lunes, 31 de agosto de 2020

Con a fuerza de Dios

En la lectura diaria, durante la Misa, comenzamos a leer el Evangelio de San Lucas, a partir del capítulo 4°. Es una nueva ocasión para repasar de nuevo la vida del Señor y su predicación, desde que habló en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su vida pública. «Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías (…). Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él (…).Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo de José?”» (cfr. Lc 4, 16 30).

A VUELO DE UN QUINDE® - EL BLOG !!!!! .::::.: RELIGIÓN CRISTIANA ...
Jesucristo. El Greco (1541-1614)

Les habla ungido por el Espíritu y con la fuerza de Dios. En cuanto hombre, no tiene miedo a decir lo que el Espíritu le inspira. De hecho, la reacción de sus conciudadanos no es favorable y lo quieren despeñar por un precipicio de la montaña. Pero Jesús no confía en la sabiduría humana, aunque la tiene y mucha, sino en la acción del Espíritu Santo en el alma de cada uno de los que le escuchaban.

Lo mismo sucederá a San Pablo: «Hermanos: Cuando llegué a la ciudad de ustedes para anunciarles el Evangelio, no busqué hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que resolví no hablarles sino de Jesucristo, más aún, de Jesucristo crucificado. Me presenté ante ustedes débil y temblando de miedo. Cuando les hablé y les prediqué el Evangelio, no quise convencerlos con palabras de hombre sabio; al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios, a fin de que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres» (1 Cor 2, 1-5).

Seguramente nos preguntaremos: ¿Es que no cuenta la elocuencia humana, la preparación para poder anunciar mejor el Evangelio? ¿Es que no debemos poner todos los medios para que nuestro modo de hablar sea atractivo y que se adapte a la mentalidad de nuestros contemporáneos, para atraerlos hacia la fe? La respuesta es: sí. Lo que Dios nos pide es poner todos los medios humanos, como si no hubiera ninguno divino y, al mismo tiempo, poner todos los medios sobrenaturales, como si no hubiera ninguno humano. Pero, teniendo en cuenta que lo principal es la acción de Dios: «sin mí no pueden hacer nada» (Jn 15, 5).

Sólo somos instrumentos de Dios. Vale la pena subrayar lo instrumental (la oración y unión con Dios, la humildad y docilidad a su voz…) para poder dar fruto abundante. 

sábado, 29 de agosto de 2020

Practicar la verdad con la caridad

«Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: “No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano”. Por eso Herodes lo mandó encarcelar» (cfr. Mc 6, 17-29). 

San Juan Bautista | Leonardo da vinci, Juan el bautista, Día ...
San Juan Bautista de Leonardo da Vinci. Datado hacia 1513-1516 

San Juan Bautista es la “voz del que clama en el desierto”. Desde que está en el seno materno da testimonio de la Palabra. No es una “caña movida por el viento”, sino un hombre valiente que vive en la verdad de su misión profética. No tiene acepción de personas. Vive enteramente el consejo del Señor: “que vuestro sí sea sí, que vuestro no sea no”. Busca “preparar los caminos del Señor” en las almas. En todo tipo de personas. También en las que no van por buen camino. Y, cuando habla, no es para criticar a los demás, sino para, personalmente, advertirles la necesidad de la conversión. Es lo que había hecho con Herodes Antipas (4 a.C - 39 d.C), uno de los hijos de Herodes I el Grande que, a la sazón, era tetrarca los territorios de Perea y Galilea.

«Por anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día» (cfr. Jer 20, 7-9). Estas palabras del profeta Jeremías, que leemos en la primera lectura del domingo XXII del tiempo ordinario, se pueden aplicar muy bien a Juan el Bautista que, sin miedo, proclamaba la palabra de Dios y decía la verdad

Ante el ejemplo que nos da, podríamos preguntarnos si debemos actuar como él en el mundo en que vivimos. ¿Hasta qué punto, en conciencia, estamos obligados a ser veraces siempre? Indudablemente, la sinceridad debe ir acompañada de la prudencia. Pero no de una “prudencia de la carne”: «¡tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!», dice Jesús a Pedro en Cesarea (cfr. Mt 16, 21-27: evangelio del XXII domingo). 

San Pablo amonesta a su discípulo Timoteo a ser “imprudente”, es decir, a no tener miedo a las consecuencias de la verdad: «Te conjuro en la presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo [opportune, importune], reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina (…) pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio» (cfr. 2 Tim, 1-2. 5).

El Espíritu Santo nos hará saber discernir las palabras con las que hemos de hablar en cada ocasión, siendo muy sinceros y valientes para decir a verdad y, al mismo tiempo, muy prudentes para acertar siempre y buscar en todo el bien de las almas: «veritatem facientes in caritate» (Ef 4, 15), “practicando la verdad con caridad”. 

jueves, 27 de agosto de 2020

Vigilar y orar

Mateo desarrolla el llamado “discurso escatológico” del Señor en Mt 24, 1 - Mt 25, 46. Además de referir las palabras de Jesús sobre los sucesos que ocurrirán:  la destrucción del templo (24, 1-2), el comienzo del fin (24, 3-14), la gran tribulación (24, 15-28), la venida del Hijo del hombre (24, 29-31) y la certeza y cercanía del fin (24, 32-35); también hace un relato de los consejos que nos da el Señor: estar atentos (24, 36-44) como un criado fiel y prudente (24, 45-51), como las jóvenes previsoras (25, 1-13) o como los siervos que ponen a producir los talentos recibidos (25, 14-40) porque, al final, llegará el juicio definitivo (25, 31-46).

Fiesta de Santa Mónica, madre de san Agustín ¡Felicidades a todas las Madres del…
Santa Mónica, vigila y ora

Hoy vamos a fijarnos en el consejo de estar atentos. ¿Qué significa? ¿Qué quiere decirnos Jesús con estas palabras: “Velen, porque no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24, 42)? ¿Por qué nos las dice?

Ante los sucesos históricos, como los que estamos viviendo actualmente en el mundo, una manera de reaccionar es la angustia y la preocupación. ¿Por qué Dios ha permitido está pandemia? ¿Cuál es su origen? ¿Hasta cuándo durará? ¿Qué va a ser del futuro del mundo, de mi país, de mi familia? Otra manera de ver las cosas es la que espera el Señor de sus discípulos: la vigilancia. “Velen y oren para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Velar es permanecer en oración, en diálogo confiado de amigos, tratando muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama (cfr. Santa Teresa).

Buscar continuamente la presencia de Dios; darle gracias por todo, porque todo es bueno; hacer examen personal y acudir muchas veces a su misericordia para pedirle perdón por nuestros pecados y los pecados del mundo; acudir al Espíritu Santo y a Nuestra Señora para rogar que nos iluminen el entendimiento, fortalezcan nuestro corazón e inflamen nuestra voluntad para ser buenos y fieles. Todo esto es “estar en vela”. “Custos, quid de nocte?” (Is 21, 11). “Centinela, alerta”. En la noche en que vivimos, los cristianos hemos de ser puntos de luz en los que se pueda apoyar la palanca del poder de Dios para cambiar el mundo.     

El Año Litúrgico nos ofrece, todos los días, ejemplos vivos de hombres y mujeres que han sabido vigilar hasta el fin. Santa Mónica (27 de agosto), con su paciencia y su vida de oración dedicada a la conversión de su marido y de su hijo, nos enseña cómo hemos de vigilar sin perder la esperanza. “No se perderá el hijo de tantas lágrimas” le dijo con razón un santo obispo para consolarla. 

martes, 25 de agosto de 2020

Las Cartas a los Tesalonicenses

La Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses busca tranquilizar a los cristianos de esa ciudad de Macedonia sobre la Segunda Venida de Cristo. En la Primera Carta, el apóstol de las gentes les había aconsejado que estuvieran vigilantes porque el Señor viene. Los habitantes de Tesalónica pensaron que la venida de Cristo en la gloria era inminente. Por eso San Pablo les aclara, en esta segunda carta, que no sabemos cuándo vendrá el Señor y que, lo más prudente, es estar siempre preparados, sin alarmarse o cambiar de estilo de vida.

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Miguel Ángel (1475-1564). El Juicio Final. Capilla Sixtina.

Muchos de los primeros Padres de la Iglesia, tuvieron el presentimiento de que la venida de Cristo no tardaría mucho. A lo largo de la historia de la Iglesia, ha habido momentos de inquietud; por ejemplo, en torno al año mil.

También en nuestra época, no faltan hermanos nuestros que anuncian la inminencia del retorno del Señor. Muchos estudian las Sagradas Escrituras, las señales de las estrellas (como los Reyes Magos) y los mensajes del Cielo que reciben a diario muchos hombres y mujeres, en todo el mundo, en el último siglo.

¿Qué podemos decir de todo esto? ¿Qué lección podemos sacar de las Cartas a los Tesalonicenses y de los demás escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento que nos anuncian la venida de Cristo al final de los tiempos, para juzgar a vivos y a muertos, y la vida del mundo futuro?

Me parece que, lo más seguro, es acudir al Catecismo de la Iglesia Católica que, entre otras cosas (cfr. nn. 668-682), nos dice lo siguiente: «los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20; cf. 1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20)» (n. 671).

Además, «desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2, 3-12)» (n. 673).

¿Estamos ya en la prueba final? Muchos piensan que sí. De cualquier manera, sabemos que el triunfo de Cristo es seguro. María, Reina de la paz, nos ayudará a vivir vigilantes y serenos: abandonados plenamente en el designio de Dios. 

domingo, 23 de agosto de 2020

Todos con Pedro a Jesús por María

En la lectura y meditación que estamos haciendo cada domingo del evangelio de san Mateo (ciclo A) llegamos al capítulo 16. Jesús se encuentra en Cesarea de Filipo, muy cerca de las fuentes del río Jordán, en el Monte Hermón. Cesarea es una de esas ciudades griegas fundadas por los capitanes de Alejandro Magno (cfr. Mt 16, 13-18). En ella tuvo uno de los sucesos más importantes de la vida del Señor en lo que se refiere a la constitución de la Iglesia

Perugino | The Sistine Chapel frescoes | Tutt'Art@ | Pittura ...
Pietro Perugino (1448-1523). Fresco de la Capilla Sixtina

Es la primera ocasión en la que establece, de manera clara, el primado de Pedro entre sus discípulos. A Pedro, y a sus sucesores, les promete la custodia de las “llaves” de la Iglesia y que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Llama a Pedro, nuevamente, Roca (Cefas) sobre sobre la que construirá su Iglesia. Más adelante, el Señor confirmará en varias ocasiones este primado, cuando le pide a Pedro que confirme la fe de sus hermanos (cfr. Lc 22, 32) y cuando le dice que apaciente a sus ovejas (cfr. Jn 21, 15-17).

En Cesarea de Filipo, como también durante la Pasión, Jesús debe reprender a Pedro por su falta de fe y visión humana. Y sin embargo, Él confía en que Pedro se convertirá y será una roca firme en la que podrá apoyarse a lo largo de los siglos. El Señor elige a quien quiere, sin importar si es frágil o tiene defectos. Isaías (cfr. Is 22, 19-23) que nos relata la elección de Eliacín: “llamaré a mi siervo, a Eliacín, el hijo de Elcías –dice a Sebna, que era el mayordomo del palacio–; le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda y le traspasaré tus poderes”. Con mayor razón, también de Pedro y de sus sucesores –los obispos de Roma– se puede afirmar lo que dijo Yahvé a Eliacín: “será un padre para los habitantes de Jerusalén [de la Iglesia] y para la casa de Judá. Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro. Lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá. Lo finaré como muro firme [roca firme] y será su trono de gloria para su casa de su padre”.

El Papa es nuestro padre común. Para él es nuestro mayor amor, en la tierra, porque sabemos que es el Vicario de Cristo, “il dolce Cristo in terra”, como le llamaba santa Catalina de Siena. Esta santa, con sus ruegos y su insistencia, logró que Gregorio XI regresara de Avignon a Roma  en 1378, después de setenta años de “destierro” de los romanos pontífices en esa ciudad francesa.

Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam”. “Todos con Pedro a Jesús por María”. Esta jaculatoria, que aparece con frecuencia en los escritos de San Josemaría, puede expresar muy bien nuestro deseo de rezar y estar siempre unidos al Papa. 

viernes, 21 de agosto de 2020

Instaurare omnia in Christo

El pasaje del profeta Ezequiel (cfr. Ez 37, 1-14), sobre los huesos secos que reviven, nos impresiona cada vez que lo leemos. «‘Esto dice el Señor: Ven, espíritu, desde los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos, para que vuelvan a la vida’». Era la de la casa de Israel, que decía: «‘Nuestros huesos están secos; pereció nuestra esperanza y estamos destrozados’».

8 datos curiosos sobre la vida del Papa San Pío X
San Pío X (pontificado de 1903 a 1914)

El Nuevo Israel es la Iglesia. Nosotros también podemos estar con poca esperanza y “con los huesos secos”; quizá especialmente durante esta prueba que ha permitido el Señor en todo el mundo para nuestra purificación. Pero el Señor habla a los israelitas: «‘Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel». De hecho, en los siguientes versículos del capítulo 37, promete que unirá de nuevo los dos reinos separados (Judá e Israel).

Los Padres de la Iglesia (por ejemplo, San Ireneo y San Jerónimo) interpretan este texto de la Escritura aludiendo a los “últimos tiempos” en los que el Señor unirá a todos los pueblos de la humanidad bajo un solo Pastor. La unidad y la vida nueva, para todos los hombres, llegarán a realizarse algún día, quizá no muy lejano, si lo pedimos insistentemente, como los primeros cristianos: «Maran atha!», «¡Ven Señor, Jesús!» (cfr. 1 Cor 16, 22 y Apoc 22, 20).

San Pío X, cuya memoria se celebra el 21 de agosto, tenía como lema «Instaurare omnia in Christo». A los dos meses del inicio de su pontificado escribía, en la Encíclica E supremi apostolatus cathedra (4-X-1903): «en la gestión de nuestro pontificado tenemos un solo propósito, Instaurare omnia in Cristo (Eph 1, 10), para que efectivamente sea omnia et in ómnibus Christus (Col 3, 11)». Pero, ¿por qué eligió estas palabras?, ¿qué significado tenían para él?

El lema de San Pío X tiene muchos matices pero lo que él se había propuesto era restaurar la «civilización cristiana» en todos sus aspectos (ver artículo en pdf); «informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas» (San Josemaría, Camino 105). Se trataba de someter todo a Dios: devolver a Dios la entera sociedad humana, alejada de la sabiduría de Cristo. De este modo, frente a la descristianización y secularización que se estaban llevando a cabo en nombre de la modernidad, el papa deseaba «que Cristo sea todo en todos (Col 3, 11), para la salvación eterna de los hombres, por la implantación del reino de Dios en la tierra» (Encíclica Communium rerum, 20-IV-1909). Qué Santa María Reina (22 de agosto, en este año) nos ayude a colaborar en esta misión perenne de la Iglesia, hasta la consumación escatológica. 

miércoles, 19 de agosto de 2020

Somos oveja y pastor

Jesús, en su predicación, en sus parábolas, acude a ejemplos, familiares a quienes escuchan. Habla de pastores y ovejas, viñadores y viñas, siguiendo así también el estilo de los profetas de Israel.

Catacumbas de Priscila (Roma). El Buen Pastor | Catacumbas ...
El Buen Pastor. Catacumbas de Priscila.

La Iglesia es el rebaño de Cristo, la viña del Señor. Y, al mismo tiempo, todos colaboramos con Él. Son memorables las primeras palabras de Benedicto XVI el día de su elección como Sumo Pontífice: “soy un humilde trabajador de la viña del Señor”.  Todos somos oveja y pastor, viñador y viña que hay que cultivar (cfr. Mt 20, 1-16).  

Es bien conocido el capítulo 34 de Ezequiel, en el que menciona a los malos pastores que no apacientan al rebaño, no fortalecen a las ovejas débiles, ni cuidan a las que están heridas, sino que se apacientan a sí mismos (cfr. Ez 34, 1-11). Todos tenemos el peligro de convertirnos en malos pastores, si buscamos nuestro propio interés y no nos ocupamos de servir a nuestros hermanos. Pero también podemos ser malas ovejas, si no nos dejamos ayudar por los demás, si no buscamos cuidar nuestra vida de oración y nuestra formación cristiana, acudiendo a los buenos pastores, a los sacramentos, a la escucha de la Palabra.  

Veamos lo que dice san Agustín al respecto en uno de sus sermones: "Hay una espiritual vendimia, donde se alegra Dios viendo los frutos de su viña. Nosotros, en efecto, cultivamos a Dios y Dios a nosotros; si bien a Dios no le cultivamos para mejorarle, pues se le cultiva orando, no arando. El, empero, nos cultiva a nosotros como el labrador a su tierra; y al modo que la mejora éste cultivándola, a nosotros nos hace Dios mejores con su cultivo. Y el fruto que Dios aguarda de nosotros es el cultivo mismo de él. Nos cultiva Dios extirpando las malas semilla en nuestros corazones y lo hace un día y otro por medio de su palabra volviendo la tierra de las almas con el arado de la predicación y esparciendo las semillas de sus preceptos para cosechar frutos de piedad. Cuando, pues, como tierra agradecida a nuestro cultivador, respondemos bien a su cultivo, somos parte a que se alegre, aun no haciéndole nuestro fruto más rico a él, sino más felices a nosotros" (San Agustín, Sermón 87).

Los sacerdotes tienen la responsabilidad, por un título especial, de ser buenos pastores, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas: “Yo mismo buscaré a mis ovejas y las cuidaré” (cfr. Ez 1-11).

lunes, 17 de agosto de 2020

Cristo y el joven rico

«En aquel tiempo, se acercó a Jesús un Joven y le preguntó: “Maestro, ¿qué cosas buenas tengo que hacer para conseguir la vida eterna?”» (cfr. Mt 19, 16-22). Sabemos que Jesús recibió con gran simpatía la pregunta de este joven: «fijó en él su mirada y lo amó» (cfr. Mc 10, 21). Aquel muchacho había oído hablar del Señor y lo busca para preguntarle lo que todo hombre lleva en su corazón: la pregunta sobre la vida eterna. «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 27).

El joven rico – Primeros Cristianos
Cristo y el joven rico, de Heinrich Hofmann (1889)

Jesús le responde lo esencial: «Si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos» (v.17). El joven los había guardado desde la infancia, y le hace una nueva pregunta al Señor: «¿Qué más me falta?» (v.20). El Señor le responde: «“Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme» (v.21). Pero, «al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico» (v.22).

¿Qué es lo que quería decir Jesús a este joven? ¿Por qué el muchacho se marchó triste? El Señor, una vez que le ha hablado de los mandamientos, quiere elevar la mirada del joven, para que no se quede en un mero cumplimiento (“cumplo” y “miento”) de las normas de la ley. Evidentemente, en ellos se expresa la Ley eterna de Dios. Pero se pueden cumplir como letra muerta, o pueden amarse como un camino de identificación con Jesucristo, con su estilo de vida. Esto es lo que desea comunicar Jesús al muchacho. No basta quedarse con lo “mínimo”. Hay que aspirar a más. Hay que desprenderse de todo: de uno mismo, y seguir al Señor; escuchar su voz y estar dispuesto a cumplir su voluntad en la vocación que Dios da a cada uno. La Ley de Cristo es una Ley de Amor y Libertad.  

«Quien “vive según la carne” siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una negación (…) de la propia libertad. En cambio, quien está movido por el amor y “vive según el Espíritu” (Gal 5, 16), y desea servir a los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido (…). Esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una élite de personas (…), es la nueva forma concreta del mandamiento del amor a Dios» (San Juan Pablo II, Veritatis splendor, 18). 

sábado, 15 de agosto de 2020

María nos prepara un camino seguro

Un gran signo apareció en el cielo” (Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, Antífona de entrada). El próximo mes de diciembre comenzaremos a recorrer el año 490 de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, la Mujer vestida de Sol (de Dios, de las realidades divinas), con la luna a sus pies (las realidades temporales). ¿No nos recuerda esto a la profecía de Daniel (9, 24-27)?

9 Asunciones del arte español | Barnebys Magazine
Asunción de la Virgen, de Bartolomé Esteban Murillo (c.1678)

María lleva una corona de doce estrellas para iluminar el camino de la Iglesia. “Concédenos que, aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella (María) en su misma gloria”, le pedimos al Señor (Oración Colecta). María esel arca santa que lleva en sí la presencia de Dios, por la fe.

Juan Pablo II, hablando de la “muerte” de María, dice: "Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una 'dormición'" (Catequesis, 25 de junio de 1997).

El deseo de la vida eterna era permanente en la Llena de gracia. Nosotros también podemos desear vivir la Vida de Dios, ya desde ahora. Mientras más intenso sea este deseo, nuestra muerte más se parecerá al tránsito de María a la vida eterna. María es figura de la Iglesia. Es el ejemplo de esperanza segura y el consuelo del pueblo peregrino. Todos somos migrantes hacia nuestra verdadera Patria. Y ella es “solacium migrantium”, descanso de los peregrinos.          

"Terminado el curso de su vida en la tierra -dice el concilio Vaticano II-, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen gentium, 59). En la Virgen elevada al cielo contemplamos la coronación de su fe, del camino de fe que ella indica a la Iglesia y a cada uno de nosotros: Aquella que en todo momento acogió la Palabra de Dios, fue elevada al cielo, es decir, fue acogida ella misma por el Hijo, en la "morada" que nos ha preparado con su muerte y resurrección (cf. Jn 14, 2-3).

Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro. Que por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, tengamos buen viaje; qué es Señor esté en nuestro camino y que sus ángeles nos acompañen. 

jueves, 13 de agosto de 2020

San Hipólito y las armas mexicanas

La memoria de los Santos Hipólito y Ponciano (13 de agosto; ver breve biografía) nos recuerda que estos santos, fallecidos juntos en las minas de Cerdeña, Italia, el año de 235, son patronos de la Ciudad de México, porque ese día, en 1521, tuvo lugar la toma de Tenochtitlán. Durante casi tres siglos (hasta 1812) se celebraba la fiesta y procesión del Pendón, desde el Zócalo a la actual iglesia de San Hipólito, por la Calle de Tacuba.

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San Hipólito y las armas mexicanas. Anonimo novohispano, 1764. Museo Franz Mayer.

Algunos, quizá, no celebrarán este aniversario. Les parecerá que fue una intromisión injusta de los españoles. Otro, en cambio, verán este hecho histórico como parte de la Providencia de Dios, que quiso la conversión de México y la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, diez años después, para confirmar la fe de los naturales de estas tierras.

Cuando nuestras “rebeldías” llegan a un límite, Dios envía a sus profetas para que podamos “ver con nuestros ojos y oír con nuestros oídos” la verdad (cfr. Ez 12, 1.12), y salgamos de nuestros errores. Jesús aconseja a sus discípulos practicar la corrección fraterna para librar del pecado a nuestros hermanos.

Es cierto que muchas veces, los hombres no sabemos amar como el Señor. Somos bruscos, intransigentes, violentos y poco respetuosos. La historia de la Iglesia y de la humanidad, está llena de sucesos que ahora reprobamos. Sin embargo, no podemos olvidar dos cosas fundamentales: 1) que no somos perfectos, y estamos llenos de fragilidad y 2) que las acciones humanas han de juzgarse siempre en su contexto (histórico, cultural, etc.).

Hoy podemos pedir al Espíritu Santo que nos haga hombres y mujeres prudentes y sabios; que sepamos discernir todos los sucesos con una mirada llena de humanidad y también de fe. Así seremos personas que evitan los extremismos, se alejan de los juicios duros, y buscan permanecer en la verdad de lo que es inmutable, según la naturaleza humana y los designios de Dios. Actuaremos con mesura, y nuestras acciones y consejos serán acertados, y servirán de consuelo y orientación a muchos.

Finalmente, no olvidemos el consejo del Señor: perdonar (cfr. Mt 18, 21 – 19, 1), que significa no juzgar apresuradamente, no descartar la buena intención de las personas, comprender las circunstancias que las acompañan y no perder la unidad entre nosotros sino, más bien, ser instrumentos de unidad ahí donde estemos, como lo fueron Hipólito y Ponciano, unidos en el martirio. 

martes, 11 de agosto de 2020

La predilección de Jesús por los pequeños

 Las palabras de Dios son dulces como la miel (cfr. Ez 2,8 - 3,4). Son nuestro alimento espiritual diario. El Señor nos pide no ser hijos rebeldes, sino dóciles. Como un niño que acepta sin protestar la comida que le dan sus padres.

Fresco de Santa Clara y las hermanas clarisas, Iglesia de San Damián

Nosotros no somos niños, pero sí podemos ser “los pequeños” del Evangelio. ¿Quiénes son los pequeños del Reino, de los que habla Jesús? Los pobres, los enfermos, los pecadores, los niños, los débiles, los humildes, los sencillos. Los pequeños son quienes caen, pero vuelven a levantarse, con la gracia de Dios.

La escritora Hellen Keller (1880-1968), que de los 19 meses de edad no podía ver ni oír, refería estas palabras de Anne Sullivan, su institutriz: «“Pase lo que pase —solía decirme—, siempre comienza de nuevo. Cada vez que fracases, vuelve a comenzar, y así te fortalecerás hasta alcanzar tu propósito. Quizá no sea el que te habías propuesto en un principio, pero el que logres alcanzar te colmará de satisfacción”. ¿Y quién podrá contar las innumerables veces que ella intentó hacer algo por mí y fracasó y, al fin, triunfó?» (Selecciones, julio de 1956).

Los pequeños se saben débiles. No buscan sobresalir porque saben que no pueden hacer nada por sí mismos, y se contentan con lo que se les da: les basta el Don de Dios. No se sienten con derechos, sino insignificantes.

Pero, los que son verdaderamente pequeños, según el Evangelio, también son fuertes, con una fortaleza que es prestada. Es de Dios. Se sienten responsables de la misión recibida y se esfuerzan por ser fieles a ella, pero porque están seguros de que el Señor siempre está a su lado. Son instrumentos de su gracia.

No les importa valer poco, saberse pobres vasijas de barro que llevan grandes tesoros (cfr. 2 Cor 4, 7), pues somos hijos de Dios; aunque seamos pecadores que vivimos entre pecadores, luchamos por no serlo. Confiamos en la infinita misericordia de Dios que nos trata como niños pequeños; como la oveja perdida a la que busca con solicitud. Lo único que el Señor desea es que confiemos en Él y tratemos de vivir cómo Él nos pide: que cada uno permanezca en la vocación en la que ha sido llamado (cfr. 1 Cor 7, 20).

 Jesús tiene predilección por los pequeños: “el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18, 14). Esos mismos sentimientos los tuvieron los santos, como Santa Clara de Asís (1194-1253).

domingo, 9 de agosto de 2020

El murmullo de una suave brisa

En la liturgia dominical siempre hay una relación, que la Iglesia nos invita a descubrir, entre el contenido de la Primera Lectura y el del Evangelio. En los textos del XIX domingo del tiempo ordinario podemos fijarnos particularmente en el modo de actuar de Dios: suave, delicado, silencioso.

La Primera Lectura (cfr. 1 Re 19, 9. 11-13) nos presenta al profeta Elías en el Monte Horeb, el mismo en el que Yahvé entregó las tablas de la Ley a Moisés. En esta ocasión, Dios no se manifiesta mediante un viento huracanado, un terremoto o un fuego abrasador), sino mediante el murmullo de una suave brisa.

En el Evangelio (Mt 14, 22-33) presenciamos el episodio de un fuerte viento, que Jesús calma con su presencia, en el mar de Galilea. Al principio las olas sacudían la barca de Pedro. Pero, al final, en cuanto Jesús y Pedro subieron a la barca, el viento cesó. En otra ocasión parecida, Jesús había calmado una tempestad. Mateo señala que “puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma”; “facta est tranquilitas magna” (Mt 8, 26). El Señor, a veces (como ahora, por ejemplo), permite que el mundo experimente un fuerte oleaje; una fuerte sacudida de viento. Pero nuestra mirada, sin dejar de ser muy realista, ha de dirigirse hacia la época de paz y alegría que todos esperamos (cfr. este artículo del 7 de agosto, en el que Mark Mallett explica bien quiénes son los verdaderos y los falsos profetas de nuestro tiempo).   

Jesús ama el silencio. Prefiere lo normal, la sencillez, la paz y la serenidad. Le gusta, también, pasar oculto, no hacerse notar. Después de la Transfiguración pide a Pedro, Santiago y Juan, que no digan a nadie lo que han visto, hasta después de que haya resucitado (cfr. Mt 17, 9).

El Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, es también muy amante del reposo y la quietud. Actúa suavemente para que nosotros descubramos su acción y libremente la acojamos. No quiere imponerse. El Beato Álvaro del Portillo (1914-1994) hace notar que «la actividad del Espíritu Santo pasa inadvertida. Es como el rocío que empapa la tierra y la torna fecunda, como la brisa que refresca el rostro, como la lumbre que irradia su calor en la casa, como el aire que respiramos casi sin darnos cuenta» (Rezar con Álvaro del Portillo, Carta pastoral de mayo de 1986).

La Madre Teresa de Calcuta, canonizada por el Papa Francisco el 5 de septiembre de 2016, valoraba especialmente el silencio como fuente de la que manan abundantes frutos: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz».

«¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría…» (San Josemaría, Surco 95).

viernes, 7 de agosto de 2020

Los pies del mensajero que anuncia la paz

Ya viene por el monte el mensajero de buenas noticias, que anuncia la paz” (Nah 2, 1). Estas palabras del profeta Nahúm nos recuerdan las de Isaías: “Que hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, del mensajero de la buena nueva que anuncia la salvación” (Is 52, 7; cfr. también Rm 10, 15).

El universo en mis pies: una hermosa lección de vida. — Steemit

Hay que procurar siempre anunciar las cosas positivas, alentadoras. Hay que evitar ser un profeta de calamidades, ave de mal agüero. La vida se puede ver como una botella que está o “medio vacía” o “medio llena”, depende de cómo se mire. Siempre es mejor ver el lado luminoso y no el oscuro de las cosas.

Sin embargo, también hay que reconocer que los profetas (por ejemplo, Jeremías, al que hemos estado leyendo estos últimos días en la liturgia de la palabra), con frecuencia anunciaban desastres y tribulaciones al pueblo de Israel, por sus pecados y mala conducta. No podían quedarse callados. Yahvé mismo lo pedía. Anunciaban la verdad, aunque fuese dolorosa. Pero, al mismo tiempo, siempre anunciaba también las promesas maravillosas de Dios, si se arrepentían y volvía a ser fieles.

Es decepcionante el falso profeta que siempre anuncia “lo bueno” que está por venir, pero lo hace sólo de manera fingida, para quedar bien, para ser aceptado por los demás. La mejor noticia siempre es la verdad. No importa si es dolorosa, porque, si amamos a Dios “todo es para bien (cr. Rm 8, 28). La fe nos lleva a saber que todo lo que sucede es para bien de los elegidos. Dios, de las cosas “malas”, saca grandes bienes. “En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna” (2 Cor 4, 17).

Por lo tanto, si tenemos que anunciar algo “malo”, nunca olvidemos de anunciar lo bueno que lleva consigo, quizá oculto pero real. La esperanza es la palabra final (“es lo último que se pierde”). Cuentan de Alejandro Magno que estaba preparándose para una gran batalla y, antes, repartió todos sus bienes entre sus capitanes. Y uno de ellos le dijo: ―Pero, señor, ¿y a usted qué le queda? Alejandro respondió: ―A mí, me queda la esperanza. Es la lógica del Rey David: “Señor, en ti he confiado, jamás quedaré confundido” (Salmo 130; Te Deum).

María es Madre de la esperanza. El Papa Francisco ha añadido esta invocación a la Letanía lauretana. También es Madre de la misericordia y Descanso de los migrantes (de los peregrinos, como nosotros, que vamos de camino al Cielo).

miércoles, 5 de agosto de 2020

La Transfiguración: un acontecimiento de oración

La Transfiguración del Señor, que todos los años se celebra el 6 de agosto, es una fiesta que meditamos en el 4° misterio luminoso del Santo Rosario. Por lo tanto, es un día para pedir al Señor que envíe su Luz para ver más claramente lo que Él espera de nosotros. Por otra parte, también es un “acontecimiento de oración” (cfr. J. Ratzinger, Jesús de Nazaret II). Jesús lleva al “monte de Yahvé” a tres de sus discípulos, para orar.

La Transfiguración del Señor | Pintura cristiana, Transfiguracion ...

Esto nos recuerda la importancia que tiene la oración en la vida de los santos, como en la de San Juan María Vianney, que escribía: “El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis habréis hallado la felicidad en este mundo” (cfr. 2ª lectura de la Liturgia de las Horas en la memoria del Cura de Ars). Y “la oración no es otra cosa que la unión con Dios”. La oración dilata nuestro corazón, que es pequeño, para que sea capaz de amar a Dios. Es toda una catequesis sobre la oración la que nos da el Cura de Ars.

Pero también en el resto de los misterios luminosos encontramos las características de una verdadera oración, que debe ser trinitaria. Durante el Bautismo del Señor (1er misterio luminoso) se escucha la voz del Padre y el Espíritu Santo, en forma de Paloma, se posa sobre el Hijo. Es una oración que parte de sabernos pecadores (Jesús, el Santo de los santos, se forma en la cola de los pecadores, para darnos ejemplo). No podríamos acercarnos de otra manera a la Santísima Trinidad, más que con arrepentimiento sincero de nuestros pecados.

La oración ha de ser mariana (2°  misterio luminoso). María, en las Bodas de Caná, nos da ejemplo de cómo acercarnos a Jesús: con palabras breves, con decisión, confiando plenamente en Él. El 5 de agosto celebramos en la Iglesia la Dedicación de la Basílica de Santa María, en el monte Esquilino, Roma. Es la primera iglesia dedicada en honor a Nuestra Señora, en Occidente. Fue en época del papa Sixto III (432-440), justo después del Concilio de Éfeso (431).

La oración ha de nutrirse de la Palabra (3er misterio luminoso), en la enseñanza del Señor, a través de sus parábolas, que nos iluminan y nos llevan a la conversión.

Por fin, la oración debe estar centrada en el Misterio Pascual, como la oración en el Monte Tabor, en el que Moisés y Elías hablaban de la Pasión, Muerte en la Cruz y Resurrección de Jesús. Es una oración eucarística (5° misterio luminoso). La mujer cananea nos da ejemplo de una oración constante y llena de fe.

lunes, 3 de agosto de 2020

La barca de Pedro zarandeada por las olas

Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús se retira a orar a monte, mientras los discípulos se echan a la mar en la barca de Pedro (cfr. Mt 14, 22-36). Era como la cuarta vigilia de la noche cuando una tormenta azota con sus olas la barquichuela. Los apóstoles están llenos de temor. Saben que, si no pasa algo inusual, la barca se puede ir a pique.

Cristo en la tempestad del mar de Galilea - Brueghel, Jan (El ...
Cristo en la tempestad del mar de Galilea, de Jan Brueghel (1568-1625) 

Así está la Iglesia, zarandeada por las olas: la ola negra del laicismo, la ola roja del marxismo, en sus diversas formas, y la ola verde y viscosa de la impureza. También ahora, como entonces, somos amenazados por la tormenta, que se cierne sobre la barca de Pedro.

Hace tres años (15 de julio de 2017), durante el funeral del Cardenal J. Meisner, el arzobispo G. Gänswein, secretario del papa emérito Benedicto XVI, leía una carta suya: “Cuando el miércoles pasado me llegó por teléfono la noticia del fallecimiento del cardenal Meisner, mi primera reacción fue de incredulidad, ya que el día anterior habíamos hablado por teléfono (…).Lo que me impresionó especialmente en la última conversación con el fallecido cardenal fue la serenidad sosegada, la alegría interior y la confianza que él había encontrado. Sabemos que para él, pastor y cura apasionado, fue difícil dejar su oficio, justamente en una época en la Iglesia necesita en forma especialmente apremiante pastores convincentes que resistan la dictadura del espíritu de la época y vivan y piensen decididamente la fe. Pero mucho más me conmovió percibir que en este último período de su vida él había aprendido a soltarse y vivía cada vez más de la profunda certeza que el Señor no abandona a su Iglesia, aunque a veces la barca está a punto de zozobrar”.

¿Cuál fue el secreto del Cardenal Meisner? El mismo que el de Pedro y los demás apóstoles, cuando la barca estaba a punto de hundirse: mirar a Jesús, confiar plenamente en Él. Nos lo dice el mismo papa Benedicto: “Cuando en su última mañana el cardenal Meisner no apareció en la Misa fue encontrado muerto en su habitación. El Breviario se había escurrido de sus manos: él falleció rezando, a los ojos del Señor, en diálogo con el Señor. El modo de morir que le fue concedido señala una vez más cómo él vivió: a los ojos del Señor y en diálogo con él. Por eso podemos encomendar confiados su alma a la bondad de Dios”. María, faro esplendente, nos conducirá a puerto seguro si acudimos a ella.

sábado, 1 de agosto de 2020

Los dones de Dios

Las tres lecturas del Domingo 18° del tiempo ordinario nos invitan a reflexionar sobre los dones de Dios, que "no reparte según una medida", como decían los Padres de la Iglesia, sino con profusión divina. 

El Salvador con la Eucaristía - Colección - Museo Nacional del Prado
El Salvador con la Eucaristía, Juan de Juanes (1503-1579)

La primera lectura (Is 55, 1-3) nos hace ver que las cosas más valiosas de la vida son dones gratuitos de Dios, que forman parte de la creación material ―el agua, el sol, la luz, la belleza de la creación― o espiritual: la amistad, la bondad, la verdad… En la segunda lectura, san Pablo (Rom 8, 35.37-39) se dirige a los romanos para confirmarlos en la fe de que nada ―ni las tribulaciones, ni las angustias, ni la persecución, ni el hambre…― nos puede apartar del don más valioso: el amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús. Finalmente, en el evangelio, san Mateo (Mt 14, 13-21) nos presenta la multiplicación de los cinco panes y los dos peces. En este texto damos un paso más: ahora de lo que se trata es de colaborar con Cristo para llevar sus dones a los demás: “Denles ustedes de comer”, dice Cristo a sus discípulos. Así los prepara para llevar el anuncio del Evangelio a todas las naciones. Dios es Amor. Todo lo que ha creado es bueno. Lo ha hecho para nosotros, sus hijos. Nos ha dado bienes materiales y, sobre todo, espirituales. Nos ha dado a su Hijo y, con Él, nos lo ha dado todo. Nos ha enviado su Espíritu para llevarnos a la verdad completa y llenarnos de su Amor, a través de Cristo, en la Eucaristía.

Al final, nos dice san Mateo, “todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos”. Se repite lo que es algo constante en los milagros del Señor: la ley de lo abundante, que nos hace ver nuestra insuficiencia y lo grande que es el Amor de Dios. Y también nos ayuda a ser humildes y tratar de corresponder lo mejor que podamos a los dones de Dios, sabiendo que nunca “estaremos en regla con Él” y que, más bien, siempre somos deudores agradecidos ante la abundancia de su amor por nosotros.

El Cardenal Ratzinger nos lo explica de una manera muy clara: “Ser cristiano no significa aceptar una determinada serie de deberes, ni tampoco superar los límites de seguridad de la obligación para ser extraordinariamente perfecto; cristiano es más bien quien sabe que sólo y siempre vive del don recibido; por eso la justicia sólo puede consistir en ser donante, como el mendigo que, agradecido por lo que le han dado, lo reparte benévolamente” (Introducción al cristianismo, Ed. Sígueme, Salamanca 1994, p. 225).

No olvidemos que el mayor de los dones es Jesús en la Eucaristía, Sacrificio, Alimento y Presencia. Y que, a Jesús, se va y se vuelve por María. “Denles ustedes de comer”, nos repite de nuevo el Señor.