Con el don de fortaleza termina Santo Tomás
de Aquino su exposición sobre los dones del Espíritu Santo en la Suma
Teológica.
EL DON DE FORTALEZA
(S. Th. II-II. q. 139)
Trataremos a continuación del don
correspondiente a la virtud de la fortaleza (cf. q.123, introd.), es decir, del
don de fortaleza.
Sobre esta materia planteamos dos
problemas:
- ¿La fortaleza es un don?
- ¿Qué es lo que le corresponde por parte de las bienaventuranzas y los frutos?
ARTÍCULO 1
¿La fortaleza es un don?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el que en Is 11, 2
se menciona como uno más la fortaleza entre los dones del Espíritu Santo.
Respondo: Que la fortaleza, como hemos
dicho antes (q.123 a.2; 1-2 q.61 a.3), implica una cierta firmeza de ánimo,
requerida no sólo para hacer el bien, sino también para soportar el mal, principalmente
si se trata de bienes o males arduos. Y que el hombre, según su modo propio y
connatural, puede tener tal firmeza en lo uno y en lo otro, que no desfallezca
en la práctica del bien a pesar de la dificultad que entrañe la realización de
ciertas obras arduas o el aguante de ciertos males graves. Tal es la razón por
la que a la fortaleza se la considera como virtud especial o general, como
dijimos (q.123 a.2). Pero, a un nivel superior, el Espíritu Santo mueve
interiormente al hombre para que lleve a término cualquier obra comenzada y se
vea libre de cualquier peligro que le amenaza. Esto rebasa la capacidad de la
naturaleza humana, ya que hay casos en que el hombre no puede llevar a cabo sus
obras o escapar de los males o peligros, pues a veces le agobian hasta causarle
la muerte. Ahora bien: esto lo realiza el Espíritu Santo en el hombre guiándolo
en todo hacia la vida eterna, que es término de toda obra buena y la liberación
de todos los peligros. Para ello infunde en el alma el Espíritu Santo una
confianza especial que excluye todo temor contrario. Tal es la razón por la que
la fortaleza es considerada como don del Espíritu Santo, pues ya dijimos antes
(1-2 q.68 a.1) que los dones tienen por objeto la moción del alma por el
Espíritu Santo.
ARTÍCULO 2
La cuarta bienaventuranza, que dice:
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia",
¿corresponde al don de fortaleza?
Contra esto [es decir, contra las
objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está lo que dice San Agustín
en el libro De Serm. Dom. in Monte: La fortaleza les viene muy bien a los
hambrientos, ya que ellos sufren deseando gozar de los verdaderos bienes y
queriendo apartar su amor de las cosas terrenas.
Respondo: Que, como hemos dicho (q.121
a.2), San Agustín relaciona las bienaventuranzas con los dones según el orden
de enumeración, aunque teniendo en cuenta ciertas conveniencias. Por eso
atribuye la cuarta bienaventuranza, la del hambre y sed de justicia, al cuarto
don, o sea, al don de fortaleza. Porque, aunque parezca que no, hay entre ellos
alguna conveniencia, ya que, como dijimos (a.1), la fortaleza tiene por objeto
lo arduo. Y práctica muy ardua es no sólo el realizar obras virtuosas, sino el
realizarlas con deseo insaciable, deseo que puede expresarse con los nombres de
hambre y sed.
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