En el Evangelio del Domingo XXI durante el año, meditamos
la escena que ocurre en Cesarea de Filipo. Jesucristo se encuentra, con
sus apóstoles, al norte de Israel, cerca de las fuentes del Jordán y del monte
Carmelo. El Señor escoge ese lugar para realizar un acto importante de la fundación
de su Iglesia. Confiere a Pedro, y a los demás pastores que vendrán detrás de
él, las Llaves del Reino.
Las Lecturas son las siguientes:
·
Is 22, 19-23.
Colgaré de su hombro la llave del palacio de David.
·
Sal 137. Señor, tu
misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.
·
Rm 11, 33-36. Él es
origen, guía y meta del universo.
·
Mt 16, 13-20. Tú
eres Pedro y te daré las llaves del reino de los cielos.
Yahvé manda al profeta Isaías presentarse ante Sebná,
mayordomo del palacio del rey, para darle una lección, pues ponía su corazón en
labrarse en lo alto una tumba y tallar en la peña su morada. De esta manera pretendía
exaltar su autoridad, sin darse cuenta de que sólo era un siervo de Dios.
Por eso le dice: “Te empujaré de tu peana y de tu pedestal te apearé” (Is 22,
19).
La lección es clara: toda la autoridad viene de Dios.
Quien tiene alguna función de gobierno, en esta tierra, debe buscar, ante todo,
ser humilde y sencillo. “Los reyes de la tierra cantan los caminos de Yahvé.
¡Qué grande es la gloria de Yahvé! (…), ve al humilde y al soberbio lo conoce
desde lejos” (ver Salmo).
Dios dirige la historia y quiere que algunas personas
participen de su autoridad. Por eso, concede “el poder de las llaves”
(ver Evangelio). Este poder no es un lugar de encumbramiento personal. Se
trata de un servicio (ver Primera Lectura).
El 26 de mayo de 2010, Benedicto XVI hacía una reflexión
sobre el “Munus regendi”, es decir, sobre la misión del sacerdote
de gobernar, de guiar, con la autoridad de Cristo, no con la propia, la
porción del Pueblo que Dios le ha confiado. ¿Qué es para nosotros la
autoridad?, se preguntaba el Papa.
La autoridad —decía—, “cuando se ejercita sin una referencia
a lo Trascendente, si prescinde de la Autoridad suprema, que es Dios, acaba
inevitablemente volviéndose contra el hombre. Es importante entonces reconocer
que la autoridad humana nunca es un fin, sino siempre y sólo un medio y
que, necesariamente y en toda época, el fin es siempre la persona,
creada por Dios con su propia dignidad intangible y llamada a relacionarse con
su propio Creador, en el camino terreno de la existencia y en la vida eterna;
es una autoridad ejercitada en la responsabilidad ante Dios, el Creador. Una
autoridad entendida así, que tiene como único objetivo servir al verdadero
bien de la persona y ser transparencia del único Sumo Bien que es Dios, no
sólo no es extraña a los hombres, sino, al contrario, es una preciosa ayuda en
el camino hacia la plena realización en Cristo, hacia la salvación”.
En la Iglesia, Cristo apaciente a su grey a través de los
Pastores: “es Él —continuaba el Papa— quien la guía, la protege, la corrige, porque
la ama profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha
querido que el Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor
de Pedro, y los sacerdotes, sus más preciosos colaboradores, participaran en
esta misión suya de cuidar del Pueblo de Dios, de ser educadores en la fe,
orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana, o, como dice el
Concilio, “cuidando, sobre todo, de que cada uno de los fieles sea guiado en
el Espíritu Santo a vivir según el Evangelio su propia vocación, a
practicar una caridad sincera y de obras y a ejercitar esa libertad con la que
Cristo nos ha liberado (Presbyterorum Ordinis, 6)”.
Quien ejerce la autoridad, especialmente en la Iglesia, ha
de estar unido a Jesucristo, Pastor Supremo de las almas: “en la base del
ministerio pastoral está siempre el encuentro personal y constante con el
Señor, el conocimiento profundo de Él, el conformar la propia voluntad a la
voluntad de Cristo”.
Benedicto XVI, en aquella catequesis del 26 de mayo de 2010,
explicaba que hay que entender bien la palabra “jerarquía”: “En la opinión
pública prevalece, en esta realidad “jerarquía”, el elemento de subordinación y
el elemento jurídico: por eso a muchos la idea de jerarquía les parece en
contraste con la flexibilidad y la vitalidad del sentido pastoral y también
contraria a la humildad del Evangelio. Pero éste es un sentido mal
entendido de la jerarquía, históricamente también causado por abusos de
autoridad y de hacer carrera, que son precisamente abusos y no derivan del ser
mismo de la realidad “jerarquía”. La opinión común es que “jerarquía” es
siempre algo ligado al dominio y así no correspondiente al verdadero sentido de
la Iglesia, de la unidad en el amor de Cristo. Pero, como he dicho, ésta es
una interpretación errónea, que tiene su origen en abusos de la historia,
pero no responde al verdadero significado de lo que es la jerarquía”.
La palabra “jerarquía” ha de traducirse por “sagrado
origen”, “es decir: esta autoridad —dice el Papa— no viene del hombre
mismo, sino que tiene su origen en lo sagrado, en el Sacramento; somete por
tanto la persona a la vocación, al misterio de Cristo, hace del individuo un
servidor de Cristo y sólo en cuanto siervo de Cristo éste puede gobernar,
guiar por Cristo y con Cristo”.
Los pastores, en la Iglesia, están ligados con un triple
lazo: 1) a Cristo, 2) a los demás pastores de la Iglesia (comunión jerárquica),
3) a los fieles. El Papa también lo está, dice Benedicto XVI: “Tampoco el Papa —punto
de referencia de todos los demás Pastores y de la comunión de la Iglesia— puede
hacer lo que quiera; al contrario, el Papa es custodio de la obediencia a
Cristo, a su palabra resumida en la regula fidei, en el Credo de la
Iglesia, y debe preceder en la obediencia a Cristo y a su Iglesia”.
Por lo tanto, las llaves del Reino, concedidas por Cristo a
Pedro (ver Evangelio) y a los demás pastores de la Iglesia, han de utilizarse
bien. “Sin una visión claramente y explícitamente sobrenatural —afirma
Benedicto XVI—, no es comprensible la tarea de gobernar propia de los sacerdotes.
Ésta, en cambio, sostenida por el verdadero amor por la salvación de cada uno
de los fieles, es particularmente preciosa y necesaria también en nuestro
tiempo”.
Se ejerce esta autoridad —dice el Papa—, “a menudo yendo
a contracorriente y recordando que el más grande debe hacerse como el más
pequeño, y el que gobierna, como el que sirve (cf Lumen gentium, 27)”.
Sólo en Cristo podrá encontrar el pastor la fuerza para
cumplir la misión que se le ha encomendado. “La manera de gobernar de Jesús
—aclara Benedicto XVI— no es la del dominio, sino es el humilde y amoroso
servicio del Lavatorio de los pies, y la realeza de Cristo sobre el universo no
es un triunfo terreno, sino que encuentra su culmen en el leño de la Cruz,
que se convierte en juicio para el mundo y punto de referencia para el
ejercicio de una autoridad que sea verdadera expresión de la caridad pastoral”.
Hacia el final de su reflexión, Benedicto XVI concluía con
estas palabras: “No hay, de hecho, bien más grande, en esta vida terrena, que conducir
a los hombres a Dios, avivar la fe, levantar al hombre de la inercia y de la desesperación,
dar la esperanza de que Dios está cerca y guía la historia personal y del mundo:
éste, en definitiva, es el sentido profundo y último de la tarea de gobernar
que el Señor nos ha confiado”.
Reproducimos, a continuación, un mensaje de Jesús a Marga sobre
los pastores en la Iglesia (ver
sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul). En cursiva y con un guion que las
precede indicamos las intervenciones de Marga. Se trata de un mensaje fuerte,
pero claro y que vale la pena meditar despacio, para estar vigilantes y rezar
mucho por nuestros pastores.
En este sentido
son muy oportunas las palabras de la Segunda Lectura: “¡Oh profundidad
de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles
son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues ¿quién conoció los designios
del Señor? o ¿quién llegó a ser su consejero?, o ¿quién le dio primero algo,
para poder recibir a cambio una recompensa? Porque de Él, por Él y para Él son
todas las cosas. A Él la gloria por los siglos. Amén”.
— Mensaje del 5 de diciembre de 2005
Jesús:
— Hola, Jesús.
Hola. ¿Cómo estás hoy?
— Un poco cansada.
¿Aburrida?
— Sí, un poco aburrida.
¿Te vienes a dar una vuelta Conmigo?
— Sí. ¿A dónde vamos, Señor?
A ver mis campos. Ven.
(Me coge del hombro y vamos paseando mientras me habla)
Esto que ves ahí son las ovejas sin pastor.
—¿Qué hacen?
Esperan al pastor. ¿Quieres ser tú el pastor que las
pastoree?
— Sí, Señor, si Tú lo quieres.
Lo quiero.
Lo quiero. ¿Y lo
de más allá?
Son los niños pobres y harapientos que llaman a la puerta.
— ¿Qué puerta?
La de los corazones misericordiosos. ¿Quieres ser tú un
corazón que se apiade de ellos y les de qué comer y qué vestir?
— Sí, Jesús, si Tú
lo quieres.
Lo quiero.
— Lo quiero yo también.
Ahora piénsatelo, niña, pues no es fácil lo que te encargo y
requiere mucha fortaleza y mucha confianza.
— Quiero verlo, Jesús, Amor mío.
Aquí está.
— ¿Y qué he de hacer?
Ve a decirles lo que deben hacer.
— ¿Y qué deben hacer?
Orar con el pueblo ante la Eucaristía y con María. Orar con
el pueblo. Dar ejemplo. Dar ejemplo. No tantas reuniones, no tantos programas:
orar, orar, orar.
— Vale, Jesús. Son
los Obispos de España.
Sí, niña mía.
— Me dirán que eso
ya lo hacen.
Te dirán. Pero no es verdad. Que lo hagan. Que lo hagan.
Quiero que la Curia se vuelva a Mí para que el Pueblo se
vuelva a Mí. Hay preocupaciones entre ellos que no son de Dios. Se preocupan
por el gobierno, y razón no les falta, pero mira que el principal peligro para
vuestra Patria son ellos y cada uno de vosotros, cristianos, si no estáis
unidos a Mí. ¿Por qué? Porque ante el Temporal que se os avecina sobre la
Iglesia, no veréis claro. Cada uno tomará un lado sin saber dónde ir. Y si
estuvierais unidos a Mí, veríais clarísimo, con la claridad de Dios.
Escucha pues. Aveza tu oído a mi Voz. Es importante esto que
voy a decirte.
«Se alzará pueblo contra pueblo, nación contra nación».
Dentro de vuestra misma casa, guerra entre hermanos por defender a mi Nombre.
Dentro de la Iglesia división de opiniones en lo esencial. División en dos
partes. Los fieles y los infieles. Los fieles a la Tradición, los infieles a
ella. Dentro de mi Casa un Cisma de división abierto y claro, desde donde hará
falta establecer posiciones abiertas y claras. No habrá medianías. O Conmigo o
contra Mí.
— ¿Cisma?
Sí. Y los que no estén atentos, por miedo o cobardía
inclinará su balanza hacia el otro lado, el lado contrario.
— ¿Qué lío es éste?
Éste es el lío que está para sucederos: dentro de mi Casa
división contraria abierta de opiniones, en la que cada uno deberá tomar su
posición. Con todas sus consecuencias. Los Obispos se hallan ahora discutiendo
cómo hacerlo. Y hallarán la fórmula. Y os la propondrán a los fieles. ¡Tienes que
ir en medio de ellos y decirles que eso no lo quiero Yo! ¡No es Voluntad de
Dios!
Mis ovejas se dividen entre buenas y malas. Viene el Fin de
los Tiempos.
Escucha, no te vayas.
— ¿Qué pinto en medio de los Obispos? Se van a reír de
mí.
Que rían los incautos. Que teman los malvados. Que se
alegren con Dios los que buscan la salvación.
— ¿Tú piensas que podré hacerlo?
Sí. Por eso te lo encargo.
— Jesús, ésta es la locura más grande que he oído en mi
vida.
Esta es la locura más grande que has visto en tu vida.
— Jesús, ¿ellos no saben que viene el Cisma?
No, ellos buscan una modernización. Buscan defender los
intereses de Dios ante los ataques, reduciendo la exigencia de la Tradición y
el Evangelio. Y eso no defenderá nada. Eso os buscará la ruina.
Ante los ataques reales contra vosotros, y para que no se
vuelva a repetir la situación de España en el 36, habrá una reforma eclesial NO
querida por Mí. Las ovejas se repartirán entre un lado y otro. España sin
pastor.
— Eso es imposible, Jesús.
Eso es posible. Te mando que les adviertas lo que están a
punto de hacer.
Yo advierto a mis ovejas antes de enviar Castigos. Los que
no sean fieles a la Voluntad de Dios perecerán entre terribles dolores de
espanto cuando les llegue la hora. Mientras, mi persecución a los santos hará
que se llenen de gloria y envíen almas para la gloria en estos tiempos
difíciles. Se necesitan grandes oblaciones, grandes sacrificios para salvar a
mis hijos del pecado, para arrancarlos de las garras del Malo.
Lo que Yo te mando no es nada raro. Comunico lo mismo a mis
profetas de uno y otro continente.
— Es verdad, en Medjugorje pude verlo.
¿Y no sabes tú que España silencia sistemáticamente todas
mis manifestaciones poderosas entre vosotros? ¿A qué crees que sea debido?
— ¿Porque desde España se pretende lanzar el Anticristo?
Sí. Exacto. Terreno propicio. Han abonado el terreno
— ¡Oh, Jesús mío! ¡Es muy angustioso todo!
Sí. Participa de ésta mi Angustia. Pero si al menos quedase
un resto fiel en vuestra Patria... Yo podría volverles a Mí.
— Aquí estamos, Jesús.
¿Renuevas tu Consagración a Mí?
— Renuevo mi Consagración a Ti.
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