Mañana, en muchos lugares del mundo, se celebra la Fiesta
de la Exaltación de la Santa Cruz, que sustituye a la liturgia del Domingo
XXIV durante el año.
Las Lecturas son las siguientes:
• Nm 21, 4b-9. Miraban a la serpiente de bronce y
quedaban curados.
• Sal 77. No olvidéis las acciones del Señor.
• Flp 2, 6-11. Se rebajó, por eso Dios lo levantó
sobre todo.
• Jn 3, 13-17. Tiene que ser elevado el Hijo del
hombre.
La salvación, la vida y la resurrección proceden del
misterio de la Cruz: “salus, vita et resurrectio nostra”.
Sin embargo, la cruz es también escándalo para los
judíos, locura para los gentiles…; y, para nosotros mismos, con frecuencia
es quizá también motivo o de escándalo o
de locura, de desánimo, de tristeza; quizá
porque no descubrimos a Jesús en la Cruz, porque no nos damos cuenta que la cruz es
efectivamente el instrumento, el medio
de la salvación, del encuentro con Dios, el camino para la gloria.
No nos debe extrañar. Le sucedió a Pedro cuando quiso
apartar al Señor de la Pasión. Jesús tuvo que reprenderlo fuertemente: “Apártate
de mí, Satanás”.
Los apóstoles, en diversas ocasiones en que el Señor les
anuncia la Pasión no entienden, se quedan con miedo -dice el Evangelio-,
y tenían miedo incluso hasta de preguntarle más al Señor sobre esa cuestión.
En medio del desierto Moisés levantó un estandarte con una
serpiente, para que quien hubiera sido mordido por una serpiente pudiera
contemplarla y de esta forma se salvara de la muerte (ver Primera Lectura).
Al mismo Jesucristo lo vemos sufriendo lo indecible en
Getsemaní: “Padre, si es posible pase de
mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Ante la repulsa instintiva al sufrimiento, debemos
inmediatamente imitar al Señor: “no se
haga mi voluntad, sino la tuya”, con la fe de que la Cruz, como dice San
León Magno, “es fuente Señor de todas las bendiciones y causa de todas las
gracias”.
En medio del mundo se levanta la cruz de Jesús para que
quien la contempla con el corazón contrito y adorante se salve (ver el Evangelio).
Mons. Álvaro del Portillo (1914-1994), que será
beatificado en Madrid el próximo 27 de septiembre, fue testigo de cómo, en
1937, San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, sufrió una gran
prueba mientras permanecía refugiado con otros en la Legación de Honduras, en
el Paseo de la Castellana. Ahí pasó una “noche oscura del alma”, como
dice San Juan de la Cruz: una purificación pasiva muy fuerte, un sufrimiento moral grandísimo. Y, sin
embargo, se conservan apuntes de su predicación llenos de esperanza y de
confianza en Dios.
Les decía, por ejemplo, a los que estaban con él:
“empeñémonos en ver la gloria y la dicha ocultas en el dolor, porque no basta saber en abstracto -como
sabemos- que la alegría la encontramos en la cruz, que nuestra alegría tiene raíces en forma de
cruz. Hay que empeñarse, con la gracia
de Dios, en ver la gloria y la dicha
ocultas en el dolor para poner siempre
buena cara, para reaccionar, quizá en ocasiones, después de un movimiento de
disgusto, con una sonrisa, con una sonrisa incluso por fuera pero sobre todo
por dentro”.
Cristo, muerto en la cruz, es glorificado por el Padre y es
nuestro Señor y Guía (ver Segunda Lectura).
El 15 de septiembre celebraremos la memoria de Nuestra
Señora de los Dolores. Contemplamos a María al pie de la cruz, firme,
fuerte, con un dolor inmenso. “¡Cuán
grande, cuán heroica en esos momentos la obediencia de la fe demostrada por
María ante los “insondables designios de Dios”! ¡Cómo se “abandona en
Dios” sin reservas, “prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad”
a aquel, “cuyos caminos son inescrutables” (Rm 11,33). Y a la vez ¡cuán
poderosa es la acción de la gracia en su alma, cuan penetrante es la influencia
del Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza! (cfr. Juan Pablo II, Carta
Encíclica Redemptoris Mater).
Ella nos ayudará. Se lo podemos pedir ahora en nuestra
oración a la Virgen, a nuestra Madre. Precisamente Él la declaró Madre
nuestra en la Cruz. Jesús nos la entregó como Madre, en la Cruz. Ella nos
ayudará a estar también nosotros firmes como Ella, a no desmayarnos, en la cruz. Muy unidos a su Hijo, a Jesús
para -por la solidaridad que tenemos con Él- dar valor de salvación, valor
de redención a toda nuestra vida, especialmente a nuestra mortificación a
nuestra penitencia, por nosotros y por el mundo entero, por toda la Iglesia. Le
podemos decir: “Madre mía, que tu amor
me ate a la Cruz de tu Hijo”.
Reproducimos, a continuación, tres mensaje a Marga: uno de
Jesús y otro de la Virgen, sobre la Cruz; y luego uno de la Virgen sobre Garabandal y Medjugorje (ver
sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul).
Mensaje de Jesús, del 30 de marzo del 2006
(durante una Exposición ante el Santísimo)
Jesús:
¡Te basta un instante para comprobar que estoy locamente
enamorado de ti! Que estos días de desolaciones no han sido más que un Regalo para
mi amada, que la amo desde toda la eternidad. ¡Te amo! ¡Te amo! Mi amada ¿acoge
el regalo o lo desdeña? ¿Lo tira al suelo? Este es mi Amor, ¿lo quieres? Nada
del mundo. Toda mi Cruz. Mi Amor, más allá de la muerte. Aunque mueras. Yo
quiero tu muerte, para tener Vida. Muere a ti misma. Muere a tus gustos, a tu
idea de la felicidad en la tierra. Acoge mi Regalo. Sólo te pido esto: acoge mi
Regalo. Y serás feliz.
¿Qué esperas? Estás esperando otro Regalo de Mí, pero no lo
tendrás, porque éste es el Regalo que Yo reservo a mi esposa, a mis almas más
queridas: la Cruz. La Cruz en la medida justa que pueda soportar. La Cruz al
máximo a su medida.
¿Creías que era otra cosa? Aquí estoy, no me moveré hasta
que tú me digas: «¡Sí! Sí, Maestro, y hasta sus últimas consecuencias.» Tedio y
horror de la vida tendrás hasta que aceptes tu Cruz. Amor, amor y dolor,
felicidad ahora y perpetua por aceptar el Regalo del Esposo a la esposa. Amén.
¡Sí!
Mensaje de la Virgen, del 19 de agosto de 2007
Virgen:
¡Marga! Hija mía, quisiera en ti una sintonía absoluta de
corazones. Que estuvieras muy íntimamente unida a Mí, de tal forma que todo lo
Mío fuera tuyo. Que tú fueras Yo para la gente. Que te olvidaras de lo que tú
tienes que dar.
Es sólo en la Cruz donde vas a alcanzar gloria. Por tanto,
bendíceme por cada cruz que Yo te doy, agradéceme las cruces de tu vida.
Míralas como un don de Amor de Dios a ti. Si no tuvieras ese don, si cada día
no sintieras la punzada de esa cruz, dime, hija mía, ¿en qué serías semejante a
Mí? Soy «La que siempre tuvo en su Corazón la Cruz» durante todos los días de
su vida en la tierra. Para gozar de esta Gloria en el cielo.
Piensa que esto es pasajero, que pronto vendrás conmigo para
verme cara a cara, tal cual Soy. No velada y en la fe. Cara a cara, tal cual
Soy.
Mensaje de la Virgen, del 16 de mayo de 2006
Virgen:
Aprobad Garabandal y que en España se dé a conocer Medjugorje.
Estáis frenando todas las manifestaciones extraordinarias de mi Hijo, pero mi
Hijo se abrirá camino. No quiero que se condene más gente ni que seáis
responsables de su condenación por frenar mis manifestaciones extraordinarias
ahora que hacen más falta.
No quiero todo el sufrimiento que se os avecina. Por favor,
acogeos a mi Corazón. Éste se os brinda una vez más. Acogeos a mi Corazón para
no tener que sufrir tanto. Que mi pueblo conozca que la Madre os ama, os ama,
os ama...
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