Mañana, Cuarto Domingo de
Adviento, leeremos en el Evangelio de la Misa el texto de San Lucas sobre
la Anunciación de la Virgen (cfr. Lc 1, 26-28).
San Josemaría Escrivá de
Balaguer, en Santo Rosario, comienza así el comentario al Primer Misterio
Gozoso: “No olvides amigo mío, que somos niños. La Señora del dulce nombre,
María, está recogida en oración. Tú eres en aquella casa, lo que quieras
ser: un amigo, un criado, un curioso, un vecino... -Yo ahora no me atrevo a ser
nada. Me escondo detrás de ti y, pasmado, contemplo la escena".
María es la “Señora del
dulce nombre” y está “recogida en oración”. El Adviento es un tiempo
en el que podemos imitar a la Virgen y, nosotros también, recogernos en
oración.
Ese “recogimiento interior” no
impide a la Virgen viajar lejos de su casa para visitar a su prima Isabel —como
consideramos en el Segundo Misterio Gozoso, un misterio del tiempo de
Adviento también— y estar con ella tres meses sirviendo y ayudando con una
caridad activa y diligente.
El Beato Álvaro del Portillo,
en una carta que escribía en mayo de 1991, decía que había hecho un propósito: “Buscar
el recogimiento interior, siempre necesario para escuchar al Espíritu Santo
en medio del quehacer diario”.
¿Qué es ese recogimiento
interior que buscan los santos? ¿Por qué es tan importante en la vida
cristiana?
A continuación transcribimos
algunos párrafos de un escrito en el que Romano Guardini, habla sobre el
recogimiento (cfr. R. Guardini, Introducción
a la vida de oración, San Pablo, Buenos Aires 1976). Las negritas son
nuestras.
«Recogimiento significa, en
primer lugar, que el hombre se sosiega y se asienta. Por lo general se
encuentra el hombre arrastrado por la multitud de las cosas y acontecimientos,
excitado por impresiones agradables o desagradables, oprimido por el deseo y el
temor, la inquietud y la pasión. Constantemente se esfuerza por alcanzar o
evitar algo, adquirir o rechazar algo, construir o destruir algo. El hombre
quiere siempre algo y querer significa estar en camino» (p. 27). El hombre
moderno es un «ser desasosegado, incapaz de fijarse en un punto o de
profundizar en algo» (p. 27). Es un «consumidor insaciable de personas, cosas,
pensamientos y palabras, quedando siempre insatisfecho, por haber perdido
en gran parte la conexión con su centro y raíz vitales y estar entregado al
azar, a pesar de todo su saber y poder. Este hombre debe orar, pero
¿puede orar? Ciertamente; pero solamente si se libera de su desasosiego
y se asienta» (p. 27).
«El hombre, por lo tanto, debe
evitar el vagabundeo del deseo y centrarse durante un tiempo determinado
solamente en aquello, que es lo únicamente importante» (p. 27).
«El hombre se siente molesto
en la exigente quietud de la oración y escapa de ella. El hombre escapa
siempre del “aquí”, al que es llamado” y en donde únicamente está su “puesto”
(p. 28-29).
«Si este hombre quiere orar,
debe apartarse de todo y hacerse “presente” ante Dios» (p. 29).
La palabra recogimiento
etimológicamente quiere decir “aunarse”, alcanzar la “unidad interior”.
«Una mirada a nuestra vida muestra su poca unidad. Deberíamos tener un núcleo
vital, que dominase la diversidad de nuestra vida, un centro vital del
que partiesen y al que convergiesen todas nuestras actividades; un
principio ordenador que distinguiese lo importante y lo no importante, los
medios y el fin… ¡Qué falta nos hace todo esto a nosotros los hombres modernos,
muy inferiores en este punto a los hombres de otros tiempos, mucho más
profundos y mucho más claramente ordenados interiormente!» (p. 29).
«En oposición a esta
“dispersión”, la palabra “recogimiento” indica de modo intuitivo que el
hombre ha “recogido” —¡en penoso trabajo!— los pensamientos, por doquier
esparcidos, y ha preparado así, para la oración, un estado de espíritu
“unificado”; un estado de espíritu desde el que —como Samuel cuando fue
llamado— pueda decir: “Aquí estoy”» (p. 30).
La inquietud hacia la
exterioridad y la apatía interior se corresponden mutuamente. Las personas de
violentas pasiones suelen tener un corazón insensible. «En la persona sin
recogimiento la apatía y el vacío interior están en la base de su
inquietud exterior y le confieren su carácter específico. Por el contrario el hombre, que es capaz de
recogerse, alcanzar el silencio interior y penetrar en la profundidad de su
espíritu, está interiormente despierto. El estado de paz interior y de
“alerta” espiritual se corresponden, se implican y se determinan mutuamente»
(p. 31).
«Por lo tanto, quien se
recoge, se hace presente a sí mismo en la intimidad del espíritu y
supera también la opresión y las cavilaciones interiores; se eleva, se hace
más ligero, más libre, más diáfano; aviva su atención interior y se entrega
de modo personal y viviente a los objetos exteriores; esclarece los ojos del
espíritu para mirar recta y claramente; aviva su prontitud interior y
posibilita así el auténtico encuentro con las coas, con las personas y con Dios» (p. 31).
«Todo depende del
recogimiento. Ningún esfuerzo, que se haga en este punto, es exagerado.
Incluso si en ello empleásemos todo el tiempo destinado a la oración, habría
que darlo por bien empleado, pues en último término el recogimiento es ya en sí
mismo oración» (p. 33).
Transcribimos también unos
textos de San Efrén Sirio (Padre de la Iglesia del siglo IV), sobre
la oración., que nos pueden ayudar en este Adviento, cuando ya faltan pocos
días para la Navidad, a mantener nuestra disposición contemplativa. Las
negritas son nuestras.
"Tanto si estás en la
iglesia, como en tu casa o en el campo; tanto si apacientas las ovejas, como si
construyes un edificio o te hayas en una reunión, no dejes de rezar.
Allí donde puedas, ponte de rodillas; y cuando no sea esto posible, invoca a
Dios en tu mente, por la tarde, por la mañana y al mediodía. Pues si
antepones la oración a cualquier actividad, y cuando te levantes de la cama
diriges a Dios tus primeros pensamientos, entonces el pecado no tendrá poder
sobre ti". "(...) ¿Veis, hermanos, cuán grande es el valor de la
oración? No hay en toda la vida humana nada que sea más precioso. Nunca
consintáis en separaros de ella, ni la abandonéis nunca, sino que, como dijo
Nuestro Señor, recemos para que no sean vanos todos nuestros trabajos" (San
Efrén Sirio, Sermones de oratione, I-II, 1-2, 4).
"(...) Y cuando hablo de
oración no me refiero a la oración descuidada,
hecha de cualquier manera, sino a
aquella que se realiza
poniendo empeño, excitando la
compunción y con la mente despejada: esta sí que lleva al Cielo". (...) Si
se deja suelta a la mente "se desparrama y se divaga, pero si
está completamente concentrada y
tiene presente su gran indigencia y
debilidad, se levanta hasta lo alto
con límpidas y abundantes oraciones".
"Mira que las oraciones más oídas son las que se apoyan en el
propio anonadamiento, como
da a entender el Profeta cuando
se dirige a Dios: encontrándome abatido,
clamé y me oyó. Así pues,
templemos nuestra conciencia y humillemos nuestro espíritu (...). ¿No confías
en nada? Esa es la gran confianza:
no confiar en uno mismo, mientras que confiar en uno mismo es abrir la
puerta a la perdición" (San Efrén Sirio, Sermones de oratione,
I-II, 1-2, 4).
"(...) Así pues, te
ruego, exhorto y suplico que abras tu corazón a Dios asiduamente (...),
que muestres a Dios tu conciencia: enséñale tus heridas y pídele remedio.
Preséntaselas a Él, que no regaña sino que cura (...), háblale y saldrás
ganando: expón tus miserias y así quedarás limpio de todos tus
delitos...". "Pero insisto, no me refiero a la oración que consiste
sólo en mover los labios, sino a la que procede del fondo del alma".
Han de ser nuestras oraciones nacidas y enraizadas en lo íntimo del alma, como
las raíces del árbol se aferran en el hondón de la tierra. "Por lo que
dijo el Profeta: desde lo hondo a ti clamé Señor (Ps 129,1)" (San
Efrén Sirio, Sermones de oratione, I-II, 1-2, 4).
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