sábado, 25 de octubre de 2014

El Mandamiento del Amor

En el Evangelio que leeremos mañana, Domingo XXX del tiempo ordinario, Jesús responde a un doctor de la Ley que le preguntó para tentarle: ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?


Se trata de una pregunta siempre actual. ¿Qué es lo más importante de nuestra vida? ¿Cómo podemos dar verdaderamente gloria a Dios y cumplir su voluntad?

La respuesta del Señor es muy clara: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40).

Yahvé dio a Moisés las dos Tablas de la Ley en el monte Sinaí. La primera contiene los tres primeros mandamientos del Decálogo, que se refieren a Dios. La segunda contiene los otros siete, que se refieren al prójimo.

Ahora, Jesús confirma la Ley Moral de Israel, que se encierra en dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. Además, todo lo que han dicho los profetas se resume también en esos dos mandamientos.

Es importante hacer notar que el Mandamiento del Amor tiene dos niveles: en primer lugar está el amor a Dios. Es lo primero siempre. Además, de un auténtico amor a Dios fluye necesariamente el amor al prójimo, que está en segundo lugar.

Por otra parte, san Juan nos recuerda que quien dice amar a Dios pero no ama a su hermano es un mentiroso (cfr. 1 Jn 4, 20). Por lo tanto, el segundo mandamiento está estrechamente unido al primero, pero hay un orden entre ellos.

Por eso Jesús nos enseña a amar primero a Dios. ¿Cómo? Dándole gloria, adorándole, alabándole, dándole gracias por todo, teniéndolo presente en toda nuestra vida, de modo que vivamos estrechamente unidos a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Jesús nos dejó los sacramentos que son como sus huellas aquí en la tierra. Amamos a Dios si los recibimos con piedad, valorando cada uno de ellos. Por medio de ellos recibimos la gracia de Dios. El Espíritu Santo nos llena de su Amor.

Amamos a Dios si procuramos ser buenos hijos suyos. Y lo seremos si buscamos, como lo más importante de nuestra vida, estar en gracia de Dios, evitando el pecado, que es el único enemigo verdadero que tenemos los hombres.

Quien lucha para estar en gracia y para alejarse de las ocasiones de pecado, ama a Dios. Quien procura ganar todas las batallas, al final, el Señor le concederá también ganar la última, al final de su vida, y le daré el premio de la Vida eterna.

Amar a Dios, por lo tanto, es vivir una continua conversión interior y exterior. Hacer examen y arrepentirnos de lo que no está bien en nuestra vida. Jesús acoge a los pecadores (María Magdalena, la Samaritana, Zaqueo, Mateo, la mujer sorprendida en adulterio, el Buen Ladrón...). Pero lo hace siempre que previamente hayan reconocido sus pecados y se hayan arrepentido.

Amar a Dios es mantenernos en oración. Eso es lo que nos enseña Jesús. Cristo es el Hijo de Dios, y su característica principal es que siempre está en comunicación vital con su Padre.

Una magnífica manera de hacer oración es utilizar los textos de la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios, para descubrir en Ella qué es lo que Dios desea de nosotros, aquí y ahora. La Palabra de Dios ilumina nuestra mente y mueve nuestro corazón. Si nos acostumbramos a leerla y meditarla diariamente, el Señor nos concederá el don de la vida contemplativa.

Amar a Dios es también amar a nuestros hermanos y dar la vida por ellos, con entrañas de misericordia: amarlos en todas las circunstancias, practicar las obras de misericordia corporales y espirituales.

La principal obra de misericordia es buscar la salvación de cada uno de nuestros hermanos, conducirlos hacia el amor de Dios, orar, darles buen ejemplo y buscar poner todos los medios que están en nuestra mano para que el Señor les de su gracia.

Meditemos unas palabras de Benedicto XVI en la Fiesta de Todos los Santos del año 2010: “Dios quien nos ha amado primero y en Jesús nos ha hecho sus hijos adoptivos. En nuestra vida todo es don de su amor. ¿Cómo quedar indiferentes ante un misterio tan grande? ¿Cómo no responder al amor del Padre celestial con una vida de hijos agradecidos? En Cristo se nos entregó totalmente a sí mismo, y nos llama a una relación personal y profunda con él. Por tanto, cuanto más imitamos a Jesús y permanecemos unidos a él, tanto más entramos en el misterio de la santidad divina. Descubrimos que somos amados por él de modo infinito, y esto nos impulsa a amar también nosotros a nuestros hermanos. Amar implica siempre un acto de renuncia a sí mismo, "perderse a sí mismos", y precisamente así nos hace felices”.

-------------------------------------

A continuación trascribimos el testimonio del Dr. Ortiz, sobre el mensaje que dio la Virgen a las niñas el 18 de octubre de 1961, según lo relata fray Eusebio García Pesquera en su libro “Se fue con prisas a la montaña”.

"A pesar del ambiente que había tan propicio para la sugestión, pues la mayoría dela gente, ilusionada, estaba esperando un gran milagro, yo no pude descubrir ni un solo caso de tal sugestión... ¡Hecho muy importante!, si se tiene en cuenta que algunos de mis colegas, con otros miembros de la Comisión, vienen sosteniendo que se trata de "fenómenos de sugestión colectiva".

"Muchos de los que habían subido al pueblo, al no suceder el Milagro, que ellos se tenían imaginado, nunca anunciado por las niñas, bajaban totalmente defraudados, y hasta de mal humor. Una mujer del pueblo, Angelita, cuñada de Maximina, escuchó a un forastero que gritaba con indignación:

–¡Las niñas, a la hoguera! ¡Y sus padres con ellas!

–Oiga, oiga –le replicó la mujer–: ¡A usted sí que le debían quemar! ¿Qué telegrama le han puesto para que subiera aquí?"

La ya citada doña María, cuya aportación tanto nos ha servido para dar una visión de aquel día inolvidable, termina su relato así: "Yo no acierto a decirle más; pero estoy segura de que ese 18 de octubre tiene que estar plagado de anécdotas interesantes y más o menos inexplicables. De una cosa no puedo dudar: que los ángeles del Señor tuvieron que velar sobre cada uno de nosotros, para que, como dice el salmo, "no tropezaran nuestro pies contra las piedras del camino", o de los caminos... Creo que todos volvimos ilesos a casa; yo, por lo menos, no he sabido nunca de ningún accidente. Y esto me parece un grandísimo milagro.

"Todo lo de aquel día se me ha quedado profundamente grabado en la memoria, dándome la imagen de un día de ilusión y de penitencia, quizá pálida imagen de lo que pueda ser el día del "Aviso" (El aviso es uno de los grandes anuncios proféticos de Garabandal, uno delos capítulos pendientes de esta extraordinaria historia. Hablaremos de él cuando le llegue la hora: aún estamos en el primer año de los sucesos, 1961.), pues todo en el ambiente parecía estar para probarnos, y realmente fue una jornada de purificación. Nunca cosa alguna me ha dado tanta impresión del temor de Dios como lo sucedido en aquel día".

No cabe duda de que el 18 de octubre de 1961, tan largamente esperado y que luego advino como un signo tan distinto del que muchísimos se imaginaban, es uno de los momentos estelares en el largo misterio de Garabandal. ¡Una fecha clave! Una jornada con no sé qué de Sinaí... (Ex. 19., 16).

En ella llegó, sobre Garabandal, la primera admonición pública del cielo.

Con ella empezó la acción depuradora en las filas de "adictos", la primera criba de muchos entusiasmos fáciles.

"Señor, Señor, Dios nuestro: ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!" (salmo 8).

Me parece que al 18 de octubre de 1961 en Garabandal alcanza, de algún modo, cierto texto de un viejo profeta de Israel:

"Que los toques del cuerno (Desde muy antiguo los cuernos de ciertos animales han sido habilitados como instrumento de potente llamada, para la caza o para la guerra; en Israel, también para congregaciones religiosas).
retumben en Sión;
dad la voz de alarma sobre mi montaña santa:
que tiemblen todos los habitantes del país,
porque se acerca el día del Señor,
¡se viene encima!
Día de oscuridad y de espesas sombras,
día de nubarrones y tinieblas...
Cual una luz de aurora, se ha desplegado sobre los montes
un pueblo innumerable y fuerte,
como no se había visto, ni se volverá a ver" (Joel 2, 1-2).



sábado, 18 de octubre de 2014

Dar a Dios lo que es de Dios

Nunca nos cansaremos de afirmar esta gran verdad —“dar a Dios lo que es de Dios”— que nos recuerda el Evangelio del próximo domingo (XXIX del tiempo ordinario).


Siempre tendremos los hombres el peligro de ser demasiado condescendientes con “el cesar”, es decir, los “valores” mundanos de moda en cada época de la historia. No podemos traicionar nuestra vocación cristiana poniendo al "cesar" por encima de Dios.

Las lecturas de este XXIX Domingo del tiempo ordinario son las siguientes (puede usarse el formulario “Por la evangelización de los pueblos”, pues mañana es el “Día Mundial de las Misiones”):

Is 45, 1.4-6. Llevo de la mano a Ciro para doblegar ante él las naciones.
Sal 95. Aclamad la gloria y el poder del Señor.
1Ts 1, 1-5b. Recordamos vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza.
Mt 22, 15-21. Pagad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

La pregunta que le hacen al Señor es hábil y capciosa (Ev.). ¿Cuál debe ser la verdadera relación entre nuestros deberes con Dios y con la sociedad. Las lecturas de la Misa subrayan que no existe solo una lectura laica de la historia sino que la fe tiene sus derechos y criterios interpretativos (1ª Lect.). Jesús expresa nítidamente los niveles de competencia de lo humano y lo divino. El césar no es Dios; no existe un césar divino. Dad a Dios lo que es de Dios (Ev.). La comunidad cristiana debe vivir con autenticidad los valores de la fe, esperanza y caridad (2 Lect.).

La fe, la esperanza y la caridad (que empieza por el amor a Dios), son los principales puntos de referencia del cristiano (2ª Lect.). Vivir con profundidad las virtudes teologales, que son un don de Dios, nos proporciona un modo de ver todas las cosas con enfoque cristiano. Si perdemos la referencia teologal de nuestra vida, sólo las veremos de modo “humano”, o mejor dicho: “mundano”.

Dar a Dios lo que es de Dios”. Estas palabras están detrás de todo el “mensaje de Garabandal”, de todo lo que la Virgen enseñó a las cuatro niñas en las más de dos mil apariciones que tuvo en Garabandal, entre 1961 y 1964 (un promedio de tres o cuatro diarias). En ese tiempo la Virgen visitó todas las casas del pueblo.

El 18 de octubre de 1961 las cuatro niñas leyeron juntas, en Los Pinos, el mensaje que la Virgen les había dado para toda la humanidad. Tenían doce años de edad, salvo Mari Cruz, que tenía once. Como no se oyó bien su voz de niñas, luego, dos hombres repitieron la lectura del mensaje, que decía así:

"Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia; visitar al Santísimo; pero antes, tenemos que ser muy buenos.

Y si no lo hacemos nos vendrá un castigo.

Ya se está llenando la copa, y si no cambiamos, nos vendrá un castigo muy grande".   

Fray Eusebio García Pesquera, O.F.M., comenta en su libro “Fue con prisas a la montaña”, lo siguiente: “Imposible que la masa de expectantes que acogió estas palabras en la revuelta noche de Garabandal pudiera captar entonces las verdaderas dimensiones de tan cortísimo y pueril mensaje... Por eso, a todos o casi todos decepcionó”.

Aquello era una proclama nueva de los de siempre —añade fray Eusebio—: de lo que más necesitamos oír aunque menos nos guste escuchar”.

Hoy, 53 años después de ese día, volvemos a leer y meditar el primer mensaje de la Virgen y damos gracias a Dios porque nos recuerda las verdades fundamentales de nuestra fe:

·        el sentido del pecado (tan olvidado en nuestro mundo actual),
·        su maldad (que ocasiona todas las tragedias de la humanidad),
·        el saber de que todos los hombres somos pecadores,
·        la importancia de la penitencia para expiar nuestros pecados,
·        la necesidad de acudir a la Fuente de la Salvación (la Palabra de Dios y los Sacramentos); particularmente al mismo Jesucristo que nos espera en el Sacramento de la Eucaristía (hacer muchas visitas al Santísimo) y, por último,
·        la importancia de la lucha ascética para tratar de ser “muy buenos” (integridad moral) cada día,
·        con la ayuda de Nuestra Madre del Cielo.

Estas verdades fundamentales de nuestra fe, dichas en un lenguaje sencillo (para niñas), iluminan toda nuestra vida. Por ejemplo, ¡cuánto podría haber ayudado, meditarlas despacio, a los obispos, sacerdotes y laicos que están ahora reunidos en Roma en el Sínodo sobre la Familia (ya por terminar)! ¡Con qué perspectiva, auténticamente sobrenatural, se ve todo más claro!

Es momento de tratar de ser “muy buenos”. ¿Cómo? Centrando nuestra vida en la Eucaristía y acudiendo constantemente a la intercesión de la Virgen para que nos ayude a reconocernos pecadores, y a hacer mucha penitencia, muchos sacrificios: oración y expiación abundante, por nosotros y por toda la Iglesia.

Aunque el mensaje del Evangelio es eminentemente positivo —el anuncio del inmenso Amor que Dios tiene a cada ser humano—, no se puede olvidar nunca que Dios es Misericordioso pero también Justo. Dios no deja de buscar cómo ayudar a sus hijos, y corregirlos, también con severidad, cuando es necesario. Además, al final de nuestra vida tendremos que optar por el premio eterno (el Cielo) o el castigo eterno (el Infierno), según hayan sido nuestras obras. 

Terminamos con unas palabras de fray Eusebio García Pesquera de su libro "Fue con prisas a la montaña":

Ya se está llenando la copa; y si no cambiamos... Las niñas decían lo de la copa, sin entenderlo apenas; parece que durante las explicaciones del mensaje que la Virgen les fue dando a lo largo del verano, se les mostró una gran copa, dentro de la cual caían espesas gotas de tonalidad oscura, como de sangre. Cuando la Virgen hablaba de esto de la copa y del castigo que se avecinaba, se oscurecía su semblante y se apagaba notablemente su voz.

A partir, pues, de esta noche del 18 de octubre, Garabandal empieza a revelarse en su fuerte dimensión de admonición profética. Vamos hacia horas de muy graves decisiones por parte de Dios.

Como las consecuencias serán terribles para muchos, misericordiosamente se nos advierte, para que veamos la manera de evitarlo. Y no hay más que una manera: la que Cristo dejó proclamada en su Evangelio: "Si no hiciereis penitencia, todos por un igual pereceréis"(Lc 13, 1-5).

En adelante, un gigantesco contraluz de Misericordia y de Justicia a escala divina va a estar siempre como gravitando sobre el horizonte lejano de esta increíble historia de Garabandal”.    

Recomendamos los siguientes vídeos:

1. Pastores católicamente equilibrados - Padre Santiago Martín FM.
2. Peligro la Eucaristía - división en el Sínodo Familia P. Santiago Martín FM.



sábado, 11 de octubre de 2014

La Eucaristía y el Banquete Celestial

Las lecturas de este próximo domingo del tiempo ordinario (Domingo XXVIII) nos recuerdan que la Eucaristía es la anticipación del Banquete Celestial de las Bodas del Cordero. En estos tiempos, participar con devoción todos los días, si es posible, en la Santa Misa, nos ayudará a introducirnos ya en los tiempos mesiánicos. La Eucaristía es prenda de Vida eterna. Constituye como las arras que nos envía el Cielo en garantía de que un día será nuestra morada.


Los textos de la Misa son los siguientes:

Is 25, 6-10a. El Señor preparará un festín y enjugará las lágrimas de todos los rostros.
Sal 22. Habitaré en la casa del Señor, por años sin término.
Flp 4, 12-14. 19-20. Todo lo puedo en aquel que me conforta.
Mt 22, 1-14. A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.

Reproducimos, a continuación, el comentario que se hace en la Biblia de Navarra a los textos de la Liturgia de la Palabra del Domingo XXVIII del tiempo ordinario.

— El banquete del Señor (Is 25,6-10a)
(1ª lectura)

El Señor ha preparado a todos los pueblos en el monte Sión un singular banquete, que describe con metáforas el reino mesiánico ofrecido a todas las naciones. Dios les hará partícipes de «manjares suculentos» y «vinos exquisitos». Así, se expresa de modo simbólico que el Señor hace partícipes a los hombres de alimentos divinos, que superan todo lo imaginable (vv. 6-8).

Estas palabras son una prefiguración del banquete eucarístico, instituido por Jesucristo en Jerusalén, en el que se entrega un alimento divino, el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, que vigoriza el alma y es prenda de la vida futura: «La participación en la “cena del Señor” es anticipación del banquete escatológico por las “bodas del Cordero” (Ap 19,9). Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de “la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» (Juan Pablo II, Dies Domini, n. 38). De ahí que los santos frecuentemente hayan exhortado a considerar esta realidad a la hora de recibir la Eucaristía: «Es para nosotros prenda eterna, de manera que ello nos asegura el Cielo; éstas son las arras que nos envía el cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y, aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el suyo en la Comunión» (S. Juan Bautista María Vianney, Sermón sobre la Comunión).

El versículo 8 es citado por San Pablo, al afirmar gozoso que la resurrección de Cristo ha supuesto la victoria definitiva sobre la muerte (1 Co 15,54-55), y por el Apocalipsis, al anunciar la salvación que traerá el Cordero muerto y resucitado: «Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó» (Ap 21,4; cfr también Ap 7,17). La Iglesia evoca asimismo estas palabras en su oración por los difuntos, por quienes pide a Dios que los reciba en su Reino «donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas» (Misal Romano, Plegaria Eucarística III)

— El beneficio de la limosna (Flp 4,12-14)
(2ª lectura)

Las posibles dificultades que puedan presentarse en la vida no constituyen un obstáculo insalvable ni pueden ser ocasión de perder la paz. El cristiano cuenta con la fortaleza que Dios proporciona.

La generosidad de los filipenses emociona a San Pablo. No busca dádivas de los de Filipos, sino el fruto que a ellos mismos les reportarán sus limosnas: «No necesito, dice, ni busco nada necesario, sino que debéis usar únicamente de benevolencia, para que podáis recibir el fruto de vuestra benevolencia» (Mario Victorino, In epistolam Pauli ad Philippenses 4,17).

Como Dios es remunerador, resulta mucho más beneficiado quien da limosna que quien la recibe. Quien da recibirá la gloria eterna ganada por Cristo Jesús: «Que quien distribuye limosnas lo haga con despreocupación y alegría, ya que, cuanto menos se reserve para sí, mayor será la ganancia que obtendrá» (S. León Magno, Sermo 10 de Quadragesima 5).

— Los invitados a las bodas (Mt 22,1-14)
(Evangelio)

Esta parábola, muy semejante a otra que recoge San Lucas (cfr Lc 14,15-24), completa el significado de las dos que le preceden. Israel —representado por los primeros invitados— no sólo ha rechazado el banquete de Dios, su llamada a la salvación, sino que ha maltratado y matado a los siervos que le ha enviado su Señor. Por eso su destino es fatídico (v. 7). El rechazo de Israel lleva consigo una nueva iniciativa de Dios, que ahora llama a todos los hombres a la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios. No obstante, como en las parábolas de la cizaña y de la red barredera (cfr 13,24-50), los que responden a la llamada son «malos y buenos» (v. 10), y no todos son dignos, porque no todos se han convertido, comprándose el traje de bodas.

Este episodio es así una llamada de alerta a quienes ya formamos la Iglesia: el fracaso de Israel (v. 7) señala el nuestro si no nos mostramos dignos de la elección (v. 13). «¿Qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad» (S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 2,18,9).

A continuación trascribimos un mensaje de la Virgen a Marga, que nos aconseja cómo prepararnos, en esta “Hora Terrible” para poder celebrar las “Bodas del Cordero”:  

Mensaje de la Virgen a Marga (4 de septiembre de 2000)

Virgen:
(Abrí Ezequiel 6, 1-10)

Escucha, oh niña, escucha, aplica tu oído y aprende, distingue y «olfatea» los signos de los tiempos. Discierne la acción, la Voz de Dios, confía en su Palabra, ¡confía en su Juicio! Dios es Grande. Dios pone en marcha su plan sobre los hombres y nadie que confíe en el Señor y se acoja a su Plan quedará confundido.

Mira y verás a los impíos cómo cada vez más y más quedarán confundidos y enredados en sus torpes elucubraciones y nunca distinguirán ni reconocerán el Tiempo ni los acontecimientos predichos. Sólo servirá para su propia confusión, dolor y condenación. Porque previamente no quisieron acogerse a Sus Mandatos, negaron Su Nombre Santo, no Le quisieron servir. Y he aquí que éste es su merecido, perecerán entre grandes dolores en la Hora de la Muerte. Antes se desesperarán y se herirán y asesinarán unos a otros. Todo será dolor y muerte, condenación para ellos.

Niña, es Terrible esta Hora, estad preparados, el demonio os ronda como León rugiente. Defendeos. Yo os he dado mis Armas. Velad, velad y orad, enderezad al máximo que podáis vuestras vidas para que el Señor, cuando venga, no pueda imputaros nada. Reparad por lo que hicisteis.

Son tiempos duros, tiempos difíciles para los siervos del Señor. Tenéis que reparar, por vuestros males y por los que otros hacen, para que el Señor quiera al menos dejar un reducto de su Pueblo, que no le hirió, que no le fue infiel. Que al menos una parte del suelo no quede destruida, que haya supervivientes en Jerusalén. ¡Venid!, venid a mi Refugio. Sus Puertas permanecen todavía ahora abiertas. Aceptad todo y venid, ¡corred!, desproveeos de lo que os sobra. De los ropajes antiguos haced una hoguera, vestíos con las blancas vestiduras de los novios al encuentro de la novia. Entrad en Su Banquete, entrad en la dicha del Señor, ¡siervos fieles!

Creed, creed a mis profetas. Hoy, como ayer, Dios continúa enviándolos y tienen la especial protección de mis Manos Purísimas. Yo también los sostengo, Yo los preparo para su sublime misión. Creedlos, vienen de Dios.

¡Oh sí, niña!, Yo tiemblo también al pensar en esa Hora, al pensar en lo que os espera, ¡pero me inundo de gozo y me alegro!, ¡me alegro!, al contemplar las maravillas que el Señor va obrando ya y obrará en vosotros y ver el lugar que os tiene destinado para la eternidad, donde seréis dichosos para siempre. Y no podréis siquiera ahora atisbar una milésima parte de vuestro gozo. ¡Oh!, el más mínimo gozo de esas moradas es nada comparado con el máximo gozo de aquí en la tierra.

Bendito sea el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Benditas las obras de sus Manos bendita su Naturaleza Humana, que tomó parte del barro para elevarlo a la condición de ser hijo de Dios. ¡Uníos, únete! a su Sacrificio, que perdura y perdurará por los siglos, que lava, salva, sana, cura, levanta y redime a los hombres, que les hace libres, que les abre las moradas eternas. ¡Oh, venid!, ¡venid todos!, las Puertas se abren, ¡venid antes de que llegue el día en que permanecerán cerradas por tres días hasta que El resucite a los hombres. ¡Venid ahora!, el tiempo se está acabando.

Venid a celebrar las Bodas con el Cordero. Venid a vuestra Salvación. Yo Soy la Madre de la humanidad. Apóstoles de los últimos tiempos ¡venid a reinar conmigo! ¡Venid a vuestra salvación!

Yo lo deseo ardientemente, porque es un Deseo de Dios. Proclamad, anunciad y llevad su Nombre Santo, su Sagrado Corazón hasta los confines del orbe.

Sí, cariño, ¡trabajad!, la mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Señor que envíe obreros a su mies.

Cuidad y proteged a vuestros Sacerdotes, son el máximo don de Dios para vosotros. Rezad por ellos, sostenedlos con vuestras oraciones, dadles vuestro cariño. Por vosotros se entregan, sed fiel rebaño y cariñoso para ellos. Cuidadlos como oro en paño, ¡son mis hijos muy amados! Mi Corazón se derrite de gozo y de agradecimiento, de paz y amor pensando en ellos, en lo que han donado a Dios y en lo que donarán.




sábado, 4 de octubre de 2014

Garabandal, 52 años después

¡Ya estamos de regreso en México! Tres de los hermanos, que estuvimos en San Sebastián de Garabandal en 1962, y presenciamos el “Milagruco”,  hemos vuelto a Garabandal después de 52 años. Sólo faltó una de nuestras hermanas, que no pudo venir con nosotros.


También nos acompañaron en el viaje otros dos hermanos —más pequeños—, que por su corta edad, en 1962, no pudieron estar presentes en esos eventos. En total éramos nueve personas: cuatro parejas de esposos y nuestro hermano sacerdote.  

Cuando supimos que el 27 de septiembre sería beatificado don Álvaro del Portillo, en Madrid (ver post anterior), decidimos asistir a esa ceremonia, pues nuestro hermano sacerdote es del Opus Dei; y también aprovechar para “hacer una escapada” de dos días a Garabandal.

En el viaje a Cantabria, tuvimos la gran suerte de que nos acompañara Antonio Yagüe, gran conocedor de las apariciones de la Virgen en Garabandal (ver su canal de YouTube y su página web). Sus interesantes explicaciones y comentarios, siempre llenos de profunda piedad, nos ayudaron mucho a sacar partido a nuestra peregrinación mariana.

Llegamos a Cosío hacia las 3 de la tarde. Comimos ahí e inmediatamente después subimos a Garabandal por la carretera que, hace 52 años, era una brecha de tierra muy difícil de transitar.

En julio de 1962, Fidelín, un chico joven oriundo de Garabandal, nos había llevado en su viejo coche. Habíamos llegado a Cosío en una americana Buick de color blanco, con papá, mamá y una prima de 21 años que veraneaba con nosotros en Llanes. Ahora, 52 años después, la carretera estaba asfaltada y en pocos minutos llegamos al pueblecito rodeado de montañas verdes, y que parece estar perdido al final del mundo.

Las casas del pueblo son de cantera, y sus tejados rojos estaban humedecidos por la lluvia. Sin embargo, el cielo gris que rodeaba todo, en ese momento estaba plácido y sereno. No llovía. Dejamos los tres coches en los que viajábamos en la plaza que está delante de la pequeña iglesia, y nos dispusimos a subir, deseosos de llegar a Los Pinos cuanto antes.

En el camino Antonio y Chisco (un terciario franciscano que pasa ahora una temporada en Garabandal) nos contaban, con gran amenidad, detalles preciosos de las apariciones de la Virgen y San Miguel Arcángel a las niñas. Íbamos despacio, pues el tiempo no pasa en balde y la subida es costosa y empinada.

Al llegar a Los Pinos pudimos contemplar el magnífico espectáculo que se observa desde ahí, tanto hacia lo alto (las estribaciones de los Picos de Europa) como hacia abajo (la vista de las casas apretadas de Garabandal). A los lados las montañas verdes y escarpadas de los Montes Cántabros tienen una belleza especial.

Una de nuestras hermanas (la menor de los cuatro que estuvimos en Garabandal en 1962), comenzó a dirigir el Rosario. Todos la seguíamos con devoción. Rezábamos los misterios gloriosos. Mientras desgranábamos una a una las cuentas del Santo Rosario.

Las cuatro partes del Rosario tienen una secuencia vital, que representa nuestra vida diaria y el desarrollo de la historia de la salvación.

Los misterios gozosos significan la vida oculta, de oración, de correspondencia a la propia vocación. Los misterios de la luz representan la misión que Dios nos encomienda a cada uno: siempre, de anunciar el Evangelio, que es una llamada a la conversión. Los misterios dolorosos anuncian las tribulaciones que tendremos que pasar, para conformarnos con Cristo, con su Pasión y Muerte. Y, por fin, los misterios gloriosos, nos animan a llenarnos de esperanza, porque, al final, llegará el triunfo de Jesucristo y de su Madre Inmaculada.

Terminamos de rezar el Rosario y bajamos la cuesta de Los Pinos hasta llegar a la iglesia del pueblo, donde nuestro hermano sacerdote —que comenzó a ver su vocación en 1962, cuando tenía sólo 13 años, precisamente en Garabandal— celebró la Misa, a las 7 de la tarde, a la cual asistimos nosotros y algunos peregrinos más; entre ellos, una pareja de americanos, muy piadosos, que venían de Oregon, Estado de Washington.

En la homilía, nos recordaron que ese día, el 24 de septiembre, era fiesta de Nuestra Señora de la Merced. La Virgen no se cansa de concedernos sus dones, mercedes de todo tipo, pequeñas y grandes, que no cesamos de recibir, si tenemos la sensibilidad para darnos cuenta de ellas.

Después de cenar en Cabanzón, un poblado no lejano al río Nansa, pasamos la noche en la Casona del Nansa. Eran muchas las emociones del día. Antonio nos tuvo despiertos hasta cerca de la una de la madrugada, con sus relatos interesantísimos sobre distintas intervenciones de la Virgen en la vida de los hombres.

A pesar de que no pudimos dormir mucho aquella noche, no quisimos perdernos la Misa que celebró nuestro hermano sacerdote, a las 8 de la mañana, en la iglesia de Garabandal. La mañana del jueves 25 de septiembre era templada. El cielo seguía cubierto de nubes. Todo el ambiente era el clásico de aquellas tierras cántabras: un silencio y una paz que invitaban al recogimiento y la oración.

Dimos gracias a Nuestra Señora del Carmen de Garabandal por su protección maternal sobre nuestra familia y sobre el mundo entero. Y, después de desayunarnos en la Casona del Nansa, nos dispusimos a emprender nuestro viaje a Madrid.

Uno quisiera quedarse mucho tiempo en el pueblo de San Sebastián de Garabandal. ¡Hay tanto que meditar sobre las apariciones de Nuestra Madre, en los años sesenta! ¡Hay tanto por qué darle gracias! ¡Hay tanto, también, porqué pedir perdón!

En uno de los ratos de convivencia, nuestro hermano sacerdote nos leyó los dos mensajes que la Virgen (en 1961) y, luego, San Miguel Arcángel (en 1965) dieron a Conchita, Mari Loli, Jacinta y Mari Cruz.

Los transcribimos ahora, para que, una vez más, los meditemos despacio y saquemos mucho provecho espiritual de ellos.              

«Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia. Tenemos que visitar al Santísimo con frecuencia. Pero antes tenemos que ser muy buenos. Si no lo hacemos nos vendrá un castigo. Ya se está llenando la copa, y si no cambiamos, nos vendrá un castigo muy grande» (18 de octubre de 1961).

«Como no se ha cumplido y no se ha dado mucho a conocer mi mensaje del 18 de octubre, os diré que este es el último. Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando. Los Sacerdotes, Obispos y Cardenales van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas. La Eucaristía cada vez se le da menos importancia. Debéis evitar la ira del Buen Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos. Si le pedís perdón con alma sincera El os perdonará. Yo, vuestra Madre, por intercesión del Ángel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis. Ya estáis en los últimos avisos. Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación. Pedidnos sinceramente \ nosotros os lo daremos. Debéis sacrificaros más, pensad en la Pasión de Jesús» (18 de junio de 1965).

Al día siguiente, el 26 de septiembre por la tarde, hubo una reunión con la Madre Nieves García, en la Casa de las Madres Concepcionistas, en Madrid. Asistieron varios sacerdotes y un buen grupo de laicos. Entre ellos estaban Antonio Yägue, Santiago Lanus (ver su página web) y el P. Rafael Alonso (ver su página web), fundador del Hogar de la Madre.

En esa reunión, además de los testimonios del P. Rafael y de nuestro hermano sacerdote, la Madre Nieves nos habló, con mucho cariño, de Conchita González, a quien conoce muy de cerca. Y también del Aviso (anunciado por la Virgen) y de las señales (pre avisos) que, según parece, anunciarán la proximidad de esa manifestación extraordinaria de Dios, para que los hombres nos convirtamos. Pueden resumirse en tres: 1) la crisis mundial (crisis de fe y aparición de graves sucesos: guerras, enfermedades…), 2) la muerte de Joe Lomangino, y 3) la realización de un sínodo en la Iglesia (la Madre Nieves se preguntaba a sí misma: ¿será este próximo?, ¿será el del próximo año?...: ver video corto).

De cualquier manera, sabemos que lo que la Virgen nos pide es que estemos bien preparados para lo que Dios quiere del mundo y de cada uno de nosotros. Y la manera de hacerlo es confiar plenamente en su protección maternal: ser y vivir como hijos del Padre y niños pequeños en su regazo; estar alegres y agradecidos del gran amor que Dios nos tiene, y procurar corresponder a él, alejándonos del pecado y desarrollando cada uno la potencialidad del Amor que el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones, por Jesucristo Nuestro Señor.