sábado, 31 de enero de 2015

El "secreto mesiánico"

En el 4° domingo del tiempo ordinario, podemos meditar sobre lo que el Papa Benedicto XVI llama “el secreto mesiánico”, que es característico del Evangelio de San Marcos. ¿En qué consiste?

Bartolomé Esteban Murillo, Curación del paralítico, 1668

Este concepto es muy rico. Se refiere al “secreto” que manda guardar Jesús a quienes presencian sus milagros. El Señor no quiere que se publiquen las curaciones que hace o las expulsiones de los demonios que lleva a cabo. ¿Por qué actúa así?, podríamos preguntarnos.

Por una parte, Jesús mismo dice a sus discípulos que llegará un momento en que nada quede oculto. Su modo de actuar está lleno de sencillez y sinceridad. Le gustan las cosas claras y trasparentes. Sin embargo, en relación a sus “poderes sobrenaturales” pide guardar discreción.

La 1ª Lectura de la Misa, tomada del Libro del Deuteronomio, nos puede servir para enmarcar mejor el tema que estamos tratando. Moisés se dirige al pueblo para hablarle de los futuros profetas. Yahvé suscitará profetas, como él, que hablarán en nombre de Dios. Prefiere no manifestarse directamente, porque la presencia de lo sobrenatural sobrecoge a los hombres, que no estamos acostumbrados a ella. Es lo que sucedió con los israelitas en el monte Horeb: los rayos y truenos en los que Dios habló a Moisés los llenaron de temor.

Los profetas, en cambio, son hombres normales. Hablan de parte de Dios con palabras de verdad. Por eso, el Señor pide que los escuchemos: “Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas” (cfr. Dt 18, 15-20).

Pero, además, el Señor pide que los profetas sean honestos y veraces: “Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá” (ibídem).

En el fondo, lo que Dios pretende es enseñar a los hombres a no buscar el “sensacionalismo de lo sobrenatural”. Las manifestaciones extraordinarias de Dios no son lo habitual y tampoco hay que buscarlas ávidamente, como si fueran algo necesario para nuestra salvación.

Dios ha designado su plan salvífico contando con medios ordinarios: todos sus dones “normales” (que incluyen los dones naturales y también los dones de la gracia) y la respuesta de fe que hemos de dar al Señor.

Lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente”. Si tenemos fe, si somos creyentes, en todo veremos la manifestación de Dios y agradeceremos sus infinitas gracias. En realidad, no nos hacen falta los “milagros extraordinarios”, porque nos basta con los que hay en el Evangelio. Lo importante es ser sensibles y receptivos a la voz de Dios: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»”, repetiremos mañana en la antífona del Salmo responsorial.

La 2ª Lectura de la Misa es una invitación a “preocuparse de los asuntos del Señor, buscando contentarle” (cfr. 1 Co 7, 32-25). San Pablo, en este sentido, recomienda claramente el celibato. “Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones” (cfr ibídem).

Vivir solamente (“con corazón indiviso”), “preocupado por las cosas del Señor”, nos facilita descubrir su presencia en todas las cosas de la vida. Es un gran don “ordinario”: una verdadera maduración de nuestra fe.

 El versículo del Aleluya, es un canto de esperanza: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.

Por fin, en el Evangelio (cfr. Mc 1, 21.28), san Marcos nos presenta a Jesús como alguien que “habla con autoridad”. Esa autoridad del Señor no se deriva de sus poderes sobrenaturales, principalmente, sino de su humildad, de su ser el Hijo de Dios, Suma Verdad y Suma Bondad.

“A menudo, para el hombre la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos (cf. Jn 13, 5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor” (Benedicto XVI, Ángelus, 29 de enero de 2012).

Jesús expulsa, de un hombre, a un espíritu inmundo que, curiosamente, quiere proclamar a todos los vientos que es el “Santo de Dios”. El demonio decía la verdad, pero la decía para tentar a los que estaban presenciando el milagro, desviando su atención hacia lo “milagroso y extraordinario”. La fama de Jesús crecía porque decían de Él: “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”.

Pero el Señor no quiere ese tipo de “publicidad”. Lo que quiere es la conversión de los corazones mediante la Cruz de Cristo. Sólo da fruto el grano de trigo que se entierra. Sólo se puede llegar a la gloria a través de la “puerta angosta” y del “camino estrecho” de la entrega de sí mismo: morir a uno mismo por la mortificación continua, para vivir en Cristo.

Para lo referente al “secreto mesiánico”, se puede ver:


Si se prefiere leer el texto completo de Benedicto XVI:


Ver también otra alocución de Benedicto XVI, comentando el pasaje de Marcos 1, 21-28 (especialmente el tema de la “autoridad del Señor”):



  

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