no
nos hacen falta los “milagros extraordinarios”, porque nos basta con los que
hay en el Evangelio. Lo importante es ser sensibles y receptivos a la voz de
Dios: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»”,
repetiremos mañana en la antífona del Salmo responsorial.
La 2ª Lectura de la Misa es una
invitación a “preocuparse de los asuntos del Señor, buscando contentarle” (cfr.
1 Co 7, 32-25). San Pablo, en este sentido, recomienda claramente el celibato. “Os
digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para
induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones” (cfr
ibídem).
Vivir solamente (“con corazón indiviso”),
“preocupado por las cosas del Señor”, nos facilita descubrir su
presencia en todas las cosas de la vida. Es un gran don “ordinario”: una
verdadera maduración de nuestra fe.
El versículo
del Aleluya, es un canto de esperanza: “El pueblo que habitaba en
tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de
muerte, una luz les brilló”.
Por fin, en el Evangelio (cfr. Mc 1,
21.28), san Marcos nos presenta a Jesús como alguien que “habla con
autoridad”. Esa autoridad del Señor no se deriva de sus poderes sobrenaturales,
principalmente, sino de su humildad, de su ser el Hijo de Dios, Suma Verdad y
Suma Bondad.
“A menudo, para el hombre la autoridad
significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la
autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica
de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos (cf. Jn 13,
5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las heridas, que es capaz
de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor” (Benedicto XVI,
Ángelus, 29 de enero de 2012).
Jesús expulsa, de un hombre, a un espíritu
inmundo que, curiosamente, quiere proclamar a todos los vientos que es el “Santo
de Dios”. El demonio decía la verdad, pero la decía para tentar a los que
estaban presenciando el milagro, desviando su atención hacia lo “milagroso y
extraordinario”. La fama de Jesús crecía porque decían de Él: “Hasta a los
espíritus inmundos les manda y le obedecen”.
Pero el Señor no quiere ese tipo de “publicidad”.
Lo que quiere es la conversión de los corazones mediante la Cruz de Cristo.
Sólo da fruto el grano de trigo que se entierra. Sólo se puede llegar a la
gloria a través de la “puerta angosta” y del “camino estrecho” de la entrega de
sí mismo: morir a uno mismo por la mortificación continua, para vivir en
Cristo.
Para lo referente al “secreto mesiánico”,
se puede ver:
Si se prefiere leer el texto completo
de Benedicto XVI:
Ver también otra alocución de Benedicto
XVI, comentando el pasaje de Marcos 1, 21-28 (especialmente el tema de la “autoridad
del Señor”):
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