Continuamos
con algunas anécdotas y sucesos de Garabandal, en los que intervinieron
sacerdotes. Cfr. Garabandal y los sacerdotes (1). Nos basamos, principalmente,
en el libro de don Eusebio García de Pesquera, Se fue con prisas a la montaña
(las negrita son nuestras).
─ Respecto a porqué el Arcángel San Miguel daba con frecuencia la Comunión
a las niñas, don Eusebio Grarcía Pesquera nos comenta lo siguiente: “Consta
que el ángel, en esto de las comuniones, actuaba siempre de "forma
supletoria"; es decir, actuaba como "ministro
extraordinario", para suplir la falta de un sacerdote que pudiese dar
normalmente la comunión. Y esta falta había de ser bastante frecuente en GARABANDAL,
ya que el señor cura párroco residía en Cossío, y era aquí donde celebraba misa
la mayor parte de los días; subía a San Sebastián casi todas las tardes, desde
que empezaron los fenómenos, más por entonces –ya queda indicado– no entraba en
lo normal dar comuniones a esas horas vespertinas. Y aun ocurría más de
una vez, que hasta los días en que había misa en el pueblo, las niñas no podían
asistir, porque tenían que ir a ciertas faenas del campo. Tampoco los numerosos
sacerdotes visitantes solucionaban la dificultad, pues casi siempre
llegaban después de las horas del mediodía”.
─ Palabras de don Celestino Ortíz, médico de Santander y
testigo presencial de los éxtasis que tenían las niñas durante las apariciones:
"Un día de aquellos, después del éxtasis, le preguntaron a María Dolores:
"¿Qué te ha dicho la aparición?" Respondió: "La Virgen me ha
dicho, que haga sacrificios por la santidad de los sacerdotes, para que
lleven muchas almas al camino de Cristo; que el mundo está cada día peor y
necesita sacerdotes santos, para que hagan volver a muchos al buen camino. En
otra ocasión, la Virgen me ha dicho que pida especialmente por los sacerdotes
que quieren dejar de serlo, para que sigan siendo sacerdotes. De lo contrario,
¡qué pena sería para Ella!". El verdadero alcance de estas últimas
palabras se le escapaba, sin duda, a la niña, pues por aquellas fechas no se
había producido más que un débil comienzo –que ella no podía conocer desde su
aldea– de lo que pronto iba a convertirse en una especie de desbandada clerical...
El Concilio Vaticano II, que con sus derivaciones y el ambiente desatado,
vendría a serla "ocasión" de tal desbandada, sólo era por entonces
una ilusionada esperanza, el hermoso proyecto de una Iglesia que había
decidido "ponerse al día" mediante un general esfuerzo de renovación.
Juan XXIII tenía contagiados a todos de su optimismo y, secundándole, en todas partes
se trabajaba y oraba por el feliz éxito de tan gran empresa.
─ El 12 de marzo de 1962, durante la Cuaresma, Loli (una
de las videntes) habló, en un éxtasis, con el jesuita P. Luis Andreu,
que había fallecido el 9 de agosto del año anterior. Loli le dijo lo siguiente:
“"¡Qué gusto me da hablar contigo! Como cuando estabas vivo. Yo me pongo muy
contenta cuando vienes. ¡Hace más que no te veíamos...! ¡Qué triste te pondrías
tú, si fuéramos al colegio, porque ya no podríamos ver a la Virgen...! Mira,
quiero una cosa... ¿Sabes el qué? Haz un MILAGRO, para que vean que hablamos
contigo y con la Virgen...".
─ El día 13 de marzo, a las 11:37 de la noche, Mari Cruz
(otra de las videntes) estaba en su casa. Había recibido una carta de
un sacerdote de Villaviciosa (Asturias), en la que le decía que él le
pagaría pensión y estudios en un colegio de aquel pueblo, con la condición de
que no volviera a ver a la Virgen, ya que esto podría traer quebraderos de
cabeza con el arzobispo de Oviedo. La niña no había leído la carta, pero sí su
madre; ésta puso otra vez la carta dentro del sobre y le dijo a la niña que
preguntara a la Virgen, qué tenía que contestar. Mari Cruz no quería
hacerlo y costó trabajo lograr que cogiera la carta. Apenas la tuvo en su mano,
salió para la Calleja, se arrodilló en el sitio de costumbre, sacó la carta –en
éxtasis– y la enseñaba, mirando el sobre al revés y preguntando: "¿Qué
le digo...? ¿Que te seguiré viendo...? ¿Que es un sitio bueno...? Hace ya mucho
que no voy con las otras tres...". Sólo podemos hacer conjeturas sobre lo
dicho por la Virgen a la niña; en cambio, está bien claro que los intentos
de llevar del pueblo a las videntes no apuntaban sólo hacia León. Y claro
también, que Mari Cruz sufría no poco porque estaba algo marginada en la
marcha de aquellos especialísimo fenómenos.
─ Relación firmada por un sacerdote, en la ciudad de Reinosa
(Santander) el 23 de marzo de 1962, que acababa de visitar Garabandal: “El
día 18, domingo (segundo de Cuaresma), llegaron a San Sebastián de Garabandal
dos sacerdotes con un muchacho joven, que tiene una gravísima enfermedad del
corazón y cuyos días –según los médicos– están contados. Uno de los dos
sacerdotes (nadie sabía entonces que lo eran) era el famoso P. José Silva,
el de la "Ciudad de los Muchachos", de Orense, de donde
venían; vestía de americana y pantalón. Durante todo el tiempo anduvieron
detrás de las niñas, atosigándolas... Hasta el punto de que el señor
Brigada de la Guardia Civil tuvo que llamarles la atención varias veces
(también él ignoraba su condición sacerdotal). Cuando se produjo el éxtasis de
Jacinta, en casa de Conchita, se pegaron materialmente a la niña,
sujetándola y poniéndole materialmente las orejas en la boca, por lograr
entender algo de lo que decía. Se les llamó la atención por parte de los
padres de las niñas, y al ver que no hacían ningún caso, y que una vez casi las
hicieron caer a tierra, no pude contenerme y le di un fuerte empujón al
que iba a la derecha de la niña (que resultó ser el P. Silva), creyéndole un
seglar cualquiera... aunque no sé si no hubiera hecho lo mismo en aquel momento
aunque le hubiese visto con sotana. En el acto se volvió Jacinta, y me puso
el crucifijo en la boca; seguidamente hizo lo mismo con el que yo había
empujado. La niña continuó su marcha, pero nosotros dos nos miramos, y
comprendimos... Nos dimos un abrazo, y juntos fuimos ya hasta la iglesia.
Allí los dos lloramos; y yo le pedí que me confesara (habíamos quedado
solos, apoyados en el muro del atrio). Me dijo que no tenía licencias...,
pero yo insistí vivamente, asegurándole que tenía verdadera necesidad. Me oyó
en confesión y me preguntó por qué había hecho aquel acto: le contesté que en
aquel momento sólo había pensado en defender a una niña que estaba viendo a la
Santísima Virgen. Me dio la absolución. Luego fue él quien me pidió que le
confesara, pues decía tener mucha necesidad, por haber abusado de su
condición sacerdotal para ir delante de todos los que seguíamos a la niña,
cuando tal condición le obligaba a ir detrás del último... Me dio las
gracias por el empujón, y me dijo que hasta ese momento él no se había dado
cuenta del verdadero mensaje que estas niñas nos vienen a dar. Finalmente me
pidió, por favor, si podía despertar al señor párroco, para decir él –P. Silva–
la misa de alba (no tardaría mucho en despuntar el nuevo día, 19 de marzo,
fiesta de San José). No pudimos conseguir nada, porque hay prohibición
del obispado de admitir a celebrar misa a los sacerdotes forasteros; pero sí
pudimos comulgar y hacer la hora santa más hermosa que se puede uno imaginar.
Fue fantástico. Aquel hombre dijo cosas maravillosas, y dio las gracias a las
niñas, a sus padres, a todos, porque le habían hecho vivir una emoción que
nunca hasta entonces hubiera pensado que podría existir. ¡Rezamos un santo
rosario! Casi todos con los brazos en cruz. Esto es lo que he vivido esos días
imborrables en el dichoso pueblecito”.
─ Días previos al primer aniversario de la primera aparición de
la Virgen (2 de julio de 1962). En días como aquellos, no podían faltar por
allí sacerdotes o religiosos. A propósito de ésta presencia, dice don Luis
Navas en su relación: "Me agradó mucho contemplar las deferencias
que estas niñas guardan con los sacerdotes; son dignas de Santa Teresa de
Jesús. Eran cuatro los que se encontraban por el pueblo ese sábado, día 30
de junio; y la Virgen debía de estar contenta, pues, según las niñas:
"A la Virgen le gusta que vengan sacerdotes y gentes sin fe"
(Como en tantos otros puntos, Garabandal "se adelantaba" también saludablemente
en éste de prevenir la inminente crisis de doctrina y valoración en torno a
sacerdocio y sacerdotes... No podía preverse entonces la furia
"desacralizadora" conque pronto iban a actuar bastantes clérigos
y laicos).
─ Comentarios de don Luis
Nava, también del 30 de junio de 1962. Durante una visión de Loli
en su casa, permanecían respetuosamente de rodillas un P. Pasionista y un P.
Carmelita: a los dos les incorporó suavemente ella, haciéndoles poner de pie. El
P. Pasionista me decía al día siguiente: "Pero setenta y ocho kilos y,
encima, me puse a hacer fuerza hacia abajo; pues bien, la niña me puso en pie
con gran facilidad"(Maximina habla también de esto en sus cartas a la
familia Pifarré; pero dice que fue Conchita la del éxtasis, lo mismo que
en el caso de la uruguaya). Del P. Carmelita me edificaba su humildad y
silencio; había llegado aquella misma tarde de Burgos y se la pasó casi
entera atendiendo a la gente, repartiendo e imponiendo escapularios...
Yo sentí una dulce emoción; me venían a la memoria aquellos meses de mayo, el de
"las flores a María", de mis tiempos de estudiante en el Instituto de
Burgos".
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