Hoy celebramos la fiesta de Nuestra
Señora de Lourdes. En su
primera aparición, el 11 de febrero de 1858, la Virgen sólo sonrió a Bernardette. No dijo nada sino hasta
varios días después (le dijo que era la Inmaculada Concepción).
Lo que más se queda en los hombres son los gestos de amor que tenemos
con ellos, como el hijo que recuerda a su madre no por sus palabras, sino por haberle puesto los calcetines (primero
uno y después otro) muchas mañanas al levantarse de la cama cuando era niño.
Quizá por eso Nuestra Señora lo
primero que hace es sonreír a Bernardette. María sabía que la joven era sensible al cariño de una madre.
Bernardette, hacia el final de su vida se encontraba muy enferma en
Nevers. La
enfermera que la cuida pide para ella, a la cocina, “una comida más apetitosa”.
Entonces, la encargada de la cocina replica con enfado: -¿Es que su madre le
daba pollo todos los días? Alguien cuenta a Bernardette la conversación
anterior, y ella no pudo evitar responder: -No, claro, pero lo que me daba mi madre me lo daba de todo corazón.
María manifiesta con su sonrisa todo el amor de Dios por cada uno de
nosotros pero, una vez que ha conseguido
ganar la confianza total de Bernardette, le comunica su mensaje, que es el
resumen de la vida cristiana: en unidad de vida, cumplir la voluntad de Dios
con el corazón puesto en Él.
El 14 de agosto de 2004, san
Juan Pablo II visitó Lourdes y, en la gruta de Massabielle dijo que, en ese
lugar, la Virgen enseñó a Bernardette dos cosas: 1) a hacer oración, a través de la contemplación del rostro de Cristo en
el rezo del Rosario y 2) a cumplir la
voluntad de Dios, según las
enseñanzas de Cristo. “Queremos aprender de la humilde sierva del Señor la disponibilidad dócil a la escucha y el
compromiso generoso para acoger en
nuestra vida las enseñanzas de Cristo”.
Estas dos ideas son en las que nos podemos fijar en este Sexto Domingo del Tiempo Ordinario. Por
ejemplo, leeremos en el Evangelio de la Misa de mañana (cfr. Mt 5, 17-37) que
Jesús, en el Sermón de la Montaña,
dice lo siguiente:
“No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.
Los Mandamientos —el Decálogo— son la expresión de la Ley Natural que Dios grabó en nosotros, desde la
Creación. Jesús no vino a abolir esos preceptos, sino a explicarlos con profundidad y a darnos la fuerza, con su gracia, para que los podamos vivir desde lo profundo del corazón, con
recta intención y deseos de manifestar nuestro amor a Dios a través de su
cumplimiento.
En nuestra época hay la
tendencia a ver en los Mandamientos de la Ley de Dios cargas pesadas o leyes
externas que muchas personas cumplen como mero formalismo: algo sin vida y que
quita la libertad.
Pero no: los Mandamientos no
son eso. Son Caminos de Vida, Luces claras que iluminan nuestras
decisiones. Es verdad que cada uno debe hacerlos
propios e incorporarlos personalmente
de modo que formen nuestra conciencia y nos den criterio para actuar.
El Papa Francisco con frecuencia nos señala el peligro de actuar como los fariseos, sólo externamente haciendo las
cosas “por cumplir”, para estar “tranquilos” con nosotros mismos y “justificarnos”
ante Dios.
Ese es un error, indudablemente. Y existe siempre ese peligro. Pero lo
que desea el Papa no es que despreciemos
los Mandamientos, sino que los amemos mucho y los vivamos de corazón.
Es más, los Mandamientos hemos de vivirlos “hilando muy fino”; es decir, buscando cumplirlos con sinceridad
profunda y con delicadeza, para amar a
Dios como Él quiere que lo amemos: sin quedarnos en la letra, sino yendo al
fondo de su contenido.
Esto es lo que nos enseña Jesús: a poner amor en todo y a cuidar los
detalles pequeños, que son muestra de que deseamos vivir todos sus consejos
y enseñanzas hasta lo que es aparentemente insignificante, pero que delante de
Dios tiene mucho valor.
Por ejemplo, Jesús nos enseña a vivir la virtud de la castidad: de modo más exigente y concreto: “También
han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo
que quien mire con malos deseos
a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón”.
El Señor no rebaja la exigencia de los Mandamientos, sino que la aumenta,
enseñándonos a no quedarnos en el límite mínimo, sino a aspirar a los bienes
mejores. “Procurad reformaros con un nuevo sentido de la vida;
tratando de comprender aquellas cosas que son buenas, de más valor, más
agradables a Dios, más perfectas; y seguidlas” (Rom 12, 2).
Somos
libres para hacerlo: “Si tú lo quieres, puedes guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa tuya. El Señor ha puesto
delante de ti fuego y agua; extiende la mano a lo que quieras. Delante del
hombre están la muerte y la vida; le será dado lo que él escoja” (cfr. Primea
Lectura, Sir 15, 16-21).
Nuestra Señora, Madre del Buen
Consejo, nos enseñará a valorar mucho todas las enseñanzas del Señor y a
tener un deseo muy grande de cumplir, de todo corazón, su voluntad: “Dichoso
el hombre de conducta intachable, que
cumple la ley del Señor. Dichoso el que es fiel a sus enseñanzas y lo busca de todo corazón” (cfr. Salmo 118).
Importantes palabras del Padre Luis Carlos Uribe sobre como debe ser nuestro actuar y sobre lo que viene sobre la Santa Iglesia: http://www.4shared.com/video/1Fuu1jbGce/Mensaje_Padre_Luis_Carlos_Urib.html
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