sábado, 22 de marzo de 2014

El Agua Viva

Las Lecturas del Tercer Domingo de Cuaresma nos recuerdan que la presencia del Espíritu Santo en nuestras almas nos hace agradables a Dios y es como una fuente de agua que salta hasta la vida eterna.


Los textos de la Liturgia de la Palabra que meditaremos son los siguientes:

Ex 17, 6-7: Golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo." Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar se llamó Massá y Meribá”.
Salmo 94, 7-9: “¡Oh, si escucharais hoy su voz!: "No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto, donde me pusieron a prueba vuestros padres, me tentaron aunque habían visto mi obra”.
Rm 5, 5: “El amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado”.
Jn 4, 13-14: “Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de nuevo, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna”.

¡Ojalá escucháramos la voz de Dios! Está imprecación del salmo es un eco de la nostalgia de Dios que desea que sus hijos le escuchemos, pues Él nos habla de mil maneras todos los días.

Para los hijos de Dios toda la creación nos habla de Él: una puesta de sol, un amanecer, los pétalos de una rosa, la fragancia de un nardo, la gracilidad y belleza de un caballo en plena carrera… No tenemos más que motivos para dar gracias por el orden y armonía del universo.

Es verdad que también existe la muerte, en la creación, y la corrupción, y la ley del más fuerte que devora al débil. Pero, para quien conoce la historia de la salvación, el mal en el mundo no debe ser una provocación hacia la increencia. Sabemos que existe el mal, introducido por el pecado de nuestros primeros padres. Y sabemos que Cristo, al morir en la Cruz, ha tomado sobre sí todo el mal del mundo (el mal físico y el mal moral, que es el pecado), y lo ha cambiado de signo, de manera que ahora ya no es sólo mal, sino una ocasión para el bien.

Podemos ofrecer al Señor una pena, una enfermedad, una contrariedad cualquiera, uniéndonos a su Pasión, por la salvación de los hombres, y para dar gloria a Dios con nuestro sufrimiento aceptado por amor.

Es decir, Dios nos habla también, y de modo especial, en el dolor y la contradicción. Nos invita a padecer con Él para ser glorificados con Él.

Por otra parte, Dios es el Señor de la Historia, y nos habla a través de los acontecimientos de nuestra vida y de la vida de toda la humanidad. No hay nada fortuito o casual. No se produce, propiamente, nada al azar. Dios Providente está detrás de todo lo que sucede. Respeta la libertad humana pero arregla las cosas para que todo concurra al bien de los elegidos.

En resumen, lo que Dios nos pide es que estemos atentos a su Voz; que sepamos descubrirla en las mil incidencias del día.

A nosotros nos pasa un poco lo que a los israelitas en Meribá. También, a veces, tenemos duro el corazón, insensible a las llamadas de Dios, a los toques del Paráclito.

La dureza e insensibilidad de corazón es una enfermedad muy frecuente en nuestra época. Los hombres nos hemos hecho racionalistas y poco humanos. Somos especialmente burdos para el mundo sobrenatural.

Por ejemplo, cuántas veces encontramos falta de respeto en las iglesias, entre la gente que sale o entra a una celebración y no parece darse cuenta de que está presente el Sagrario, con Jesús Vivo entre nosotros. ¡Qué necesaria es la urbanidad de la piedad en nuestras parroquias! ¡Qué falta nos hace más silencio, más recogimiento, más atención cuando estamos delante del Señor!

La escucha constante del Espíritu hará que, de nuestro corazón, salte una fuente de agua viva hasta la vida eterna. Es una promesa del Señor. Jesús tiene sed de nuestra fe y, si le correspondemos, Él derramará el Amor en nuestros corazones y, con Él, la vida eterna.

¡Qué seco está el mundo! ¡Qué poca importancia le damos a las cosas de Dios!

Operi Dei nihil praeponatur”, decía san Benito a sus monjes. Que nada se anteponga a la Obra de Dios”. Se refería a la Liturgia: a la celebración de la Eucaristía y del Oficio Divino. También a nosotros nos hace mucha falta aplicar el lema de los benedictinos —que tanto ama nuestro querido Benedicto XVI— a nuestra vida ordinaria. 

Lo primero es dar gloria a Dios, adorarlo, alabarlo, darle gracias por todo. Debe ser la prioridad. Si queremos oír la Voz del Espíritu y que en nuestra alma brote la Fuente de Agua Viva, hemos de dedicar tiempos generosos de oración, dentro de nuestro horario habitual: participar en la Santa Misa, hacer ratos de oración mental, rezar el Santo Rosario, leer y meditar la Sagrada Escritura y otros libros espirituales… Y no sólo eso: un cristiano debe buscar la presencia de Dios a lo largo de todo el día, ofreciendo su trabajo, pidiendo perdón por sus pecados, dando gracias a Dios por todo lo que nos da.

Sólo así se calmará nuestra sed de Dios. Las cosas de esta tierra, por sí mismas, son incapaces de saciar nuestra sed. Como la samaritana, hemos de pedir al Señor que nos dé del agua que salta hasta la vida eterna. Tenía una inquietud existencial y no encontraba lo que buscaba, hasta su encuentro con el Señor. “Sus continuas idas al pozo para sacar agua expresan un vivir repetitivo y resignado” (Benedicto XVI, Angelus, 24-II-2008). Pero todo cambió para ella el día en que habló con Jesús.

Si conocieras el don de Dios”, le dice Cristo a la samaritana. ¡Cuántas almas se alejan de la aventura maravillosa de la santidad por el desánimo y la desconfianza! En cambio, ¡que frutos estupendos proceden de la esperanza, de la determinación de buscar en el Espíritu la fuerza que nos falta

No olvidemos que, aunque el Espíritu sopla dónde quiere y cuándo quiere, se comunica de modo singular a través de los canales de la gracia, los sacramentos, que Jesús ha confiado a la Iglesia y en los que Él actúa con su poder soberano. Ahí nuestro camino en la tierra encuentra las sendas de Dios. Vayamos por ellas sin poner obstáculos. Amemos a la Iglesia, tengamos fe en la Iglesia y se nos donará el Espíritu Santo (cfr. Javier Echevarría, Itinerarios de vida cristiana, p. 37 a 48).

También podemos reflexionar sobre las palabras del Señor a la samaritana: “Dame de beber”. Jesús nos necesita. Quiere nuestro amor. Se presenta ante nosotros “cansado del camino”. Se acerca desde su debilidad para redimirnos. Y con su debilidad y cansancio humanos nos hace fuertes.  

"He aquí, por tanto, todo lo que Jesús reclama de nosotros;  no tiene necesidad de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor, porque este mismo Dios que declara no tener necesidad de decirnos si tiene hambre, no tiene reparo en mendigar un poquito de agua a la Samaritana.  Él tenía sed...  Pero, al decir: "dame de beber", era el amor de su pobre criatura lo que el Creador  del Universo reclamaba. Tenía sed de amor (...); siento más que nunca que Jesús está sediento, no encuentra más que ingratos e indiferentes entre los discípulos del mundo y entre sus propios discípulos, Él encuentra pocos corazones que se entreguen a Él sin reserva, que comprendan toda la ternura de su amor infinito" (S. Teresita Niño Jesús, Vida de un alma).

Juan Pablo II, que será próximamente canonizado, nos invita a meditar sobre los encuentros que Cristo tiene con los hombres, en el Evangelio. Uno de ellos, muy significativo es el encuentro con la samaritana.

Jesús la llama para saciar su sed, que no era sólo material, pues, en realidad, «el que pedía beber, tenía sed de la fe de la misma mujer» (S. Agustín, Tract. in Joh., 15, 11: CCL 36, 154.). Al decirle, «dame de beber» (Jn 4, 7), y al hablarle del agua viva, el Señor suscita en la samaritana una pregunta, casi una oración, cuyo alcance real supera lo que ella podía comprender en aquel momento: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed» (Jn 4, 15). La samaritana, aunque «todavía no entendía» (Ibíd., 15, 17: l.c., 156), en realidad estaba pidiendo el agua viva de que le hablaba su divino interlocutor. Al revelarle Jesús su mesianidad (cf. Jn 4, 26), la samaritana se siente impulsada a anunciar a sus conciudadanos que ha descubierto el Mesías (cf. Jn 4, 28-30)” (Exhortación apostólica Ecclesia in America, n. 8).

Nos pueden servir, para terminar estas reflexiones, algunas consideraciones que Nuestra Señora le hacía a Marga (ver Dictados de Jesús a Marga) el 18 de mayo de 2011:
“Marga amada: ven a Mí, porque “tu esencia es oración”. Tu vocación es la oración y tu don es la oración.
Por eso te encuentras tan bien cuando la haces, y la haces abundante, porque abundante es la que Dios te pide. Y, haciendo esto, te encuentras como pez en el agua. Nada en la dicha de hacer oración. ¿Quién te puede arrebatar esto? ¿Las dudas y problemas cotidianos? ¿El Maligno? Nadie, hija, porque esto es tan sencillo para ti, que bastará tu voluntad en hacerlo para que lo hagas”.
Y unos días antes, el 10 de mayo de 2011, le decía:
“Amada Marga: dame las primicias del día, que Yo sabré donarte y recompensarte. Porque estando centrada al inicio, todo te resultará más fácil. Luego: que venga lo que venga. Que tu alma estará centrada en Mí”.
Por último, vale la pena leer parte de lo que la Virgen dijo a Marga el 9 de junio de 2011 [Palabras de Marga en cursivas]:
“Amada Margarita, Quiero que comprendas la magnitud de tu Mensaje y no temas ni te aflijas, porque lo que en ti ha empezado Dios, lo terminará también Dios en ti.
Los importantes en esta Obra no sois los instrumentos.
Marga (Me vino una equiparación a Medjugorje)Mamá, ¿porqué equiparas esto a Medjugorje?
“Porque esto es para España la continuación de Garabandal. Medjugorje es lo que yo quise hacer en España, pero que mi Iglesia me lo negó. A pesar de eso siempre he encontrado fieles en la Iglesia de España, y por ellos, en premio a sus esfuerzos, me manifiesto a ti”.

1 comentario:

  1. Como siempre muy buenas reflexiones que el Señor los bendiga y nos de esa agua para no volver a tener sed, ademas del regalo de la oracion.

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