sábado, 17 de noviembre de 2018

Los Novísimos


Mañana celebramos el 33° domingo del Tiempo Ordinario, último domingo del año litúrgico anterior a la fiesta de Cristo Rey.  

 

La 1ª Lectura y el Evangelio de la Misa nos hablan de la Segunda Venida de Jesucristo al Final de los Tiempos que, en el Nuevo Testamento se llama “la Parusía” (advenimiento, llegada).

Además, estamos en el mes de noviembre y, esta circunstancia nos da pie para meditar sobre los novísimos, un tema que frecuentemente se deja a un lado, y que es de primera importancia en nuestra fe católica.

Los novísimos o postrimerías son las últimas realidades a las que nos enfrentaremos cuando termine nuestra vida aquí en la tierra. Suelen enumerarse cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria; a las cuales se añade también una quinta: el purgatorio.

A continuación recogeremos algunas citas sobre cada uno de ellos, que nos ayuden a reflexionar y a sacar algún pensamiento positivo para nuestra vida diaria.

Muerte

«Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, como se viene la muerte, tan callando. Cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado da dolor, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar que es el morir. Allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir. Allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos alegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos» (Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, siglo XV).

La palabra griega "parrochia" significa "los que residen como extranjeros en este mundo" (cfr. Hamann, La vida cotidiana de los primeros cristianos, p. 193).

«Dime hasta qué punto vives en presencia de la muerte y te diré hasta qué punto eres católico» (José Gaos).

Los cristianos son una "raza de hombres preparada a morir en cualquier momento" (Tertuliano).

El arte de saber envejecer se resume en una sola palabra: desprendimiento. Cuanto más viejo se es, menos derecho se tiene a ser egoísta. Cuanto más largo es el camino de nuestra existencia, más debe alejarnos de nosotros mismos. Al cerrarse el porvenir, se abre la eternidad; la rueda de los días, al mismo tiempo que desgasta el cuerpo, debe agudizar el alma...; desprenderse de todo lo que muere para abrirse a la luz y al amor, que no mueren (...) y cuando llega su última hora, [el hombre que se ha desprendido de todo] muere vivo” (Thibon, El equilibrio y la armonía, p. 239).

Juicio

Así han de considerarnos los hombres: ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Por lo demás, lo que se busca en los administradores es que sean fielesEn cuanto a mí, poco me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. Ni siquiera yo mismo me juzgo4Pues aunque en nada me remuerde la conciencia, no por eso quedo justificado. Quien me juzga es el SeñorPor tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor: él iluminará lo oculto de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones; entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza debida” (1 Cor 4, 1-5).

"En fin, al Ángel de la Iglesia de Laodicea escribirás: Esto dice la misma Verdad, el testigo fiel y verdadero, el principio de las creaturas de Dios. Conozco bien tus obras que ni eres frío, ni caliente: ¡ojalá fueras frio o caliente! Más por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca; porque estás diciendo: Yo soy rico y hacendado y de nada tengo falta, y no conoces que eres un desdichado y miserable y pobre y ciego y desnudo. Aconséjote que compres de mí el oro afinado en el fuego, con que te hagas rico y te vistas de ropas blancas, y no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio para que veas" (Apoc 3 14-18).

«Vas a ser juzgado sobre el amor y vas a ser juzgado por el Amor» (S. Juan de la Cruz).

"El que se miente a sí y escucha sus propias mentiras llega a no distinguir ninguna verdad ni en su fuero interno ni a su alrededor, pues deja de respetarse a sí mismo y de respetar a los otros" (Dostoievski).

Infierno

"Estando un día en oración (...) entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían preparado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio; más aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme (...). Los dolores corporales (...) mayores que se pueden acá pasar (...) no es nada en comparación de lo que allí sentí y ver que habrían de ser sin fin y sin jamás cesar (...). Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parezca nonada todo lo que acá se puede pasar; y así me parece, en parte, que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles (Sta. Teresa, Vida, c. 32).

"De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (...) y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece cierto en mí que por librar a una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana (...). Esto me hace pensar también que en cosa que tanto importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéramos de nuestra parte; no dejemos nada, y plegue al Señor sea servido de darnos gracia para ellos (Sta. Teresa, Vida, c. 32).

“La opción de vida del hombre se hace en definitiva con la muerte; esta vida suya está ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida, puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno” (Benedicto XVI, Spe salvi n. 45).

Cielo

1 No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotrosY adonde yo voy, ya sabéis el camino” (Jn 14, 1-4).

Cada alma tiene una “firma secreta”: a lo largo de la vida va buscando algo de lo que sólo encuentra indicios, “intuiciones tentadoras, promesas jamás cabalmente cumplidas” (C.S. Lewis, El problema del dolor, p. 143). Ese algo deseado firmemente, se refiere también al “cordón invisible” que une los libros que realmente nos gustan: “Usted sabe muy bien cuál es la característica común que hace que a usted le gusten, aunque no pueda expresarlo con palabras. Sin embargo, la mayoría de sus amigos no lo entiende en absoluto y a menudo se preguntan por qué gustándole a usted esto también le gusta aquello otro” (Ibidem, p. 142). Si ese algo se manifestara, lo reconoceríamos. Sin ninguna duda diríamos: Aquí, por fin, está aquello para lo que he sido hecho. Y eso, plenamente manifestado, será el cielo para cada persona.

“En la patria divina todas las almas están unidas a Dios. Se alimentan de esa visión. Las almas se hallan enteramente poseídas por su amor a Dios en un éxtasis absoluto. Existe un inmenso silencio, porque para estar unidas a Dios las almas no tienen necesidad de palabras. La angustia, las pasiones, los temores, el dolor, las envidias, los odios y las inclinaciones desaparecen. Sólo existe ese encuentro de corazón a corazón con Dios. El Cielo es el corazón de Dios. Y ese corazón siempre será silencio” (Cardenal Robert Sarah, La Fuerza del silencio, pp. 107-108).

Purgatorio

“Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde [en e purgatorio], y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, «como a través del fuego». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios” (Benedicto XVI, Spe Salvi, 47).


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