sábado, 27 de mayo de 2017

"Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo"

Después de la Resurrección Jesús, durante cuarenta días, enseñó muchas cosas a sus discípulos, “por medio del Espíritu Santo” (cfr. Primera Lectura de la Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A: Hch 1, 1-11).

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Ahora, veinte siglos después, el Espíritu santo no se cansa de enseñar, aunque nosotros sí de aprender.

Diez días después de su Ascensión a los Cielos, los apóstoles serán “bautizados con el Espíritu Santo” (ibídem). Sin embargo, la actividad del Paráclito sobre ellos ya había comenzado, de una manera nueva, desde el día de la Resurrección, cuando, al atardecer, Jesús se presenta en el Cenáculo y les dice: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengan, les son retenidos” (Jn 20, 22.23). La Iglesia ha entendido siempre —y así lo ha definido— que Jesucristo con estas palabras confirió a los Apóstoles la potestad de perdonar los pecados, poder que se ejerce en el sacramento de la Penitencia.

Durante cuarenta días Jesús “les habló del Reino de Dios” (cfr. Primera Lectura de la Misa), es decir, de la presencia de Dios en el mundo, que no se refiere solamente al Reino futuro, sino también a un Reino presente porque Cristo está presente, por medio del Espíritu, “ayer, hoy y siempre” (cfr. Hb 13, 8).

En la Colecta de la Misa de la Vigilia de la Ascensión le pedimos a Dios nos conceda “que él, de acuerdo a su promesa, permanezca siempre con nosotros en la tierra, y nos permita con él vivir en el cielo”.

Jesús está presente, con nosotros, de una manera nueva: más fuerte incluso que la que tenía cuando vivió en la tierra, en su carne mortal, porque es una presencia espiritual, verdadera, inmediata y cercana, por medio de la Palabra y los Sacramentos, en el Espíritu Santo.

Siempre me ha llamado la atención lo que comenta el Papa Benedicto XVI, en Jesús de Nazaret, sobre la presencia de Jesucristo en el mundo, y en cada uno de nosotros, después de su Ascensión: “en este contexto se inserta luego la mención de la nube que lo envuelve y lo oculta a sus ojos (…). La observación sobre la nube tiene un carácter claramente teológico. Presenta la desaparición de Jesús no como un viaje hacia las estrellas, sino como un entrar en el misterio de Dios. Con eso se alude a un orden de magnitud completamente diferente, a otra dimensión del ser”.

Antes de su Ascensión, Jesús comió con sus discípulos, que le preguntaron: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Y Jesús les contestó: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad” (cfr. Primera Lectura). 

Al estar “sentado a la derecha del Padre”, después de su Ascensión, Jesús participa de la soberanía de Dios sobre todo el espacio. Jesús «no se ha marchado», sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está siempre presente junto a nosotros, y por nosotros en los demás y en el mundo.

En los discursos de despedida en el Evangelio de Juan, Jesús dice precisamente esto a sus discípulos: «Me voy y vuelvo a vuestro lado» (Jn 14, 28). Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca de nosotros. Ahora ya no se encuentra en un solo lugar del mundo, como antes de la «ascensión»; con su poder que supera todo espacio, Él no está ahora en un solo sitio, sino que está presente al lado de todos, y todos lo pueden invocar en todo lugar y a lo largo de la historia.

Cristo, en el Espíritu Santo y por medio de Él, está presente en cada uno de quienes nos incorporamos a Él por medio de la Cruz (especialmente por medio de su Presencia Eucarística), por medio de la cual Jesús fue “elevado”.

El triunfo de Cristo se completa, plenamente, en su Ascensión a los Cielos. Por eso la Iglesia nos invita a pedir a Dios que nos conceda rebosar de alegría y darle gracias, pues la Ascensión de Cristo “es también nuestra victoria”. “Tu nobis Victor Rex, miserere” (Secuencia de Pascua). Que el Señor Victorioso, sea siempre nuestro Rey y tenga piedad de nosotros.



sábado, 20 de mayo de 2017

Dar razón de nuestra esperanza

Estamos terminando el Tiempo Pascual. Mañana celebraremos el Sexto Domingo de Pascua. En la Colecta de la Misa le pediremos a Dios que nos conceda “continuar celebrando con incansable amor estos días de tanta alegría en honor del Señor resucitado”.


Los primeros cristianos daban razón de su esperanza “con incansable amor”. No se cansaban (en el espíritu) porque amaban mucho. Eso es lo que ahora necesitamos nosotros: amar. Así daremos razón de nuestra Gran esperanza a todo el que nos la pida (explícita o implícitamente).

La Primera Lectura (Hch 8, 5-8.14-17), relata la misión de Felipe en Samaria, y como después llegan Pedro y Juan para completar, con la imposición de las manos sobre los recién bautizados, la labor que había hecho el diácono. Reciben el Espíritu Santo: los confirman en la fe y les administran un nuevo sacramento para fortalecerlos contra las adversidades.

No hay página de los Hechos de los Apóstoles en la que no aparezca, de una u otra manera, la acción del Espíritu Santo (Espíritu de Verdad y de Amor).

En la Segunda Lectura (1Pe 3, 15-18), Pedro nos pide (también a nosotros, aunque vivamos 2 mil año después de él) que veneremos al Señor en nuestros corazones (es decir, que escuchemos su voz atentamente y sigamos sus consejos), y que siempre estemos dispuestos a dar razón de nuestra esperanza, al que nos la pidiere. Las dos cosas van siempre unidas: rezar (escuchar al Señor) y amar (comunicar el gozo de nuestra esperanza a los demás).

También nos dice que lo hagamos “con sencillez y respeto” y “teniendo limpia la conciencia”, aunque nos critiquen, porque es mejor padecer por hacer el bien que por hacer el mal.

Padecimientos, de cualquier manera los tendremos en este mundo. Pero ¡cuánto mejor es hacer el bien, con sencillez y rectitud! Es inevitable que nos critiquen. Es inevitable encontrarnos con la Cruz. No podemos pretender quedar bien con todos. Con quien tenemos que “quedar bien” es con el Señor. Por eso es fundamental hacer todo con verdad.

El Cardenal Robert Sarah, en su último libro “La fuerza del silencio” (Ediciones Palabra, Madrid 2017, p. 182) escribe estas preciosas palabras:

“La llave del tesoro no es el tesoro. Pero, si entregamos la llave, entregamos el tesoro. La Cruz es una llave especialmente valiosa, aun cuando parezca una locura, un motivo de burla, un escándalo: repugna a nuestra mentalidad y a nuestra búsqueda de soluciones fáciles. Nos gustaría ser felices y vivir en un mundo de paz sin pagar ningún precio a cambio. La Cruz es un misterio asombroso. Es un signo de amor infinito de Cristo por nosotros”.

Y citando un sermón de San León Magno sobre la Pasión dice:

“Al ser levantado, amadísimos, Cristo en la Cruz, no os limitéis a ver en Él lo único que veían los impíos (…). Nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad, recibe con libertad y pureza de corazón la gloria que la Cruz irradia en el Cielo y en la tierra”.

Dar razón de nuestra esperanza” no es algo sencillo en el mundo en que vivimos. Hace falta rectitud, sencillez, pureza interior y amor a la verdad para vivir coherentemente y también para dar testimonio de la verdad con nuestras palabras.

En el Evangelio que meditaremos mañana en la Misa dominical (cfr. Jn 14, 15-21), Jesús pide a sus discípulos que le amen, por tanto, que cumplan sus mandamientos. Si lo procuramos hacer todos los días, desde el primer pensamiento, recibiremos el Espíritu de Verdad, que el mundo no puede tener, porque no lo ve ni lo conoce.

Es decir, lo que Jesús quiere —y nos ha dado ejemplo constante de ello— es que seamos plenamente sinceros. La primera condición para que un amor sea auténtico es que sea sincero. En cuanto falta la verdad, se empaña todo lo demás. No podemos fiarnos de quien no es sincero.

Para ser sinceros es necesario evitar la superficialidad, hacer examen, ser personas reflexivas que buscan actuar según una conciencia bien formada en los mandamientos del Señor (en la Ley de Dios).

Una de las mayores carencias de nuestra época es la falta de una formación seria de la conciencia de los cristianos. San Josemaría Escrivá de Balaguer solía distinguir entre la “libertad de conciencia” (que no es buena, porque es exaltar la libertad por encima de la verdad) y la “libertad de las conciencias” (que es necesaria, porque las acciones de quien no actúa libremente, no son humanas).

“Dar razón de nuestra esperanza” significa vivir a fondo nuestra fe y comunicar a todos la alegría de la esperanza cristiana, de la Gran Esperanza.

Benedicto XVI utiliza 12 veces, en la Encíclica Spe Salvi, la expresión “gran esperanza”. Por ejemplo:

“Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando « hasta el extremo », « hasta el total cumplimiento » (cf. Jn 13,1; 19,30)” (Spe Salvi, 27).

Y, más adelante, escribe lo siguiente:

“Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero « reino de Dios ». Esta esperanza parecía ser finalmente la esperanza grande y realista, la que el hombre necesita. Ésta sería capaz de movilizar –por algún tiempo– todas las energías del hombre; este gran objetivo parecía merecer todo tipo de esfuerzos. Pero a lo largo del tiempo se vio claramente que esta esperanza se va alejando cada vez más. Ante todo se tomó conciencia de que ésta era quizás una esperanza para los hombres del mañana, pero no una esperanza para mí” (Spe Salvi, 30).  

La única esperanza fiable es la del reino de Dios, que tiene su plenitud en Cristo. La gran esperanza que todos tenemos está en su glorioso advenimiento al final de los tiempos. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 673) dice lo siguiente:

“Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12)”.

Y en el número siguiente (n. 674) leemos:

“La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia se vincula al re-conocimiento del Mesías por “todo Israel” (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que “una parte está endurecida” (Rm 11, 25) en “la incredulidad” respecto a Jesús (Rm 11, 20)”.

Mientras llega ese momento, a nosotros nos compete empeñarnos en dar razón de esa Gran Esperanza que ya está incoada en la Vida de la Gracia que Cristo obtuvo en su Resurrección para todos los que quieran creer en Él.

En este mes de mayo, y siempre, lo hacemos por mediación de María Santísima, "vida, dulzura y esperanza nuestra". 


martes, 9 de mayo de 2017

Primera aparición de la Virgen de Fátima (13 de mayo de 1917)

Nuevamente adelantamos nuestro “post” semanal, que ordinariamente publicamos los sábados. El motivo, en esta ocasión, es la preparación para el 100° aniversario de la primera aparición de la Virgen en Fátima, el 13 de mayo de 1917.



Como es natural, en los últimos días se ha escrito mucho sobre Fátima. Y no es para menos. Quienes hemos presenciado directamente un éxtasis de alguien a quien, en ese momento, Jesús o la Virgen le están comunicando algo (como, por ejemplo, nosotros tuvimos la dicha de vivir en Garabandal, durante el verano de 1962, en varias ocasiones), sabemos la huella profunda que deja lo sobrenatural en nuestras vidas.   

Es verdad que deberíamos “experimentar” esa huella cada vez que recibimos un Sacramento (como el de la Penitencia o el de la Eucaristía). En realidad, deberíamos estar continuamente dando gracias a Dios por la vida nueva que nos ha ganado con su muerte y resurrección; por la gracia que tan abundantemente nos otorga.

Sin embargo, los hombres necesitamos también de otros consuelos divinos, más extraordinarios. No son indispensables, pero ¡cuánto ayudan!

Esta es la razón por la que María quiso aparecerse a los pastorcitos de Fátima. Vivían en un ambiente familiar de profunda fe. Sin las apariciones, hubieran podido haber transcurrido su vida como católicos ejemplares (como sus padres, sus abuelos, y el resto de las personas que vivían entonces en Ajustrel). Pero el Señor quiso que su Madre viniera a visitarnos de una manera extraordinaria, con una misión concreta: la conversión de los pecadores.

Los milagros y fenómenos extraordinarios sirven para encender nuestra fe. ¡Cuántas personas acudimos a los Santuarios Marianos, como Guadalupe, Lourdes o Fátima, para avivar nuestro amor a María y a Jesús! ¿Por qué vamos precisamente ahí? Porque esos lugares son testimonio de que Dios existe y ha actuado, muchas veces a lo largo de la historia, de manera clara y patente: con hechos que el hombre no puede explicar y sabe que proceden del Poder infinito de Nuestro Creador y Redentor.

Indudablemente, las más de cincuenta mil personas que presenciaron el milagro del sol, el 13 de octubre de 1917, no quedaron indiferentes después del suceso. Para la gran mayoría habrá sido un acontecimiento que marcó sus vidas para siempre.    

Así lo relata brevemente Joaquín Esteban Perruca en El Mensaje de Fátima (Ed. Palabra. Madrid, 1987):

“El 13 de octubre de 1917, en una aldea de Portugal, miles y miles de personas contemplaron. Asombradas, un prodigio en el cielo. Había estado lloviendo durante toda la mañana, pero, a eso del mediodía, cesó la lluvia, las nubes se disiparon y el sol empezó a brillar en el firmamento. De pronto, se convirtió en un disco de plata rodeado de una brillante corona. Luego, se puso a temblar, a dar vueltas sobre sí mismo, como una rueda de fuego, proyectando en todas direcciones haces de luz de distintos colores: verde, rojo, azul, anaranjado...
El fenómeno se repitió por tres veces y al final, el sol, zigzagueando, pareció desprenderse del firmamento y avanzar hacia la tierra. Cuando ya estaba muy cerca de la multitud, que, aterrada, había caído de rodillas, se detuvo repentinamente y, zigzagueando de nuevo, se alejó como se había acercado y se colocó otra vez en su lugar en el cielo.
Todo duró como unos diez minutos, y quienes lo vieron habían llegado a Fátima —que así se llamaba la aldea— atraídos por lo que, desde hacía meses, estaba allá sucediendo: la Santísima Virgen se había aparecido varias veces a tres pastorcitos, y en una de esas apariciones, les había prometido que en esa fecha —13 de octubre— haría una gran milagro para que todo el mundo creyera. Y el milagro se había producido”.

La misión de los tres pastorcitos fue ser testigos de Dios y luego, de comunicar al mundo su Verdad y su Bondad.

Dos de ellos —Francisco y Jacinto— serán canonizados por el Papa Francisco en unos días. Tuvieron muy poco tiempo para dar su testimonio pero, finalmente, fueron instrumentos dóciles y humildes en las manos de Dios. Por eso son santos.

Nuestra Madre les confirmó los medios, que ellos ya habían aprendido de sus padres, para alcanzar la santidad: la oración, la renuncia al propio yo, la entrega a los demás en la vida diaria, la frecuencia de los sacramentos.

En estos próximos días, preparándonos para el 100° aniversario de Fátima, podemos repetir mucho la oración del Ángel de la Paz (primera aparición del Ángel en la primavera de 1916) que, postrado de rodillas e inclinada la cabeza hasta casi tocar el suelo, repitió por tres veces:

Dios mío, creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, por los que no adoran, por los que no esperan ni te aman”.

También podemos hacer sacrificios pequeños. El Ángel, en su segunda aparición (verano de 1916) les dijo:

De todas las cosas podéis hacer un sacrificio. Ofrecédselos al Señor en reparación de tantos pecados con los que es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores. Procurad así atraer la paz sobre vuestra patria... Sobre todo, aceptad con resignación los sufrimientos que Dios os envíe...”.

También podemos repetir la oración que, en su tercera aparición, les sugirió el Ángel a los niños (otoño de 2016), mientras sostenía en sus manos un cáliz con una hostia de la cual caían algunas gotas de sangres, y que luego quedó misteriosamente suspendido en el aire:

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco los preciosísimos Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que él es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sagrado Corazón y por los del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”.

En esa ocasión, como sucedió a Conchita en Garabandal (18 de julio de 1962), el Ángel dio la Comunión a los tres pastorcitos.

Con las tres apariciones del Ángel de la Paz, Dios preparó a los niños para recibir el mensaje de la Virgen al año siguiente. Efectivamente, fue un 13 de mayo de 1917, hace hora cien años, cuando Francisco, Jacinta y Lucia vieron por primera vez a la Virgen.

Aquel día era el domingo anterior a la festividad de la Ascensión del Señor. Los niños habían asistido a Misa con sus padres. Justo al mediodía, estaban cuidando sus ovejas en la Cova da Iria. De pronto vieron dos “relámpagos” sucesivos. Llenos de temor se refugiaron y reunieron a sus ovejas. Pero, cerca de ellos, descubrieron una carrasca que brillaba envuelta en una cegadora claridad, y, sobre ella, una hermosa Señora que resplandecía como el sol. Era joven, muy joven.

Así la describe Joaquín Esteban Perruca:

“Llevaba una túnica blanca, como la nieve, ajustada al cuello por un cordón dorado cuyos extremos descendían hasta la cintura; cubría su cabeza con un manto también blanco, con los bordes dorados. Era bellísima, con un rostro de facciones delicadas y unos ojos muy negros que brillaban como el sol. Tenía las manos juntas sobre el pecho y del brazo derecho colgaba un bonito rosario de cuentas blancas, rematado por una cruz plateada. Y sonreía, aunque en su rostro se reflejaba como una o de tristeza...”.
 
María les pide encontrarse con Ella, en ese lugar, seis veces seguidas, cada día 13. Pero ¿qué más les pide la Virgen en la primera aparición?

En primer lugar ofrecer sus sufrimientos en reparación por los pecados de los hombres:

¿Queréis ofrecer a Dios sacrificios y aceptar todos los sufrimientos que os envíe en reparación por tantos pecados que ofenden a su Divina Majestad? ¿Queréis sufrir para obtener la conversión de los pecadores, para reparar las blasfemias y todas las ofensas hechas al Inmaculado Corazón de María?”.

Luego les otorga, como Madre de Dios, la fuerza para cumplir su misión. María separó las manos, haciendo brotar de ellas unos haces de luz misteriosa que penetró en los niños “hasta lo más profundo de su alma”. Entonces cayeron de rodillas, y, movidos por un impulso irresistible, que venía de Dios, rezaron: “¡Oh, Santísima Trinidad, yo te adoro!” “¡Dios mío, yo te amo!” (cfr. relato de Joaquín Esteban Perruca).

Por último, la Virgen recomendó a los pastorcitos que rezaran todos los das el Rosario.

Lucia se atrevió a hacerle la última pregunta:

— ¿Podrías decirme si la guerra terminará pronto o durará mucho?

— “No te lo puedo decir ahora —repuso la Señora—, porque antes he de decirte lo que quiero...”.

Dichas estas palabras, la Aparición se fue alejando hacia el oriente, sin mover los pies, hasta que se desvaneció en la luz del día.

¿Qué podemos hacer en este mes de mayo, recordando la primera aparición de la Virgen en Fátima?

La conclusión es clara. Nuestra Señora nos vuelve a pedir, cien años después:

1) Que no tengamos miedo al dolor y que ofrezcamos nuestros sufrimientos (los que cada uno recibe enviados por la Providencia llena de misericordia del Señor), con alegría —en adoración de la Santísima Trinidad—, delante de Jesús en la Eucaristía;
2) Qué lo hagamos en reparación por todo lo que ofendemos los hombres a Dios en el mundo, es decir, con sentido de reparación; y
3) Que no dejemos de rezar el Santo Rosario todos los días por esta intención que María tiene en el centro de su Inmaculado Corazón.

En resumen, lo que la Virgen quiere es nuestra conversión y la de todos los hombres. Es Nuestra Madre y no parará hasta llevarnos al cielo, como a los tres pastorcitos de Fátima.  



martes, 2 de mayo de 2017

Mensaje urgente para España

Adelantamos la publicación de nuestro “post” semanal, porque nos parece importante colaborar con la trasmisión de un mensaje doble (de Jesús y de la Virgen) que recibió Marga ayer, 1° de mayo (ver la página web de VDCJ). 

Graham Gercken 1960 | Australian Impressionist Landscape painter

Es un mensaje urgente del cielo para España, especialmente para sus sacerdotes y obispos pero también para todo el pueblo. Los responsables de la web (VDCJ) nos animan a darlo a conocer a muchos: "difúndelo, porque eso es lo que nos piden Jesús y María".

El Papa Francisco, como todos los años en el “Domingo del Buen Pastor” (4° de Pascua) celebrará ordenaciones presbiterales. Por eso, los mensajes recibidos por Marga, ahora, son especialmente oportunos.

Los transcribimos a continuación. Entre paréntesis sencillos () y en cursivas ponemos las notas de Marga.

Un solo comentario nuestro: San Martín de Tour (fallecido en 397), ya anciano y muy desgastado, solía decir: “non recuso laborem”, es decir: “no rechazo el trabajo”. Es un buen consejo para todos los sacerdotes, especialmente para los mayores.

01-05-2017 
Mensaje urgente para España.
Especial para los Sacerdotes.

Jesús:

Aún estás a tiempo, España, de reponerte de todas tus abominaciones.

Aún estás a tiempo. Atiéndeme y oye el Mensaje que te envío por esta pequeña niña.

Quiero que los sacerdotes de España se arrodillen ante el Santísimo a rezar, insistentemente, decenas del Rosario por la Paz.

Una cruenta guerra civil os amenaza, nuevamente, desde el Norte (Esto ya lo dijo hace tiempo, cuando gobernaba Aznar en España).

Rezad, orad y sacrificaos por vuestra amada Patria, España.

Siempre la espada de la guerra civil pende sobre vuestras cabezas. (Lleva mucho tiempo esta amenaza sobre nosotros). Siempre, mi Amada Sierva, María la ha evitado. Ahora no puede evitarla más porque no encuentra almas que oren y se sacrifiquen por vuestros hermanos en esta amada tierra de María, España. ¿Queréis ser vosotros de esas almas?

España es un experimento para otros países. Donde otros países se miran. Y donde el modelo implantado se quiere exportar a otras tierras.

Querida: Rosarios por la Paz. Decenas de Rosarios por la Paz.

Esto es lo que tienes que decirles de mi parte.

También que, dado que “a la Eucaristía cada vez se le da menos importancia” (Frase dicha por la Virgen a las videntes de Garabandal en 1962), y ya estáis en el proceso de la Abominación, hagáis fuerza para detenerlo, allá donde podáis. Para ello: quiero la Comunión en la boca y de rodillas. Quiero esto.

Díselo a vuestros obispos. Has de decirlo.

Esto es para frenar la Abominación de la Desolación en vuestros Templos.

Quiero menos folklore y más oración devota y recogida.

No quiero que vengáis a mis Templos a festejar cómo me estáis profanando.

Quiero que vengáis a reparar vuestra profanación primero, y luego la de otros.

Vuestras parroquias se llenan de los fornicarios e impuros que no renuncian a su fornicación y a su impureza.

¡No es eso lo que ha dicho mi Papa Francisco! No le acuséis de tal.

Sed valientes, y aplicad la Ley del Señor vosotros mis Ministros, vosotros mis sacerdotes.

Mirad a costa de qué se llenan vuestros Templos, si es a costa de la Profanación.

Mirad si es a costa del folklore, y de tolerar la fornicación y la impureza.

Y sed valientes, y aplicad la Ley del Señor.

Las ovejas vuelven porque es una época de Gracias del Cielo para la tierra, ¡en manera abundante y en manera extraordinaria!, pero no vuelven para esto. Necesitan sabios y buenos, ¡santos! Pastores que les indiquen correctamente el camino. Sed valientes, y hacedlo.

Hay una cosa que hace derramar a mi Corazón lágrimas de Dolor, y es la espina más profunda que se encuentra clavada en Él ahora mismo, en vuestros días y en vuestra Patria: las vocaciones de los jóvenes. Los jóvenes sacerdotes. ¡Cuidadlas!

Los mayores (Los sacerdotes mayores) os encontráis cómodamente en vuestros puestos ya logrados “por antigüedad y por sabiduría”, y enviáis a los jóvenes sacerdotes a aquellos pueblos perdidos que se encuentran desperdigados por vuestro territorio español. Pequeños pueblos, antes poblados, hoy desertados, con pocas almas y muchas de ellas ya ancianas. Y no os importa lo que les suceda.

¿Por qué no vais vosotros? Esa vida de retiro os corresponde más a vosotros, al final de vuestras vidas, que a una vocación joven llena de vitalidad.

Tengo que ver cómo muchos de estos jóvenes desertan de sus vocaciones y de sus ministerios, abandonándolos. ¡Tengo que deciros que os pediré cuentas a vosotros del abandono de su vocación!

Y para ti, hijo pequeño, (Se refiere a los sacerdotes jóvenes, destinados en sitios difíciles, solos) óyeme: No es la soledad en lo que tienes que basarte para abandonar tu vocación. Porque te hayan dejado solo, no quiere decir que no la tengas. Acuérdate de tu discernimiento y de cómo mi Palabra (Boca) habló a tu corazón, y vive otra vez. ¡Revive! No todo está perdido. Yo te estoy esperando.

Únete. Reúnete con otros similares a ti, y busca una salida. Hablad a la Curia y proponed vuestras notas.

Jesús mío, ¿de verdad me tengo que meter en este lío?

Amada mía: Sí. Yo lo quiero. El sacerdocio en España está a punto de desaparecer.

Por favor, amados míos (Se refiere a los sacerdotes, naturalmente) no-casaros. La soledad que vosotros sentís no se palia con una mujer. Ése es el espejismo que os presenta la serpiente. ¡Muchos sacerdotes son tentados hoy en día por eso! ¡Orad por ellos! ¡Orad y sacrificaos!

La soledad que vosotros sentís, se palía Conmigo. Con una vida de piedad correcta y profunda. Haced eso, y reviviréis.

Vuestra vocación es de unión exclusiva a Mí, Creador de Todo. Dios y Señor. Pero también Hombre como vosotros y Esposo de vuestro corazón. Vivid una vida esponsal, Conmigo.

A eso es lo que estáis llamados. Toda la humanidad, pero vosotros en exclusiva, para ser ejemplo y modelo de la vida futura bienaventurada en el Cielo. Donde los hombres no os casaréis entre vosotros, sino que seréis unidos Conmigo, Dios Uno y Trino. Para siempre, para siempre, para siempre.

Dedicad, amados míos, por lo menos una hora diaria a la adoración en vuestras parroquias (Oración personal del sacerdote. No mientras esté confesando o haciendo otra cosa). Id aumentando. Pero empezad por lo menos con esto.

Yo os Prometo que me encontraréis. Me “apareceré” a vosotros en vuestro corazón y podré colmaros. Pero tenéis que dejarme (Dejarme actuar). Sois esquivos. Dejadme. ¡Venid a Mí!

Venid hoy a Mí así, como estéis. No importa lo que hayáis sido. Confesaos y Yo borro todo. Borro todo. Borro todo.

Todo lo olvido.

(Jesús paró. No sé bien si es que me despisté yo o paró Él. Le dije:)

Jolín, Jesús, qué has dicho, Hijo. ¡Madre Mía! (Lo siento, pero fue esto exactamente lo que dije)

(Jesús me mira, como sonriente y descansando del Apasionamiento con que ha dicho todo esto. Veo que estaba en frente de mí sentado, diciendo esto como para su lado derecho, Apasionado, y cuando ha terminado, me ha mirado a mí de frente sonriendo y se ha levantado). 

¿Irás a decirlo?

Sí.

Gracias, hija.

(Me coge la cabeza y me la besa). 

Virgen:

No tengas miedo, amada hija. Tú sabes que es verdad. Dalo. Para eso te lo advierte (Te lo advierte Jesús).

Si tú no lo das, te pediremos cuentas a ti del mal que pueda acaecer no darlo (Cfr. Ez 3,17ss.; 33,1ss.).

Si lo das, te serán recompensadas con creces tus ansias al recibirlo y transmitir tu misión. Las almas que se salven por este medio, serán contadas entre tus méritos.

Hoy es un día sacerdotal, ¿sabes? Porque es “San José Obrero”, y porque es primero de mayo, mi mes.

Y Yo tengo en el Corazón, como prioridad, mis sacerdotes.

Este Mensaje debe ser insertado en la página web vuestra, y ser difundido, para Gloria de muchos y en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

(Notaba que se iba y me daba pena)

Debes irte ya a tus otras obligaciones. Luego sigo, seguimos.

Tu primera parte de la oración del día, ha pasado.

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.