sábado, 5 de octubre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (1)

Con el mes de octubre de este año 2019 iniciamos una serie de reflexiones sobre la llamada que Dios hace a todos los hombres a la santidad, entendida como conocimiento, amor y vida en su Divina Voluntad.      

MINARDI, Tommaso, Madonna del Rosario (1841)

San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, escribe en Forja: “No te gustaría merecer que te llamaran “el que ama la voluntad de Dios”” (Forja, 422).

Comencemos por hacernos algunas preguntas: ¿Por qué es tan importante para cualquiera “cumplir la voluntad de Dios”? ¿En qué consiste? ¿Cómo se puede cumplir la voluntad de Dios? ¿Qué alcance tiene en la vida del hombre, individual y socialmente?  

Las fuentes para poder dar respuesta a estas preguntas son la Palabra de Dios, escrita y trasmitida en la Iglesia; la vida y los escritos de los santos; y la experiencia personal.  

Las siguientes reflexiones no pretenden elaborar un tratado sobre el tema de la Voluntad de Dios, sino que buscan ser un intento de esbozar algunas ideas que nos ayuden a comprender un poco más esta apasionante cuestión, que constituye el anhelo más profundo del hombre, aunque a veces no lo acabemos de descubrir.

Para empezar analicemos brevemente el Salmo 119.  

Este Salmo (en la Vulgata, 118) está situado entre el grupo de los salmos que forman el Hallel (Salmos 113 a 118), y es como una introducción a los Salmos de subida (Salmos 120 a 124). Invita a disponerse para la subida hacia Jerusalén y al Templo.

Situado detrás del Salmo 118 resume la actitud del justo que está a punto de entrar por la puerta del Señor.

Todo el Salmo 119 está dedicado a la Ley de Dios, que es mencionada en cada uno de sus 176 versículos. Utiliza nueve términos distintos para referirse a ella: ley, preceptos, caminos, decretos, mandamientos, estatutos, juicios, palabras, promesa (cfr. Biblia de Navarra, comentario al Salmo 119).

Se trata de un Salmo compuesto después del Destierro de Babilonia (siglo V a.C.).

“Lleva a desarrollar en la oración el agradecimiento, la súplica y la búsqueda de la sabiduría al hilo de la contemplación de la bondad de Dios manifestada en la donación de la Ley (…). Esta larga oración sobre la Palabra de Dios escuchada en su Ley, la haca suya el cristiano con una intensidad mayor que la que tiene en el contexto del Antiguo Testamento” (Ibidem).

Cristo mismo es la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1, 14). No ha venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud (Mt 5, 17), mediante su Persona, sus enseñanzas, sus obras, su muerte y su resurrección.

“Corro por el camino de tus mandamientos, porque has dilatado mi corazón. Enséñame, Señor, el camino de tus decretos, y lo seguiré hasta el fin. Dame inteligencia para guardar tu Ley, y observarla de todo corazón (Salmo 119, 32-34)”.

En la Revelación sobrenatural Dios nos ha comunicado su Palabra para llevarnos por el camino de su Designio de Amor. Al principio, en el Antiguo Testamento, a través de su Ley. Luego, por la Encarnación de Jesucristo, nos ha mostrado el camino de la Cruz para llegar a su Resurrección. Finalmente, en la Segunda Venida del Señor, dará cumplimiento a la Ley y a las Promesas, haciendo posible que vivamos plenamente en la Divina Voluntad.

Dios no está lejos de nosotros. Es un Dios cerca no. Desea que lo conozcamos cada vez más. Desea que conozcamos los planes que tiene para nosotros. ¿Cuáles son esos planes? Que vivamos en su Amor. Que vivamos su Vida: la Vida de Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Este es el gran ideal del cristiano, que se puede formular como se ha hecho tradicionalmente: cumplir la voluntad de Dios. Jesús lo dice claramente a sus apóstoles, señalándoles el camino que también ellos deben seguir: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34).

En otro momento, Jesús estaba orando en cierto lugar. Al terminar, uno de sus discípulos le pidió: “Señor enséñanos a orar…” (Lc 11, 1). Y Jesús les enseña el Padre Nuestro, que no es una oración más, sino la Oración del Señor.

En el Padre Nuestro encontramos la súplica primordial y definitiva: “Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo”. Lo primero que podríamos preguntarnos es: ¿en qué consiste la Voluntad de Dios?

Volviendo a las palabras del Señor en el capítulo cuarto del Evangelio de San Juan, podríamos decir que el alimento del Señor es hacer la voluntad de su Padre, que consiste en llevar a cabo su obra. ¿Qué obra? La Obra de Dios en cada uno de nosotros, hijos de Dios, hermanos de Cristo.
           
En cierta ocasión los discípulos preguntaron a Jesús: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” Y Jesús les respondió: “Esta es la Obra de Dios: que creáis en quien Él ha enviado” (Jn 6, 22-29).

Luego, la Obra de Dios es creer en Jesucristo. Así cumplimos la Voluntad de Dios y hacemos su Obra: por medio de nuestra fe en Cristo. Una fe que es amor, al mismo tiempo. Una fe que es entrega total a Él. Nuestro alimento, como el de Jesús, es vivir de fe.

Mañana, 27° Domingo del Tiempo Ordinario, leemos en la Primera Lectura las siguientes palabras: “El justo por su fe vivirá” (Habacuc, 2, 4), y en el Evangelio, nos encontramos con los apóstoles pidiendo al Señor: “¡Auméntanos la fe!” (Lc 17, 5). Por otra parte, San Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a que reavive el don que hay en él y no se avergüence de dar testimonio del Señor y tomar parte de sus padecimientos según la fuerza de Dios (cfr. 1 Tim 2, 6-8).

Conocer, amar y vivir en la Voluntad de Dios es conocer, amar y vivir a fondo nuestra fe en Cristo, de modo que nos identifiquemos con Él en su Cruz y en su Resurrección. Así se instaurará el Reino de su Divina Voluntad en el mundo.

Al final de esta reflexión pedimos a María: “Enséñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella”.   


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