El Adviento se divide en dos
partes. Los primeros días, la liturgia de la Palabra nos presenta temas
relacionados con el Fin de los tiempos y la Segunda Venida de Cristo.
A partir del día 17, las lecturas y oraciones se dirigen, más bien, a
prepararnos para la venida espiritual de Jesús a nuestras almas,
recordando su Primera Venida al mundo.
Jesús no tardará en
regresar a la tierra. No sabemos el día y la hora, pero sí podemos observar
los signos que Él mismo nos dejó, y también los escritores sagrados.
¿Cuál ha de ser nuestra
disposición ante el Retorno del Señor?
Benedicto XVI, en su catequesis
del 12 de noviembre del año 2008, nos sugería fomentar tres actitudes
ante las realidades últimas. Meditémoslas despacio, en estas próximas semanas
del Adviento (las negritas son nuestras).
Primera actitud
La primera actitud es la
certeza de que Jesús ha resucitado, está con el Padre, y por eso está con
nosotros, para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque Él
está con el Padre, está con nosotros. Por eso estamos seguros, liberados del
miedo. Este era un efecto esencial de la predicación cristiana. El miedo a
los espíritus, a los dioses, estaba difundido en todo el mundo antiguo. Y
también hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones
naturales, encuentran el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que nos
amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos
poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegría vivimos.
Este es el primer aspecto de nuestro vivir hacia el futuro.
Segunda actitud
En segundo lugar, la
certeza de que Cristo está conmigo. Y de que en Cristo el mundo futuro
ya ha comenzado, esto da también certeza de la esperanza. El futuro no es
una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también
hoy para el mundo el futuro está oscuro, hay miedo al futuro, mucho
miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por eso
vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor
para afrontar el futuro.
Tercera actitud
Finalmente, la tercera
actitud. El Juez que vuelve -es juez y salvador a la vez- nos ha dejado la
tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus
talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad hacia el
mundo, hacia los hermanos ante Cristo, y al mismo tiempo también certeza de su
misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el
mal fueran iguales, porque Dios solo puede ser misericordioso. Esto sería un
engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los
talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, sea
renovado. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que
Dios es el juez verdadero, estamos seguros también de que este juez es bueno,
conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por
nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran
valor.
Un dato ulterior de la
enseñanza paulina sobre la escatología es el de la universalidad de la
llamada a la fe, que reúne a judíos y gentiles, es decir, a los
paganos, como signo y anticipación de la realidad futura, por
lo que podemos decir que estamos sentados ya en el cielo con Jesucristo,
pero para mostrar a los siglos futuros la riqueza de la gracia (cfr. Ef
2, 6s): el después se convierte en un antes para
hacer evidente el estado de realización incipiente en que vivimos. Esto
hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a
la gloria futura (cfr. Rm 8,18). Se camina en la fe y no en la
visión, y aunque fuese preferible exiliarse del cuerpo y habitar con el Señor,
lo que cuenta en definitiva, morando en el cuerpo o saliendo de él, es ser
agradable a Dios (cfr 2 Cor 5,7-9).
Finalmente, un último punto
que quizás parece un poco difícil para nosotros. San Pablo en la
conclusión de su segunda Carta a los Corintios repite y pone
en boca también a los Corintios una oración nacida en las primeras comunidades
cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que
literalmente significa "Señor nuestro, ¡ven!" (16,22). Era la oración
de la primera comunidad cristiana, y también el último libro del Nuevo
testamento, el Apocalipsis, se cierra con esta oración: "¡Señor,
ven!". ¿Podemos rezar también nosotros así? Me parece que para nosotros
hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para
que perezca este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga
el juicio último y el juez, Cristo. Creo que si no nos atrevemos a rezar
sinceramente así por muchos motivos, sin embargo de una forma justa y correcta
podemos también decir con los primeros cristianos: "¡Ven, Señor Jesús!".
Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra
parte, queremos que termine este mundo injusto. También nosotros
queremos que el mundo sea profundamente cambiado, que comience la civilización
del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin
hambre. Queremos todo esto: ¿y cómo podría suceder sin la presencia de Cristo? Sin
la presencia de Cristo nunca llegará realmente un mundo justo y renovado. Y
aunque de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir
también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo:
¡Ven, Señor! Ven a tu mundo, en la forma que tú sabes. Ven donde hay
injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu
del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también
entre esos ricos que te han olvidado, que viven solo para sí mismos. Ven donde
eres desconocido. Ven a tu mundo y renueva el mundo de hoy. Ven también
a nuestros corazones, ven y renueva nuestra vida, ven a nuestro corazón para
que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia suya. En este sentido rezamos
con san Pablo: ¿Maranà, thà! "¡Ven, Señor Jesús"!,
y rezamos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo
renueve”.
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El 21 de diciembre de 2008,
Benedicto XVI se dirigía a los cardenales de la Curia Vaticana con las
siguientes palabras, sobre la parusía:
“De la vuelta definitiva de
Cristo, en su parusía, se nos ha dicho que no vendrá él solo,
sino juntamente con todos sus santos. Así, cada santo que entra en la
historia constituye ya una pequeña porción de la vuelta de Cristo, de su nuevo
ingreso en el tiempo, que nos muestra la imagen de un modo nuevo y nos da la
seguridad de su presencia. Jesucristo no pertenece al pasado y no está
confinado a un futuro lejano, cuya llegada no tenemos ni siquiera la valentía
de pedir. Él llega con una gran procesión de santos. Juntamente con sus
santos ya está siempre en camino hacia nosotros, hacia nuestro hoy”.
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