sábado, 23 de febrero de 2019

El misterio del mal


En estos últimos días, antes de comenzar la Cuaresma, hemos estado escuchando en la Liturgia de la Palabra durante la Misa diaria las historias que nos relata el Libro del Génesis.   

 

Ahí, por inspiración del Espíritu Santo, el autor (o autores) que redactaron esas narraciones, plasmaron ideas que están profundamente grabadas en la conciencia del hombre. De alguna manera, son como arquetipos que han quedado en nuestro ser desde tiempos muy muy remotos (quizá desde hace más de dos millones de años) y que, al mismo tiempo, son convicciones y realidades en las que Dios, directamente, ha tenido un papel primordial.

4. El pecado

El misterio del mal nos desconcierta. ¿Por qué existe el mal, si nuestro Creador es Bueno? Comprendemos que es evidente que la creación —que procede de Dios, pero no es Dios— ha de ser necesariamente limitada, finita e incompleta. Si no, sería Dios. Esa limitación lleva consigo la destrucción de algunos elementos y a la aparición de otros. Desde el Big Bang, se han producido movimientos de astros y cambios profundos en la naturaleza que reflejan males físicos, es decir, carencia de bienes, porque el universo es imperfecto. Esto no ofrece especiales dificultades para comprenderlo.

Lo que resulta más difícil de entender es el mal moral: ¿Por qué el hombre, que fue creado en un estado de bondad e inocencia, y elevado al orden sobrenatural de relación estrechísima con el amor de Dios, desobedeció y rompió los planes que Dios tenía con él? La respuesta ya la sabemos: porque Dios lo creó libre. La libertad lleva consigo la posibilidad de escoger el mal o el bien.

Pero quizá lo más difícil de asimilar es cómo ese pecado fue tan importante y cómo afectó a toda la creación y, particularmente, al hombre desposeyéndolo de la gracia, los dones preternaturales (quizá la perdida más dolorosa fue la falta de integridad y la moralidad) e hiriendo profundamente la misma naturaleza humana, de modo que quedó deteriorada (ignorancia, malicia, concupiscencia y debilidad) e inclinada al pecado.

Todo esto lo narra el Génesis en pocas líneas.

La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?». La mujer contestó a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”». La serpiente replicó a la mujer: «No, no moriréis; es que Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal». Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín” (Gen 3, 1-8).      

El pecado fue un engaño de Satanás. Les prometió que se les abrirían los ojos y, efectivamente, se les abrieron para ver su vulnerabilidad. A partir de entonces fueron conscientes de su fragilidad y pequeñez.

Un poco más adelante, la narración de Caín y Abel, nos ayuda a comprender mejor hasta donde llegan las consecuencias del mal. Caín, el hijo mayor, era agricultor y Abel era pastor. Ambos ofrecen sacrificios a Dios, pero Dios se fija en la ofrenda de Abel (porque era buena) y no en la de Caín (que era mezquina y mal hecha).

Caín se enfureció y andaba abatido. El Señor dijo a Caín: «¿Por qué te enfureces y andas abatido? ¿No estarías animado si obraras bien?; pero, si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo». Caín dijo a su hermano Abel: «Vamos al campo». Y, cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. El Señor dijo a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Respondió Caín: «No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?». El Señor le replicó: «¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo. Por eso te maldice ese suelo que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu hermano. Cuando cultives el suelo, no volverá a darte sus productos. Andarás errante y perdido por la tierra». Caín contestó al Señor: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla” (Gen, 4, 5-13).

En estas historias (y en otras que nos narra el Génesis, como a de la del Arca de Noé y la de la Torre de Babel) tenemos un material precioso para tratar de comprender un poco el misterio del mal, que podríamos resumir en algunos puntos fundamentales: 1) todos los hombres somos pecadores; 2) Dios no nos ha quitado la libertad y, cada uno, podemos elegir seguir el camino del mal o del bien; 3) aunque tenemos la naturaleza debilitada por las heridas del pecado, podemos luchar contra él y evitar que las cosas se vuelvan peores para nosotros y para los demás.

Además, sabemos que Dios, desde el principio, determinó no abandonar al hombre a su suerte y prometió que, en algún momento, otro hombre (descendiente del primer hombre) lucharía y derrotaría a la antigua serpiente (al demonio y al pecado).

El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón»” (Gen, 3, 14-15).   

La descendencia de la mujer que ha derrotado a la serpiente es Jesucristo. A partir de la salvación obrada por Cristo, mediante su pasión, muerte y resurrección, cada uno de nosotros tenemos todas las de ganar, si queremos aprovechar la abundante gracia que, por medio del Espíritu Santo, tenemos cada día para obrar el bien y ser buenos hijos de Dios.  

San Agustín lo comenta muy bien cuando dice que cada hombre es como un pobre condenado a luchar contra las fieras que se enfrenta a Satanás, con todas sus insidias y artilugios. Recordando esas competiciones en el estadio, dirá:

«¡Ten coraje! Quien ha concertado esta competición [es decir, Dios] está en las gradas del estadio ¡y apuesta por ti!» (Serm. CCCXLIV,1).  

Toda la corte celestial apuesta por nosotros.

Nuestra Señora, Refugium peccatorum, nos ayudará a mantener una lucha vibrante y llena de valor, para vencer cada día al demonio y buscar vivir en la gracia de Dios continuamente.

5. Tibieza

Los hombres nos acostumbramos a todo. También al pecado. Damos por hecho que el mundo es un lugar en el que existe el mal. Que la creación es bella, pero también traicionera. Y que el hombre es una especie de cáncer de la naturaleza, que ahí donde va, destruye todo lo que se encuentra. Al menos, esa es la visión de algunos de nuestros contemporáneos.

Esta es una visión deformada de la realidad. Por una parte, porque se desprecia al hombre y no se reconoce en él la imagen de Dios de la que es portador y el valor inestimable de cualquier vida humana. Por otra parte, a base de “acostumbrarse” al mal que produce el hombre, nos hemos hecho a la idea de que su modo de comportarse es completamente cultural. Se comporta mal porque las tradiciones humanas (es decir, las religiones: principalmente el cristianismo, que ha modelado la cultura occidental) han llevado al racismo, las discriminaciones y las desigualdades.

Ahora, las ideologías (el neomarxismo, el relativismo y el postmodernismo) buscan “redimir” al hombre, imponiéndole modos de pensar y actuar que van frontalmente contra la ley natural y la consciencia del bien y del mal que Dios ha puesto en el interior del hombre.

Todo esto ha llevado, paulatinamente, a la pérdida del sentido de pecado y a la pérdida del coraje y la valentía para defender la verdad. Hay algunas “verdades” políticamente correctas, por las que debería dirigirse la sociedad y las leyes civiles. Y nada más. Para ellos, el verdadero mal es la carencia de los bienes materiales que pueden hacer llevadera la vida en este mundo. Buscan el bien de los grupos sociales, pero no del individuo concreto. No se dan cuenta de que el agente más patógeno de la sociedad es el pecado, es decir, el mal moral que conocemos cada uno en el fondo del nuestras almas y está esculpido en los Diez mandamientos de la Ley de Dios.

Por supuesto, si hay esta poca sensibilidad para los pecados graves (el aborto, la eutanasia, la impureza, la fornicación, el adulterio, las manipulaciones genéticas, la pornografía, etc.), cómo no la habrá también, y mucho más, para otros pecados menores, pero no menos dañinos para el alma y para la convivencia social, porque son como las “pequeñas raposas que destruyen la viña” (cfr. Cantar de los Cantares 2, 15).

En la literatura de la teología espiritual, a este mal se ha llamado “tibieza”. San Josemaría Escrivá de Balaguer tiene un capítulo de Camino dedicado a este tema. Vale la pena detenernos en algunos de sus puntos. Quizá el más emblemático es el n° 331.

“Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o "cuquería" el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos”.

La tibieza es la falta de lucha contra todo lo que nos puede apartar del amor a Dios. San Josemaría solía repetir, de la mañana a la noche, una jaculatoria, que tenía estampada en unos pobres azulejos en su dormitorio de Madrid y luego también en el cuarto que utilizaba en Roma: “Aparta, Señor, de mí lo que me aparte de Ti”.

La tibieza es lo opuesto al alma sensible y delicada, que desea amar a Dios con todo su corazón, en todos los momentos del día; y que busca cómo poder agradarle más en todo.

¿Cómo saber qué es lo que más agrada a nuestro Dios? ¿Cómo acertar a darle toda la gloria que cada uno podemos dar a nuestro Creador y Redentor? Hay un solo camino: escuchar detenidamente su Voz en nuestra alma y ser dóciles a sus mociones. Él es el primer interesado en que le amemos y en que vivamos como hijos suyos. Él ha grabado en nuestro corazón sus mandamientos y sus consejos. Si buscamos la verdad dentro de nosotros y tratamos de vivir de acuerdo a ella, pase lo que pase, poco a poco tendremos una conciencia bien formada para acertar en nuestras decisiones.

Esta actitud fundamental, habría que concretarla en varios puntos que derivan de ella:

1) el examen habitual de nuestra conciencia (cada día, por ejemplo, al final de la jornada, dedicando unos minutos a conocernos mejor y a pedir perdón por nuestros pecados);
2) el deseo de recibir una formación profunda (lecturas —sobre todo de la Sagrada Escritura, y particularmente de los Evangelios—, dirección espiritual, retiros, clases, charlas, a las que podamos asistir…);
3) el cuidado de las cosas pequeñas (dar valor a lo poco, dar sentido a todo en nuestra vida); y
4) tener una intensa vidas sacramental (confesión frecuente, para realmente purificarnos de toda la mentira que pueda haber en nuestra vida; y recibir la Eucaristía, si es posible diariamente, para llenarnos del Amor de Dios y tener en nosotros un verdadero antídoto del pecado, como decía San Ignacio de Antioquía).

Santa María, Madre del Amor Hermoso, nos infundirá en nuestra alma horror al pecado y un deseo muy grande de evitar todos los pecados veniales deliberados. Esto será una clara muestra de que vamos por el camino de la santidad.
   

sábado, 16 de febrero de 2019

Creación y elevación

En este segundo post de los 20 temas para meditar, en preparación para la Cuaresma y la Semana Santa, nos centraremos en dos cuestiones que son fundamentales de nuestra relación con Dios: la creación del universo y la elevación del hombre al orden sobrenatural.   

 El paraíso terrenal - Brueghel el viejo — Google Arts & Culture

2. La creación

La Primera Lectura del Martes Santo está tomada del Libro de Isaías, y comienza así:

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre” (Is 49, 1).

Estas palabras del profeta se refieren a su vocación desde el vientre materno. En realidad, Dios lo llamó y pronunció su nombre desde toda la eternidad como dice san Pablo en la Epístola a los Efesios.

Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado” (Ef 1, 3-6).

Desde toda la eternidad Dios pronunció nuestro nombre. El mismo Isaías lo vuelve a repetir más adelante.

Y ahora esto dice el Señor, que te creó, Jacob, que te ha formado, Israel: «No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío” (Is 43, 1).

La ciencia ha ido dando pasos en el misterio del origen del universo, de la vida y del hombre. Todavía son sólo balbuceos, aunque quizá pensamos que son avances muy importantes. Según la ciencia actual el universo tiene 14 mil millones de años y la tierra unos 4500 millones de años. De acuerdo con los últimos hallazgos de paleo antropología, el hombre podría tener unos 2 millones de antigüedad y habría aparecido en África como un homínido con características excepcionales.

Hace unos 35 mil años, en el Paleolítico, habría en la tierra unos 6 millones de hombres y hace 6 mil años, durante el Neolítico, unos 6 millones de hombres.

Sabemos que los 11 primeros capítulos del Génesis no contienen una historia literal del origen del universo y del hombre, sino que nos indican algo más profundo: que el hombre fue creado por Dios del polvo de la tierra (que puede ser un ser vivo que le antecedió) y le insufló un espíritu de vida (el alma, la parte espiritual del hombre, que no pudo provenir de la materia). Además, la Sagrada Escritura nos dice que el ser humano fue creado por Dios como hombre y mujer, a imagen y semejanza divinas; y que al crearlo Dios se complació de haber hecho algo “muy bueno”.

Por lo tanto, la ciencia y la revelación nos enseñan que Dios se recreó en su creatura más excelsa (además de la creación de los ángeles), según un plan admirable que podemos conocer, en parte, por los descubrimientos científicos de los últimos años (paleo antropología, genética de las poblaciones, neuroquímica, psicología, etc.); es decir, utilizando nuestra razón natural.

Por la revelación sabemos que, en el principio, el hombre estaba en perfecta sintonía con Dios y con toda la creación. Vivía en el paraíso, que indica una gran intimidad con Dios que lo había concedido, además de todos los dones naturales propios de su ser hombre, otros dones preternaturales: la inmortalidad, la ciencia infusa, la impasibilidad y la integridad.

¿Qué conclusión podemos sacar de estas reflexiones? El gran amor que Dios nos tiene, y el admirable plan que ha trazado para cada uno de nosotros desde toda la eternidad. Quiere que dominemos toda la creación, es decir, que seamos señores de todo lo creado y disfrutemos de su belleza inefable.

San Francisco de Asís descubrió, de manera conmovedora, cómo todo lo que existe nos habla de Dios. Y eso le llevó a componer su “Cántico de las creaturas”.

“Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el Señor hermano sol, por quien nos das el día y nos iluminas. Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación. Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas. Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo, por todos ellos a tus criaturas das sustento. Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche, y es bello y alegre y vigoroso y fuerte. Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.   

Cada uno nos podemos preguntar si agradecemos a Dios su gran don. San Josemaría abría su corazón, en la intimidad de su oración personal, la mañana del 28 de marzo de 1975 (Viernes Santo), cuando cumplía 50 años de sacerdocio y se acercaba al final de su vida.

“Señor, gracias por todo. ¡Muchas gracias! Te las he dado; habitualmente te las he dado. Y ahora son muchas bocas, muchos pechos, los que te repiten al unísono lo mismo: gratias tibi, Deus, gratias tibi!, pues no tenemos motivos más que para dar gracias (…). Un cántico de acción de gracias tiene que ser la vida de cada uno”.

Nosotros también queremos ser sensibles a los dones naturales de Dios y, con Nuestra Señora, entonar un cántico de agradecimiento.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, y por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es Santo, y su misericordia llega de generación en generación a los que le temen” (cfr. Lc 1, 46-55).

3. Elevación al orden sobrenatural

Dios no se conformó con darnos el mundo como heredad, el planeta tierra y todo el universo creado, sino que quiso, también desde toda la eternidad, llamarnos a ser hijos suyos, es decir, a participar de su misma naturaleza, a ser “domestici Dei”, familiares de Dios.  

Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios (…). Por él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu” (Ef 2, 18-19. 22).

Se trata del don de la filiación divina, que quiso el Señor para los primeros hombres y sus descendientes, pero que perdieron Adán y Eva por el pecado. Este don lo hemos recuperado por la sangre de Cristo. Jesús nos ha redimido y ha vencido a la muerte, al demonio y al pecado. Nos ha dado la posibilidad de ser, nuevamente, hijos de Dios por la fe en Él y el bautismo. Nunca podremos agradecer la grandeza de este don.

Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (Rm 8, 14-17).

San Josemaría Escrivá de Balaguer descubrió, de una manera particular, este gran don, un día en el que viajaba por Madrid, en un tranvía. Era el 16 de octubre de 1931. Leamos unas palabras suyas que rememoraban aquel suceso.

“Aprendí a llamarle Padre, en el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar ese querer de Dios de que seamos hijos suyos..., en la calle y en un tranvía —una hora, hora y media, no lo sé—; Abba, Pater!, tenía que gritar. Hay en el Evangelio unas palabras maravillosas; todas lo son: nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo lo quisiera revelar (Matth XI, 27). Aquel día, aquel día quiso de una manera explícita, clara, terminante, que, conmigo, vosotros os sintáis siempre hijos de Dios, de este Padre que está en los cielos y que nos dará lo que pidamos en nombre de su Hijo”” (cfr. artículo). 

¿Qué significa que seamos hijos de Dios? ¿Qué nos pide Dios? ¿Cómo podemos responder a este don asombroso?

La respuesta es una: que nos esforcemos por ser santos.

“Cuentan que en una ocasión, san Josemaría Escrivá de Balaguer, después de recordar este texto de la carta a los Efesios (1, 4): “Elegit nos ante mundi constitutionem ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius”, lo tradujo -por Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para ser santos y sin mancha en su presencia- y enseguida gritó con aquella voz clara y fuerte que le caracterizaba: “Y no hay más (Este recuerdo de Mons. Pedro Rodríguez, es corroborado por Notas de una meditación, 8 de febrero de 1959, Archivo General de la Prelatura, biblioteca, P06, II p. 669)”. San Josemaría expresaba así que el meollo del mensaje que debía proclamar era la llamada universal a la santidad” (G. Derville, ver artículo).

La santidad es responder al don de Dios; es buscar a Cristo, amar a Cristo, vivir en Cristo; es luchar, todos los días, en las cosas ordinarias y normales, para agradar a Dios viviendo la vida de Cristo. Todos podemos alcanzar esa meta (ser santos). Lo ha afirmado solemnemente la Iglesia en el Concilio Vaticano II.  

Todos tenemos una vocación a la santidad. Sin embargo, aunque el Camino es uno sólo: Jesucristo, cada uno debe encontrar su propio camino para seguir a Cristo. En la Iglesia hay muchos caminos de santidad, es decir, formas y estilos de vida de imitar y seguir al Señor.

Si somos dóciles a la voz del Espíritu Santo en nuestra alma, podemos reconocer qué es lo que Él quiere de cada uno. La respuesta a la vocación personal no es más que una maduración de la respuesta al don de la fe. La vocación es una fe madura. Es creer en Jesucristo de una manera responsable y comprometida, en la Iglesia.

San Pablo dice a los de la Iglesia de Éfeso en el primer capítulo de su carta que hemos meditado:

Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos” (Ef 1, 15-18).

Estas palabras nos pueden animar a buscar la santidad con todas nuestras fuerzas, como lo único verdaderamente importante de nuestra vida. María es la Reina de todos los santos. Ella desea que volemos muy alto. No se conformará en que volemos como un ave de corral, sino que nos hará volar como las águilas, y nos llevará hasta el Corazón de Dios.  


sábado, 9 de febrero de 2019

La "unción en Betania"


Entre agosto y septiembre de 2018 escribimos cinco posts que llevaban, en conjunto, el título de “Reflexiones para orar en silencio”. Cada uno de ellos contenía cuatro o cinco temas breves de meditación sobre los aspectos centrales de nuestra fe.    

 

Ahora, nos parece que podrían ampliarse esas reflexiones para meditar, más extensamente, sobre 20 temas en el marco de la próxima Semana Santa. Faltan 11 semanas para llegar al Domingo de Pascua. Por lo tanto, dedicaremos los próximos 11 posts a estas reflexiones que quizá nos puedan ayudar a vivir mejor la Cuaresma (este año comienza el 6 de marzo) y la Semana Santa (del 14 al 21 de abril).

Los 20 temas (titulados de modo conciso) sobre los que meditaremos son los siguientes:

1. Meditación preparatoria.
2. Creación.
3. Elevación.
4. Pecado.
5. Tibieza.
6. Encarnación. Jesucristo. Fe.
7. Nacimiento. Pobreza.
8. Vida oculta. Obediencia.
9. Vida pública. Apostolado.
10. Lavatorio de los pies. Humildad. Instrumentos (alma sacerdotal)
11. “Mandatum Novum”. Caridad.
12. Institución de la Eucaristía.
13. Oración en el Huerto. Oración.
14. Pasión de Cristo. Amor a la Cruz. Mortificación.
15. Muerte del Señor. Aprovechamiento del tiempo.
16. Juicio sobre el mundo. Sinceridad.
17. Descendió a los infiernos. Temor de Dios.
18. Resucito de entre los muertos. Amor a la Virgen.
19. Subió a los Cielos. Esperanza.
20. Creo en el Espíritu Santo. Iglesia.

Este primer post es una introducción en la que consideraremos algunos puntos necesarios para prepararnos bien a hacer oración y examen.   

1. Meditación preparatoria: la “unción en Betania”     

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (cfr. Evangelio del Lunes Santo: Jn 12, 1-11).

Lo primero que conviene siempre tener en cuenta es que la Palabra de Dios es luz que ilumina nuestro camino (cfr. Salmo 26, del Lunes Santo: “El Señor es mi luz y mi salvación”). Es un Tesoro riquísimo que nunca acabaremos de descubrir del todo. Contiene una fuerza transformante, de origen divino. El Espíritu Santo actúa a través de ella para que cada vez que la escuchemos y meditemos sea instrumento de conversión personal.

Por otra parte, los tiempos litúrgicos son el mejor marco para leer la Sagrada Escritura, porque la leemos en la Vida de la Iglesia, unidos por la Comunión de los Santos a Cristo, que es su Cabeza y a todos nuestros hermanos en el mundo entero.

Los puntos que vamos a considerar en las semanas sucesivas nos preparan para vivir con más fruto la Semana Santa, que es el centro del Año litúrgico.

Hoy podemos situarnos espiritualmente en el Lunes Santo, día en el que la Iglesia medita sobre la Unción en Betania. Queremos acompañar muy de cerca a Jesús, que está en la casa de Lázaro, Marta y María, sus amigos. Cada uno de ellos representa el papel que conviene para que se desvele en ellos el Misterio de la Redención: Lázaro “está ahí” como testigo vivo de quien ha pasado por la muerte y ha vuelto a la vida, gracias al poder divino del Señor. Marta está, como siempre, sirviendo. Y María, también como era habitual en ella, buscando un encuentro más íntimo y personal con Jesús. Ahora unge sus pies con un perfume muy valioso.

En los tres hermanos vemos simbolizadas las actitudes que el Espíritu Santo nos pide tener siempre para aprovechar bien la gracia que nos comunica constantemente.

La primera actitud es la de Lázaro: “estar”. San Josemaría expresa muy bien la importancia de “saber estar” en el punto n° 815 de Camino:

¿Quieres de verdad ser santo? –Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces”.

Especialmente, cuando intentamos hacer oración y examen de nuestra vida, es importante “estar en lo que hacemos”, poner atención, no distraernos, estar recogidos, buscar estar en la presencia de Dios, es decir, ser conscientes de que Él nos ve, nos oye…, y también de que, si queremos, podemos verle y escucharle, porque nos habla continuamente, en todo lo que sucede en nuestra vida.

Lázaro representa la virtud teologal de la Esperanza. Estaba muerto y había vuelto a la vida. Experimento la muerte, consecuencia del pecado, y la resurrección (como imagen de la verdadera resurrección que Jesús prometió a su hermana Marta: “Yo soy la Resurrección y la Vida”).

La segunda actitud que pide el Espíritu Santo para llevar a cabo su obra en nosotros es la disposición de servicio. Marta es el ejemplo que tenemos ahora delante: “Marta servía”, es decir, vivía olvidada de sí misma, con un deseo muy grande de ser útil, en cada momento, al Señor y, por Él, a todos los que estaban en Betania.

“Servir” significa ser responsable de la propia vida para hacer fructificar todos los talentos que Dios nos ha dado, con generosidad. “Servir” es poner en práctica nuestra fe: vivir eso que creemos profundamente. Es “actuar” nuestros buenos deseos de manera concreta, todos los días, aprovechando las oportunidades que tenemos. Es buscar la unidad entre los hermanos.

Contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad” (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 226).

San Josemaría Escrivá de Balaguer una vez, cuando era Rector del Patronato de Santa Isabel, al dar la Sagrada Comunión a las religiosas del convento contiguo, decía en su interior: “te quiero más que esta…, y que esta…, y que esta…”. Pero, entonces, escucho una voz en su interior: “Obras son amores y no buenas razones”. Era la Voz del Espíritu Santo que le reprochaba cariñosamente: no bastan los buenos deseos; hay que ponerlos en práctica. La Fe auténtica es la que se convierte en “vida de fe”, en coherencia cristiana ahí donde Dios nos necesita.

Marta representa, por eso, la virtud teologal de la Fe.

Finalmente, la tercera disposición necesaria en nuestra vida (particularmente para nuestra vida de oración) es la de María que unge con un perfume los pies del Señor y los enjuga con su cabellera. María nos enseña a amar sin medida, generosamente; a darnos totalmente y a dar primacía a las cosas de Dios.

Se suele decir que hay personas que se ocupan de la viña del Señor pero no del Señor de la viña. Nosotros queremos ser como María: ocuparnos del Señor en primer lugar, y con generosidad: dándole lo mejor de nosotros mismos.

El perfume que derramó María sobre los pies de Jesús era muy caro. Judas, que era mezquino y carecía de amor, reprocha la largueza de María. Y el Señor la defiende:

«Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis» (Jn 12, 7-8).

María representa la Virtud teologal de la Caridad que tiene como prioridad a Dios mismo, amándolo con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra alma.

En resumen, hay tres actitudes que nunca podemos olvidar para aprovechar las gracias del Espíritu en nuestras almas:

1) El empeño por “estar metidos” siempre en lo que hacemos, con la esperanza de que hacer las cosas bien nos abre las puertas de los dones divinos (vida de trabajo bien hecho y ofrecido a Dios);
2) El esfuerzo por salir siempre de nosotros mismos para servir a los demás y dar sentido a lo que hacemos con una fe hecha obras (vida de servicio sacrificado a nuestros hermanos); y
3) La generosidad de darle todo a Dios de modo que, cada día, vaya creciendo nuestro amor por Él, hasta el último instante de nuestra vida (vida de oración contemplativa).

La Madre de Jesús estaría también en Betania. No se la menciona en los Evangelios. Su presencia es silenciosa (cfr. Primera Lectura del Lunes Santo: Is 42, 1-7: “No gritará. No voceará por las calles”). Sin embargo, podemos pensar que cada uno de los tres hermanos habían visto y aprendido de Ella, y de su Hijo, cómo comportarse en cada momento.

Nuestra Señora sería una fuente de inspiración continua. Era Ella la clave. Con su presencia callada daba el tono armonioso de todo lo que sucedía en Betania. La devoción honda y firme a María, Esposa del Espíritu Santo, nos llevará a conocer y amar a Jesús, que es el Camino, la Vedad y la Vida.


sábado, 2 de febrero de 2019

No temáis


En el 4° Domingo del Tiempo Ordinario reflexionamos sobre la paz y tranquilidad de Jesús que “pasó entre ellos [los que querían despeñarlo, en Nazaret] y seguía su camino” (Lc 4, 30).  

 

Llegamos a la 5ª y última parte de un mensaje muy rico que Jesús dio a Marga en septiembre de 2015. Todo él nos habla de “no temer”. Es un mensaje lleno de consuelo para los tiempos en los que estamos. Son tiempos de purificación (hoy es la fiesta de la Purificación de la Virgen en el Templo).

Transcribimos esa parte del mensaje a continuación. Las negritas son nuestras. También lo que está entre corchetes [ ]. Las cursivas son de Marga. Todo lo demás es de Jesús.   

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Mensaje de Jesús a Marga (22 de septiembre de 2015) (5ª parte)

Que la gente no tema. No temáis a lo que ha de venir después del Sínodo [se refiere al Sínodo del 2015, en el que el Papa Francisco publicó la Exhortación Apostólica Amoris laetitia]. No tenéis que temer. Todo saldrá bien para los que habéis hecho caso y os habéis encomendado a Mí, habéis hecho caso de los Mensajes y os habéis hecho y consagrado hijos de María, pero no sólo de nombre, sino en espíritu y en verdad.

No tenéis que temer. Cuando os veo temerosos: ¡no, no, no, no! Unos hijos de María, unos que confían abiertamente en Mí, nunca temen, porque saben que nunca les va a pasar nada si van Conmigo. Entonces: ¿cómo os encuentro te­miendo?
Mejor que eso, «aderezad» vuestras almas en espera del Día. Preparaos, vivid preparados, y no tendréis nada que temer. Un alma preparada no es un alma temerosa. Temeroso debíais estar si os encontráis alejados de Dios. Y no tan tranquilos los que os encuentro que estáis alejados de Mí. Pido a Dios que os dé alguna oportunidad de daros cuenta y de enderezar vuestras vidas antes de que sea demasiado tarde.

¿Crees tú, querida, que será un momento difícil para vo­sotros? No, querida, no lo será. Los corazones se hallarán tan purificados por el Aviso y por los Castigos, que no lo será.

(Jesús distingue entre el Castigo y «los Castigos». Los Castigos parece lo que ya estamos viviendo: plagas, epidemias, terremotos, la naturaleza que se subleva, las guerras, la carestía. Y eso puede ir en aumento a medida que no rece más y no nos sacrifiquemos, o disminuir si rezamos y nos sacrificamos.

Otra cosa parece que es el Castigo de Fuego. La Gran Puri­ficación. Que eso vendrá para renovar la tierra)

Jesús, si entre el Aviso y el Castigo no hay mucho tiempo, entonces si el Aviso viene ya, el Castigo también está para venir.

No, el Castigo vendrá más adelante. Primero tenéis  que pasar por una etapa que se os va a hacer muy larga, de pu­rificación, de pequeños Castigos, de persecución. Ya está empezando, pero os ha de venir más.

La gente querrá saber cómo va a sucederse todo esto.

A Mí no me gusta mucho concretar, porque todo va a depender de que vosotros os enmendéis, que respondáis y cómo lo haréis.

La magnitud de todo esto depende mucho del Ejército de almas-víctima que Yo consiga encontrar, y en la veracidad, generosidad y sinceridad de su entrega. Si estas almas víctima oyen la llamada, quieren, se entregan, pero luego se vuelven para atrás, será como si nunca lo hubieran hecho. Casi peor. Los que se entreguen tienen que decirme un Sí hasta sus últimas consecuencias.

Jesús, ¿Tú estás consiguiendo ese Ejército?

Sí, y contigo. Tú eres uno de los máximos exponentes de la consecución de este Ejército. Por eso tan importante tu Sí y tan importante que sea hasta sus últimas consecuencias, hasta el final.

Las almas-víctima no son las que van todo el día cabeza gacha y tristes y de mal humor, sin hablar con nadie, por­ que ellas sólo hablan con Dios, y como que son de otro mundo. No, eso no es.

Las almas-víctima  quizá las encuentre  entre las  almas más dicharacheras y más felices de esta tierra. Quizá sean las siempre sonrientes, y quizá sean las más generosas y caritativas con sus hermanos.

Las almas víctimas no son las que se han ofrecido sólo para  un sacrificio, sino las que se han ofrecido para una Resurrección. Por eso son las siempre alegres.

[El 2 de octubre de 1968, San Josemaría se hallaba en el Sur de España. Brindó por los 40 años del Opus Dei con estas palabras: “Siempre alegres, siempre fieles, con alma y con calma”]

Pueden estar en un convento de clausura, en un monasterio, o pueden ser padres de familia y profesionales. Pueden ser trabajadores o estar en «paro». Pueden ser jó­venes y niños, mayores, y de todo estrato social. Las almas­ víctimas no entienden de raza ni color. Incluso no entiende de religión, porque pueden ser de otras religiones, siempre que estén unidos a Mí y se ofrezcan a Mí en holocausto por sus hermanos.

¿Y pueden unirse si no te conocen?

Sí. Yo Soy más grande que todo eso. Soy Infinito.

Un alma ignorante de la religión auténtica, no por ig­norancia culpable, puede estar unida a Mí sin conocerme. Y puede ser un sacrificio de holocausto junto Conmigo al Padre por sus hermanos.

En la hora de su muerte Yo me presento a ellas y les digo, les pregunto, si ese sacrificio de bondad y amor que fue toda su vida, lo quieren unir y ofrecer al Mío. Y si me dicen Sí, son almas que mueren en Mí, aunque durante su vida nadie les haya hablado de Mí o les haya enseñado otra religión y ellas, por ignorancia, la hayan seguido. Por ignorancia y por bondad a menudo siguen a un falso líder. Ese falso líder no siempre es malo en sí. Muchas veces es otro engañado que vive en el engaño, pero con rectitud, con buen corazón.

Por eso, no estrechaos y no tengáis en vuestra mente y en vuestro corazón un concepto tan estrecho de salvación. Sí, sólo hay salvación en mi Nombre (Nota 310: Cfr. Hch 4,12). Pero esto sucede así tal y como Yo te he dicho.

¡Qué bonito!

Sí, Amada, es todo precioso en la Historia de Salvación del género humano. Y lo más Precioso es que Yo os haga asociaros a Mí, os dé esa oportunidad de asociaros a la Obra de Salvación de Dios, a través de su Hijo.

Si consigo que este número de almas víctima sea mayor, los Castigos y el Castigo no será tan grande sobre vosotros.