El fundamento del mensaje cristiano en su conjunto es la fe en la Resurrección
de Jesucristo.
San Pablo lo resalta de manera tajante con estas palabras:
«Si Cristo no ha
resucitado, nuestra predicación carece
de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en
nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo» (1Co 15,
14s).
Todo lo que Cristo hizo y enseño
encuentra su justificación en su Resurrección, con la que da prueba definitiva de su autoridad divina,
como lo había prometido (cfr. Catecismo
de la Iglesia Católica, 651).
Romano Guardini escribe en su libro
“El Señor” que, después de la Resurrección, Jesús, indudablemente, ha cambiado:
«Ya no vive como
antes. Su existencia... no es comprensible. Sin embargo, es corpórea,
incluye... todo lo que vivió; el destino que atravesó, su pasión y su muerte.
Todo es realidad. Aunque haya cambiado,
sigue siendo una realidad tangible».
Por eso, Jesús, desde el primer día,
da pruebas sensibles de que su
resurrección es verdadera. Por ejemplo, muestra a sus discípulos sus manos
y sus pies, con las llagas de la crucifixión, y su costado abierto. Y para
convencerlos les pide algo de comer.
Los apóstoles «le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante
de ellos» (Lc 24, 42-43).
«Lucas —dice
Benedicto XVI— habla de tres elementos que caracterizan cómo está el Resucitado
con los suyos: Él se «apareció», «habló» y «comió con ellos». Aparecer-hablar-comer juntos: éstas son
las tres auto-manifestaciones del Resucitado, estrechamente relacionadas entre
sí, con las cuales Él se revela como el Viviente» (Jesús de Nazaret, Tomo II).
Gracias a estos signos muy realistas, los discípulos superan la duda inicial y se
abren al don de la fe. Recuperan su fe en Cristo, que ahora se hace más firme y profunda. Gracias a
ella entienden de una nueva manera las Escrituras, pues Jesús les abre el
entendimiento.
Esto sucede tanto a los discípulos
de Emaús como a los apóstoles en el Cenáculo. Benedicto XVI, el 22 de abril de
2012, en el Ángelus, decía que «el
Salvador nos asegura su presencia real entre nosotros a través de la Palabra y de la Eucaristía».
Nosotros, como los discípulos de
Cristo hace dos mil años, también
podemos creer que Jesús ha resucitado si acudimos a los medios que Él nos
ha dejado para suscitar la fe y aumentarla: la Sagrada Escritura y los Sacramentos.
Y si notamos que nuestra fe es
tibia, podemos recuperar su vigor si
se pedimos al Señor, como los apóstoles: “¡auméntanos la fe!” (Lc 17, 5) y,
además, ponemos los medios que están en nuestra mano.
Eso es lo que sucedió a los discípulos de Emaús mientras iban por
el camino, desanimados y desesperanzados. Cfr. Evangelio del Tercer Domingo de Pascua, que celebraremos mañana.
«"Nosotros esperábamos..." (Lc 24,
21). Este verbo en pasado —comentaba Benedicto XVI el 6 de abril de 2008— lo
dice todo: Hemos creído, hemos seguido, hemos esperado..., pero ahora todo ha
terminado».
¿Por qué estaban tan tristes? Porque habían abandonado Jerusalén, que
representa la Comunidad de los discípulos del Señor. Se habían aislado, habían
abandonado la compañía de Nuestra Señora, las santas mujeres y los apóstoles.
«Este drama de
los discípulos de Emaús es como un
espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo. Al parecer,
la esperanza de la fe ha fracasado. La fe misma entra en crisis a causa de
experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor.
Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser el
camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios» (Benedicto XVI, Ángelus del 6 de abril de 2008).
Para conservar la fe en Cristo
Resucitado es indispensable mantenernos
unidos a la Iglesia. Los primeros cristianos “perseveraban
asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción
del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42).
Jesús, mientras iban por el camino
hacia Emaús, se acerca a los dos discípulos desalentados y entabla una conversación con ellos. Los escucha y luego “comenzando
por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de
la Escritura que se referían a él”. Poco a poco, los corazones de Cleofás y de
su compañero se encienden con el fuego de la esperanza y la alegría. Luego,
piden al desconocido que se quede con ellos: “Quédate con nosotros, porque ya
es tarde y pronto va a oscurecer”. Jesús entra en la casa a donde iban y “cuando
estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo
reconocieron, pero él se les desapareció” (cfr. Lc 24, 13-35).
«También hoy —comenta
Benedicto XVI— podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. También hoy, él parte el pan para nosotros y
se entrega a sí mismo como nuestro pan.
Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una
fe más profunda y auténtica,
templada, por decirlo así, por el fuego del acontecimiento pascual; una fe
sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de su presencia real en la Eucaristía»
(Benedicto XVI, Ángelus del 6 de
abril de 2008).
Dos textos de San Josemaría Escrivá de Balaguer, relacionados entre sí, resumen
bien todos esto.
«Pan y Palabra, Hostia y Oración, si no, no tendrás
vida sobrenatural» (Camino
87). «Si no tratas a Cristo en la oración y en el Pan, ¿cómo le
vas a dar a conocer?» (Camino, 105).
La Santa Misa es el lugar privilegiado para avivar nuestra fe.
Refiriéndose Benedicto XVI al pasaje de los discípulos de Emaús que estamos
comentando decía:
«Este estupendo
texto evangélico contiene ya la estructura de la santa misa: en la primera
parte, la escucha de la Palabra a
través de las sagradas Escrituras; en la segunda, la liturgia eucarística y la comunión con Cristo presente en el
sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. La Iglesia, alimentándose en esta doble mesa, se edifica incesantemente y se
renueva día tras día en la fe, en la esperanza y en la caridad»
(Benedicto XVI, Ángelus del 6 de
abril de 2008).
Estamos a las puertas del mes de mayo, Mes de María, que en este año brilla
de manera muy especial, por el 100° aniversario de las apariciones de la Virgen
en Fátima. Este domingo, en las vísperas del mes mariano, es una magnífica ocasión para acudir a Nuestra
Señora y pedirle que interceda por todo el mundo para que nunca
desfallezcamos en nuestra fe a Cristo Resucitado.
«Por intercesión de María santísima, oremos para
que todo cristiano y toda comunidad, reviviendo la experiencia de los
discípulos de Emaús, redescubra la
gracia del encuentro transformador con el Señor resucitado»
(Benedicto XVI, Ángelus del 6 de
abril de 2008).
Porque la iglesia Catolica es Verdadera Iglesia de Cristo porque es la mas perseguida la que te da Libertad donde no te obligan a dar ni te impone nada como en las otras denominaciones que se te obliga no cambian las palabras de la Biblia preguntarle a un desesperado donde esta escrito el rosario y se van por otro carril donde dice de la confesión no te saben explicar buscalo en Zacarias13 ,Juan 20 el Sacerdocio Hebreos5 nunca te van a decir esto por son agentes divididos que no quieren entrar ni dejan entrar son agentes de confusión
ResponderEliminarEres hijo de la mujer te va combatir Genesis 3 si aceptas las leyes de Exterminio con los bebes rejuntar hombres con hombres mujer y mujer ya sabes en cual carril estas
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