sábado, 24 de mayo de 2014

La Promesa del Espírtu Santo

Nos acercamos rápidamente a la Solemnidad de Pentecostés. Mañana celebraremos el Sexto Domingo de Pascua. Dentro de pocos días, el jueves, comenzaremos el Decenario del Espíritu Santo. La Iglesia, nos prepara para que, en estos días finales del Tiempo Pascual, aumentemos nuestra devoción al Gran Desconocido, como se ha llamado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.


Los apóstoles viajan fuera de Jerusalén, para imponer las manos a los discípulos bautizados, que aún no han recibido al Espíritu Santo (ver Primera Lectura). Son conscientes de que, a partir del día de Pentecostés, Cristo está presente entre ellos de una nueva manera. Ya no lo podían ver con los ojos de la carne, ni oír sus palabras como lo habían hecho mientras el Señor caminaba con ellos por Palestina. Pero Cristo no los ha dejado huérfanos. Continúa muy cerca de cada uno de ellos. Lo hace por medio de su Espíritu, que les recuerda lo que Él les había dicho y les enseña toda la verdad: lo que necesitan conocer para seguir por el Camino que conduce al Padre.

San Pedro, en su Primera Carta, se dirige a los primeros cristianos para hacerles ver que el Espíritu Santo es fruto de la Cruz. Cuando tengan dificultades o los persigan, han de estar alegres (ver Segunda Lectura) porque es señal de que el Espíritu Santo es quien los conduce y les da fuerzas para que puedan soportar tordas las contradicciones con paz y alegría.

Ya Jesús, en la Última Cena, les había anunciado que Él tendría que irse con el Padre, pero que enviaría al Consolador (ver el Evangelio de la Misa) para que siempre estuviese con los discípulos. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. El Espíritu no les dirá nada nuevo, sino que sólo les recordará a Cristo, para que todos puedan seguir sus pisadas.

En primer lugar seguir a Cristo como Camino, es decir, seguir su modo de vivir que se resumen en su enseñanza moral: las Bienaventuranzas y los Diez Mandamientos, que se resumen en el Precepto del Amor. Después, por ese Camino seguro, los discípulos podrán conocer la Verdad, que les hará libres, como verdaderos hijos de Dios. Y, por último, el seguimiento e imitación de Cristo, les dará la Vida Verdadera: podrán comer su Cuerpo y beber su Sangre, que son prenda de Vida Eterna. Cristo es Camino, Verdad y Vida.

En 1932 se publicó en Salamanca la primera edición del Decenario al Espíritu Santo, escrito por Francisca Javiera del Valle (cfr. F.J. del Valle, Decenario al Espíritu Santo, Editora de Revistas, México 1990). Esta mujer sencilla, nació en Carrión de los Condes, Palencia, el 3 de diciembre de 1856, y murió el 29 de enero de 1930. Sus escritos más numerosos tenían como fin dar cuenta a su director espiritual de las vivencias sobrenaturales de su alma. Otros escritos, como el Decenario al Espíritu Santo, estaban dirigidos a difundir devociones y prácticas piadosas. San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, lo meditó y utilizó para su predicación muchas veces. En junio de 1932 ya tenía un ejemplar de la primera edición, que comenzó a leer y anotar. Esta obra se puede encontrar fácilmente en internet. Por ejemplo, descargar aquí una versión en pdf.

En abril de 1934, San Josemaría compuso una oración al Espíritu Santo, que transcribimos: 
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. ¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras....   
A continuación, transcribimos también un mensaje que recibió Marga, el 1 de septiembre de 1999. Jesús le habla de muchas cosas, entre otras, de la Segunda Venida del Espíritu Santo, que ya ha comenzado, y de cómo hemos de repartir sus Dones entre nuestros hermanos. 
Jesús:
Yo vengo con fuerza sobre vosotros.
Benditos aquellos que me saben descubrir, que permanecen en Gracia, puros y sencillos de corazón, y pueden reconocer así la Segunda Venida del Espíritu Santo, que viene ya sobre vosotros, para prepararme el camino, para allanar las sendas, para limpiar los terrenos, abrir las fuentes, bregar en las aguas, recolectar en los campos. Viene ahora. Benditos aquellos que lo sabéis reconocer, recibir, aceptar, asimilar y dar. Recibiréis la recompensa eterna.
Yo os envío. Trabajad, recolectad, sembrad, bregad en mi Nombre y con mi Espíritu. Preparad el mundo para mi Segunda Venida.
Yo os preparo personalmente. Mi Madre se ocupa de vosotros, sois objeto de sus preocupaciones.
Decid que Yo vengo. Llamad a conversión. Tocad la campana del peligro inminente. Hacedme caso en lo que ya se os ha dicho. Sed ejemplo de acatar mis órdenes.
¡Despertad! Que cada uno medite en su corazón y vea todo lo que ha recibido. Descubriréis que sois ricos, no pobres como pensáis, y que como ricos desalmados, os habéis vuelto egoístas, intentando contener en vosotros solos todos esos tesoros, bebiendo y embriagándoos de la superabundancia de Dones. ¡Dadlos a los demás! A vuestra puerta se agolpan los hambrientos, los sedientos. Dad gratis lo que recibisteis gratis. Los Dones de Dios son para compartir. Que cada uno reciba por otros su ración, y nadie quede en la indigencia. Abrid las puertas de vuestras casas a los pobres que desde fuera llaman, y dad también a los que no saben, y piensan que Dios les ha abandonado.
¡Cuánta tristeza, cuánta indigencia en el mundo! Mientras, los ricos banquetean escondidos en su sombría mansión. ¿No os apena ver el estado de vuestros hermanos? Mirad que Yo os pediré cuenta de cómo administrasteis mis Dones. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
¿No me amáis? Reconoced mi Rostro desfigurado en las almas moribundas que os encontráis a la salida de vuestros hogares. Muero continuamente, porque nadie se apiada de Mí. Muero en mis hermanos. ¡Venid a socorrerme! ¿No escucharéis mi llamada de auxilio?
Vanos ricos que acumuláis riquezas ordenándolas en vuestras estanterías. Las riquezas son para compartirlas. Su lugar no está de adorno en una pared. No diréis que Yo no os he advertido.
¡Os Amo tanto! No deseo vuestra condenación. No deseo que el Día del Juicio el Padre os pida cuentas de lo que no hicisteis
¡Actuad hijos míos!, actuad sin dilación, hacedlo con amor, con mi Amor. Mirad que el Tiempo se acaba.
Recibid el milagro de convertir vuestros huesos muertos en carne resucitada para la Vida Eterna, la Vida Verdadera. ¡Amén!


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