sábado, 25 de mayo de 2019

El Don del Espíritu Santo


A partir de ahora, al finalizar el Tiempo Pascual, nos iremos preparando de modo más inmediato para celebrar las Solemnidades de la Ascensión del Señor y de Pentecostés.    

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Juan de Flandes, La Venida del Espíritu Santo (1514-1519)


Mañana, Sexto Domino del Tiempo Pascual, las Lecturas de la Misa se centran en el Espíritu Santo o, al menos, las tres mencionan su papel fundamental en la vida cristiana. No es una sorpresa esa mención para nosotros pues, dentro de 15 días celebraremos la Solemnidad de Pentecostés y, a partir del próximo jueves, muchos cristianos tratamos de vivir el Decenario al Espíritu Santo como preparación a esa gran fiesta de la Iglesia.

Las tres Lecturas de la Misa están tomadas del Evangelio de San Juan (Evangelio), de los Hechos de los Apóstoles de San Lucas (1ª Lectura) y del Apocalipsis de San Juan (2ª Lectura).

Cada una de estas Lecturas nos da pie para reflexionar sobre tres aspectos o enfoques sobre la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en nuestras almas:

1°) El anuncio de Jesucristo en la Última Cena: de una manera clara e insistente comunica a sus discípulos el envío del Espíritu Santo (Evangelio), y los efectos que tendrá en sus vidas el Altísimo Don de Dios.  

2°) La manera de actuar del Espíritu en los primeros tiempos de la Iglesia y el modo en que los cristianos disciernen y conocen bien  cómo actúa el Espíritu en la Iglesia (1ª Lectura).

3°) La presencia del Espíritu Santo en la Nueva Jerusalén y también en el cristiano que se preparar para el advenimiento del Reino y experimenta en sí que es Templo del Espíritu ya ahora, en la vida terrena.

A continuación desarrollaremos algunos puntos que nos ayuden a comprender mejor cada uno de estos enfoques. En este post analizaremos el primer aspecto. En los siguientes (1° y 8 de junio) veremos los otros dos.

1. El Envío del Espíritu Santo a la Iglesia. Los carismas.

En varias ocasiones el Señor anuncia a sus discípulos el envío del Espíritu Santo que morará en ellos, les enseñará y recordará toda la Verdad, les hará fuertes y les impulsará a llevar el Evangelio por todos los rincones de la tierra.

El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo. Así lo confesamos en el Símbolo Niceno Constantinopolitano (“a Patri Filioque procedit”). El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Amor entre el Padre y el Hijo.

Con el mismo Amor que el Padre ama al Hijo, el Hijo nos ama a nosotros. El Padre y el Hijo nos hacen participar de ese Amor que es el Don Altísimo de Dios. No hay otro don mayor. En este Don se encierran todos los demás.

Es el Don de la Gracia (“Charis”), que se distribuye de distinta forma por medio de los carismas. Estos carismas, o dones del Espíritu Santo, pueden ser de tres tipos (cfr. Javier Sesé, en Diccionario de San Josemaría, voz “mística”):

1°)  los dones o carismas “ordinarios”, alcanzables por todos, como fruto de las virtudes y los dones del Espíritu Santo, y que entra en el orden de la santificación personal;
2°) los dones "especiales", fruto de carismas concretos concedidos por Dios a determinados cristianos, de acuerdo con su vocación particular en la Iglesia, y que se conceden precisamente en servicio de la misma Iglesia y de las almas, no en beneficio propio, aunque se apoyen en la santidad personal;
3°) y los dones "extraordinarios", que suelen romper las leyes de la naturaleza, y que Dios concede a personas muy concretas como signo claro y llamativo de la grandeza de la santidad cristiana a la que todos estamos llamados, o de alguno de sus aspectos más importantes.

Dentro de los dones “especiales” se encuentra el llamado “carisma veritatis certum” (carisma cierto de la verdad), que concede el Espíritu Santo a los Pastores de la Iglesia a través del Magisterio para guiar a los cristianos hacia la verdad completa. El Magisterio de la Iglesia, o función de enseñar, siempre se fundamenta en las verdades contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia. Los Pastores (el Papa y los Obispos) reciben este don para enseñar la Verdad sobre Jesucristo y, de esta manera, evitar que la Iglesia se aparte de ella.

Pero el Espíritu Santo no sólo dirige la Iglesia a través del Magisterio de la Jerarquía, sino que también concede dones a los fieles cristianos, de manera ordinaria, para que sean “llevados por el Espíritu” y escuchen su Voz en la vida corriente.

“Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7)” (Lumen Gentium, n. 12).

El Espíritu Santo es como un Viento impetuoso que actúa constantemente en la vida de los cristianos, si estos son dóciles a su acción. Es verdad que nosotros somos pobres instrumentos de la gracia, pero somos impulsados por una Fuerza sobrenatural que nos hace capaces de acometer grandes proyectos de santidad y apostolado.

En otro documento del Concilio Vaticano II podemos leer la importancia de esta acción divina.

“Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7) "distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1 Cor., 12,11), para que "cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros", sean también ellos "administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16)” (Apostolicam actuositatem, n. 3).
“De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma., ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que "sopla donde quiere" (Jn., 3,8), y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes., 5,12; 19,21)” (Ibidem).

Al finalizar el mes de mayo nos acogemos a la intercesión de Nuestra Señora, Esposa del Espíritu Santo, para que nos ayude a comprender la grandeza del Don de Dios.


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