jueves, 5 de noviembre de 2020

"Todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo" (Fil, 3, 8)

En nuestra época están muy mal vistos los “radicales”, es decir, las personas que se van a los extremos y no suelen escuchar ni tener capacidad de diálogo. La mayoría de las cuestiones que tratamos los hombres suelen ser “opinables”, es decir, no son ni totalmente blancas ni totalmente negras. Manejar los distintos tonos de gris, suele ser una buena cualidad. Muchas veces hay que escuchar a los demás y matizar nuestros juicios, sin pretender que sean absolutos.

Rostro de Cristo, Rembrandt (1606-1669)

Sin embargo, este juicio negativo hacia lo que es “radical” habría que matizarlo cuando se trata de defender verdades que no son “opinables”. Hay algunas ocasiones en las que nos encontramos con verdades absolutas, que proceden de la razón natural (por ejemplo, los primeros principios) o de la revelación divina. Todo lo que Dios ha revelado lo podemos creer todos, fácilmente, con certeza y sin mezcla de error, porque Él no puede ni engañarse ni engañarnos. Es el radicalismo cristiano, por el que los mártires están dispuestos a dar su vida. Y el de San Francisco de Así que decía que había que leer el Evangelio “sine glosa”, de modo directo y sin interpretarlo con una visión meramente humana, ideológica.

En la Carta a los Filipenses, San Pablo se muestra como un hombre “radical” cuando habla de Jesucristo. “Ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús y no confiamos en motivos humanos (…). Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún, pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo” (cfr. Fil 3, 3-8).

Cuando se trata de Jesucristo, no hay términos medios. Para un discípulo de Jesús, el Señor es lo primero. Todo lo demás es basura en comparación con el fin de nuestra vida que dar gloria a Dios: conocer, amar y unirnos estrechamente a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Cada día tendríamos que preguntarnos: ¿En este día que comienza, estoy decidido a buscar a Cristo, a encontrarlo, a tener un trato de amistad con Él, a amarlo con todo mi corazón? ¿Deseo vivir en Cristo y llevarlo a mis hermanas y hermanos con mis palabras y obras? ¿Vivo de esta fe en Cristo? ¿Puedo decir, con San Pablo, “Para mí, el vivir es Cristo, y la muerte una ganancia”? Y Cristo nos enseña a amar, por ejemplo, en las parábolas de la misericordia: de la oveja perdida, de la dracma perdida, del hijo pródigo (cfr. Lc 15). Que Nuestra Madre nos ayude a ser fuertes y “radicales” en nuestra entrega a Jesucristo. 

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