En los textos de la Misa del Primer Domingo de Adviento,
la Iglesia nos presentaba la Segunda Venida de Jesucristo. Ahora, en este Segundo Domingo de Adviento, aparece la
figura de san Juan Bautista anunciando la Primera Venida del Señor, y haciendo
a todos una llamada a la conversión.
El texto del Evangelio
del Segundo Domingo de Adviento es el siguiente (las negritas son nuestras):
Por aquel tiempo, Juan
Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: "Convertíos, porque está cerca el reino de
los cielos." Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo:
"Una voz grita en el desierto: "Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos"". Juan llevaba un
vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se
alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de
Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los
bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los
bautizara, les dijo: "¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar
del castigo inminente? Dad el fruto que
pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahám es
nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahám
de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da
buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que
viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él
os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano:
aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una
hoguera que no se apaga" (Mt 3, 1-2).
El domingo pasado la palabra clave era “vigilancia”.
Ahora es “conversión”.
En esta ocasión nos parece oportuno transcribir algunas
ideas de una plática que dirigió J. Ratzinger, en 1983, a san Juan Pablo II en su retiro anual. Es una meditación de las Colectas del lunes y del sábado de la
Primera Semana de Cuaresma, pero que sirve también para este Tiempo de
Adviento, que es un tiempo penitencial (por
ejemplo, se utilizan los ornamentos morados, igual en la Cuaresma).
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(Ideas y
textos tomados de J. Ratzinger, El
camino pascual, ed. BAC, Madrid 1990).
Lunes
Las primeras palabras de la oración de este día expresan
el programa de la Cuaresma [podemos leer: Adviento]
en su forma más breve y más clara: “Converte nos, Deus salutaris noster”. Son
las primeras palabras del Evangelio de Jesús: “¡Arrepentíos¡” (Mc 1, 15). La
Iglesia cambia el imperativo por una oración de súplica: le pedimos al Señor que sea él quien nos convierta, pues el hombre
sabe que no puede convertirse por sí mismo, valiéndose de sus solas fuerzas. La
conversión es una gracia. Siempre es
Dios el que se nos adelanta.
Son palabras tomadas del Salmo 84, 5. Es Jesús quien hace realidad la petición del
salmista. Jesús es quien nos convierte.
Nosotros no somos arquitectos de nuestra propia vida. En la dependencia de Dios
consiste la verdadera libertad.
Hay dos caminos:
la opción de la autorrealización por la cual el hombre se adueña por completo
de su ser y de su vida que es para sí y desde sí mismo. Por otra parte está la
opción de la fe y del amor, por la cual acepta depender de su Creador. Esta
opción es, al mismo tiempo, un decidirse
por la verdad.
Las dos opciones corresponden
a las palabras “tener” y “ser”. La primera opción quiere tener todo:
dinero, belleza, alegrías... La segunda opción no busca la posesión, sino la
reciprocidad del amor, por la grandeza majestuosa de la verdad. Es la cultura
de la muerte (de cosas muertas) o la de la vida (que es la cultura del amor).
Es la cultura del
poder o la de la cruz. En el primer caso el hombre moderno se siente capaz
de edificar un mundo libre, verdaderamente humano. Quiere tomar las riendas de
la historia y del mundo. Pero hoy vislumbramos ya adónde conduce esta
creatividad emancipada de Dios y así comenzamos a redescubrir la sabiduría de la cruz.
La cruz señala el
final de la autonomía, que tuvo su principio en el paraíso con las palabras
de la serpiente: “seréis como dioses”. La
cruz expresa el primado de la verdad y del amor. “In hoc signo vinces”. «“Converte
nos, Deus salutaris noster”.
El rechazo de la autorrealización y el primado de la
gracia que se expresan en esta plegaria no pretenden asentarnos en una especie
de quietismo, sino abrir las puertas a una fuerza nueva y más profunda de la
actividad humana. La autorrealización traiciona la vida al interpretarla como
mera posesión, y de esta manera sirve a la muerte; la conversión es el acto por
el que elegimos la reciprocidad del
amor, la disponibilidad a dejarnos formar por la verdad, para llegar a ser
“cooperadores de la verdad (3 Jn 8).
Por consiguiente la conversión es el verdadero realismo;
ella nos capacita para un trabajo realmente común y humano. Me parece que hay
aquí materia suficiente para un examen de conciencia.
“Convertirse” quiere decir: no buscar el éxito, no correr
tras el prestigio y la propia posición. “Conversión” significa: renunciar a
construir la propia imagen, no esforzarse por hacer de sí mismo un monumento,
que acaba siendo con frecuencia un falso Dios.
“Convertirse” quiere
decir: aceptar los sufrimientos de
la verdad. La conversión exige que la verdad, la fe y el amor lleguen a ser
más importantes que nuestra vida biológica, que el bienestar, el éxito, el
prestigio y la tranquilidad de nuestra existencia; y esto no solamente de una
manera abstracta, sino en la realidad cotidiana y en las cosas más
insignificantes. De hecho, el éxito, el prestigio, la tranquilidad y la
comodidad son los falsos dioses que más
impiden la verdad y el verdadero progreso en la vida personal y social.
Cuando aceptamos esta primacía de la verdad, seguimos al Señor, cargamos con
nuestra cruz y participamos en la cultura del amor, que es la cultura de la
cruz» (El Camino Pascual, pp. 27-28).
Sábado
“Ad te corda
nostra, Pater ætérne, convérte, ut nos, unum necessárium semper quæréntes et
ópera caritátis exercéntes, tuo cúltui præstes esse dicátos. Per Dóminum"
(Oración Colecta).
“Señor y Padre
eterno, haz que se conviertan a ti
nuestros corazones a fin de que, viviendo consagrados enteramente a tu
servicio, te busquemos siempre a ti y nos dediquemos a la práctica de las obras
de misericordia”.
El hilo
conductor, el objetivo de la Cuaresma [podemos leer: Adviento] es la conversión. Todos los textos de la Cuaresma no son
más que interpretaciones y aplicaciones de esta realidad, de la que todo depende en nuestra vida.
El alma del hijo pródigo, y no sólo su
cuerpo, vive en una "tierra lejana", en la "regio
disimilitudinis", como dicen los Padres.
En
consecuencia, el retorno a la casa del padre comienza por una peregrinación interior:
un encuentro de la verdad que constituye la auténtica humildad (San Juan Pablo
II, Encíclica Dives in misericordia IV, 6).
La conversión
es un "obrar la verdad" (S. Agustín).
"El que
obra la verdad viene a la luz" (Jn 3,21).
El
reconocimiento de la verdad se realiza en la confesión hecha en la "tierra
lejana". Se salva así el abismo que le separa de la patria.
La
"historia de los dos hermanos" se sitúa en la estela de una larga
historia bíblica: Caín y Abel, Isaac e Ismael, Esaú y Jacob. Representan a
Israel y los paganos. Los paganos = "vosotros que estabais lejos" (Ef
2,17).
El hermano
mayor representa al "hombre fiel" en el que aparece la envidia como
un veneno oculto. Muchos "fieles" ocultan también en su corazón el
deseo de la "tierra lejana" y de sus promesas. No han llegado a comprender la belleza de la patria. Han salido ya
hacia esa tierra y no lo saben ni lo quieren reconocer.
Se puede
permanecer en casa y, al mismo tiempo, salir de ella.
La conversión
es el descubrimiento de la primacía de
Dios: "Operi Dei nihil praeponatur" (San Benito). El objetivo
principal de la conversión es el culto.
La definición
tanto del paraíso como de la ciudad nueva, es la presencia de Dios, el habitar con Dios, el vivir en la luz
de la gloria de Dios, en la luz de la verdad.
"Quia
nullis necessariis indigebunt, quos tuo cultui praestiteris esse
subiectos" (Sacramentarium Leonianum; cf oración del sábado de la semana I
de Cuaresma).
Dios es y será siempre la necesidad primera del
hombre. Es falso que haya
que solucionar antes los problemas humanos. Con semejante inversión crecen los
problemas. Donde se pone entre paréntesis la presencia de Dios se despoja al
hombre de su humanidad.
"Converte
nos, ut unum necessarium semper quaerentes et opera caritatis exercentes tuo cultui praestes esse dicatos"
(oración del día). El amor y el trabajo por la renovación del mundo brotan de
la palabra, brotan de la adoración.
El obispo Athanasius Schneider en la TV francesa declarando que ya existe un cisma en la Iglesia: https://www.youtube.com/watch?v=HUsvVJpHQAM
ResponderEliminarPreciosa meditación sobre la conversión del hombre, de todo el hombre, a la Única Verdad que puede saciar la sed inmensa de Dios.
ResponderEliminarBusquemos el Reino de Dios y lo demás ( pobreza, contaminación, corrupción, etc)..se arreglará por acción del hombre transformado por la Gracia. Grandes Papas: Juan Pablo II y Benedicto XVI.