sábado, 3 de diciembre de 2016

Segundo Domingo de Adviento

En los textos de la Misa del Primer Domingo de Adviento, la Iglesia nos presentaba la Segunda Venida de Jesucristo. Ahora, en este Segundo Domingo de Adviento, aparece la figura de san Juan Bautista anunciando la Primera Venida del Señor, y haciendo a todos una llamada a la conversión


El texto del Evangelio del Segundo Domingo de Adviento es el siguiente (las negritas son nuestras):

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos." Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: "Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos"". Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: "¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahám es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahám de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga" (Mt 3, 1-2).

El domingo pasado la palabra clave era “vigilancia”. Ahora es “conversión”.

En esta ocasión nos parece oportuno transcribir algunas ideas de una plática que dirigió J. Ratzinger, en 1983, a san Juan Pablo II en su retiro anual. Es una meditación de las Colectas del lunes y del sábado de la Primera Semana de Cuaresma, pero que sirve también para este Tiempo de Adviento, que es un tiempo penitencial (por ejemplo, se utilizan los ornamentos morados, igual en la Cuaresma).

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(Ideas y textos tomados de J. Ratzinger, El camino pascual, ed. BAC, Madrid 1990).

Lunes

Las primeras palabras de la oración de este día expresan el programa de la Cuaresma [podemos leer: Adviento] en su forma más breve y más clara: “Converte nos, Deus salutaris noster”. Son las primeras palabras del Evangelio de Jesús: “¡Arrepentíos¡” (Mc 1, 15). La Iglesia cambia el imperativo por una oración de súplica: le pedimos al Señor que sea él quien nos convierta, pues el hombre sabe que no puede convertirse por sí mismo, valiéndose de sus solas fuerzas. La conversión es una gracia. Siempre es Dios el que se nos adelanta.

Son palabras tomadas del Salmo 84, 5.  Es Jesús quien hace realidad la petición del salmista. Jesús es quien nos convierte. Nosotros no somos arquitectos de nuestra propia vida. En la dependencia de Dios consiste la verdadera libertad.

Hay dos caminos: la opción de la autorrealización por la cual el hombre se adueña por completo de su ser y de su vida que es para sí y desde sí mismo. Por otra parte está la opción de la fe y del amor, por la cual acepta depender de su Creador. Esta opción es, al mismo tiempo, un decidirse por la verdad.

Las dos opciones corresponden a las palabras “tener” y “ser”. La primera opción quiere tener todo: dinero, belleza, alegrías... La segunda opción no busca la posesión, sino la reciprocidad del amor, por la grandeza majestuosa de la verdad. Es la cultura de la muerte (de cosas muertas) o la de la vida (que es la cultura del amor).

Es la cultura del poder o la de la cruz. En el primer caso el hombre moderno se siente capaz de edificar un mundo libre, verdaderamente humano. Quiere tomar las riendas de la historia y del mundo. Pero hoy vislumbramos ya adónde conduce esta creatividad emancipada de Dios y así comenzamos a redescubrir la sabiduría de la cruz.

La cruz señala el final de la autonomía, que tuvo su principio en el paraíso con las palabras de la serpiente: “seréis como dioses”. La cruz expresa el primado de la verdad y del amor. “In hoc signo vinces”. «“Converte nos, Deus salutaris noster”.

El rechazo de la autorrealización y el primado de la gracia que se expresan en esta plegaria no pretenden asentarnos en una especie de quietismo, sino abrir las puertas a una fuerza nueva y más profunda de la actividad humana. La autorrealización traiciona la vida al interpretarla como mera posesión, y de esta manera sirve a la muerte; la conversión es el acto por el que elegimos la reciprocidad del amor, la disponibilidad a dejarnos formar por la verdad, para llegar a ser “cooperadores de la verdad (3 Jn 8). 

Por consiguiente la conversión es el verdadero realismo; ella nos capacita para un trabajo realmente común y humano. Me parece que hay aquí materia suficiente para un examen de conciencia.

“Convertirse” quiere decir: no buscar el éxito, no correr tras el prestigio y la propia posición. “Conversión” significa: renunciar a construir la propia imagen, no esforzarse por hacer de sí mismo un monumento, que acaba siendo con frecuencia un falso Dios.

Convertirse” quiere decir: aceptar los sufrimientos de la verdad. La conversión exige que la verdad, la fe y el amor lleguen a ser más importantes que nuestra vida biológica, que el bienestar, el éxito, el prestigio y la tranquilidad de nuestra existencia; y esto no solamente de una manera abstracta, sino en la realidad cotidiana y en las cosas más insignificantes. De hecho, el éxito, el prestigio, la tranquilidad y la comodidad son los falsos dioses que más impiden la verdad y el verdadero progreso en la vida personal y social. Cuando aceptamos esta primacía de la verdad, seguimos al Señor, cargamos con nuestra cruz y participamos en la cultura del amor, que es la cultura de la cruz» (El Camino Pascual, pp. 27-28).

Sábado

“Ad te corda nostra, Pater ætérne, convérte, ut nos, unum necessárium semper quæréntes et ópera caritátis exercéntes, tuo cúltui præstes esse dicátos. Per Dóminum" (Oración Colecta).

“Señor y Padre eterno, haz que se conviertan a ti nuestros corazones a fin de que, viviendo consagrados enteramente a tu servicio, te busquemos siempre a ti y nos dediquemos a la práctica de las obras de misericordia”.

El hilo conductor, el objetivo de la Cuaresma [podemos leer: Adviento] es la conversión. Todos los textos de la Cuaresma no son más que interpretaciones y aplicaciones de esta realidad, de la que todo depende en nuestra vida.

El alma del hijo pródigo, y no sólo su cuerpo, vive en una "tierra lejana", en la "regio disimilitudinis", como dicen los Padres.

En consecuencia, el retorno a la casa del padre comienza por una peregrinación interior: un encuentro de la verdad que constituye la auténtica humildad (San Juan Pablo II, Encíclica Dives in misericordia IV, 6).

La conversión es un "obrar la verdad" (S. Agustín).

"El que obra la verdad viene a la luz" (Jn 3,21).

El reconocimiento de la verdad se realiza en la confesión hecha en la "tierra lejana". Se salva así el abismo que le separa de la patria.

La "historia de los dos hermanos" se sitúa en la estela de una larga historia bíblica: Caín y Abel, Isaac e Ismael, Esaú y Jacob. Representan a Israel y los paganos. Los paganos = "vosotros que estabais lejos" (Ef 2,17).

El hermano mayor representa al "hombre fiel" en el que aparece la envidia como un veneno oculto. Muchos "fieles" ocultan también en su corazón el deseo de la "tierra lejana" y de sus promesas. No han llegado a comprender la belleza de la patria. Han salido ya hacia esa tierra y no lo saben ni lo quieren reconocer.

Se puede permanecer en casa y, al mismo tiempo, salir de ella.

La conversión es el descubrimiento de la primacía de Dios: "Operi Dei nihil praeponatur" (San Benito). El objetivo principal de la conversión es el culto.

La definición tanto del paraíso como de la ciudad nueva, es la presencia de Dios, el habitar con Dios, el vivir en la luz de la gloria de Dios, en la luz de la verdad.

"Quia nullis necessariis indigebunt, quos tuo cultui praestiteris esse subiectos" (Sacramentarium Leonianum; cf oración del sábado de la semana I de Cuaresma).

Dios es y será siempre la necesidad primera del hombre. Es falso que haya que solucionar antes los problemas humanos. Con semejante inversión crecen los problemas. Donde se pone entre paréntesis la presencia de Dios se despoja al hombre de su humanidad.

"Converte nos, ut unum necessarium semper quaerentes et opera caritatis exercentes tuo cultui praestes esse dicatos" (oración del día). El amor y el trabajo por la renovación del mundo brotan de la palabra, brotan de la adoración.




2 comentarios:

  1. El obispo Athanasius Schneider en la TV francesa declarando que ya existe un cisma en la Iglesia: https://www.youtube.com/watch?v=HUsvVJpHQAM

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  2. Preciosa meditación sobre la conversión del hombre, de todo el hombre, a la Única Verdad que puede saciar la sed inmensa de Dios.
    Busquemos el Reino de Dios y lo demás ( pobreza, contaminación, corrupción, etc)..se arreglará por acción del hombre transformado por la Gracia. Grandes Papas: Juan Pablo II y Benedicto XVI.

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