Los textos de
la Liturgia de la Palabra del Domingo III de Pascua son los siguientes: Hch
3,13-15. 17-19; 1 Jn 2,1-5; Lc 24,35-48. Todos presentan un rasgo común:
señalar claramente que para unirnos a Cristo Resucitado, recibir la
Misericordia de Dios y participar en la Vida Nueva que ha inaugurado con su
Resurrección, es necesaria nuestra respuesta personal: la fe y la conversión.
Virgen de la Misericordia. Se veneró en el templo del Convento de San Felipe de Jesús, de religiosas capuchinas de la Ciudad de México. |
Es decir, no
basta confiar en el Amor Misericordioso de Dios, que se ha manifestado en
el Misterio Pascual (Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Cristo a los
Cielos); sino que cada hombre, libre y responsablemente, ha de aceptar
la Redención obrada por Cristo.
Esto se lleva
a cabo por medio de la Fe y el Bautismo. Así nos conformamos con Cristo
y participamos de su filiación divina, siendo también nosotros hijos de Dios
y herederos de la Gloria. Pero, además, para mantener la amistad con
Dios, hemos de no poner obstáculos a la acción santificadora del Espíritu
Santo, que infunde en nosotros el Amor de Dios.
Sólo el
pecado es el verdadero obstáculo para impedir que la gracia del Espíritu
Santo nos santifique más y más.
Por eso es
necesaria la conversión y el arrepentimiento. En las tres
lecturas lo vemos claro.
En la Primera
Lectura, Pedro toma la palabra, en uno de sus discursos que nos narra San
Lucas en los Hechos de los Apóstoles: después de hablarles a los judíos del gran
pecado que han cometido llevando a Jesús a la muerte, les dice: “Por lo
tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados”.
Sólo así
podrán recibir el Bautismo y recibir todo el Amor y la Misericordia de Dios.
De la misma
manera, en la Segunda Lectura de la Misa, Juan comienza por decir a sus
interlocutores: “Les escribo esto para que no pequen”; y les explica
cómo Jesús se ofreció a sí mismo como víctima de expiación por nuestros
pecados. Pero les hace ver que sólo podremos decir que conocemos verdaderamente
a Dios si cumplimos sus mandamientos (es decir, si luchamos seriamente por
evitar el pecado en nuestras vidas). Porque si no, somos unos mentirosos.
No basta con decir “Señor, Señor”. Hay que cumplir los mandamientos de Dios. Si
vivimos en la verdad, entonces el amor de Dios llegará a su plenitud en nosotros,
“y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él”.
Por último,
en el Evangelio de la Misa, Lucas nos relata la aparición de Jesús a sus
discípulos, en el Cenáculo, el día de su Resurrección, justo después de los dos
discípulos de Emaús han vuelto a Jerusalén, al atardecer, y han contado a los
apóstoles que han visto al Señor.
Jesús “se
presentó Jesús en medio de ellos” y, de diferentes modos, busca
convencerles de que no es un fantasma, sino él mismo. Les enseña sus llagas,
les pide que lo toquen, les pide de comer, y come delante de ellos.
Benedicto XVI
comenta así este texto: “En este y en otros relatos se capta una invitación
repetida a vencer la incredulidad y a creer en la resurrección de Cristo,
porque sus discípulos están llamados a ser testigos precisamente de este
acontecimiento extraordinario. La resurrección de Cristo es el dato central del
cristianismo, verdad fundamental que es preciso reafirmar con vigor en todos
los tiempos, puesto que negarla, como de diversos modos se ha intentado
hacer y se sigue haciendo, o transformarla en un acontecimiento puramente
espiritual, significa desvirtuar nuestra misma fe. "Si no resucitó
Cristo -afirma san Pablo-, es vana nuestra predicación, es vana también vuestra
fe" (1Co 15, 14)” (Ángelus, 23 de abril de 2006).
Pero vale la
pena fijarse en lo que dice, al final, Jesús a sus discípulos: “Entonces les
abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo:
“Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de
entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar
a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a
Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto””.
Jesús insiste,
el mismo día de su Resurrección, en la importancia de que sus discípulos
prediquen, a todas las naciones, la necesidad de volverse a Dios para el perdón
de los pecados.
Si queremos participar
de la Vida Eterna, que el Señor nos ofrece, por designio misericordioso del
Padre, a todos los hombres, es necesario que nos arrepintamos de nuestros
pecados y nos volvamos a Dios.
Eso es lo que
sucederá el día del Aviso, según anunció la Virgen a las niñas de
Garabandal: todos tendremos la gracia de ver muy claro que Cristo es
nuestro Redentor y, si queremos, podremos hacer un acto de fe y un acto
de penitencia, arrepintiéndonos de todos nuestros pecados, que veremos de
manera muy clara en estos momentos.
El Papa
Francisco ha promulgado la Bula "Misericordiae Vultus" que abre el Año Santo de la Misericordia.
¿Será un presagio de que el Aviso ya está muy cerca de nosotros? Vale la pena
prepararse a recibir esa Gracia Extraordinaria de Dios, ejercitándonos
todos los días en la conversión personal y en la penitencia, para así estar
mejor preparados para recibir todo el Amor de Dios que el Espíritu santo
desea derramar en nuestros corazones.
Terminamos
con la Antífona de la Comunión del Domingo III de Pascua:
“Era
necesario que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día
y que, en su nombre, se exhortara a todos los pueblos el arrepentimiento
para el perdón de los pecados. Aleluya”.
> Se pueden
ver los siguientes artículos, de Luis Fernando Pérez Bustamante, en InfoCatólica
(que se relacionan con lo que hemos expuesto en este post):
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