Mañana, 25 de enero, si no fuera domingo, celebraríamos en la Iglesia
la fiesta de la Conversión de San Pablo. De cualquier manera, las
lecturas del Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, también tratan sobre el
tema de la conversión.
La palabra “conversión”
aparece, desde el principio, en la predicación de Jesús: “El tiempo se ha
cumplido y está cerca el Reino de Dios; convertíos [haced penitencia] y creed
en el Evangelio” (Mc 1, 15).
El Diccionario de la Real
Academia Española señala que “convertir”, en su primer significado, es “hacer
que alguien o algo se transforme en algo distinto de lo que era”. Procede del
latín “convertere”.
La palabra castellana
“convertíos” procede de la original griega “metanoèite”, que significa
“cambiad de mente”, “cambiad de pensamiento”. Deriva de “metànoia”,
donde “nous”, en griego, significa mente, intelecto, pensamiento.
La invitación de Cristo a “cambiar
de mente” es muy exigente; diríamos que es radical. Significa volver al
origen, cuando nuestra mente era pura, no manchada por el pecado.
Convertirse, por tanto, significa volverse atrás, al principio, a la fuente, a
Dios mismo.
Platón, en la República (mito de la caverna) dice que
la verdadera paideia (proceso de
educación humana) es una conversión del mundo del engaño sensible al mundo
del único verdadero ser que es la bondad absoluta. Los Padres tomaron la
palabra metanoia de la metastrophé o periagogé platónica
(voltear la cabeza y mirar en dirección opuesta). Cfr. Cfr. JAEGER, W., Humanismo y teología, Madrid 1964, pp.
119 y ss.
Eso es lo que sucedió a San
Pablo en el camino de Damasco: encontró a Cristo: “Yo soy Jesús
Nazareno, a quien tu persigues” (Hechos, 22, 8). Dejó de mirarse a sí mismo
para descubrir la Verdad, el Camino y la Vida.
Eso es lo que hemos de hacer
también nosotros de manera continua mientras estemos en esta tierra.
Como decía Juan Pablo II
(Encíclica Tertio milenio adveniente, n. 32), la cuestión siempre actual
de la conversión es “la condición preliminar para la reconciliación con Dios
tanto de las personas como de las comunidades”.
En la Exhortación Apostólica Reconciliatio
et Poenitentia, Juan Pablo II afirma que el alma de la conversión es la
contrición, es decir, “un
rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de
no volver a cometerlo por el amor que se tiene a Dios y que renace con el
arrepentimiento”. En este sentido, dice el Papa, “contrición y conversión son aún más un
acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la propia verdad
interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en lo más
profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la
alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo ha
dejado de gustar” (n. 31).
Detengámonos un poco para
profundizar, al hilo de unas reflexiones del Cardenal Joseph Ratzinger, en el
significado de la palabra metanoia, que utilizan los
evangelistas para designar lo que pedía Jesucristo a todos, al principio de su
vida pública. Cfr. J. RATZINGER, Teoría
de los principios teológicos (Materiales para una teología fundamental),
Herder, Barcelona 1985, 63-76.
El Cardenal Ratzinger, dice
que la palabra griega metanoia “es un concepto que abarca
la entera existencia, radicalmente. Significa, fundamentalmente, convertirse”
“En los griegos metanoein significa
arrepentirse in actu. Para
el concepto de un arrepentimiento
permanente (volver a uno mismo, a la unidad;
recogimiento interior, donde
habita la verdad...) se usa
el verbo epistrophein. Este
concepto es parecido al de metanoia
en la Biblia, pero no igual. La Biblia pide una conversión
que se identifica con la obediencia
y la fe, no un mero volverse a sí
mismo, sino un abrirse al tú, a Dios, a
la Iglesia” (ibídem, p. 68).
“Actualmente se aplaude todo
cambio (culto a la movilidad) y se
reprueba todo conservadurismo. La metanoia
cristiana pide un cambio radical (no
cambios a medias), pero también una "firmeza en Cristo" que es la Verdad y el Camino (fidelidad y
cambio). El cambio es necesario para mantenerse a la
altura de la decisión de
fidelidad, porque en el hombre
pesa más el egoísmo que el amor y la
verdad” (ibídem, pp. 69-74).
“Metanoia no sólo es "conversión" interior. También abarca una dimensión eclesial: aquí se fundamenta el sacramento de la penitencia como
forma eclesial y palpable
de una conversión renovada” (ibídem, p. 74).
“"Yo os aseguro: si no cambiáis y os
hacéis como niños, no entraréis
en el reino de los cielos" (Mt 18, 3)”. La "metanoia" implica hacerse como niños: la sencillez de la vida
ordinaria, el "pequeño camino" de Santa Teresita de Lisieux, la
paciencia de la diaria permanencia, la
renovación y el cambio diario. Esto es lo que hace a los hombres clarividentes”
(ibídem, pp. 74-76).
También el Cardenal Ratzinger,
dice que “la fe es una decisión radical: una conversión, un pasar de fiarse de lo visible a fiarse de
lo invisible”. “La fe requiere conversión, y la conversión es un acto de
obediencia, no a un contenido, sino a un «Tu» (Cristo)”. Cfr. J. Ratzinger, Natura e Compito de la Teología, ed. Jaca Book, Milano 1993,
pp. 54-55.
Como afirma San Pablo: "Porque las aflicciones, tan breves y tan
ligeras de la vida presente, nos producen el eterno peso de una sublime e
incomparable gloria y así no ponemos nosotros la mira en las cosas visibles,
sino en las invisibles; porque las que se ven son transitorias, más las que no
se ven son eternas" (2 Cor
4, 17-18).
La fe es algo diariamente
nuevo: hay que convertirse cada día. Es
decir, para poder acceder al misterio
es necesaria una conversión. La fe supone siempre una conversión. La
verdadera conversión, siempre es un acto de fe. Cuando la fe irrumpe en nuestro
pensar, hay que dar inicio a un nuevo modo de pensar, que lleva
consigo el cambio del «yo» al «no más yo», que lleva consigo —por tanto— el
sufrimiento y el dolor. Por eso los
grandes convertidos (Agustín, Pascal, Newman, Guardini...) pueden siempre
ser guías en el camino hacia la fe (cfr. J. Ratzinger, Natura e Compito de la Teología, ed. Jaca Book, Milano 1993, pp.
54-55).
El 10 de diciembre del año
2000, el Card. Joseph Ratzinger pronunciaba una conferencia sobre la nueva
evangelización, durante el jubileo de los catequistas y los profesores de
Religión celebrado en Roma. En esa conferencia, además de hablar de la
estructura y del método de la nueva evangelización, mencionaba sus cuatro contenidos
esenciales: 1) la conversión, 2) el Reino de Dios, 3) Jesucristo y 4) la vida
eterna. Se puede encontrar en:
Para profundizar en este tema
se pueden leer:
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