sábado, 23 de noviembre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (8)


Hemos visto en los posts anteriores algo sobre Luisa Piccarreta y el mensaje que Dios ha querido darnos a través de ella. En lo esencial, consiste en Vivir en la Voluntad de Dios.   

El regreso del hijo pródigo. Bartolomé Esteban Murillo (1667-1670)

 Pero quizá nos preguntemos, ¿en qué consiste ese “Vivir en la Voluntad de Dios”? Quien tiene un poco de experiencia en la lucha por la santidad podría decir: “yo ya sé en qué consiste: hay que procurar pedir al Señor hacer su Voluntad, escuchar al Espíritu Santo en nuestra alma y, luego, esforzarse por tener rectitud de conciencia y hacer lo que vemos claro que Dios quiere de nosotros”.

Frases parecidas podríamos formular cada uno para responder la pregunta sobre la Voluntad de Dios. Sin embargo, hemos de reconocer que siempre nos quedaremos cortos y que siempre podremos profundizar más y más sobre este asunto, que es el principal de nuestra vida cristiana: ¿cómo conseguimos Vivir en la Voluntad de Dios?

La lectura de las obras de Luisa Piccarreta nos da pistas excepcionales para seguir adelante por ese camino. Por ejemplo, en 1917 recibía el siguiente mensaje de Jesús:

“¡Oh, el hermoso vivir en mi Querer! Me gusta tanto, que haré desaparecer todas las otras santidades, bajo cualquier otro aspecto de virtudes, en las futuras generaciones y haré reaparecer la santidad del vivir en mi Voluntad, que son y serán, no santidades humanas, sino divinas, y su santidad será tan alta que, como soles, eclipsarán a las estrellas más bellas de los santos de las generaciones pasadas. Por eso quiero purgar la tierra, porque es indigna de esos portentos de santidad” (20 de noviembre de 1917).

Es interesante analizar la siguiente frase: “haré desaparecer todas las otras santidades (…) en las futuras generaciones”. ¿A qué “santidades” se refiere? Parece que quiere señalar estilos de vida cristiana que, de alguna manera, se reducen a “vivir virtudes”, quizá de modo formal, meramente humano, o con poca apertura a la gracia de Dios. Los cristianos no siempre hemos seguido de manera plena al Señor. Dios juzgará a cada uno de nosotros en su empeño por buscar la santidad, pero puede ser que hayamos ido por caminos tortuosos, aunque con buena voluntad.

A Luisa, Jesús quiere llevarla por un Camino Real, es decir, por el mejor camino que puede seguir un alma en esta tierra: Amar a Dios viviendo continuamente en su Divino Querer. Tener una unidad tan grande con lo que quiere Dios para cada uno, que sólo vivamos para ese fin en cada uno de nuestros actos.

Ahora estamos en esas “generaciones futuras” de las que habla el Señor a Luisa. Ahora el Dios derrama su gracia en abundancia para que podamos Vivir en su Voluntad, asemejándonos cada vez más a nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el Paraíso.

Ahora hay caminos de santidad egregios, a través de los cuales el Señor quiere llevar a mucha gente. El conocimiento de los mensajes que recibió Luisa Piccarreta hace casi cien años, nos ayudan a valorar los “caminos” por los que Dios quiere llevarnos ahora, si sabemos reconducir todo al deseo ardiente de unirnos de manera total al Querer de Dios.

“Hija mía, fundirte en mi Voluntad es el acto más solemne, más grande, más importante de toda tu vida. Fundirte en mi Voluntad es entrar en el ámbito de la Eternidad, abrazarla, besarla y recibir en depósito los bienes que contiene la Voluntad Eterna” (4 de enero de 1925).   

Ya veíamos anteriormente que, para poder Vivir en la Voluntad de Dios, es necesario despojarse de la propia voluntad. Es necesario estar dispuesto a que todos nuestros actos sean plenamente de Dios: qué Él actúe en nosotros. Hay que dejarle vía libre para poder decir: “Yo no soy el que vive, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20). No sólo como un buen deseo, sino en la realidad de todos los actos de mi vida.

“Vivir en mi Voluntad es vivir con una sola Voluntad, que es precisamente la de Dios, y siendo una Voluntad toda santa, toda pura, toda paz, siendo una sola voluntad la que reina, no hay contrastes, todo es paz. Las pasiones humanas tiemblan ante esta Suprema Voluntad y querrían escapar; no se atreven a moverse, ni a oponerse, viendo que ante esta Santa Voluntad tiemblan Cielos y tierra. Así que el primer paso del vivir en el Querer Divino, que pone el orden divino, está en el fondo del alma, vaciandola de lo que es humano, de tendencias, pasiones, inclinaciones y demás” (18 de septiembre de 1924).

Pero, ¿cómo lograr unirnos a la Voluntad de Dios? Si nos limitamos sólo a “hacer la Voluntad de Dios” sería como actuar con dos voluntades: con nuestra voluntad humana, que se resiste a hacer la Voluntad de Dios. Es vivir como “siervo” y no como “hijo”.   

“Y cuántos Santos, a pesar de haber alcanzado la más alta perfección, sienten esa voluntad de ellos, que les hace guerra, que los tiene oprimidos, tanto que les hace gritar: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte (Rm 7, 24), o sea, de esta voluntad mía que quiere dar muerte al bien que quiero hacer?” (18 de septiembre de 1924).

Vivir en la Divina Voluntad tiene que ver con poner como fundamento de nuestra vida la filiación divina, que “es nuestra verdad más honda”, como decía San Josemaría Escrivá de Balaguer.

“Vivir en mi Voluntad es vivir como hijo; hacer mi Voluntad es vivir como siervo. En el primer caso, lo que es del Padre es del hijo, y muchas veces hacen más sacrificios los siervos que los hijos: a ellos les toca exponerse a servicios más fatigosos, más humildes, al frío, al calor, a viajar a pie… En efecto, ¿cuánto no han hecho mis Santos para cumplir los mandatos de mi Voluntad? Por el contrario, el hijo está con su padre, cuida de él, lo alegra con sus besos y caricias, manda a los siervos como si les mandara su Padre, si sale no va a pie, sino que viaja en carroza… Y si el hijo posee todo lo que es del padre, a los siervos no se les da más que el salario por el trabajo que han hecho, quedan libres de servir o no servir a su dueño; y si no sirven ya no tienen derecho a recibir ningún sueldo. Al contrario, entre padre e hijo nadie puede quitar esos derechos del hijo a los bienes del Padre, y ninguna ley, ni del Cielo ni de la tierra, puede anular esos derechos, ni suprimir la relación espiritual entre padre e hijo. Hija mía, vivir en mi Voluntad es el vivir que más se acerca al de los bienaventurados del Cielo, y es tan distante de hacer mi Voluntad y estar fielmente a mis órdenes, como dista el Cielo de la tierra, como la distancia que hay de hijo a siervo, de rey a súbdito” (18 de septiembre de 1924).

Luego, podemos concluir que Vivir en la Voluntad de Dios es sabernos hijos de Dios y vivir como hijos de Dios. María, Hija de Dios Padre, nos enseñará a descubrir este gran horizonte de nuestra vida cristiana que quizá lo conocemos pero no hemos profundizado en él lo suficiente.  


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