¡Ya estamos de regreso en
México! Tres de los hermanos, que estuvimos en San Sebastián de Garabandal
en 1962, y presenciamos el “Milagruco”, hemos
vuelto a Garabandal después de 52 años. Sólo faltó una de nuestras hermanas, que
no pudo venir con nosotros.
También nos acompañaron en el
viaje otros dos hermanos —más pequeños—, que por su corta edad, en 1962, no
pudieron estar presentes en esos eventos. En total éramos nueve personas:
cuatro parejas de esposos y nuestro hermano sacerdote.
Cuando supimos que el 27 de
septiembre sería beatificado don Álvaro del Portillo, en Madrid (ver post anterior),
decidimos asistir a esa ceremonia, pues nuestro hermano sacerdote es del Opus
Dei; y también aprovechar para “hacer una escapada” de dos días a Garabandal.
En el viaje a Cantabria, tuvimos
la gran suerte de que nos acompañara Antonio Yagüe, gran conocedor de
las apariciones de la Virgen en Garabandal (ver su canal de YouTube y su página web).
Sus interesantes explicaciones y comentarios, siempre llenos de profunda piedad,
nos ayudaron mucho a sacar partido a nuestra peregrinación mariana.
Llegamos a Cosío hacia las 3
de la tarde. Comimos ahí e inmediatamente después subimos a Garabandal por
la carretera que, hace 52 años, era una brecha de tierra muy difícil de
transitar.
En julio de 1962, Fidelín, un
chico joven oriundo de Garabandal, nos había llevado en su viejo coche. Habíamos
llegado a Cosío en una americana Buick de color blanco, con papá, mamá y una
prima de 21 años que veraneaba con nosotros en Llanes. Ahora, 52 años después, la
carretera estaba asfaltada y en pocos minutos llegamos al pueblecito rodeado de
montañas verdes, y que parece estar perdido al final del mundo.
Las casas del pueblo son de
cantera, y sus tejados rojos estaban humedecidos por la lluvia. Sin
embargo, el cielo gris que rodeaba todo, en ese momento estaba plácido y sereno.
No llovía. Dejamos los tres coches en los que viajábamos en la plaza que está
delante de la pequeña iglesia, y nos dispusimos a subir, deseosos de llegar
a Los Pinos cuanto antes.
En el camino Antonio y Chisco
(un terciario franciscano que pasa ahora una temporada en Garabandal) nos
contaban, con gran amenidad, detalles preciosos de las apariciones de la
Virgen y San Miguel Arcángel a las niñas. Íbamos despacio, pues el tiempo
no pasa en balde y la subida es costosa y empinada.
Al llegar a Los Pinos pudimos
contemplar el magnífico espectáculo que se observa desde ahí, tanto hacia lo
alto (las estribaciones de los Picos de Europa) como hacia abajo (la
vista de las casas apretadas de Garabandal). A los lados las montañas verdes y
escarpadas de los Montes Cántabros tienen una belleza especial.
Una de nuestras hermanas (la
menor de los cuatro que estuvimos en Garabandal en 1962), comenzó a dirigir
el Rosario. Todos la seguíamos con devoción. Rezábamos los misterios
gloriosos. Mientras desgranábamos una a una las cuentas del Santo Rosario.
Las cuatro partes del Rosario tienen
una secuencia vital, que representa nuestra vida diaria y el desarrollo de
la historia de la salvación.
Los misterios gozosos
significan la vida oculta, de oración, de correspondencia a la propia vocación.
Los misterios de la luz representan la misión que Dios nos encomienda a
cada uno: siempre, de anunciar el Evangelio, que es una llamada a la
conversión. Los misterios dolorosos anuncian las tribulaciones que
tendremos que pasar, para conformarnos con Cristo, con su Pasión y Muerte. Y,
por fin, los misterios gloriosos, nos animan a llenarnos de esperanza,
porque, al final, llegará el triunfo de Jesucristo y de su Madre Inmaculada.
Terminamos de rezar el Rosario
y bajamos la cuesta de Los Pinos hasta llegar a la iglesia del pueblo, donde
nuestro hermano sacerdote —que comenzó a ver su vocación en 1962, cuando tenía
sólo 13 años, precisamente en Garabandal— celebró la Misa, a las 7 de la
tarde, a la cual asistimos nosotros y algunos peregrinos más; entre ellos,
una pareja de americanos, muy piadosos, que venían de Oregon, Estado de
Washington.
En la homilía, nos recordaron
que ese día, el 24 de septiembre, era fiesta de Nuestra Señora de la Merced.
La Virgen no se cansa de concedernos sus dones, mercedes de todo tipo, pequeñas
y grandes, que no cesamos de recibir, si tenemos la sensibilidad para darnos
cuenta de ellas.
Después de cenar en Cabanzón,
un poblado no lejano al río Nansa, pasamos la noche en la Casona del Nansa.
Eran muchas las emociones del día. Antonio nos tuvo despiertos hasta cerca de
la una de la madrugada, con sus relatos interesantísimos sobre distintas
intervenciones de la Virgen en la vida de los hombres.
A pesar de que no pudimos
dormir mucho aquella noche, no quisimos perdernos la Misa que celebró nuestro
hermano sacerdote, a las 8 de la mañana, en la iglesia de Garabandal. La
mañana del jueves 25 de septiembre era templada. El cielo seguía cubierto de
nubes. Todo el ambiente era el clásico de aquellas tierras cántabras: un
silencio y una paz que invitaban al recogimiento y la oración.
Dimos gracias a Nuestra
Señora del Carmen de Garabandal por su protección maternal sobre nuestra
familia y sobre el mundo entero. Y, después de desayunarnos en la Casona del
Nansa, nos dispusimos a emprender nuestro viaje a Madrid.
Uno quisiera quedarse mucho
tiempo en el pueblo de San Sebastián de Garabandal. ¡Hay tanto que meditar
sobre las apariciones de Nuestra Madre, en los años sesenta! ¡Hay tanto por qué
darle gracias! ¡Hay tanto, también, porqué pedir perdón!
En uno de los ratos de
convivencia, nuestro hermano sacerdote nos leyó los dos mensajes que la
Virgen (en 1961) y, luego, San Miguel Arcángel (en 1965) dieron a Conchita,
Mari Loli, Jacinta y Mari Cruz.
Los transcribimos ahora, para
que, una vez más, los meditemos despacio y saquemos mucho provecho espiritual
de ellos.
«Hay que hacer muchos
sacrificios, mucha penitencia. Tenemos que visitar al Santísimo con frecuencia.
Pero antes tenemos que ser muy buenos. Si no lo hacemos nos vendrá un castigo.
Ya se está llenando la copa, y si no cambiamos, nos vendrá un castigo muy
grande» (18 de octubre de 1961).
«Como no se ha cumplido y no
se ha dado mucho a conocer mi mensaje del 18 de octubre, os diré que este es el
último. Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando. Los Sacerdotes,
Obispos y Cardenales van muchos por el camino de la perdición y con ellos
llevan a muchas más almas. La Eucaristía cada vez se le da menos importancia.
Debéis evitar la ira del Buen Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos. Si le
pedís perdón con alma sincera El os perdonará. Yo, vuestra Madre, por
intercesión del Ángel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis. Ya estáis
en los últimos avisos. Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación.
Pedidnos sinceramente \ nosotros os lo daremos. Debéis sacrificaros más, pensad
en la Pasión de Jesús» (18 de junio de 1965).
Al día siguiente, el 26 de
septiembre por la tarde, hubo una reunión con la Madre Nieves García, en
la Casa de las Madres Concepcionistas, en Madrid. Asistieron varios sacerdotes
y un buen grupo de laicos. Entre ellos estaban Antonio Yägue, Santiago Lanus (ver
su página web)
y el P. Rafael Alonso (ver su página web), fundador del Hogar de la Madre.
En esa reunión, además de los
testimonios del P. Rafael y de nuestro hermano sacerdote, la Madre Nieves nos
habló, con mucho cariño, de Conchita González, a quien conoce muy de
cerca. Y también del Aviso (anunciado por la Virgen) y de las señales (pre
avisos) que, según parece, anunciarán la proximidad de esa manifestación
extraordinaria de Dios, para que los hombres nos convirtamos. Pueden
resumirse en tres: 1) la crisis mundial (crisis de fe y aparición de graves sucesos:
guerras, enfermedades…), 2) la muerte de Joe Lomangino, y 3) la realización de
un sínodo en la Iglesia (la Madre Nieves se preguntaba a sí misma: ¿será este
próximo?, ¿será el del próximo año?...: ver video corto).
De cualquier manera, sabemos
que lo que la Virgen nos pide es que estemos bien preparados para lo que
Dios quiere del mundo y de cada uno de nosotros. Y la manera de hacerlo
es confiar plenamente en su protección maternal: ser y vivir como hijos del
Padre y niños pequeños en su regazo; estar alegres y agradecidos del gran
amor que Dios nos tiene, y procurar corresponder a él, alejándonos del
pecado y desarrollando cada uno la potencialidad del Amor que el Espíritu Santo
ha derramado en nuestros corazones, por Jesucristo Nuestro Señor.
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