sábado, 28 de abril de 2018

Misterios gozosos (4)


El cuarto Misterio gozoso puede enunciarse de dos maneras: “La presentación del Niño en el Templo”, que subraya el aspecto cristológico, y “La purificación de Nuestra Señora”, que destaca el contenido mariano.

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El Papa Benedicto, en su libro “Jesús de Nazaret” advierte que san Lucas (que era griego), al escribir este pasaje de la vida del Señor, no pretendía ser riguroso en reflejar la Ley de Israel en lo referente a las cuestiones que todo judío observante tenía que realizar. Sino, más bien, lo que desea el evangelista es mencionar el núcleo teológico de la escena: la importancia del primer encuentro de Jesús, como Mesías y Salvador, con el Templo.

Toda familia judía, al nacer su primogénito, tenía que observar tres cosas: la circuncisión del niño (a los ocho días de nacido: se le ponía el nombre), la purificación de la madre (no salir de la casa a actividades litúrgicas, por la impureza contraída y, a los cuarenta días del parto, ofrecer un sacrificio: dos pichones o dos tórtolas para las familias pobres) y el rescate del niño (en cuanto fuera posible, pagar cinco siclos a cualquier sacerdote). Estas tres obligaciones se podrían cumplir sin presentarse en el Tempo.     

En el caso de Jesús, se llevó a cabo la circuncisión y la purificación de la Madre, pero no el rescate del primogénito, porque no hacía falta: no tiene que ser rescatado de la dedicación al servicio de Dios, pues esa es precisamente su misión. Lo que María y José hicieron es, por el contrario, llevar al Niño al Templo para presentarlo y ofrecerlo a Dios, como el Mesías y Salvador del mundo.

San Lucas destaca principalmente el hecho de que el Señor entrara al Templo por primera vez, para cumplir así su oficio mesiánico. Se encuentra, a su vez, con el Antiguo Testamento representado por Simeón y Ana, dos ancianos justos y observantes de la Ley que, gracias a su estar inmersos en Dios por la oración, pueden dejarse mover por el Espíritu Santo y proclamar que Jesús es Luz de las naciones, y gloria y consuelo de la casa de Israel.

El Espíritu Santo es el Consolador que produce un gran gozo en quienes reconocen a Jesús como el Cristo. La condición es vivir para escucharlo y ser dóciles a sus mociones, como Simeón y Ana.

Hay que hacer notar también la obediencia de María y José a las prescripciones de la Ley. Nuestra Señora y su esposo son judíos observantes. Viven la Ley con un gran gozo. No la ven como un peso difícil de llevar sino como un tesoro riquísimo del cual se alimentan diariamente. María no necesitaba de ninguna purificación porque Ella es “Tota pulchra”, toda hermosa y sin mancha. Pero se somete al rito de la purificación.

“¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! –Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón” (San Josemaría, Santo Rosario).

María no necesita purificarse, pero sí puede purificar, con su vida santa, el pecado del mundo, nuestro pecado. Por otra parte, Ella puede y quiere ayudar a recorrer el camino de la purificación que todos los pecadores necesitamos. Ella es la patena en la que nos ofrecemos al Señor para unirnos a su Cruz y convertirnos en Eucaristía (cfr. Tomo IV de los Dictados de Jesús a Marga).

María nos da ejemplo del deseo de expiación que experimentan las almas santas. Para ellas no es un “sacrificio” expiar, sino un gran gozo, porque desean unirse a la Pasión y Muerte de Cristo.

Simeón le anunciará a la Virgen que una espada atravesaría su corazón. De esta manera le da a conocer, por inspiración del Espíritu Santo, que Ella estará íntimamente asociada por el Sacrificio de Cristo, como Signo de contradicción. Es decir, le adelanta la estrecha unión que tendrá Ella a la Cruz de su Hijo.  

San Josemaría, en el comentario al Cuarto Misterio gozoso, acentúa más los aspectos marianos, fijándose especialmente en la purificación de la Virgen.

“Su pluma avanza en clave mariana y desarrolla el tema a través de una bellísima reflexión sobre el mensaje –humano y cristiano– de la purificación de María. De esta manera, el mensaje inicial –"cumplir la Santa Ley de Dios"– se prolonga ahora en la idea de "purificación" del alma –"a pesar de todos los sacrificios personales"–, que en el contexto del 4° Gozoso se constituye como la propuesta central del Autor a los lectores; con esta secuencia: purificación – que es expiación – impulsada por el Amor” (Pedro Rodríguez, Comentario al 4° Misterio Gozoso, en “Santo Rosario” de San Josemaría”).

Unos meses antes de escribir su libro “Santo Rosario”, San Josemaría anota en sus apuntes íntimos unas consideraciones que les había hecho a las monjas del convento que estaba anejo a la Iglesia rectoral de Santa Isabel.

"Hoy entré en la clausura de Sta. Isabel. Animé a las monjas. Les hablé de Amor, de Cruz y de Alegría... y de victoria. ¡Fuera congojas! Estamos en los principios del fin. Santa Teresa me ha proporcionado, de nuestro Jesús, la Alegría –con mayúscula– que hoy tengo..., cuando, a1 parecer, humanamente hablando, debiera estar triste, por la Iglesia y por lo mío (que anda mal: la verdad): Mucha fe, expiación, y, por encima de la fe y de la expiación, mucho Amor" (Apuntes íntimos, 15-X-1931).  

En España eran momentos muy duros. Se había iniciado la quema de conventos. La Iglesia era abiertamente perseguida y se preparaba la guerra civil (1936-39). Y, sin embargo, San Josemaría les habla del Amor, como secreto para alimentar la fe y convertir todas las tribulaciones en motivo de expiación y de unión a Jesucristo en la Cruz y en la Gloria.

En conclusión, ¿qué podemos aprender de la meditación del Cuarto misterio gozoso del santo Rosario?: 1) deseos de ofrecer nuestra vida totalmente a Dios, como Jesús en su primera visita al Templo; 2) deseos de cumplir la Ley de Dios con libertad y gozo, como María y José; 3) deseos de no tener miedo a la purificación y a la expiación, sabiendo que la Virgen nos llevará por este camino para ofrecer a su Hijo un sacrificio agradable a sus ojos y para, por la Cruz (simbolizada en la espada que atraviesa su alma) contribuir a nuestra transformación eucarística en Cristo.



sábado, 21 de abril de 2018

Misterios gozosos (3)


En cada uno de los Misterios gozosos del Santo Rosario se manifiesta, de modo particular, la alegría de la Encarnación del Hijo de Dios. No hay otro suceso en la historia de la humanidad que más nos llene de gozo.

 

El Tercer Misterio gozoso es el que ocupa el centro de los cinco. No sólo por su posición entre ellos sino, sobre todo, porque en él se ven cumplidas todas las expectativas de Israel, representado principalmente por María y José.

Desde hacía nueve meses esperaban al Salvador. Así lo había anunciado el Ángel: el nombre del Hijo del Altísimo sería Jesús, que significa “Dios salva”. Sin embargo, pronto aprenderán, la Virgen y el Santo Patriarca, que el modo como se irían desarrollando las cosas no era quizá como cualquiera de nosotros lo hubiera planeado, sino muy distinto. Dios quiere venir al mundo de una manera llena de sencillez y humildad. Además, quiere que los que estarán más cerca de Él participen, desde el principio de su pobreza y de sus sufrimientos.   

En efecto, María y José comprenden que Dios es el que tiene la iniciativa siempre. Su misión es dejarse llevar por su Providencia admirable, sin oponerse a lo que va sucediendo en su vida con normalidad. Por ejemplo, cuando se promulga el censo de Quirino para todos los habitantes de Israel, ellos, con toda naturalidad, se disponen para ir al pueblo que es origen de su estirpe: Belén de Judá. No les extraña tampoco que, al llegar a Belén, no encuentren una posada para que María pueda dar a luz a su Niño. ¡Qué paradojas! El Rey del Universo no tiene dónde reclinar su cabeza, ya desde su nacimiento.

Tienen que salir de Belén y alojarse en una gruta a las afueras de la población, que sirve como establo para los animales. Y ahí, en esa pobreza sorprendente, en esa situación dolorosa, nace Jesús, como un implacable guerrero, en el silencio de la noche, desciende a una tierra de exterminio, dice la Sagrada Escritura. Quiere venir al mundo como un niño pequeño, inerme, indefenso, desvalido. Es el Dios Tres veces Santo, Omnipotente y Eterno, Suma Verdad y Suma Bondad y, al mismo tiempo, es un niño que llora de frío y necesita que su Madre lo envuelva en unos pañales y lo recueste en el pesebre.

¡Que grandes lecciones nos da Jesús en este Misterio! En primer lugar la lección de su gran Amor por los hombres. No rechaza el abajarse hasta lo más ínfimo para manifestarnos cuándo le importamos cada uno de nosotros. Quiere ser nuestro Hermano. Quiere pasar por todas las etapas de la vida por la que pasa cada hombre o mujer.

Nos da también otras lecciones: de humildad, de paciencia (sabe esperar 30 años antes de comenzar su misión de anunciar el Reino), de obediencia a la Voluntad de su Padre, de pobreza y desprendimiento.

Recientemente, el Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate, comenta cada una de las bienaventuranzas. Y, al detenerse en la primera de ellas, “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos”, dice lo siguiente:

“Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad. Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con aquella «santa indiferencia» que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosa libertad interior” (nn. 68 y 69).

Esa “santa indiferencia”, o abandono en la Providencia divina, es la clave para vivir en este mundo como vivió el Señor. Le interesa profundamente todo lo humano pero, al mismo tiempo, nos enseña a valorarlo en su justa medida. Los verdaderos valores no son los que vemos con nuestros ojos y tocamos con nuestras manos, es decir, las cosas materiales, sino los que vemos con nuestro espíritu, que nos da a conocer lo que trasciende. No es que sean despreciables las cosas de este mundo. No lo son porque todas han sido creadas por Dios. Pero Dios no quiere que nos quedemos en ellas, sino que sean como un trampolín que nos lleva a lo eterno, a lo que no pasa.

Jesús, en el Tercer Misterio gozoso, nos enseña a tener la madurez de una persona adulta y sabia, pero la sencillez de un niño recién nacido. Él lo dirá claramente durante su vida pública: “dejad que los niños se acerquen a mí”; “de los que se hacen como niños es el Reino de los Cielos”.

Platón, en el Timeo cuenta de un bárbaro que «había emitido un juicio irónico: afirmaba que los griegos eran aei paides, eterno niños: Platón no ve ahí reproche alguno, sino una alabanza de la esencia griega. Consta que los griegos querían ser un pueblo de filósofos, y no de tecnócratas; de eternos niños, pues, que veían en la admiración el más alto estado de la existencia humana. Sólo así se explica el significativo hecho de que los griegos no hiciesen uso práctico alguno de sus innumerables inventos». Hay un tácito parentesco entre el alma griega y el mensaje del evangelio. «No debe perecer la admiración en el hombre, la capacidad de sorprenderse y de escuchar, que no se pregunta sólo por la utilidad, sino que percibe la armonía de las esferas y se alegra precisamente por lo que no es de utilidad para los hombres» (cfr. J. Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1980, pp. 66-71),.

La infancia espiritual o vida de infancia es, como afirmaba continuamente san Josemaría Escrivá de Balaguer, un camino muy seguro para alcanzar la santidad. En el Diccionario de San Josemaría encontramos el siguiente párrafo:     

“Pequeñez y grandeza, humildad y audacia, debilidad y reciedumbre, voluntad enérgica y docilidad (Camino, 871), sencillez y prudencia, alegría íntima en el sufrimiento (Camino, 873): esas aparentes paradojas –que reflejan el espíritu del Evangelio y de las bienaventuranzas (cfr. ARELUNO, 1988, p. 169)– van mostrando los perfiles de la infancia espiritual. Su raíz profunda es la filiación divina; su fundamento operativo necesario es la humildad de la criatura que se abre a la grandeza de Dios. Va siempre acompañada de una fe firme, de una esperanza inquebrantable y de un amor tierno y fuerte, que ponen en quienes se saben hijos pequeños de Dios una particular facilidad para olvidar las penas y descubrir en todo motivos de alegría, de optimismo y de perseverancia, sobre todo, en el pedir: "Perseverar. –Un niño que llama a una puerta, llama una y dos veces, y muchas veces..., y fuerte y largamente, ¡con desvergüenza! Y quien sale a abrir ofendido, se desarma ante la sencillez de la criaturita inoportuna... –Así tú con Dios" (Camino, 893)” (Voz “Infancia espiritual”, de María Elena Guerra Pratas).

Terminamos con una referencia a María, en relación a la práctica de la infancia espiritual.

“La noción de infancia espiritual está caracterizada también en la doctrina de san Josemaría por una intensa acentuación mariana. El abandono en manos de Dios es, al mismo tiempo, por indiscutibles razones teológicas, abandono en las manos maternales de María: "forma suprema de la vida teologal" (ARELLANO, 1988, p. 167). San Josemaría ruega ese don filial a la Madre de Dios y de los hombres: "Infancia sobrenatural: vida de Fe, vida de Amor, vida de Abandono. Fiat. Madre Inmaculada, ¡Tú lo harás!" (CECH, p. 24). Y lo vivió acogiéndose a su maternal protección (cfr. C, 884, 898; AD, 290). Ella es Modelo de humilde confianza en Dios: "El canto humilde y gozoso de María, en el «Magníficat», nos recuerda la infinita generosidad del Señor con quienes se hacen como niños, con quienes se abajan y sinceramente se saben nada" (F, 608). Y es también Maestra en el arte de hacerse como niños ante Dios: "el misterio de María nos hace ver que, para acercarnos a Dios, hay que hacerse pequeños. En verdad os digo –exclamó el Señor dirigiéndose a sus discípulos–, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18, 3). Hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños. Y todo eso lo aprendemos tratando a María" (ECP, 143). La hija predilecta de Dios es el prototipo de la vida de infancia” (Ibidem).



sábado, 14 de abril de 2018

Misterios gozosos (2)


El regocijo que caracteriza a los misterios gozosos del Santo Rosario “se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen "saltar de alegría" a Juan (cf. Lc 1, 44)” (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 20).

Jerónimo Ezquerra. La Visitación, s.f. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga 

En su última Exhortación Apostólica, Gaudete et Exultate, el Papa Francisco nos sugiere vivir cinco notas o aspectos de la santidad en el mundo actual, que se pueden resumir en los siguientes puntos: 1) humildad y mansedumbre, 2) alegría y buen humor, 3) laboriosidad y diligencia, 4) fraternidad y espíritu de familia, y 5) vida de oración.

Estos cinco modos de expresar la santidad en nuestra época los podemos contemplar en el Segundo Misterio Gozoso: la Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel.

1. María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña

Los vemos en la escena que relata San Lucas (Lc 39-56).

39 En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá;

En su “Introducción a la vida devota”, San Francisco de Sales señala cuál es la verdadera devoción.

“Consiste en cierto grado de excelente caridad, no sólo nos hace prontos, activos y diligentes, en la observancia de todos los mandamientos de Dios, sino además, nos incita a hacer con prontitud y afecto, el mayor número de obras buenas que podemos, aun aquellas que no están en manera alguna mandadas, sino tan sólo aconsejadas o inspiradas”.

El Arcángel Gabriel le había dicho a la Virgen: “También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril” (Lc 1, 36). Y Nuestra Señora ve en esa noticia, que podría parecer un poco marginal dentro de todo el resto del mensaje de la Anunciación, una inspiración de Dios mismo que la lleva gustosa a hacer un largo viaje para acompañar a su prima.   

Pero esa prontitud, espíritu de sacrificio y diligencia para tomar la decisión de salir de viaje a las montañas de Judea es fruto de la intensa vida interior de la Virgen.

“La viva y verdadera devoción, ¡oh Filotea!, presupone el amor de Dios; mas no un amor cualquiera, porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se llama gracia, la cual nos hace agradables a su divina Majestad; cuando nos da fuerza para obrar bien, se llama caridad; pero, cuando llega a un tal grado de perfección, que no sólo nos hace obrar bien, sino además, con cuidado, frecuencia y prontitud, entonces se llama devoción” (Ibidem).

Lo primero en la Virgen es el amor a Dios: eso es lo que la mueve a ir con su prima Isabel; eso es lo que la lleva a ver en Isabel a una hija de Dios que es anciana, está encinta, y necesita la ayuda de una mujer joven, como María, que pueda acompañarla y hacerle más llevadero el embrazo a edad avanzada.

Algunos padres de la Iglesia y escritores apócrifos dicen que María pasó algunos años, cuando era muy pequeña, en el Templo de Jerusalén. Joaquín y Ana la presentaron ahí, a los tres años de edad, y luego la habrían dejado en el Templo a cargo de sus parientes Zacarías e Isabel, que eran de linaje sacerdotal. De esa manera, María habría convivido mucho con Isabel y la quería como si fuera una segunda madre.

De cualquier manera, es notable la prisa de Nuestra Señora por llegar a la montaña de Israel y poder ser útil a Zacarías e Isabel.

2. La fe alegre de Nuestra Señora 

La presencia de la Virgen en Ain Karim es fuente de alegría para aquella casa.

40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41 Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo
42 y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
44 Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
45 Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

La alegría cristiana es fruto del Espíritu Santo. María está llena de Él y es causa de nuestra alegría.

La alegría y el buen humor del cristiano, como dice el Papa Francisco en Gaudete et Exultate son «gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14, 17). “María, que supo descubrir la novedad que Jesús traía, cantaba: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1, 47)” (GE, 122 y 124).

El Espíritu Santo suscita la fe. Por lo tanto, la alegría es fruto de la fe: “Bienaventurada la que ha creído”. Cuanta más fe se tiene, más alegría se despliega en cada momento de la vida. Así sucedía a Nuestra Señora.

Impulsados por la fuerza de la fe, decimos a Jesús:

«¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor! Y dirigimos también esta plegaria a Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Maestra de fe: ¡bienaventurada tú, que has creído!, porque se cumplirán las cosas que se te han anunciado de parte del Señor (Lc 1, 45(San Josemaría, Amigos de Dios, n. 204). «¡Madre, ayuda nuestra fe!» (Francisco, Carta enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 60).

3. La humildad de María 

La respuesta de María al elogio de Santa Isabel es la humildad. Ella es una joven insignificante. Todo se lo debe al Señor. Por eso entona el cántico del Magnificat.

46 María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
47 se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
48 porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
49 porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
50 y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
51 Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
52 derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
53 a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
54 Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
55 –como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
56 María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa. 

Ya hemos hablado de la humildad de la Virgen en el Primer Misterio Gozoso. Pero nunca es suficiente. Podríamos estar contemplando, sin acabar, este rasgo mariano que está en la base de toda su santidad.

“La humildad es la verdad”, decía Santa Teresa de Jesús. La humildad de María es plenamente sincera. Ella vive en la verdad. Sabe que todo es su vida es gracia. No hay nunca un pensamiento de amor propio (de “autorreferencialidad”, como dice el Papa Francisco con frecuencia).

Aunque no lo dice expresamente la Sagrada Escritura, San Josemaría imaginaba a María en compañía de José. Nosotros también podemos verlo así: "Acompaña con gozo a José y a Santa María"; "te enternecerás ante el amor purísimo de José" (cfr. Josemaría Escrivá de Balaguer, Santo Rosario).

El 2 de julio de 1974 (antigua fiesta de la Visitación de Nuestra Señora y día en que, 13 años antes, se apareció por primera vez la Virgen en Garabandal) san Josemaría estaba en Chile y, comentaba sobre el retablo del oratorio de Antullanca, una casa de retiros del Opus Dei en ese país, lo siguiente:

"He hecho la oración esta tarde allí [en Antullanca], pensando en vosotros, media hora o tres cuartos de hora escasos, antes de venir aquí. [...]. En el oratorio han colocado unos cuadros muy simpáticos, de escuela quiteña, del tiempo colonial. Uno representa la Visitación de Nuestra Señora, y se ve a Santa Isabel que recibe a la Virgen, y luego a Zacarías que saluda a San José. Me he vuelto a conmover. Ya lo había visto ayer, pero hoy he seguido mi oración con los ojos puestos unas veces en el Sagrario, y otras en el cuadrito".

Nosotros también podemos conmovernos, una vez más, ante esta escena tan entrañable de la vida de Cristo y de su Madre.      




sábado, 7 de abril de 2018

Misterios gozosos (1)


El próximo lunes, 9 de abril, celebraremos en toda la Iglesia la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Estamos terminando la Semana de Pascua y la alegría de la Resurrección del Señor invade nuestra alma.

La Anunciación, de Fra Angelico.jpg

Por otra parte, el 16 de octubre de 2018 se cumplen 15 años del final del Año del Rosario (2002-2003), proclamado por San Juan Pablo II un año antes, con la publicación de la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (RVM).

Hemos pensado dedicar los posts de este blog, a partir de ahora y durante las siguientes 20 semanas, a la contemplación del misterio de Cristo, en los 20 misterios del Santo Rosario (ver El Santo Rosario, en Garabandal y este vídeo de Pueblo de María).

“El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio” (RVM, 1).

El Rosario era la oración predilecta de San Juan Pablo II: “¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad” (RVM, 2). Es un camino de auténtica contemplación que se corresponde, de algún modo, con la “oración del corazón”, u “oración de Jesús”, surgida sobre el humus del Oriente cristiano (cfr. RVM, 5).

En el Rosario contemplamos el rostro de Cristo y la mejor manera de hacerlo es de la mano de Nuestra Señora, buscando los cinco aspectos de la contemplación de Cristo que Ella nos enseña: 1) Recordar los misterios de Cristo, 2) Comprenderlos, 3) Configurarse con Él, 4) Rogarle a través de María (especialmente por la paz y por la familia) y 5) Anunciar a Cristo con María (cfr. RVM, 12-17). “Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo” (RVM, 10).

Iremos, por tanto, señalando algunos puntos que nos puedan servir para contemplar con más fruto los misterios del Rosario. En primer lugar, los gozosos.

Misterios gozosos del Santo Rosario. La Anunciación del Señor o la Encarnación del Hijo de Dios

Se aconseja rezar los misterios gozosos los lunes y los sábados. El primero es la Anunciación del Señor, que contemplaremos a continuación.

1. “Alégrate María”

La característica principal de estos misterios es “el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: "Alégrate, María"” (RVM, 20).

“En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»”  (Lc 1, 26-28).

¿Por qué el Arcángel Gabriel comienza con estas palabras el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios? Porque no puede haber noticia más buena (Evangelio) para el hombre caído. Es la Luz de Dios que se enciende de una manera sorprendente y comienza a disipar las tinieblas del pecado.

La alegría de la Virgen es silenciosa, contenida. Sólo la guarda ella, en un principio: no se la comunica ni a José, su esposo. Es la alegría y el silencio de Dios en Ella. Así comienza la redención de los hombres. De este modo, tan oculto y sencillo, inicia la revelación del designio salvífico de Dios.
   
¿Cuál es la causa de la alegría de la Virgen? La gracia de la que está llena delante de Dios: “El Señor está contigo”. La presencia de Dios en nuestra vida, y de un Dios tan cercano que se ha querido hacer uno de nosotros, es la razón de nuestra alegría permanente, que nadie nos puede quitar. El saber que Dios nos ama tanto, el conocer el amor de Dios en profundidad es lo que más nos puede alegrar en esta vida.

Si conocieras el amor de Dios”, dice Jesús a la samaritana, junto al Pozo de Sicar. María nos enseña a conocer el amor de Dios porque Ella lo experimentó toda su vida pero especialmente a partir de que tuvo en su seno al Altísimo que se hizo Niño pequeño dentro de Ella.  

“Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo "envolvió en pañales y le acostó en un pesebre" (Lc 2, 7)” (RVM, 10).

Siempre que leemos el relato de la Anunciación lo deberíamos hacer de rodillas: tan sublime es todo lo que ahí se expresa con la mayor sencillez.

Los santos —como san Josemaría— y los artistas cristianos, como Fra Angélico, se imaginan a María recogida en oración. Su alegría era una alegría con contenido. María era una mujer reflexiva, que meditaba en su corazón todo lo que sucedía en Ella y a su alrededor.

2. La humildad del Creador y la humildad de la creatura

Benedicto XVI, en la homilía que pronunció en el Santuario de Loreto el 2 de septiembre de 2007, decía que en la contemplación de este misterio podemos aprender la humildad del Creador y la humildad de la creatura. La encarnación es un encuentro de dos humildades.

“Dios "ha puesto los ojos en la humildad de su esclava" (Lc 1, 48). Dios aprecia en María la humildad, más que cualquier otra cosa. Aquí, nuestro pensamiento va naturalmente a la Santa Casa de Nazaret, que es el santuario de la humildad: la humildad de Dios, que se hizo carne, se hizo pequeño; y la humildad de María, que lo acogió en su seno. La humildad del Creador y la humildad de la criatura” (Benedicto XVI, Homilía del 2-IX-2007).

Al contemplar el primer misterio gozoso podemos fijarnos también en este otro rasgo de la Virgen que la hace ser tan querida por Dios: la humildad.

“Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin»”  (Lc 1, 29-33).

María es consciente de la trascendencia de las palabras del Ángel. Por eso se “turba”, en su humildad. Es la reacción natural de una joven que se sabe muy poca cosa y se asombra de la misión sublime a la es llamada: ser la Madre de Dios.

El Papa Benedicto XVI afirmaba que actualmente no se valora debidamente la virtud de la humildad. El humilde parece que no tiene nada que decir al mundo. Y sin embargo, este es el camino real, decía.

Y no sólo porque la humildad es una gran virtud humana, sino, en primer lugar, porque constituye el modo de actuar de Dios mismo. Es el camino que eligió Cristo, el mediador de la nueva Alianza, el cual, "actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 8)” (Ibidem).

Por eso, el Papa aconsejaba a los jóvenes en Loreto:

“El mensaje es este: no sigáis el camino del orgullo, sino el de la humildad. Id contra corriente:  no escuchéis las voces interesadas y persuasivas que hoy, desde muchas partes, proponen modelos de vida marcados por la arrogancia y la violencia, por la prepotencia y el éxito a toda costa, por el aparecer y el tener, en detrimento del ser” (Ibidem).

3. El fiat de la Virgen. La vocación de cada hombre: maduración en la fe

El primer día de la creación Dios dijo “Fiat Lux”, “Qué la Luz exista”. Con la encarnación de Jesucristo, comienza el camino de la Nueva Creación, que culminará el día de la Resurrección del Señor con un nuevo estallido de Luz divina para el hombre y para el mundo.  

Cristo es el Camino. En Él conocemos el amor de Dios y conocemos la dignidad de cada hombre. Mirar a Cristo es la vocación de todo hombre. Él desea salvarnos pero nos pide corresponder a la fe que nos da a todos. La vocación personal es una maduración de nuestra fe en Cristo.

Dios quiere contar con nosotros, con nuestra libertad. Al “Fiat lux” de la creación, responde María con su sencillo “fiat mihi secundum verbum tuum”; “hágase en mí según tu palabra”.

“Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios.
También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, «porque para Dios nada hay imposible»».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró” (Lc 1, 34-38).
 
Ante la pregunta de María sobre cómo podrá llevarse a cabo el designio salvífico de Dios (el nombre de “Jesús” que debe poner a su Hijo significa “Dios salva”), la respuesta del ángel, en el fondo es sencilla: ten fe, Dios lo hará todo, “para Dios no hay nada imposible”.

El amor de Dios se manifiesta para cada uno de modo diferente, porque todos somos hijos suyos “únicos”. No hay dos almas iguales. Cada uno tenemos una vocación personal, que también puede realizarse en uno de los muchos caminos de santidad que se han abierto en la Iglesia.

Dios no deja sin vocación o sin misión a nadie. Cada uno tenemos la tarea de descubrir la propia vocación y de seguirla, confiando plenamente en que “quien ha comenzado en nosotros una obra buena, Él la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús” (cfr. Fil 1, 6).

Dios es quien escoge a cada hombre para una misión. A partir de la Encarnación a todos nos llama a mirar a Cristo porque en Él podemos conocer a Dios y conocer al hombre, es decir, a cada uno de nosotros.

Dios cuenta con nosotros. Para Él cada hombre vale toda la Sangre de Cristo (cfr. 1 Cor 6, 20). Hemos sido creados a imagen suya. Esta es una gran enseñanza del misterio que contemplamos. Él es capaz de escoger a una humilde doncella de un pequeño pueblo de Israel en la Madre de Dios, la Mujer del Apocalipsis vestida de sol, con la luna a sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (cfr. Apoc 12, 1).  

Hace años, al principio de su pontificado, Juan Pablo II nos animaba a contemplar el misterio de la Encarnación, y a reconocer la gran dignidad de cada persona humana.

«Al recordar que “el Verbo se hizo carne”, es decir, que el  Hijo de Dios se hizo hombre, debemos tomar conciencia de lo grande que se hace todo hombre a través de este misterio; es decir, ¡a través de la Encarnación del Hijo de Dios! Cristo, efectivamente, fue concebido en el seno de María y se hizo hombre para revelar el amor eterno del Creador y Padre, así como para manifestar la dignidad de cada uno de nosotros» (Juan Pablo II,  Alocución en el rezo del Angelus, Santuario de Jasna Gora, 5-VI-79).

No temas, María”. Son las mismas palabras que Jesús dice a sus discípulos en el día de la Resurrección: “No teman”. El secreto para ser fiel a la vocación personal es confiar totalmente en Dios, como lo hace María: “fiat mihi secundum verbum tuum”.    

Al final de esta reflexión, pedimos al Señor que, por mediación de la Santísima Virgen, nos conceda penetrar más profundamente en este misterio.

«Por el misterio de la Encarnación del Verbo,  en los ojos de nuestra alma, ha brillado la luz nueva de tu resplandor, para que contemplando a Dios visiblemente, seamos por Él arrebatados al amor de las cosas invisibles» (Prefacio de Navidad).