sábado, 27 de diciembre de 2014

Palabras de Jesús y de María, al concluir el año

En este último post del año, quisiéramos aprovechar para transcribir dos mensajes de Jesús y de la Virgen, a Marga (cfr. La Verdadera Devoción al Corazón de Jesús. Dictados de Jesús a Marga, 1ª ed. en México, julio de 2012), que nos pueden ayudar a recomenzar nuestra lucha cristiana con más vigor y confianza en Dios.


Todos los mensajes a Marga, contenidos en los dos volúmenes que se han publicado hasta ahora (cfr. también El triunfo de la Inmaculada. Dictados de Jesús a Marga, Madrid 2012), son profundos y ricos. Pero hay algunos, como los que transcribimos ahora, que tienen una fuerza y una claridad que merece la pena destacar.

Nos parece que nos ayudarán mucho a terminar bien este año 2014 que concluye y comenzar el 2015, con dos características fundamentales de nuestra vida cristiana: a) la necesidad de una nueva conversión (reconocimiento de nuestros pecados y lucha decidida contra el mal) y, b) la paz y la alegría que tenemos porque somos hijos de Dios y confiamos plenamente en que el Señor y su Madre no nos abandonan. Esa paz y alegría que sólo dan sus Palabras de Vida eterna.  

Se trata de dos mensajes seguidos: del 11 y 13 de octubre de 2002. Uno de Jesús y otro de María.

Mensaje del 11 de octubre de 2002

Jesús:
        Llamada a ser la luz (cfr. Mt 5, 14), la luz que alumbre a sus hermanos: escucha, escúchame.
        Como golpea un fuerte viento sobre vuestras ventanas. Así estoy Yo, así el Espíritu Santo, queriendo pasar en medio de vosotros, queriendo soplar sobre esta generación (nota de Marga: Humanidad), para revivirla, para soplar sobre sus huesos de muerte y volverlos a la vida, para darle alas a este cuerpo mortal que se arrastra bajo el barro sin poder volar ni buscar metas más altas: el Amor para el que ha nacido, para el que ha sido creado.
        ¡Vive! ¡Vive! ¡Por mi Espíritu! Mi Espíritu os hará revivir, oh generación, que os revolcáis bajo el barro y os ahogáis, ahogáis vuestra alma inmortal bajo el peso de vuestro cuerpo mortal y corruptible, lleno de corrupción. Esposa de corrupción llena (nota de marga: La Humanidad): ¡Vive!, ¡vive por Mí!, ¡oh, amada humanidad!
        Vuestro nombre completo es: «Generación actual perversa, que nada entre el pecado, sin querer volver los ojos a Dios, el Creador de todo, y que ha renegado de su Nombre y de la fe el Él, en el Espíritu de la Promesa»
        Largo nombre lleno de Dolor (nota de marga: Que al pronunciarlo le hace sufrir a Dios. Vida humana que le causa dolor), que Yo reduzco en «generación», o «humanidad actual».
¡Oh generación, amada grandemente por Mí!, ¡vuélvete!, ¡vuelve tus ojos a Mí! El Creador de todo pide hoy, ante ti, tu consuelo, tu consuelo y amor.
        Porque mira, niño, que hieres profundamente mi Herida con tu apostasía y herejía constante, con tu renegar y tu odio a Dios continuo, con tu no-quererte-convertir. Pese a mis Llamadas, ¡que mira cómo las multiplico por ti!
        Odio, odio constante a Dios, blasfemias, pecados, negrura, sufrimiento constante... por no querer volver tus ojos a Dios, hijo, que nadas en el pecado. ¡Ven!, ¡ven a tu Padre! ¡Ven a Mí!
        Mira hoy al Espíritu Santo llamando a tu puerta, pegando en tu ventana. ¡Ábrele! ¡Ábrele de par en par! Y deja que entre a inundar tu vida, tu vida muerta, de paz y de amor, de vida y de perdón, de caridad, de mansedumbre, de armonía, de belleza. ¡Ábrele! Y cierra a todo ocio y corrupción, pecado, omisión, desgracia, cierra a eso, oh hijo, hoy tu puerta con tu voluntad cierta, fuerte, recia. ¡Cierra!, y ábrete sólo a Mí.
        Verás, verás qué cambio de vida, hijo, niño pequeño, vas a experimentar, porque Yo, tu Padre, vendré, y con mis propias Manos, Manos de Dios, voy a venir y bajar a limpiarte maternal y cuidadosamente de toda la costra del pecado, y voy a dejar tu alma y tu cuerpo limpio y blanco como la nieve (cfr. Sal 51, 9; Is 1, 18). Donde toda inmundicia desaparecerá, donde toda criatura recobrará su esplendor inicial, el que tenían antes de que el Dueño del mundo se abalanzara sobre ellas quitándoles todo lo santo y puro y poniéndolas a sus servicios.
        Pero mira, hijo, que si tú quieres, esto tendrá lugar, lo podré hacer en ti. Tan sólo ponte en mis Manos, animalito pobre que ya no conservas ni tu apariencia de hombre. ¡Ven!, ¡ven a revivir Conmigo!
        ¿Sabes la belleza de los hijos de Dios?, ¿la has visto? Mira que Yo te voy a hacer más bello que ningún hijo de hombre que pudieras ver. Tu belleza será sin igual. Si vienes hoy a Mí, y, con tu voluntad, te arrepientes de todos tus pecados y lavas tu alma en mi Sangre redentora, para que mi Santo Espíritu te dé la vida.
        Tú que escuchas esto: ¡Ven!, ¡ven hoy a Mí! Hoy, que oyes mi Mandato. Hoy, que escuchas mi Llamada: ¡VEN!, no lo dejes más.
        «El Espíritu y la novia dicen: ¡Ven!» (cfr. Ap 22, 17).
        ¡Ven, oh generación, a reunirte Conmigo!
        ¡Ven, oh Espíritu Santo, a renovar a tu Pueblo!
        ¡Ven, Esposa Santa a vestirte como la Virgen encinta, que dará lugar a la Nueva Humanidad!
        ¡Ven! ¡Oh, ven! (nota de Marga: Ahora que acaba de hablar el Señor, me ha parecido como que le acompañaba una orquesta celestial, o que sus Palabras eran como una hermosa pieza musical, con su apoteosis final: Termina ese “Oh, ven!”, como se termina una composición musical. Y se acaba de súbito todo).  

Mensaje del 13 de octubre de 2002

Virgen:
        A veces, cuando leéis los Mensajes, pensáis que se trata de un tiempo lejano. No lo es. Si fuera para un tiempo lejano, no os lo estaría manifestando Yo. La urgencia es de conversión. ¡Conviértete, hijo!, ¡conviértete!
        Me preguntas (nota de Marga: “Y te preguntan”, fue una pregunta que me hicieron): «¿Qué quiere decir: «¡Venid a Mí!, ¡venid a Mí!... ¡pero a dónde!, ¿a dónde hay que dar los pasos?».
        Los pasos son de conversión. Tanto tiempo en mis filas y todavía te preguntas: «¿A dónde debo ir?, ¿qué debo hacer?»
        ¡Conviértete, hijo!, ¡conviértete!
        Mira, hijo, que por mucho que leas, por mucho que sepas de lo que ha de venir, no te vendrá por ahí la conversión. Refórmate y cambia de vida. Es tu conversión la que te estoy pidiendo, no tu sabiduría del mundo: querer saber, que, al final, no conduce a nada, porque embota la inteligencia y borra el camino abierto por mi Amor.
        Hijo, deja de escudriñar y querer conocer cómo han de venir las cosas, que, al final, te lo aseguro, no será nada como tú imaginas
        Te parece gracioso que tu Madre se digne a bajarse ante ti y a hablarte. No te rías. Quizá sea la última. Yo no te voy a advertir más.
        Hija, ¡hijo!, escúchame a Mí. No escuches otras voces, ellas no te conducen por el Camino Verdadero. Escucha. ¡Escúchame a Mí!
        A los que esperáis tanto para dar el paso, esperando el momento en que empiece todo para verlo más claro, os digo: Es ese momento: ¿quién os asegura la vuelta a Mí? Yo os digo que el miedo os embotará tanto que no os dará capacidad de reacción.
        Por eso ahora os digo: ¡Convertíos!, ¡cambiad de vida! ¡Dad los frutos de conversión (cfr. Mt 3, 8; Lc 3, 8; Hch 26, 20) que Yo espero de vosotros y os estoy pidiendo!
        ¡Rezad!, ¡ayunad!, ¡salvaos y salvad! Y hacedlo ahora. De verdad os digo que después no habrá tiempo, no os será dado el tiempo.
        Aprovecha, hijo mío, aprovechad. No sabes si mañana, a esta hora, te será pedida la vida (cfr. Lc 12, 20). Aprovecha cada día como si fuera el último de tu existencia.
        Hija, si Yo creyera que esto no sirve para nada, no os lo estaría diciendo. Yo tengo confianza en vosotros, sé que al final, os vais a convertir. ¡Convertíos! ¡Y venid a Mí, hijos! (nota de Marga: Abrió los brazos, está como en un lugar alto para que la veamos, majestuosa).
        ¡Yo Soy vuestra Madre! ¡Yo os amo! ¡Yo os digo todo esto para vuestra salvación!
        ¡Venid, oh hijos, hoy a Mí! Quizá mañana no habrá tiempo. Luego, no os será dado más tiempo de conversión. Este es el tiempo, este es el tiempo, este es el tiempo de vuestra conversión. Amén.

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